Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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NOVELA: YO BIPOLAR.

Capítulo XXXIX

Todos los hombres están locos y, pese a sus cuidados,
sólo se diferencian en que unos están más locos que otros.

Nicolás Boileau

Por Jesús I. Callejas


CELEBRACIÓN

Fanfarrias. El cumpleaños materno. Rosario, y en especial Julia, que ya me ha confirmado lo de su padecimiento, solicitan encarecidamente que asista "para complacerla". Bien, a forrarme de paciencia y acudir apastillado a esa celebración que poco se diferencia de las restantes. Mejor no invitar a Amelia. Profiláctico que parientes y amigos no se mezclen entre ellos, sino que permanezcan aislados cuales burbujas, contrario a los átomos de Epicuro descritos en su astracanada en la que, provistos de libre albedrío, pueden desviarse para no chocar unos contra otros. Entrego el regalo a mamá: un chal de diseño oriental que, eufórica, le muestra a todos.

Tía Josefa, buitre de salón -una vieja narizona forrada de negro; Bernarda Alba de vodevil-, asiente desdeñosa. Desde allá se acercan en bandeja de muestrario las señas de Alberto y Marta, pero nadie les presta atención y los sarcasmos quedan en su intento. Marta sirve una ronda de vermut y -no extraño, ya que planea para nuestra madre una celebración tranquila- dice al pasar junto a mí con aires de bruja condescendiente: No te ofrezco porque supongo que estás medicado. Apenas la miro: Lo estoy, pero te agradezco igual. La velada promete transcurrir sin contratiempos. Además, se han juntado para tan especial ocasión, todos los sobrinos: Esteban y Luis, hijos de Alberto, los apodados digitales, o clones, por su extraña carencia de expresiones; Adriana, de Julia; y Olga e Hilda, las de Rosario.

En diferentes momentos de la noche, según no hemos topado, todos me han dicho, como lindos muñecos seriados, por lo menos cinco veces: Hola, tío. He respondido: Hola, muchachos; Hola, Adriana; Hola, nenas. Carlos y su "saco de huesos", la modelo de esternón repugnante- andan de parranda. Las píldoras me propician una "nota" fabulosa: dupliqué la dosis. Cuando todos nos acomodamos en la mesa se me ocurre -todavía no sé por qué- alegremente que ya es el momento de que sea yo quien comience a joder a Alberto; merezco la alternativa, pero no todavía.

A las dos horas, con mis sobrinos y Julia -tenía cita amorosa- ausentes, postre recién servido por Marta, el fondo musical (uno de esos instrumentales para vestíbulo hotelero) en su cúspide y mi éxtasis pastillero cristalizado, abordo con voz-arrullo a Hilda frente a mí. Casi lo olvido: por mera abulia he preferido omitir las descripciones del comedor y de los en él compilados. Hilda querida: moderación con los tragos, no sea que algunas incómodas verdades comiencen a salpicar fuegos artificiales. Lerdo animal en la espesura, mueve hacia mí sus pupilas resaltadas por la cabellera rojiza: ¿Eh?, cuando la furibunda atención de Alberto aparenta llevar tres tardes aposentada sobre el encendido mentón. Me refiero a que no se te vuelva a escapar alguna indiscreción doméstica. ¿Y ahora qué te traes, guiñapo?, gruñe Alberto, que no me había dirigido palabra.

Se mueven las cabezas siguiendo el partido de ping-pong; hasta yo creo ver la pelota rebotar desde mi testa hacia los lentes del hermano. Brazo sobre brazo: Marta me mira escarbando en algún sitio su puñado de rencor. Calma, Alberto, ¿no ves que te está provocando? Y tú, ¿eres masoquista o qué? Porque nadie se ha metido contigo. No soy masoquista, soy qué. ¿Qué?, dice el gesto llamado Marta. Sí, eso mismo: Qué, respondo, viendo a Rosario, deleitada sin mover un músculo facial, mitigar su vermut.

Alberto, comienzo despacio, observando las actitudes defensivas suya y de Marta, en lo que mamá e Hilda tejen desconcierto: Ya que nuestra madre, aquí homenajeada, ha censurado mi maniática propensión a la coprolalia, síntoma que, por demás, no me define estrictamente cual vulgar paciente con síndrome de Tourette, y dado el inmanente histrionismo del caso, debo preguntarte con humilde, comedido tono: Alberto, ¿qué tal va tu enuresis? Dicen que hay millones enrolados en esa "secta". El rostro de mi hermano asemeja un balón de helio. El escarlata cede escaños a la palidez, ésta a la contracción de mejillas y, ¡bravo!, la relajación asegura ganar terreno en facciones abofadas. ¿Enu… qué?, rompe el silencioso puente de la mesa entre ambos la sublime Hilda, atenta a su marido. ¡Patético bufón!, retumba alternativamente hacia mí y Rosario. Disculpa, mamá, lo siento; no quiero exaltarme. Orienta mentón hacia Rosario: ¡Fuiste tú, bruja intrigante! ¡Tú y este payaso neurótico, o esquizoide, o lo que sea, son tal para cual! Rosario se limita a ejecutar su gesto despectivo con una esquina de la boca: Conmigo no, Alberto, que no estoy para histerismos; y se incorpora buscando la botella de vermut en el epicentro de la mesa, pero Hilda se le adelanta.

Mamá, cabeza inmóvil, comprime labios en tanto Marta la abraza con ojos de can magullado y Alberto se sienta controlando su deseo de remontar esta orilla para sacudirme el decoroso polvo del camino. ¿Cómo, transcurrieron dos milenios? ¿Tan pronto? Hilda acaricia su cabellera rutilante, casi la pasea como manto paralelo a la mesa. Hilda, yo sabía que me recordabas a alguien: a una de aquellas baladistas pop junto a los barrotes de mi adolescencia, cuando la TV era para nosotros en blanco y negro. ¿De qué hablas? ¿Vienes bebido?, su ingenuidad nunca ha sido tan creíble.

No seas tonta, Hilda, por dios; ¿no ves que está drogado con esas porquerías químicas que se embute a diario?, ronronea Marta, mirándome de frente -mira de frente, en el estilo de mamá, pero sin su generosidad de pupilas- agregando: ¡La verdad es que das pena! Hilda, digo aposentando en olvido el comentario de la aquí indeseable hermana; declaro que siempre soñé con una mujer de tus condiciones y temperamento pero la suerte favorece a los indolentes. ¡Estás a tiempo de salir de aquí ileso!, ruge la manaza derecha de Alberto contra la sutil bandeja fronteriza.

Y, sintiéndome imbatible, extraigo un frasco en el que se pelean -¡control, nenas!- ejemplares de mis amadas píldoras, lo abro y lanzo su contenido a lo alto, liberando cuarenta átomos -sí, imposible no recordar a Epicuro- escandalosamente sobre la mesa; cayendo la mayoría de los diminutos paracaídas sobre el merengue del pastel. ¡Hoy vengo con doble "nota"! Especial: dos por uno. ¡Animo, ánimo dadle otra perspectiva a vuestras vidas canonizadas por la amargura! ¡Mamá!, se oye la severa voz de Alberto tras soplido salvaje que eleva lentes y en el que aparenta haberse jugado la vida: ¡Mamá, por favor, si ese infeliz hijo tuyo no abandona la mesa y se larga de aquí ahora mismo, no respondo por su salud corporal! ¡Que ni se te ocurra...! No la dejo continuar: Mejor me retiro.

Discúlpame, mamá. Fabuloso despliegue, buen combustible emocional, Alberto, pero necesitas superior timbre ex cáthedra, más elocuente pasión; imagínate que estás en la corte disolviendo el sacro voto matrimonial que tanto alabas o contribuyendo a despojar a tus pobres semejantes por un puñado de metálicas lentejas. ¡Cojones, que te vayas de una vez, hijo de la gran puta, si quieres que te quede algún hueso sano!, y la montaña de músculos grasientos se eleva. ¡Alberto, qué grosero lenguaje es ése, por las dominicales deidades!, y sonrío deleitado. ¡Basta ya! ¡La que se va soy yo!, se eleva la voz de mamá de su estupor, comprimiendo afilados labios. Josefa, subamos a tu casa, por favor. La tía cernícalo, entre triunfal e indiferente, toma a nuestra madre por un brazo hasta perderse en los mármoles que la puerta hurta, no sin exclamar: ¡Qué vergüenza! Mamá advierte: ¡Se acabó la reunión, váyanse todos! Prohíbo la violencia en esta casa y fuera de ella. ¡Si se pelean no quiero que ninguno de los dos regrese! Coloca sus obscuros focos, pequeños, fuertes, en cada uno de nosotros.

Mamá, ¿por qué le permites a este mequetrefe, a este idiota que sabotee tu cumpleaños?, insiste Alberto. Ella se mantiene firme: Dije lo que tenía que decir. Lo aconsejable es que te marches de aquí en este preciso momento, me aconseja Rosario, mientras levanta la mano derecha hacia Alberto tratando de retenerlo, o paralizarlo. Rosario, exhibes hermosas manos de valquiria. Me siento flotar hacia la puerta, donde me despide. Hasta luego a todos. Alberto, inquisidor de pacotilla, te has pasado la vida insultándome, pero se acabó: ¡para mí estás descafeinado! Rosario me empuja: ¡Vete, mañana nos vemos! Vocifero: ¡Marta, eres una pandemia vinagreta! Eres como la vaca Mora: Si se la meten grita, si se la sacan llora. ¡Ordinario loco!, se escucha su alarido en la noche.

Hilda, quien amablemente recolectara mis extraviadas píldoras, me entrega el frasco alfombrado por un beso: Cuídate mucho. Es sincera. Gracias, Hilda; soplo cuando Rosario propina el portazo. Quedo afuera: Mundo, oh, mundo, gigantesca corporación acreditada por el consumo familiar, me digo en trayecto al edificio a menos de diez cuadras. ¿Es posible que no hubiera notado la poca distancia que hay entre la casa de mamá y el departamento donde vivo escondido? Más que caminar me escurro entre las aceras.

Nueve de la noche, lo que no es óbice para que el vestíbulo siga atestado de viejos hablando mierdas: de política, de chismes locales, de noticias radiales y televisivas, de la correcta estrategia para derrocar a cierto tiranosaurio de pellejudo culo desdentado y cara de vagina valleinclanesca, enfundado en pañales verde olivo, al otro lado del muro de lamentos congelados. Es inútil que se pongan de acuerdo: se bajaron bebiendo café exprés de la cafetería La Torre de Babel y nadie entiende a nadie. Decido ir por la escalera para evitar contacto con los escarabajos blancos, aunque ello no garantiza protección contra la persecución de Amelia, a quien, sin embargo, informé de la celebración de cumpleaños. Arduo discernir: ¿dos páginas o pantalla partida en mitades cuando estoy a un metro de la puerta: mamá aparece, sentada a la mesa de Josefa: Pero, por dios, ¿qué sucedió?

De pronto, así, como de la nada, vino una tormenta entre estos dos muchachos. Es una desgracia tener hijos que se odian tanto, aprovecha su malsana ocasión la tía. No es odio, Josefa; no se entienden que es muy diferente; tú sólo tienes uno pero dio más problemas que cualquiera de los míos; o ¿ya olvidaste las palizas que le diste y su comportamiento de pequeño monstruo? Ay, ¿por qué esa reacción conmigo? Me hieres… Y de eso hace muchos años. Porque sé que no te llevas con algunos de mis hijos y no tolero las intrigas. Estás muy defensiva, hermana; sólo trato de ayudarte. Y yo conozco a los míos. A otra cosa: ¿puedo o no pasar aquí un rato hasta que pase esta desagradable situación? Qué pregunta, por dios; sabes bien que sí. Gracias; es lo único que necesito, y no hablemos más del asunto. Así será. La cacatúa encamina graznidos por los pasillos del Nautilus.

Amelia aparece tras el rectángulo de su guarida: Te esperaba. ¿Qué tal la reunión a la que tanta vergüenza te dio llevarme? ¿A qué tanto misterio si ya conozco a tu madre?; ¿crees que no la veo cuando viene a visitarte? Una sola imagen ocupa ahora el espacio ante mis ojos. Amelia, no me siento bien. Por infantiloide tuve una mentecata discusión con mi hermano mayor; me va a explotar la cabeza del mareo que traigo. Mejor hablamos mañana.

Siento estremecer el pasillo, me aseguro que ya no está ahí su aspecto de lebrel, entro agitado, me alivia el hedor a mobiliario vetusto, planeo sobre el sofá mayor. Al rato me veo en la cama con el remoto en la mano sintiendo la impresión de que alguien me ha vestido y colocado ahí con la exactitud con que se manipula un muñeco dentro de su casita de aluminio. Me hago más y más hermético. ¿Y los que esto leen? Bueno, trato de mantenerlos a distancia; para eso sirve fundamentalmente la escritura, buena o mala. Eso no importa… ¿Qué no? Importa demasiado. Fascinante pedirle al psicólogo la llave, atravesar el pasillo aséptico y encerrarme por cinco minutos que se consideran años en el solitario cuarto de baño. Es mágico; me provoca alivio indescriptible.


Continúa en el próximo número de la revista.

 

Capítulos anteriores:

Capítulo I en: http://revista.escaner.cl/node/7153

Capítulo I en: http://revista.escaner.cl/node/7174

Capítulo III en: http://revista.escaner.cl/node/7231

Capítulo IV en: http://revista.escaner.cl/node/7294

Capítulo V en: http://revista.escaner.cl/node/7314

Capítulo VI en: http://revista.escaner.cl/node/7356

Capítulo VII en: http://revista.escaner.cl/node/7393

Capítulo VIII en: http://revista.escaner.cl/node/7432

Capítulo XIX en: http://revista.escaner.cl/node/7472

Capítulo X en: http://revista.escaner.cl/node/7490

Capítulo XI en: http://revista.escaner.cl/node/7526

Capítulo XII en: http://revista.escaner.cl/node/7557

Capítulo XIII en: http://revista.escaner.cl/node/7581

Capítulo XIV en: http://revista.escaner.cl/node/7615

Capítulo XV en: http://revista.escaner.cl/node/7632

Capítulo XVI en: http://revista.escaner.cl/node/7667

Capítulo XVII en: http://revista.escaner.cl/node/7690

Capítulo XVIII en: http://revista.escaner.cl/node/7712

Capítulo XIX en: http://revista.escaner.cl/node/7739

Capítulo XX en: http://revista.escaner.cl/node/7760

Capítulo XXI en: http://revista.escaner.cl/node/7785

Capítulo XXII en: http://revista.escaner.cl/node/7813

Capítulo XXIII en: http://revista.escaner.cl/node/7842

Capítulo XXIV en: http://revista.escaner.cl/node/7859

Capítulo XXV en: http://revista.escaner.cl/node/7875

Capítulo XXVI en: http://revista.escaner.cl/node/7900

Capítulo XXVII en: http://revista.escaner.cl/node/7922

Capítulo XXVIII en: http://revista.escaner.cl/node/7939

Capítulo XXIX en: http://revista.escaner.cl/node/7953

Capítulo XXX en: http://revista.escaner.cl/node/7972

Capítulo XXXI en: http://revista.escaner.cl/node/7988

Capítulo XXXII en: http://revista.escaner.cl/node/8031

Capítulo XXXIII en: http://revista.escaner.cl/node/8047

Capítulo XXXIV en: http://revista.escaner.cl/node/8064

Capítulo XXXV en: http://revista.escaner.cl/node/8083

Capítulo XXXVI en: http://revista.escaner.cl/node/8108

Capítulo XXXVII en: http://revista.escaner.cl/node/8137

Capítulo XXXVII en: http://revista.escaner.cl/node/8145


 

Fuente de la imagen: Imagen de dominio público.


 

Novela Yo bipolar, de Jesús I. Callejas, publicada en formato digital en http://www.bookrix.com/_ebook-jesus-i-yo-bipolar/
Fecha de Publicación: 01-21-2013


@copyright Prohibida su copia sin la autorización del autor.

http://www.bookrix.com/-jesusicallejas

Email sibaritamito@gmail.com


Jesús I. Callejas (La Habana,Cuba, 1956) Estudiante de múltiples disciplinas -entre ellas historia universal, historia del arte, literatura, teatro, cine, música-, afortunadamente graduándose en ninguna al comprobar las deleznables manipulaciones del sistema educativo que le tocó sortear. Por ende: No bagaje académico. Autodidacta enfebrecido, y enfurecido; lector de neurótica disciplina; agnóstico aunque caiga dicho término en cómodo desuso; más joven a medida que envejece (y envejece rápido), no alineado con ideologías que no se basen en el humanismo. Fervoroso creyente en la aristocracia del espíritu, jamás en las que se compran con bolsillos sedientos de botín. Ha publicado, por su cuenta, ya que desconfía paranoico de los consorcios editoriales, los siguientes libros de relatos: Diario de un sibarita (1999), Los dos mil ríos de la cerveza y otras historias (2000), Cuentos de Callejas (2002), Cuentos bastardos (2005), Cuentos lluviosos (2009). Además, Proyecto Arcadia (Poesía, 2003) y Mituario (Prosemas, 2007). La novela Memorias amorosas de un afligido (2004) y las noveletas Crónicas del Olimpo (2008) y Fabulación de Beatriz (2011). Reseñó cine para revistas impresas, entre ellas Lea y La casa del hada, y publicaciones digitales. Recientemente ha publicado los trabajos virtuales Yo bipolar (2012) (novela); Desapuntes de un cinéfilo (2012-2013), que incluye, en cinco volúmenes, historia y reseñas sobre cine; Arenas residuales y demás partículas adversas (2014) y Los mosaicos del arbusto (2015), ambos de relatos, así como el primer volumen de la novela Los míos y los suyos (2015).

Escáner Cultural nº: 
202

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