EL TRAZO DE LA LUCIÉRNAGA
EL TRAZO DE LA LUCIÉRNAGA
Desde Costa Rica, Rodrigo Quesada Monge
Desde niño tengo la sensación de estar solo, muy solo. Ese es un postulado existencial con el que me he desenvuelto toda mi vida, y sin embargo rara vez he sistematizado alguna reflexión en torno a él. Bastó que mi hijo muriera para que este asunto se materializara y adquiriera la importancia que merece hoy, o, la que debido a ello, tiene para mí. Esa muerte me arrojó a la cara la inmensa soledad que cargamos los seres humanos, y sobre la cual nuestra conciencia es menos que modesta.
No existe elocuencia humana capaz de explicar el profundo vértigo que produce la muerte de un hijo. Sin embargo, el nacimiento, con su reposada perfección, hace tangible la aniquilación cuando ésta nos sorprende en la carne y la sangre de nuestros compañeros de ruta más entrañables.
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