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La trayectoria de Matilde Cortés Puente (1936) se concreta al difícil arte de la vida, una vida consagrada al ser como expresión máxima de la condición humana desde su más compleja acepción. Mujer de grandes batallas internas, a temprana edad conoció el rostro descarnado de la vida siendo el dolor y la enfermedad el sudario de su viacrucis diario.
Matilde es una mujer de su tiempo afianzada a su pasado, época donde los rostros cambiantes del tiempo besaban un mismo espacio al ser la familia razón y núcleo de existencia. Añoranza de un pasado cuando padres e hijos departían entre risas y juegos después de largas jornadas de trabajo, quehaceres domésticos y estudios. Muy lejos quedan aquellos días de sosiego en el campo, el dulzor acre de la tierra y una infancia fulgurante; las grietas de la vida debilitan la memoria abriendo surcos por si acaso hubiera que enterrar pérdidas dolorosas.
Ataviada con el ajuar del tiempo, Matilde porta con dignidad su edad. Señora abrigada de experiencia, el destino marcó y delimitó muchas de las veces sus pasos colocándola contra las cuerdas del ring cuya única alternativa era combatir o perecer en el intento. Cicatrices en el alma suturadas por incontables pesares sin anestesia; primero su padre y más tarde el marido enfermo. Años de entrega por amor al otro pese haber condena en la sentencia. Mujer yunque de inquebrantable fe a pesar del abismo ante sus pies, ha sido fuente de inspiración en mi temprana obra porque no había dolor o alegría que ella no compartiera conmigo para bien o mal.
Con 45 años e hijos pequeños, la viudez colocó a Cortés Puente entre cuatro paredes. Prejuicios acordes a su formación atenazaban su mente para dejarse influenciar por sus verdaderos propósitos, como ser autosuficiente, pero el peso del deber y lo que es correcto puede ser una carga infranqueable, encontrando en el camino correcto la salida.
Consagrada a sus hijos, Matilde regresa a los senderos de su pasado cuando decide hacer de la evangelización su camino; porque ser hija de Paquito Cortés es una bendición que se hereda. Seguramente las nuevas generaciones no conozcan a la mujer de voz potente, delante de un gentío atento a sus palabras, pero sí sabrán de ella por el naturalismo de sus dibujos porque en Matilde Cortés Puente, el trazo a mano son las líneas de su destino; aquel que la zarandeó cual monigote de guiñol sin haber logrado que los hilos más íntimos de su esencia cedieran al paso.
Matilde Cortés Puente abre el telón de su Guiñol, para habitar el Museo de MaJiCor con sus «personajes cotidianos» en la obra, “Casa en venta, Pintura expuesta”.
No concibo un arte ajeno al dolor que para nutrirse es pasto de rebaño; mi comprensión del arte se fundamenta en cuestiones personalísimas del ser como algo inherente a su esencia, suma de un todo que en la cotidianidad de los actos tiene la dosis necesaria de vivencia estética. “La obra dibujística” de mi madre nace en el cenit de su vida, cuando cualquier gesto motriz parece distanciado de su entorno tras llegar el invierno y el último signo vital de juventud cae prisionero de una sociedad en guerra con la edad y canas del tiempo, como si la vejez denigrara al que la porta, siendo necesario agudizar los sentidos ante la falta de sensibilidad humana.
Observadora innata e incansable rastreadora de gestos, mi madre hace por encargo la primera serie de ‘personajes de utilería’ en 2013, para un proyecto en el que yo buscaba caricaturizar mi entorno. Su pasión por garabatear la condición humana es añeja aunque nunca pisó el terreno de lo formal ni como pasatiempo; retratos que resuelve con soltura e ingenio entre bocanadas de humor ácido y sentido de la vida por encima de tragedia alguna, al inyectar a sus personajes de optimismo y complicidad. Las líneas en sus dibujos muestran el carácter enérgico de quien sabe lo que quiere y el camino a seguir; precisión incierta del destino cual palma de la mano trazada al azar.
Sin ser condescendiente o piedra inamovible en sus conceptos, mi madre desarrolla diálogos epistolares donde la religión no es motivo ni causa pero sí otra manera de evangelizar, al redactar en el cuerpo de sus dibujos un mensaje que reivindica la edad adulta por encima de dogmas, prejuicios y categorías discriminatorias, como quien somete a buen juicio a la inteligencia antes que el desconocimiento zurre la cara más allá del invierno con arrugas. Considero que mi madre comenzó a liberar su mente de manera paulatina conforme las circunstancias la colocaron delante y detrás del espejo.
Sus dibujos son la expresión madura de la mujer antípoda consecuente a su formación, sin que haya el menor roce obsecuente. Considero que la religión no ha sido limitación al instante de trasvenar su mente, antes bien un camino de exploración conforme avanza la redescubre hacia horizontes entre lo políticamente correcto y la honestidad en el trazo.
Personajes cotidianos
En la serie, Personajes cotidianos, Cortés Puente recoge en la figura humana entes ‘vestidos de causa’ aislados de su entorno, sin referencia o signo de convivencia entre sí excepto parecerse a sí mismos y el personaje que representan, aunque algunas veces retrata parejas en el jolgorio de un amor universal como el guiño de un ojo risueño; composición nutrida por minúsculos versos cosidos al cuerpo amoroso de sus seres.
De uno en uno, Matilde puebla los paisajes de su mente con sujetos acordes a su entorno y tiempo, vivencias cercanas con los pobladores donde solía evangelizar. ‘Ir al cerro’ significaba recorrer a pie largas distancias de camino empedrado bajo el candente rayo de sol o lluvia pertinaz, acompañada de una o más catequistas o en el peor de los casos sola; lo cual no impedía se entregara con estoicismo a su vocación. Incontables son las historias tras una vida de servicio y entrega a los demás, tanto como las muestras de admiración y respeto que doña Mati atesora a pensar de haberse retirado de su cargo.
Artista en el umbral de su tiempo, Cortés deja recaer con exquisita sutileza las cuerdas vocales de su pensamiento sin alzar la voz pero manteniendo firme el timbre de sus planteamientos, al explorar su esencia e identidad a través de los mil y un rostros en las distintas edades del tiempo. Entrar en el espacio vital de una mujer que ha estado en tantos campos de batalla, solo a ella corresponde. Como hija puedo hacer una lectura sobre su obra, invitarla a compartir espacio expositivo, acoger sus personajes en mis habitáculos e incluso tomarla de la mano y guiar sus pasos como hizo mi padre conmigo, sin olvidar que algún día tendré que abrir mi mano y dejarla volar cual golondrina surcando el cielo de su memoria.