Santiago de Chile.
Revista Virtual. 

Año 5
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 55
Octubre de 2003

EL AMANERADO GENIO DE

PEDRO CENTENO VALLENILLA

Texto: Carlos Yusti

La pintura de Pedro Centeno Vallenilla es de un aparatoso mal gusto y quizá esto despierta su interés hoy día. Sin dejar al margen su inigualable talento como dibujante y su prodigiosa destreza para utilizar el color. Los cuadros de Vallenilla parecen regodearse en una rebuscada idealización (o metaforización artificiosa) de nuestro acervo cultural. Indios fornidos como los gladiadores peliculeros de nuestra infancia. Indios esbeltos y de cuerpos perfectos equiparables a los efebos griegos: hermosos, orgullosos y recios. La mujeres poseen una pasión sexual desborda y exuberante. Centeno Vallenilla no escatima prejuicios a la hora de dotar a sus pinturas de un fuerte tufo de sexualidad desabrochada y llena de picardía pecaminosa.

Pedro Centeno Vallenilla nació en Barcelona el 13 de Junio de 1904. Su familia estuvo ligada al quehacer cultural de su tiempo y debido a ello recibe todo el apoyo para encaminar su vocación. Desde niño mostró una inclinación inusual por el dibujo, cuya habilidad perfecciono desde los 11 años en la Academia de Bellas Artes de Caracas y luego en Roma, París y Nueva York. Ciudades en las cuales, luego de graduarse como abogado en la UCV, cumplió funciones diplomáticas para Venezuela entre 1927 y 1944, año en el cual, regresó al país para reencontrarse con la patria, fundando en 1947 una escuela gratuita de pintura en Caracas en donde se residenció y compartió con muchos intelectuales venezolanos hasta su muerte ocurrida en Caracas en 1988.

Si uno tiene que buscarle una importancia a la pintura de Centeno Vallenilla es imprescindible conectarla con el Kistch. Un Kistch que se apropia de lo clásico dotándolo de un brillo exótico, de una luz de tropicalizada sexualidad. Aunque su pintura tiene algo de localista sus puentes indiscutibles con el gran arte clásico son evidentes. Pintura con algo de simbolista, también con algo de metáfora edulcorada. Para Centeno Vallenilla la pintura era una manera directa de expresar ideas, sentimientos y puntos de vista, todo ello revestido con el ropaje de lo lírico y lo simbólico.

Sus reservas con respecto al arte contemporáneo eran bastante conspicuas, y según se ha dicho, consideraba como la única obra de arte de valor la alfombra en la entrada del museo de Arte Contemporáneo debido a tuvo el honor de limpiar sus zapatos en ella. Era un artista convencido de su determinante importancia en el arte venezolano. Era conciente de su genialidad, pero su visión estaba puesta en el estilo clásico lo que le llevó a mirar con desgano, e incluso con desprecio, el arte moderno. A pesar de estos achaques de mariposón desfalleciente su obra posee un toque sutil de contravalor vanguardista, hay algo contestatario en su trabajo artístico, hay como una lúcida insolencia que coquetea con lo simbólico surrealista. Su obra “El dilema de Edipo” es paradigmática a este respecto.

Cuando aborda los temas de nuestro acervo da rienda suelta a la metáfora y en su obra “María Lionza”, la deidad pagana, pintada con soberbio y magistral erotismo, parece sacada de una página de playboy. Para pintar sus esbeltos indios, se cuenta, que buscaba muchachos de algún gimnasio y les pagaba para que posaran desnudos. Luego les colocaba tocados con plumas para pintar a nuestros aborígenes desde su imaginación. Buscaba darles reciedumbre y dignidad a nuestros indígenas sin tomar en cuenta la cruda realidad sobre este aspecto.

Si el tema es religioso Centeno Vallenilla subraya lo sensual y erótico como una manera directa de incomodar la pacatería religiosa. Obras como “La vejez de Eva” y “San Sebastián” desgarran el velo del pudor religioso y que Eva tenga ombligo parece irrelevante ante la expresividad de reposo erótico (luego de tantos excesos y juegos eróticos) que poseen las tres figuras que conforman la composición. San Sebastián parece dormir placidamente y la sensualidad del cuerpo amarrado a un árbol y arponeado por una flecha recuerda más alguna página escrita por el Marques de Sade que a las santas escrituras.

A pesar de las polémicas que despertó en su momento la obra de Centeno Ballenilla esta nunca dejó de tener una presencia importante. Sus murales se encuentran en varios edificios públicos. Después de su muerte (agosto de 1988) el Museo de Arte Contemporáneo organizó, como justo tributo, una restrospectiva. Ironías de la vida y el arte si se toma en consideración su abierto desprecio por dicho museo. La exposición fue todo un acontecimiento y su obra pictórica, en su conjunto, se convirtió en un suceso inesperado. Su obra adquirió una renovada valoración. Su sentido estético, rozando de manera audaz lo Kistch, lo convertía en un precursor, en nuestro genio amanerado y rebelde; en nuestro clásico a destiempo imprescindible.

Pedro Centeno Vallenilla es un realista simbolista, un lírico del color, un espíritu tensado de pasión clásica. Sus excesos pictóricos le acercan a la postmodernidad. Aunque a primera vista su obra parece localista tiene un toque universal debido a que tiene algo de canalla, hay una perfección pervertida y un innegable toque de genialidad amanerada que de seguro no le permitirán pasar de moda.



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