PABLO DOMÍNGUEZ
Fotografía: Jackeline Anastasov
PABLO DOMÍNGUEZ
Cristián Warnken
Jueves 27 de Noviembre de 2008
Give me a break
Me viene a ver el poeta y amigo Diego Maquieira para entregarme dedicado un ejemplar de "Give me a break", un libro de conversaciones que sostuvo con dos jóvenes, Daniel Hopenhayn y Patricio Hidalgo, durante más de 12 sesiones en el living de su casa. Maquieira se dio el tiempo para largos diálogos, "caminatas espaciales" en las que muchas veces pierde el contacto con la torre de control. Conversar con él es dialogar con la poesía, tal vez lo último gratuito que nos va quedando en tiempos de escasez de aire. Qué difícil es traducir "give me a break": tal vez "dame un respiro". Es pedir una tregua en la carrera desbocada y loca de los días.
¿Y un respiro para qué? Para ser, para estar, para conversar, para perder el tiempo. Porque el tiempo y la muerte nos pisan los talones, y nadie tiene tiempo para nadie, ni siquiera para conversar con los que ama. Y viene diciembre, mes en que todos nos lanzamos a comprar lo que no tiene valor. ¿Y si alguien parara en mitad de esa carrera loca y gritara al cielo "give me a break"? ¿Y si lo hiciéramos todos al mismo tiempo?
Maquieira me entrega el libro y, con la voz quebrada, me comunica una mala noticia: la inesperada muerte, a los 46 años, del pintor Pablo Domínguez. No puedo creerle. Pero los poetas dicen siempre la verdad. Ha muerto un artista luminoso, un contemporáneo, un celebracionista del mar, las lomas, las montañas, los ríos y los árboles. Un pintor que le devolvió vitalidad e inocencia a la tradición paisajista chilena, y que la habitó con leopardos, cóndores, panteras como sacados de su propio cómic interior.
Con Bororo, Benmayor y Pinto D'Aguiar, Domínguez formó parte de una hermandad de pintores única, un ejemplo de amistad y creación, de comunión en la diferencia. Cuando la amistad y el arte se cruzan así, la luz entra a raudales por las telas y las almas. Me imagino que los amigos de Domínguez deben estar recordando esa vieja frase de Epicuro: "La vida es un dormir profundo, y los amigos nos despiertan a la dicha"..
Vivimos dormidos. Me incluyo. No cultivamos la vieja religión de la amistad y no nos damos cuenta de quiénes son nuestros contemporáneos, siempre pensando que la vida está en otra parte. Pero la vida no está en otra parte, sino aquí. Y aquí hay poetas fulgurantes, como Maquieira; pintores de colores puros y luz propia, como Domínguez, que nos regalan dicha gratis. Pero no tenemos tiempo para ver ni para vernos. Y la muerte es severa y se lleva a los mejores. Como si necesitara alimentarse de su luz. Ha muerto Pablo Domínguez, como ayer, hace más de 50 años, moría el joven pintor Carlos Faz, y su amigo el poeta Lihn, desconsolado, escribía: "Porque un joven ha muerto,/ pido que me demuestren, una vez más, el valor de la vida,/ antes de que este cielo de octubre me haga bajar los ojos hacia una tierra en ruinas (...)./ Tú y yo lo conocíamos./ No tenía ni el deseo de morir, ni la necesidad, ni el deber de morir;/ era como nosotros/ o mejor que nosotros,/ un hombre entre los hombres,/ alguien que día a día hizo lo suyo: reflejar el mundo (...),/ transfigurar el mundo".
Domínguez transfiguró nuestro cielo, nuestro mar, nuestras montañas. ¿Qué más se le puede pedir a un hombre, en su paso tan efímero por esta tierra? Y lo hizo con alegría, gozo, tocado por el espíritu de celebración, únicas armas con las que el arte podrá derrotar a la muerte. O, por lo menos, conseguir una tregua. Domínguez no está, pero quedan sus paisajes de colores sensuales e invitantes, en los que uno quisiera perderse como un niño en una tela pintada por otro niño. Y en la fiesta del azul y naranjas mágicos, decir "gracias", gracias al que creó un mundo propio para el goce de las almas. Si algún día se destruye esta tierra, los árboles, el mar, las lomas de Pablo Domínguez serán un refugio soñado desde donde decirles con ojos nuevos y valientes -ojos de niño- a la muerte y al tiempo: "Give me a break"...
Enviar un comentario nuevo