Por: Rúbila Araya
A
poco de recibir la honrosa nominación, recordamos los tiempos
de esplendor y las tragedias sufridas por esta nueva ciudad patrimonial
Campanas, bocinas
y sirenas de barco entonaron a diferentes ritmos sus respectivos sonidos
que, junto a vítores de júbilo, se escucharon en todo
el puerto luego de conocerse la esperada noticia que el alcalde, Hernán
Pinto, revelaría desde París el pasado dos de julio. Días
después, fuegos artificiales, música y un sinfín
de actividades iniciaron la gran celebración.
Valparaíso había sido nombrado Patrimonio Cultural de
la Humanidad. La Organización de Naciones Unidas para la Educación,
la Ciencia y la Cultura, con la aprobación unánime de
los 21 miembros del Comité Ejecutivo, daba un final victorioso
a siete años de ardua gestión en busca de la ansiada nominación
que pondría a la ciudad porteña al mismo nivel que las
iglesias de Chiloé e Isla de Pascua.
Y es que ostentar
la categoría de patrimonio mundial trae muchos beneficios a un
lugar, que si son aprovechados y manejados adecuadamente, podrían
ser una importante ayuda para disminuir problemas como la cesantía,
pues se cree que el incremento del turismo originaría más
puestos de trabajo; para establecer planes de aseo y de seguridad; para
salvar de la ruina a construcciones antiguas del casco histórico;
y para multiplicar las actividades culturales; entre otras cosas. Ventajas
derivadas, en gran parte, de la posibilidad de recurrir a fondos de
la UNESCO y a la opción de acceder al crédito patrimonial
que otorga el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
Por el momento,
los sectores aledaños a la Iglesia La Matriz y Plaza Echaurren,
Muelle Prat y Plaza Sotomayor, calle Prat y Plazuela Turri, y un segmento
de los cerros Alegre y Concepción, con sus ascensores, paseos,
casas, pasajes, escalinatas y colores, forman parte de la riqueza del
mundo. Pero no se trata sólo de un grupo de construcciones, calles
y espacios concretos, detrás de este título hay más
que eso, existe una historia protagonizada por hombres y mujeres que
a lo largo del tiempo fueron forjando una identidad única.
Personajes
nacidos de una mixtura cultural, que gozaron del progreso y la prosperidad,
y también sufrieron las desventuras de la fatalidad, imprimiendo
un sello hoy transformado, además, en cualidades intangibles
que sirven de testimonio a toda humanidad.
Primeros pasos de una ciudad no fundada
Los
habitantes originarios de esta parte del litoral chileno fueron los
Changos, quienes por alguna razón dieron al lugar el nombre de
“Quintil”, es decir, Palos Quemados. Denominación
que cambió a “Valparaíso” después de
1536, cuando el capitán Juan de Saavedra llegó junto a
su tripulación y rebautizó la bahía.
Pedro de Valdivia
la designo puerto oficial del reino de Chile en 1544 y quince años
después, comenzó a delinearse a partir de una capilla
construida donde hoy se encuentra la Iglesia La Matriz. Pero, curiosamente,
la ciudad que hoy es patrimonio de la humanidad nunca fue fundada. Aún
así, se transformó en el más importante polo comercial
del país y en el paso obligado para los barcos que cruzaban del
Atlántico hacia el Pacífico.
Durante el siglo
XIX y principios del XX, el auge económico de la urbe porteña
trajo consigo a inmigrantes que introdujeron las tendencias europeas
y los rasgos culturales de sus respectivos países, creándose,
entre chilenos y extranjeros, una sociedad pujante que llegó
a estar a la vanguardia del desarrollo nacional.
Entre los hitos importantes está la fundación del diario
en español más antiguo del mundo, El Mercurio de Valparaíso
(1827); la creación del la Bolsa de Valores de Valparaíso
(1848); y la formación del Cuerpo de Bomberos de Valparaíso
(1851), el primero del país.
Etapa de prosperidad
en que se concretaron obras como la construcción del ferrocarril,
la instalación de telégrafos, alumbrado público,
agua potable y alcantarillado; y se establecieron casas comerciales,
clubes, hoteles y teatros, símbolos de la agitada vida social
y cultural. Años de una bonanza que fue en declive con la apertura
del canal de Panamá, en 1914, pero que se convirtieron en determinantes
en la historia de la ciudad porteña.
De esplendor y sufrimientos
Los primeros años
en la historia de Valparaíso, y en realidad toda su existencia,
abarcan una amplia gama de acontecimientos. De hechos no siempre afortunados,
es más, de verdaderas tragedias que inevitablemente dejaron una
huella indeleble en la memoria del pueblo.
Saqueos, naufragios, bombardeos, epidemias, inundaciones, incendios
y terremotos, en tiempos lejanos o recientes, han arremetido sorpresivamente,
dejando a su paso el dolor de la pérdida y el testimonio de la
destrucción.
Historias orales
y escritas nos traen al presente sucesos tan remotos como el saqueo
del corsario inglés Francis Drake, el cuatro de diciembre de
1578. Los naufragios de “Nuestra Señora de la Ermita”
(1769), de la antigua Esmeralda (1825) y del vapor Perú (1851),
sólo por nombrar algunos.
Hasta un bombardeo de la escuadra española sobre el puerto, en
1866, debido al desafío que hizo Chile a España, por la
disputa comercial que este país tenía con Perú,
integra la lista de hechos catastróficos.
Las epidemias también
pasaron sembrando la muerte por la ciudad. La pobreza y el hacinamiento
se convirtieron en el escenario ideal para pestes como la viruela, que
en 1866 cobró la vida de 5.957 seres; y la escarlatina, que azotó
el puerto entre 1831 y 1832.
El fuego siempre
se ha destacado entre los recuerdos dolorosos de un Valparaíso
que no olvida dramas como el vivido en 1953, cuando la celebración
de Año Nuevo terminó con el gran incendio de la barraca
Schultze, ubicada en Avenida Brasil 2069; mientras bomberos intentaban
combatir las llamas, una explosión mató a 50 personas
y dejó 350 heridos.
Los movimientos
telúricos, inevitablemente, han sido una constante en nuestra
historia como país, y la ciudad puerto no es la excepción,
pues se ha visto azotada por terremotos en 1647, 1730, 1906, 1965, 1971
y 1985. Pero es el de principios del siglo XIX el que más se
recuerda.
Como anécdota,
se cuenta que aquel fatídico dieciséis de agosto, mientras
se agitaba la tierra y se caían a pedazos los edificios, el famoso
asesino en serie Emile Dubois se encontraba entre los quinientos noventa
y ocho reos de la cárcel de Valparaíso, esperando el día
de su fusilamiento. A pesar de que el psicópata pudo haberse
escapado, pues los demás prisioneros lo liberaron de sus esposas
y grilletes, para que los encabezara en una fuga, éste fue encontrado
sano y salvo entre los escombros, cubierto con un poncho y hasta afeitado.
Y es que así
es Valparaíso, así es su historia de pomposo esplendor
y continuas tragedias, de alegrías y sufrimientos que determinan
a un pueblo y definen su personalidad. En esta ambivalente realidad
se creó su entorno, se perfilaron sus personajes y se conformó
ese todo que hoy es patrimonio de la humanidad.