Al tipo lo veía diariamente, cuando agotado volvía
de mi trabajo después de una jornada de casi doce horas. Allí estaba,
en un puesto de bebidas y golosinas en una esquina poco concurrida,
mirando a la calle detrás del pequeño mostrador. A
veces lo acompañaban algunos amigos, conversaban o se inclinaban
sobre un tablero de damas mientras bebían una cerveza. Usaba
el pelo largo y desgreñado, el rostro moreno y tosco. Comencé a
odiar su figura, parecía burlarse de mí cuando contemplaba
la existencia fácil de ése individuo que no se movía
de su quiosco para ganarse la vida.
Mi trabajo era extenuante en aquellos tiempos. Llegaba a la oficina
a encender las luces y los computadores, luego me dirigía
a la máquina del café para mi desayuno, después
de lo cual me convertía en una máquina, atendiendo
a los proveedores, calculando las cotizaciones, contabilizando facturas,
atendiendo el teléfono, mandando faxes. Cuando conseguía
almorzar en el casino siempre era con menos tiempo que el resto de
mis compañeros que incluso hacían sobremesa. Es cierto
estaba sobrecargado de trabajo, porque no sabía negarme a
que explotaran mi siempre buena disposición a decir que sí.
Por la tarde vuelta a lo mismo, siempre y cuando el jefe no decidiera
adjudicarme el análisis de algunas cuentas específicas,
lo que naturalmente me retrasaba obligándome a quedarme hasta
la noche, cuando ya todos habían partido a sus casas, con
lo cual me veía en la obligación de apagar las luces
cerca de las diez de la noche.
Otras veces el jefe nos citaba para un día domingo. – ¡Hay
que apagar un incendio! – nos decía, lo que significaba
que había algún atraso en la entrega de alguna información
para la gerencia, y allí estaba nuevamente sacrificando mis
horas de descanso en familia. Y a la vuelta, de paso por la calle
Matucana veía nuevamente al tipo asomando medio cuerpo por
la ventana de su quiosco, observando la calle. La verdad es que sentía
un profundo rencor en contra de las injusticias de la vida. Me había
sacrificado estudiando en la escuela nocturna, luego en la universidad,
siempre desarrollando labores diurnas con el objeto de solventar
mis gastos. Había encontrado trabajo en una empresa importante,
con una buena remuneración, con lo cual podría sentirme
satisfecho. Pero este tipo del quiosco echaba al agua toda la estructura
con que había organizado mi juventud. Maldecía al tipo
que pasaba todo el día sin atender el teléfono, sin
cursar facturas y sin tener que mirarle la aborrecible cara a un
jefe y sin embargo se ganaba la existencia en forma más fácil
que yo.
Había algo que no marchaba. Por una parte estaba sumamente
claro que me encontraba estresado por sobrecarga de trabajo, pero
eso era parte de del sistema de la sociedad de consumos. Lo que me
irritaba no era eso, sino el que hubieran otros individuos, como
el tipo de la calle Matucana, que se ganaban el sustento sin mayores
esfuerzos y eso echaba por tierra toda mi visión del mundo
del trabajo en aquellos días.
Haciendo un esfuerzo mental me dispuse a superar el amargo razonamiento
en contra del moreno del quisco. Comencé entonces a mirarlo
con otros ojos, el tipo es feliz y punto, me dije, quizás
no tuvo que estudiar, ni rendir exámenes, tampoco tiene una
gerencia que lo fiscalice, ni tiene que marcar tarjeta de entrada
o salida, pero el no tiene la culpa. Sencillamente se le dieron las
cosas así.
Y entonces cambié mi punto de vista, cuando pasaba cerca lo
miraba, lo admiraba y después lo envidiaba. Mis vueltas a
casa estaban marcadas por la presencia del tipo en su puesto de la
esquina, pero ya sintiendo admiración y tratando de compararme
con el. Llegué a exclamar, dentro de mí, - ¡Qué diera
yo por ser él! o - ¡Cómo me gustaría poder
cambiarme por este tipo!
Pasaron los años. Mi vida se hizo un poco más placentera.
Habían reorganizado la empresa con nuevos dueños, nueva
gerencia y mi antiguo jefe había sido trasladado fuera de
la capital. Contrataron nuevos empleados y la distribución
del trabajo fue más beneficiosa para mí. Ahora le dedicaba
más tiempo a mi familia, salía a pasear con mis hijos.
Comenzaba una nueva vida en una casa nueva en otro sector de la ciudad.
Después postulé a otra empresa y cambié de trabajo.
Ya había pasado al olvido el estrés de años
anteriores y los traumas laborales consiguientes.
Hacía muchos algunos años que no volvía por
mi antiguo barrio. No recuerdo bien los motivos que me llevaron un
día a la calle Matucana, pero al pasar por la esquina por
primera vez ví al tipo fuera del quiosco. Estaba sentado en
una silla de ruedas. Mi asombro fue grande y difícil de asimilar.
Había deseado en alguna oportunidad cambiar mi vida por la
de el, sin conocer su limitación física. Dentro de
mi algo se retorció y crujió. ¿ Qué habría
pasado si una fuerza superior hubiera colmado mis deseos en aquellos
momentos en que deseaba cambiarme por él?
No necesité de enseñanzas morales escritas. La vida
se había encargado de sacudirme y hacerme comprender que nuestras
vidas a veces son más llevaderas de lo que suponemos.
Datos
Biográficos de Rubén
Echeverría: Nacido
en Antofagasta hace centenares de años y avecindado en Santiago desde el año 1949.
Solo después de jubilar me ha quedado algo de tiempo para
dedicarme a escribir, mi gran afición, aparte de la pintura
y de la música del renacimiento. Casi
todos mis relatos son de situaciones reales que acontecen
en la ciudad, o que me han ocurrido
a mi en particular como es el caso de "Las Apariencias".
newquiz@hotmail.com
INSOMNIO
DE DOS MUJERES
ADRIANA MONSALVE
Insomnio de Susana
! Dormir. Dormir! Lo que anhela mi espíritu cansado. Tener ese olvido
que el sueño piadoso nos regala. O quizás, si la piedad fuera
mayor, soñar... Inconsciente, amigo mío, obséquiame un
panorama hermoso por esta noche. Ya no quiero llorar más.
Vencida, tomo del cajón de mi velador la tableta tranquilizante que
ayudaría mi deseo.
Me acurruco en la cama, desvalida. Siento ya hundirme en
el misterio arrobador que cada noche nos trae ese pedazo
de muerte redentora.
Y casi a punto de perderme
en sus profundidades celestiales, vuelvo a escuchar mi
nombre emanado de tus labios. Nuevamente su voz en el interior
de los oídos. Ansiosa, trémula
llamándome desde lo incógnito. Más, de pronto me despierto.
Son burlas lo que escucho; atrás quedaron las palabras anheladas. !
No, así no te quiero! No esa voz que martiriza. Debes venir a mi en
un juego radiante, como lo hacías en la playa.
¿Recuerdas ese caer derribados por las olas? ¿Recuerdas como reíamos abrazados,
los cuerpos bañados de mar, y nos besábamos entonces, saboreando
la sal en nuestros labios, sabiendo esos instantes un preludio al erotismo vivido
cada tarde.? Tus manos. Necesito tus manos deslizándose por mis intimidades.
Casi las siento, siempre tibias recorriendo mis pechos hoy entristecidos. Tus
manos eran sucias. Ya no las deseo. Manos pecaminosas que pensé sólo
mías . ¿Por qué antes trazaron surcos en la
piel de otro cuerpo? ! Quiero dormir ! Lo necesito. Una semana
ha sido mucho.
Nos amábamos. Eras tú ese paraíso que llagaba a mi volando
como éxtasis de cielo. Y bastaba una sonrisa para sentirme acariciada,
tan sólo una sonrisa y me hundía en ti, sintiendo lo glorioso
del encuentro.¿Era sólo yo quien entera palpitaba? ¿Fui una más
entre tus brazos traidores?
Sueño de noche de sábado te niegas a cerrar mis párpados
agotados de angustia, dejándome tan sólo la hiel del desengaño.
- ¿Cómo te llamas? - fueron tus primeras palabras. Triviales pero en
ti maravillosas. Desenterrábamos machas en la playa de Maitencillo y
fue el empuje de una ola que me llevó a tus brazos. Nunca más
quise salir de ellos.
Me revuelvo entre las sábanas sintiendo la impotencia rabiosa del infierno.
Amores de verano, sé , si sé lo que son. Efímeros. Alas
de mariposas, pero yo quemé las mías tratando de ir al fondo
de tus ojos, que engañosos prometían. ¿ Por qué te amé de
esa manera? ¿ Existe acaso un libro del destino donde obligaba que así fuera
? Yo, la diosa inalcanzable, yo, la diosa misteriosa, la
complacida, la caprichosa.
Enciendo la lámpara del velador y entre el desorden del cajoncito tomo
unas fotos. Cavilo con ellas entre las manos. Quiero besar sus rostro amado
que desde el cartón, habla de mentiras. ! No debo sentir pena! No, no
y no. Mañana todo esto habrá pasado .Lo miraré cuando
pase por mi lado saludándolo casual con un movimiento de mi mano. Y
sonreiré. Deberá creer que también fue mi diversión. ¡Si! ¡Eso!
Una diversión apasionada de un verano en que nos enlazamos ardientes
en la playa. Le diré que tengo novio y estaremos
a la par.
- ! Maricón! Podría contarle a su mujer, pero no. Nunca haré el
ridículo de reconocer que fui engañada. Si él es casado,
yo también habré vivido una aventura.
Sentada en la cama esperé resignada las luces de
un nuevo amanecer.
Insomnio de Sofía
Cerca de las diez de la noche, agotada me fui a la cama.
Acompañada
del guatero, amigo inseparable del invierno, no fuera que el frío
me impidiera dormir.
La delicia de gozar una hora de mi placer exquisito: dejarme
adormecer por suave música escuchada con fonos. Una vez adormilada me los quité con
el movimiento torpe producidos por los párpados a punto de caer, y,
vaya sobresalto. Mi gentil música fue bruscamente
reemplazada por el ritmo enloquecido de una sopa de caracol.
Llegaba desde
lejos, aunque audible,
espantosamente audible.
- Los vecinos del cuarto piso - reconocí enojada, pensando en los dos
jóvenes que recién vivían en el edificio - tienen que
ser ellos. Hasta cara de cumbia les hallé al conocerlos.
Tiré el guatero lejos de la cama. Su calor había dejado de ser
grato y menos grata fue la cumbia de Don Goyo que a continuación aumentó mi
ya espantosa indignación.
- ! Mierda !
Taponé mis oídos con algodón colocando sobre ellos los
fonos sin música. Inútil. El endiablado ritmo rompía todas
las barreras para hacerse audible. Habré dado unas
veinte vueltas en la cama y otras tantas a la almohada
que se calentaba
insoportable.
Necesitaba ese sueño que me estaban robando. Me cubrí la cabeza
con el plumón. Tomé del velador una tableta tranquilizante, que
tragué junto a un vaso de agua. Su poder hipnótico
fue inferior a la rabia que me posesionaba gigante desde
la cabeza a los pies.
¿ Qué podría hacer? Empecé por estirar las sábanas
de la cama que sin mi consentimiento bailaban una cumbia
completamente enrolladas.
- Creo que lo mejor es leer - me dije resignada a las circunstancias.
Ilusa. El texto bailaba en mis manos en tanto la música colombiana aumentaba
su volumen. Fumé un cigarro. Error. La habitación quedó apestosa.
Carabineros 133. Eso haría aunque fuera de roto. Estaban los fiesteros
rompiendo las leyes de buena convivencia. A la quinta llamada ocupada supe
que ese no era el camino, por fortuna .Sería a todo esto cerca de las
cuatros de la mañana y el sueño se había
evaporado. Justo cuando vi la hora, la cumbias terminaron,
pero ya era tarde
incluso para la
ira.
Sentada en el living y muy cansada vi el esplendoroso amanecer.
amonsalve-aerotec@mi.terra.cl