A
la salida de un drugstore en Panamá, unos viejos amigos dueños
de una emisora me saludaron como a un fantasma, sorprendidos
de mi aparente corporalidad y materialidad aún vigentes. A
todas las personas que te conocen, les preguntamos por ti,
y la respuesta fue una sola, más bien una conclusión: se fue
a Chile. Reí de buena gana en medio de los adornos de Navidad,
las luces y un gentío que se da citas para estas fiestas de
fin de año. No están equivocados del todo, les dije, pero
no me fui a Chile, sino a dar una vuelta por el mundo, en
tiempo virtual, pero de manera real por mi propia escritura.
Me esfumé es cierto, agregué, de la escena local, agotada
para mi óptica, y este 15 de diciembre, cumplo dos años en
Internet, un medio desde luego para entrar en contacto con
otras pies, sensibilidades, portadas, máscaras, escenarios,
realidades, sueños y oportunidades. Sobre todo para saber,
más o menos, que se hace en otros lugares, aunque la literatura
dura, real, no pasa por Internet. Si era extranjero, me hice
más extranjero, a mis costos, en un universo total, pero trabajando
desde la perspectiva del interior de mi palabra. Se retiraron
satisfechos, me tocaron para comprobar que no era un fantasma
el que les hablaba, lo comprobaron y les dije que en La Calzada
de Amador, junto al mar dividido por esos kilómetros de cemento,
palmeras, faroles antiguos, caminaba con mi cuerpo real este
2002 que comienza a despedirse, y que es un año para mi extraordinariamente
especial. El día que el Municipio decida ponernos una placa
para identificarnos, escogeré la de este año, les dije sonriendo,
y nos despedimos, en tiempo real con un apretón de mano, y
la recomendación, presenta tu novela para un libreto en Hollywood.
La calle ya olía a pinos canadienses, cuando me subí al automóvil.
Ya llevaba en mi mano una postal, para mi era suficiente.
Sí,
hablamos de la novela, que escribo desde mediados de agosto
en silencio medieval, y que algunos amigos y conocidos, enterados
de este proyecto en curso, me han preguntado en qué consiste,
cómo es el desarrollo de esa escritura, qué es para mi una
novela. En fin, todo apunta ala curiosidad de conocer el argumento
y sus entretelones, que muchas veces yo mismo desconozco.
Me ocurre como el clima de Panamá, ayer salía de llamar por
teléfono, y una neblina y lluvia con vientos se desencadenó
con tal fuerza y persistencia, que tenía todas las intenciones
de llevarse la ciudad. Ríos de aguas, en horas, quedamos suspendidos
en el tiempo, los vientos, un inexistente cielo, las alcantarillas
inundadas, los automóviles varados, la nada puso su mano en
el hombro, y dijo, espera, sólo espera.
La
novela, la narrativa como yo la veo, es este cajón de sastre
en medio de la tormenta, claro con un piloto automático que
se nos va de las manos.
La
curiosidad de mis amigos, noté, es por el tema, lo que hay
dentro del horno, yo digo que es pan, pero no lo quemaré antes
de tiempo ni a sus puertas.
Es
un género cajón de sastre, la novela, con múltiples alternativas,
cajones, contenidos sorpresas, desde las historias al lenguaje,
sin dejar de lado el humor, y más de algún cajón olvidado
con las tijeras pero también agujas para que el lector corte y repare sus propias páginas,
las una a su propio hilo.
Lo
único que no considero necesario en cuanto al lector, es hacerle
concesiones inútiles. Mientras menos, mejor. El texto surgió
como un relato focalizado en los recuerdos, visiones, en la
vida que hacemos, hicimos, en la ciudad y en una historia
que corría paralela a miles de kilómetros de distancia. La
ficción y la realidad deben ser tan creíbles, que cuido a
ambas por igual. Ellas juegan a engañarme, y juran que a veces
lo logran, y yo les creo. A una ficción hay que creerle a
pie juntillas, porque es hija o pariente cercano de alguna
realidad.
He
trabajado el texto, lo sigo haciendo, con obsesión, confieso,
sin límites, como debe ser la literatura cuando es real y
adquiere la calidad de urgencia notoria su proyecto y realización.
Escribí más por compulsión que el empujón de una memoria frágil,
morosa, aunque se turnaban en este ejercicio de recuperar
el futuro. La memoria me ha obligado a hacer un viejo recorrido
obligado, único y que nadie puede hacer por nosotros mismos,
aunque es necesario.
La
literatura puede llegar a justificarse en sus propias expresiones.
Soy novato en este tipo de proyectos de largo aliento y abandoné
uno, que retomaré el 2003, que me demandó un par de años,
y porque creo firmemente en ese tipo de escritura. La fluidez
de este viene quizás en parte de esas viejas páginas que esperan
su oportunidad.
La
novela me gobierna, tiene la facultad de la tiranía, el golpe
de mando autoritario, pero también la flexibilidad para que
yo vaya llenado los espacios, aunque nunca sé a cierta hacia
donde voy. A veces planeo acciones y me conducen hacia otros
lugares. Si fuera una guerra, estaría perdido. Pero en el
amor como en la guerra, todo está permitido, inclusive dormir
con el enemigo, pero no compartir su cama.
La
literatura se acentúa, deja huella. El primero en comprender
esto, debiera ser el escritor, porque el lector busca algo
no vivido o que de alguna manera coincida, reconoce , y asemeja
a su propia vida.
No
sé cuantas versiones van, correcciones sobre las correcciones,
cambio de título incluido. Es un proyecto y eso lo dice todo.
Una novela es un ejercicio mayor en el tiempo y de alguna
manera he violado esas reglas. No voy en una maratón, ni me
he planteado el tema y su ejecución como subir a una montaña.
Escogí los 10 mil metro sobre una pista de hielo, pero con
buenos patines, nada de curvas, y tiene la particularidad
este texto, que estoy convencido que lo escribo con uno de
los principales personajes, porque siempre he sospechado que
es real, me escribe y me lee, aunque es tan humilde, que nunca
me ha corregido. Ni sabe cuan agradecido estoy de su generosidad,
desprendimiento, un amor a prueba de novela y distancias,
el feroz ejercicio de la auténtica complicidad.
Apuro
los términos de contrato entre mi escritura y la realidad.
Un mes dejé en reposo el texto, todo noviembre, pareas r exacto.
Tácito acuerdo con las neuronas, circunstancias y la necesidad
de un respiro del material para que tomara alguna distancia
de si mismo.
No
podemos asfixiar las palabras, ni a los personajes, es como
el amor, se necesita oxígeno.
Hay
una historia de amor en la novela, porque el amor es lo más
importante. Ocurren cosas en distintos escenarios y la prosa
poética está presente, lo aseguro. Hay homenajes a quienes
cambiaron la literatura. Las ciudades son un antojo para compartir,
no sólo habitarlas o poseerlas. Mujeres de esbeltas y hermosas
columnas, recorridas por el mar y sus soledades. No diré más
de contenidos, ni contaré nada. Ya tiene título. Sólo tres
palabras. Breve y muchas puertas para una escapatoria.
Ficciono
la realidad y la realidad me ficciona. Una novela, puedo afirmar,
tiene sus propios recursos, o no irá a ninguna parte. Reciclo
el pasado en el presente, porque lo único que existe es el
futuro. El presente suele ser tan real que se hace inevitable
y debemos contar con él por nuestra propia salud mental.
La
novela es el poema más largo en una prosa no lineal. Si alguna
gracia tiene, es que el lector no debiera conformarse con
pasar las y por las páginas a trote de caballo. Algo debe
retenerlo y demorarlo.
He
llegado tarde a la novela y haré lo mismo con mi propio funeral.
Soy y me declaro un vulgar intruso. No me incomoda si incomoda.
Mi prosa, sin embargo, data de un viejo primer cuento, que
se desarrolla en La Habana, y que obtuvo una Mención Honrosa
en ICEA Internacional, en México, en 1969.Reconozco que partí
como un caballo de carrera y me hundí como un mulo, en el
silencio, con algunas excepciones, por el Camino de Cruces.
A muchos nos apuró un martes 11 de septiembre con todas sus
urgencias, incertidumbres, donde el día se transformó en la
gran novedad de la sobre vivencia. Pero la literatura, no
conoce, ni acepta excusas, y yo tampoco las buscaré. La muerte
puede tener sus méritos, pero la vida sigue siendo lo más
importante. Se puede viajar un tiempo en círculo, pero no
todo el tiempo. Este es un viaje desde y hacia la palabra,
y es nuestra obligación hacerla brillar aunque esté dentro
de un pozo.
Los
vicios mayores como la literatura no podemos abandonarlos,
persisten a pesar de nuestros olvidos, tienen el vicio de
ese amor que jamás te deja, aunque permanezca en silencio.
Hay
un grito helado plagado de humor, en no pocas páginas, el
escalofrío de una época, nuestras mudas y patéticas realidades.
Se trajina el pasado en la novela y toda narración que supera
los 100 páginas permite un intento, obliga, a trazar un presente,
recobrar la orilla a uno y otro lado del futuro.
La
narración que no se somete a su propio destino, terminará
por renunciar a él.
Es
un texto que recoge el óxido y el amor de la ciudad, recicla
las deudas pasadas y pendientes. Le rinde homenaje a quienes
se comprometieron con la literatura, y a quien también la
abandonó, porque el verbo se le hizo sal, trapo de su lengua.
La palabra, creo, se convirtió en una comunicación inútil,
por dicha.
La
ficción y la realidad, son tan indignas de confianza, que
me recuerdan el vendedor viajero que cita T. S. Eliot. Un
río es indigno de confianza, como un vendedor viajero dice
el poeta.
A
la ficción y a la realidad, les exijo fidelidad y todos
debemos atenernos a sus consecuencias, incluido el lector.
Yo le s pido, como una manera de entendernos, que digan lo
que saben y creen saber, que se pongan de parte del lector,
que del resto me encargo yo.
Ficción
y realidad se superan así mismas. Se prueban en sus rotundas
verdades.
Quien
ficciona, a sus realidades se atiene.
Si
en algún momento, la realidad y la ficción, me permiten algún
control, sacudo todo lo que puedo de lo que hay detrás de
las palabras. Reciclo lo que la memoria se niega a borrar
Un pasado que nos recorre y visita con vicio, y nos revela
un presente contaminado. Se trata de una escritura, a veces
de una marea monologante, un vacío que sólo la ironía puede
interpretar, porque en la novela todo está permitido. No sé
quien lo dijo, pero hago mías sus palabras. No citaré a los
eruditos, quizás padres de la novela, a sus magníficas, sabias,
esclarecedoras palabras sobre la novela, que existirá mientras
quede un sólo lector. Un sola frase es suficiente para perdurar
dijo el más ciego de los novelistas latinoamericanos, frase
iluminadora, de revelación, pero para que ello ocurra, la
novela debe sostenerse así misma, como el lo hizo en sus relatos,
aunque nunca llego a la novela como tal.
Yo
he sido sólo algo más que un intermediario en este trabajo.
Me tocó escribirlo, y aún lo sigo haciendo. He contado con
la extraordinaria ayuda de uno de los personajes principales,
como dije y reitero. Esa puede ser la explicación más real.
Escribo en un ordenador. Es cierto. No pude corregir una versión
en papel impreso.
Pero, sobre este escrito, ejerce, y especialmente en mi, una influencia
que sería inútil de explicar, una dactilográfica blanca, firme
como una columna dórica, y si yo tuviera que asignarle alguna
interpretación, podría asegurar que me la envió ese personaje
tan comprometido con la historia de esta novela y que ella
conserva una igual, con la cual me escribe algunas páginas.