PETER WITKIN Y LA ESTÉTICA CIRCENSE.
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Durante la segunda semana del mes de octubre de este año, en el segundo festival Fotográfica que se realizará en Bogotá, el invitado de honor, es Joel Peter Witkin. Un fotografo newyorkino bastante singular quien llega al mundo del arte luego de haber trabajado en la morgue, como preparador de cadáveres. Esa próximidad a la muerte, a los cuerpos-cosa e inertes, le llevó a incursionar en el mundo del arte y a realizar una de las obras fotográficas más importantes de esta época. Sus fotografías en blanco y negro, cuidadosamente escenificadas, nos revelan el límite entre lo bello y lo feo, entre lo visible y lo invisible, entre lo que vemos y no queremos ver. "La estética de la feo" (1853) de Karl Rosekranz, ya nos daba cuenta de este límite infraleve entre la belleza y la fealdad. Además podríamos pensar que el tratado estético de Rosekranz fue posible gracias a la presencia del daguerrotipo. Lo que nos llevaría entonces, a deducir que la fealdad es inherente a la fotografía. Quizá por su cercanía a la realidad misma, por intentar hacer visible lo impresentable, la fotografía se acerca verdaderamente a lo grotezco, a lo feo, y "a lo siniestro", diría nuestro colega Pablo Acosta Lemus, en su estudio inédito sobre Peter Witkin.
El universo visual de este fotográfo nos hace pensar en ese "Jardín de las delicias" del Bosco, donde una serie de personajes, híbridos, sacados de lo más profundo de los sueños, cobran forma en la superficie fotográfica. Cuerpos cadáveres, cuerpos deformados, hibridaciones entre lo animal y lo humano, entre otras figuras, enmarcadas dentro de un perfecto barroquismo, nutren la obra de un cierto misterio donde la belleza se ha transformado; poco importa ahora la fealdad de esos cuerpos mutilados, deformados, pues, han sido cuidadosamente hermoseados mediante un decorado perfecto, donde al fin ellos pueden habitar. Sí, existe algo hermoso en esas fotos, pese al pavor que pueda despetar en nosotros, esas figuras que parecen sacadas de los mismísimos infiernos. ¿Pero acaso - parece preguntarse Witkin-, el infierno no lo vivimos todos los días? Hay algo de bello en esas imágenes que trascienden las corporeidad y la superficialidad de la belleza.
Veamos de cerca ahora algunas de sus imágenes. En la fotografía titulada "El anti-Cristo" Witkin, interroga el misterio de la vida que no logró despuntarse: dos fetos de infantes, se miran a la cara; uno de ellos está completamente deformado, en el lugar del rostro, una masa informe le acerca a la bestialidad. En el extremo inferior derecho, vemos como un rostro picassiano, nos recuerda insistentemente que la belleza es un asunto de la mirada que cambia en cada época, no propiamente de los cuerpos en sí, sino de la mirada que posamos sobre ellos. A propósito de esta referencia al arte, Witkin, realiza constantemente, citas de grandes obras de la historia del arte: "Las Meninas de Velázques" "La barca de la Medusa" de Gericault, "Las tres gracias" "El David" de Miguel Angel, O referencias a otros fotógrafos como Man Ray. Estas obras se convierten en el ejemplo perfecto para entender que "el sueño de la razón, produce mostruos" según dice la frase inscrita en la piedra mientras un personaje duerme sobre ella, como Goya bien nos lo mostró en su grabado.
"El beso" es el título de otra de sus obras, donde vemos como dos ancianos, extrañamente semejantes se besan apasionadamente. Cuando observamos con detenimiento esa imagen, nos damos cuenta que es un desdoblamiento de un mismo rostro, el cual ha sido cortado en dos, siendo la boca el único punto de unión de ese macabro beso. El beso se transforma en el último aliento de vida que queda de esa cabeza de anciano. "La mujer que una vez fue un ave" nos hace recordar a esa obra fotográfica de Man Ray, donde el mismo artista, hacía una citación a la una de las mujeres de "El baño turco" de Ingres. Una mujer de espalda, venus contemporánea, nos muestra la huella-cicatrices que han dejado sus par de alas ausentes. Pero quizá nada más grotesco como lo que se evidencia en esta otra foto, donde ese personaje que se inscrusta un clavo en la nariz, la estética del circo siempre fue impregnada con lo extraño, lo fuera de lo normal, lo deforme...
Recordemos de hecho, como las famosas ferias se enorgullecían en mostrar a esos enanos deformes, o al hombre elefante y la mujer barbada. Quizá el último lugar donde podían encontrar refugio esos personajes "horrendos", era en un circo. La historia del arte como nos lo demostró Pablo Acosta Lemus, en una de sus charlas en la Universidad Nacional, esta llena de esos personajes: los cuadros de Rubens por ejemplo, los de Velázques, los de Goya, ect. La obra de Witkin, sin duda está atravezada por esta estética del espectáculo circense, donde lo extraño, lo deforme, lo feo, lo inusitado, nos hace reir, como si la risa fuera la única alternativa para evitar caer en el llanto. Borroquismo circense, espectáculo de la fragilidad de la condición humana, las fotografías de Joel Peter Witkin, se inscriben dentro de lo que hemos llamado lo fotogénico, donde el sujeto en sí deja su lugar de privilegio para dar paso al cuerpo-objeto, al cuerpo-cosa, a aquello que dejará de ser, para recordarnos como la famosas "vanités" (pinturas flamencas) que nuestra condición humana es pasajera.
Ricardo Arcos-Palma
Bogotá, septiembre 2007.