“ Con hilo rojo
coses las
esquinas
Con hilo rojo
coses las desilusiones…”
Fragmento de un poema de Farruco Sesto
Todo el trapicheo
de censura y comentarios en torno a la obra City Room de Pedro
Morales ha servido para dejar al descubierto
el comisario cultural que tenía muy bien guardado, en
el closet de su alma el poeta, arquitecto y pintor Farruco Sesto.
La vida y la política son la ironía en marcha
a cada paso. Tanto proclamarse libertario, tanta tinta gastada
escribiendo poemas por la libertad para terminar como funcionario
de quince y último; tanto cuadro pintado con los colores
de la solidaridad, tanta paloma de la paz pintada para concluir
en el castillo kafkiano del mierdeo cultural. O sea que los argumentos
de Farruco para asumir su papel de censor se quedan en la farragosa
retórica del funcionario apegado a las directrices del
partido. Por eso no resulta para nada refrescante su visión
al referirse al sentido contestatario y contra el poder de la
obra de Morales en los siguientes términos: “Pero
en este particular, no hay un manifiesto contra el poder. No
hay un alegato que se sostenga. No hay, ni siquiera, valentía.
Lo que hay es el aprovechamiento abusivo de la circunstancia
cultural, con el único fin de continuar dando en ese ámbito
una batalla política que en otros escenarios ya conoció la
derrota. Es el mismo espíritu arrogante del golpe de abril,
con su cruento sainete dictatorial de 47 horas; el mismo aire
cínico del abatoje petrolero, la misma atmósfera
fascista de aquellos grupos (…) Pura política enlatada
disfrazada de arte,…”
Esta perspectiva pueril,
maniquea tanto del arte y la política
permite vislumbrar las potencialidades de este viceministro alcantarillero,
pantanoso que hizo de la poesía un tópico militante,
una pancarta sin lirismo o con el lirismo propio de las consignas
políticas.
En lo personal creo
que Pedro Morales está en su papel
de artista aguafiestas. Farruco por supuesto también está en
su rol de funcionario chapado, por más ropa casual que
se ponga y cara de manchego inteligente que utilice.
El arte y la cultura
durante muchos años ha sido el refugio
de los vivalapepa más conspicuos, de los vivianes y zagaletones
más mañosos, de los trampistas más constantes.
Muchos artistas se han limitado a practicar el camaleonismo político
más rastrero para seguir en el chupe presupuestario. Estas
tramitaciones del verde al blanco o del naranja al rojillo les
han permitido estar en la palestra de cultura oficial haciendo
juego con el feo decorado y el mobiliario agrisado de las oficinas
culturales del CONAC. Aquí la cultura no es un eje para
motorizar cambios, sino un vulgar modus vivendi, una manera desfachatada
de estafa continuada. Aquí los trabajadores de la cultura
no quieren hacer la revolución, sólo aspiran sobrevivir
como saltimbanquis del arte. El artista trata de sobrevivir a
fuerza del bolíveo cultural, trata de pasar el mal trago
a fuerza de subsidios, becas y subvenciones. Además Farruco
de esto sabe un montón porque el pinta y echa sus versos
al viento.
El peseteo del CONAC,
para impulsar la cultura, la ha matado de manera sistemática, aparte de crear unos paquidermos
institucionales (llámeseles fundaciones, asociaciones
civiles, etc.) preocupadas en la cultura como sarao de misoginia
política y acracia ligth. La cultura aquí, con
revolución o sin ella, es sólo un culebrón
de maricocracia cursi y bostezante.
Farruco siempre estuvo
en la orilla del tinglado cultural oficial, estuvo como al
asecho esperando su momento y en el ínterin
sólo hizo política enlatada disfrazada de arte
(en una oportunidad pintó a Andrés Velásquez,
con un casco de obrero, en un lienzo monumental y tituló a
semejante mamarracho pictórico con el título: “Un
matancero verdadero”). Él como nadie sabe cuales
son los derroteros del arte y los caminos tortuosos o retorcidos
de la política.
En la obra de Morales
lo que no parece cuadrarle a Farruco es que una señora le de un buen sartenazo a un chavista con
boina y todo que perora como el mandatario presidencial. Luego
del golpe la señora desayuna con tranquilidad. Pero seamos
sinceros un discurso de Chávez comenzando el día
le arruina a cualquiera el desayuno. También le molesta
las moscas. Quizá por aquello de algo huele podrido en
Venecia.
Desde mi grada personal
la obra de Morales es deficiente en cuanto a el andamiaje técnico, pero como los derroteros
del arte hoy son una incógnita esta obra interactiva hubiese
pasado sin pena ni gloria sin la tarjeta amarilla gubernamental.
Yo siendo Morales le daría a Farruco una placa de reconocimiento
por la publicidad extra. Lo escrito por Paul Jonson es acorde: “Tengo
la impresión de que nuestra época, supuestamente
esclarecida, hay mucha mojigatería, ignorancia y censura,
además de mucha cobardía”.
La otra lectura de
toda esta villanía de vodevil inquisitorial
es que la cultura sigue siendo una feria de vanidades y egos
encontrados, de buhonería estéril donde los buscavidas
y tracaleros de siempre (ahora usan boina bolivariana) sólo
buscan birlarle unos dineros al estado. Los mediocres trataran
de imponer sus poemas fastidiosos y su pintura heroica. El funcionario
cultural vivirá su drama en silencio porque la burocracia
como el marxismo es una gran tarea.