La
pintura de Pedro Centeno Vallenilla es de un aparatoso mal gusto
y quizá esto despierta su interés hoy día.
Sin dejar al margen su inigualable talento como dibujante y su
prodigiosa destreza para utilizar el color. Los cuadros de Vallenilla
parecen regodearse en una rebuscada idealización (o metaforización
artificiosa) de nuestro acervo cultural. Indios fornidos como
los gladiadores peliculeros de nuestra infancia. Indios esbeltos
y de cuerpos perfectos equiparables a los efebos griegos: hermosos,
orgullosos y recios. La mujeres poseen una pasión sexual
desborda y exuberante. Centeno Vallenilla no escatima prejuicios
a la hora de dotar a sus pinturas de un fuerte tufo de sexualidad
desabrochada y llena de picardía pecaminosa.
Pedro Centeno
Vallenilla nació en Barcelona el 13 de Junio de 1904. Su
familia estuvo ligada al quehacer cultural de su tiempo y debido
a ello recibe todo el apoyo para encaminar su vocación.
Desde niño mostró una inclinación inusual
por el dibujo, cuya habilidad perfecciono desde los 11 años
en la Academia de Bellas Artes de Caracas y luego en Roma, París
y Nueva York. Ciudades en las cuales, luego de graduarse como
abogado en la UCV, cumplió funciones diplomáticas
para Venezuela entre 1927 y 1944, año en el cual, regresó
al país para reencontrarse con la patria, fundando en 1947
una escuela gratuita de pintura en Caracas en donde se residenció
y compartió con muchos intelectuales venezolanos hasta
su muerte ocurrida en Caracas en 1988.
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Si uno tiene
que buscarle una importancia a la pintura de Centeno Vallenilla
es imprescindible conectarla con el Kistch. Un Kistch que se apropia
de lo clásico dotándolo de un brillo exótico,
de una luz de tropicalizada sexualidad. Aunque su pintura tiene
algo de localista sus puentes indiscutibles con el gran arte clásico
son evidentes. Pintura con algo de simbolista, también
con algo de metáfora edulcorada. Para Centeno Vallenilla
la pintura era una manera directa de expresar ideas, sentimientos
y puntos de vista, todo ello revestido con el ropaje de lo lírico
y lo simbólico.
Sus reservas
con respecto al arte contemporáneo eran bastante conspicuas,
y según se ha dicho, consideraba como la única obra
de arte de valor la alfombra en la entrada del museo de Arte Contemporáneo
debido a tuvo el honor de limpiar sus zapatos en ella. Era un
artista convencido de su determinante importancia en el arte venezolano.
Era conciente de su genialidad, pero su visión estaba puesta
en el estilo clásico lo que le llevó a mirar con
desgano, e incluso con desprecio, el arte moderno. A pesar de
estos achaques de mariposón desfalleciente su obra posee
un toque sutil de contravalor vanguardista, hay algo contestatario
en su trabajo artístico, hay como una lúcida insolencia
que coquetea con lo simbólico surrealista. Su obra “El
dilema de Edipo” es paradigmática a este respecto.
Cuando aborda
los temas de nuestro acervo da rienda suelta a la metáfora
y en su obra “María Lionza”, la deidad pagana,
pintada con soberbio y magistral erotismo, parece sacada de una
página de playboy. Para pintar sus esbeltos indios, se
cuenta, que buscaba muchachos de algún gimnasio y les pagaba
para que posaran desnudos. Luego les colocaba tocados con plumas
para pintar a nuestros aborígenes desde su imaginación.
Buscaba darles reciedumbre y dignidad a nuestros indígenas
sin tomar en cuenta la cruda realidad sobre este aspecto.
Si el tema
es religioso Centeno Vallenilla subraya lo sensual y erótico
como una manera directa de incomodar la pacatería religiosa.
Obras como “La vejez de Eva” y “San Sebastián”
desgarran el velo del pudor religioso y que Eva tenga ombligo
parece irrelevante ante la expresividad de reposo erótico
(luego de tantos excesos y juegos eróticos) que poseen
las tres figuras que conforman la composición. San Sebastián
parece dormir placidamente y la sensualidad del cuerpo amarrado
a un árbol y arponeado por una flecha recuerda más
alguna página escrita por el Marques de Sade que a las
santas escrituras.
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A pesar de
las polémicas que despertó en su momento la obra
de Centeno Ballenilla esta nunca dejó de tener una presencia
importante. Sus murales se encuentran en varios edificios públicos.
Después de su muerte (agosto de 1988) el Museo de Arte
Contemporáneo organizó, como justo tributo, una
restrospectiva. Ironías de la vida y el arte si se toma
en consideración su abierto desprecio por dicho museo.
La exposición fue todo un acontecimiento y su obra pictórica,
en su conjunto, se convirtió en un suceso inesperado. Su
obra adquirió una renovada valoración. Su sentido
estético, rozando de manera audaz lo Kistch, lo convertía
en un precursor, en nuestro genio amanerado y rebelde; en nuestro
clásico a destiempo imprescindible.
Pedro Centeno
Vallenilla es un realista simbolista, un lírico del color,
un espíritu tensado de pasión clásica. Sus
excesos pictóricos le acercan a la postmodernidad. Aunque
a primera vista su obra parece localista tiene un toque universal
debido a que tiene algo de canalla, hay una perfección
pervertida y un innegable toque de genialidad amanerada que de
seguro no le permitirán pasar de moda.