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NOVELA: YO BIPOLAR.
Capítulo XXXII
Todos los hombres están locos y, pese a sus cuidados,
sólo se diferencian en que unos están más locos que otros.
Nicolás Boileau
Por Jesús I. Callejas
AMELIA
Deceso en el edificio. Antier partió para siempre el vecino bastoneante. Vaya tumulto formado por la ambulancia a la llamada de un amigo con el que diariamente jugaba dominó en el pequeño jardín, no precisamente zen. Según dijeron lo ayudaron a subir porque estaba agitado por la taquicardia; el hombre se derrumbó en la puerta.
¿Cómo ocurrirá en mi caso?, me pregunto viendo pasar la camilla con el tieso. Quizás me pudra acá -en caso de que no me atropelle un vehículo u ocurra diferente- el hedor provocará derribo de nogales; o viajaré faraónico con videos y libros una vez crujiente el viejo cascarón de carne. Tal vez no viaje a sitio alguno, tal vez me consuma con los poros... o los porros (no estaría mal "expandir la conciencia" mientras se diluye). Pero debo reiterarlo: La droga debe ser privativa de individuos exquisitos, pues si un cretino, un zafio, se enreda con ellas esto se convierte en una diarrea imparable… Ya lo está.
Eres tonto. ¿No acabas de entender que la droga está cuidadosamente depositada en las calles para contribuir a la crisis de la “sociedad”? Los hijos de puta de “arriba” han diseñado su plan inobjetablemente. ¿Quieres decir los de arriba o los de más arriba? No te entiendo… Recuerda que nos presentan sólo la pantalla: los letales permanecen invisibles. ¿Quiénes? Lo sabes, no te hagas… No, nada sé. Deja de hablar en claves. Bueno, pasemos a otro tópico que es realidad el mismo con diversa máscara. Ah, ¿seguimos en la joda? El empaque biológico. Coloquemos el recién nacido ceniza entre reptiles o entre las aguas de un océano albañal o entre los tragos que la muchedumbre búfala se embute semana a semana. Ahí sale en bata de casa "la señora Robinson".
Llega Amelia; recorre mi puerta con láser de negrísimos focos como si me atrapara curioseando, por lo que, al creerme descubierto, abro de golpe tratando de hacerme el distraído: ¿Qué ocurre? ¡A su vecino le dio un infarto!, chilla la vieja con ansias de que todo el edificio se entere. Pobre hombre, finjo, pues me es igual: El asunto no es ni bueno ni malo: se marcha otro ejemplar exprimido para nutrir la especie. El alborotado grupo, con la vieja Robinson al frente, me recuerda el inflamatorio cuadro de Eugène Delacroix La libertad dirigiendo al pueblo. Y la turba se precipita a empujones por la escalera mientras el paciente ascensor soporta la carga: camilla con finado y paramédicos.
Ella y yo encapsulados en la súbita tranquilidad del árido pasillo. Qué pena. Buena persona que era, me comenta usando grajeas por pupilas. Sí, respondo atento al espejo ascensor. Un cabrón chismoso que ahora es considerado santo, como sucede con todos los difuntos. Todo el mundo es bueno cuando se engarrota para siempre, pienso. Precisamente en este momento hacía café; ¿desea una taza? El asombro me sacude: Sí, claro. ¿Se lo traigo o viene a mi apartamento? Por supuesto. Por supuesto ¿qué? Que sí, que voy; permítame cambiarme. Se aleja en lo que entorno la puerta, camino hacia el closet, transmuto las chanclas por los mocasines, camiseta por camisa, short de todos los días (no apesta) por pantalón holgado.
El tramo de mi lugar al suyo es de pocos metros; de hecho vive junto a la Robinson. Atravieso el Desfiladero de las Termópilas, en auxilio del rey Leónidas contra los persas, durante escasos pasos. Mejor allá, no sea que tras evaluar mi escondrijo se dedique a ofrecerle detalles a los demás del edificio. La fascinación (suena a facineroso) de verla pasar en sosiego se difuminará con las rosas diarias: café, pan, leche, mermelada, rocío, diálogos. Leónidas y sus espartanos, erizos de flechazos, caen lentos, pero no tarde los persas serán aniquilados. Alivio; rebaso el terrible foso. Arribo a la puerta; los nudillos golpean por sí mismos. Pase y siéntese, por favor. El lugar suelta aroma a incienso entre cortinajes acendrados. Amelia sobre piernas elegantes, curveadas. Sí, el retrato se titula Moderación de Amelia, pero no está en venta. Atrae mi atención una tambaleante colina de CD de sinfonías y óperas sobre un librero.
Desconfío al recorrer los volúmenes esotéricos: ¿Neófita fanatizada con la Nueva Era? Me acomodo en la butaca naranja semejante a mi esbelta lámpara. Amelia se apresura: Mi padre era coleccionista de música. Aquí lo puede ver junto a mamá; murió hace cinco años, ella quince. En la foto aparece un señor de alrededor de ochenta, con aspecto de juez, ojos en el recodo inferior de los lentes a punto de caer sobre el lobo blanco que le sirve de bigote. El viejo de copioso cabello cano parece inquirir: Dígame, joven, ¿cuáles son sus verdaderas intenciones con mi hija? Al lado la esposa con mueca de sumisa alegría y aspecto de nutria sindicada. Sorbo café amargo. Ella hablando sin yo espolearla. Asciendo taza, escondo ojos tras el humo, escabullendo preguntas que anticipo, pero sigue como si no me tuviera delante; me observa sin mirarme: ambos rayos coinciden en la ventana. ¿También percibe la silueta del hombre distante?
Al morir papá solicité este plan de viviendas. ¿No tuvieron casa propia?, me aventuro a preguntar. Oh, no, mis padres nunca lo quisieron y estoy de acuerdo; con eso de los impuestos nunca se termina de pagar. Asevero: Inclusive pagándola del todo al banco, el gobierno, oficializada medusa al servicio de la usura, no permite tregua con los impuestos; no pagarlos trae aparejado el desalojo. En otros países se dispone de vivienda y medicina gratuita pero se es una marioneta del sistema represivo. A los esclavos no se les mata, se les alimenta y se les otorga lo elemental para que funcionen. Estamos jodidos, no hay dónde meterse.
Tengo la impresión de haber dicho algo que le importa un pito. Su mirada se desliga cansada de la ventana hasta, resbaladiza, aferrarse a la mía. La mirada se extravía cuando exclama: Los impuestos; así es, y endereza ojos. Pudiera decirle cuánto disfruto verla ir y venir... Exhalo: Llevo cerca de dos años viviendo en este desagradable edificio. Yo casi cinco; pero siquiera tenemos sitio dónde vivir, y sigue atenta al cántaro rojo similar al del griego calendario. Baja la cabeza cuidadosamente: es la modestia misma aireando la taza; la cabellera parece el tejado de regreso, ahora sobre casita de losetas: ¿No es increíble que en tanto tiempo sea ésta la primera ocasión en que tenemos una conversación? Pausa no tan pausada: Usted me observa cuando paso a través del mirador de su puerta, y eleva los párpados frontalmente hacia... Degluto el buche de café golpeando la taza contra el plato; suenan con dolor de platillos en diabética orquesta: Espero que no le moleste; tengo la mala costumbre de fijarme en las personas que pasan... Curiosidad inevitable; me provoca interés la conducta humana ... No me molesta; y también lo hace a través de los ventanales cuando entro y salgo del edificio, sonríe casi a punto de taladrarme las pestañas. Atento a sus reacciones. Al cabo de segundos lánguidos afirma sin dejar de mirarme:
Cualquiera tiene derecho a observar a los demás; cuando uno está a merced de otras miradas es un artículo del dominio público; además, yo también lo miro a usted... y a los vecinos, por supuesto. La taza y el plato vacilan en crispada mano apelando a la rectangular mesa en mi codo derecho. Definición de agobiado deleite: artículo del dominio público. ¿Desea oír música?, se levanta con ese rejuvenecido poder de acacia insertado sabiamente en los magazines de modas. Asiento. Se entusiasma: Podemos oír algún concierto, o no, mejor ver una ópera en DVD. Carmen estaría bien; tengo diferentes versiones. Le encantará la de Maria Ewing. La he visto, interrumpo; es un montaje estilo teatro arena que dirigió su ex esposo el director teatral Peter Hall. Oh, pero es usted un conocedor. Para nada; sólo un diletante con pedantería difícil de escarmentar, afirmo sin dejar de memorizar reacciones en busca del síntoma burlón. Ninguno a la vista. Vuelve al ataque: ¿Qué tal si vemos Carmen con Julia Migenes-Johnson y Plácido Domingo? Comienzo a sentirme inquieto: También la conozco. Un concierto estaría mejor. Espere, y su perfume me riega las neuronas: Carmen, la de Triana, Carmen la de Ronda, algunas francesas, que son versiones ligeras, por supuesto, por no decir superficiales, y la música, claro, nada que ver con la ópera. Dos ballets: uno con Maya Plisétskaya, el otro con Alicia Alonso.
Dicen que Alicia es la Carmen definitiva, pero, la verdad, prefiero a Maya… Yo tenso, remota ella. A qué carajo viene esto. Disculpe, pero me sé Carmen de memoria: novela, ópera, ballet, cine. Hasta la más reciente versión, la de Vicente Aranda, que no tiene que ver con la ópera sino con el original de Próspero Mérimée y es la más fiel de todas; mi favorita, por cierto. Me entusiasmo: Nadie ha tocado en el cine español las obsesiones sexuales con tanta compleja variedad de tópicos y sublaberintos formales como Aranda. Su filmografía es de una coherencia admirable… Al verla observarme con cálida pasividad comprendo que he dicho demasiado. A ésta le importa un carajo lo que digo. Mire, si no tiene conciertos preferiría algo de Verdi o de Puccini, le digo como un vendedor en su oferta final. Pero no sé dónde los puse. Si espera un momento… Aunque podemos repetir Carmen, ¡es tan conmovedora! No lo dudo, pero ¿sabe qué?, me levanto de un salto: Será en otra ocasión; me voy, estoy indispuesto. Le agradezco el café. ¿Qué le pasa? Jaqueca repentina. ¿Una aspirina? Su amabilidad va en simetría con lo irritante. No, gracias.
Tubería de obsesivo azul añil la baña inundando tejado, ventanas, dedo, brazos, ropa, decepción departamental; la faz permanece cada vez más y más aferrada a los andamios de la taza; cortado en asombradas tajadas de pan francés sin mantequilla danesa o maquillaje efectivo. Letras en mutilada carne náutica. No tengo paciencia con estas personitas; es demasiado. Sabía que el encanto se iba a desinflar; lo intuí. Todo iba casi perfecto, pero tenía que ponerse testaruda con Carmen. ¿Cuál será su jodienda con Carmen? Ni siquiera me dio chance para preguntarle por Don Giovanni o Tosca. Trago mi ansiolítico y paneo la noche con estrellas desfondadas de tanta fluorescencia. Inesperado aguacero; abajo el jardín tranquilo por una vez. El maduro señor del bastón ruidoso tendido en la morgue; ¿dónde estará tendido el bastón ahora? ¿Nuevo dueño o nuevo basurero?
La Danza de las hachas, allegro con brío de Fantasía para un gentilhombre, de Joaquín Rodrigo. Lo hubiera compartirlo con ella. Las teclas no mienten, como los dedos. ¿Que no mienten los dedos? Y las teclas más. ¡Calla, orate sicofante! En la tarde la “dulce” Amelia golpeó suavemente a mi puerta; café compartido en su refugio, pero nada le expresé acerca de la madrugada conmigo cargando inquietud en el pijama al saber de la muerte de mi padre. Se comportó discreta; no mencionó Carmen. Abruptamente, recuperó mi simpatía.
Continúa en el próximo número de la revista.
Capítulos anteriores:
Capítulo I en: http://revista.escaner.cl/node/7153
Capítulo I en: http://revista.escaner.cl/node/7174
Capítulo III en: http://revista.escaner.cl/node/7231
Capítulo IV en: http://revista.escaner.cl/node/7294
Capítulo V en: http://revista.escaner.cl/node/7314
Capítulo VI en: http://revista.escaner.cl/node/7356
Capítulo VII en: http://revista.escaner.cl/node/7393
Capítulo VIII en: http://revista.escaner.cl/node/7432
Capítulo XIX en: http://revista.escaner.cl/node/7472
Capítulo X en: http://revista.escaner.cl/node/7490
Capítulo XI en: http://revista.escaner.cl/node/7526
Capítulo XII en: http://revista.escaner.cl/node/7557
Capítulo XIII en: http://revista.escaner.cl/node/7581
Capítulo XIV en: http://revista.escaner.cl/node/7615
Capítulo XV en: http://revista.escaner.cl/node/7632
Capítulo XVI en: http://revista.escaner.cl/node/7667
Capítulo XVII en: http://revista.escaner.cl/node/7690
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Capítulo XIX en: http://revista.escaner.cl/node/7739
Capítulo XX en: http://revista.escaner.cl/node/7760
Capítulo XXI en: http://revista.escaner.cl/node/7785
Capítulo XXII en: http://revista.escaner.cl/node/7813
Capítulo XXIII en: http://revista.escaner.cl/node/7842
Capítulo XXIV en: http://revista.escaner.cl/node/7859
Capítulo XXV en: http://revista.escaner.cl/node/7875
Capítulo XXVI en: http://revista.escaner.cl/node/7900
Capítulo XXVII en: http://revista.escaner.cl/node/7922
Capítulo XXVIII en: http://revista.escaner.cl/node/7939
Capítulo XXIX en: http://revista.escaner.cl/node/7953
Capítulo XXX en: http://revista.escaner.cl/node/7972
Capítulo XXXI en: http://revista.escaner.cl/node/7988
Fuente de la imagen: Imagen de dominio público.
Novela Yo bipolar, de Jesús I. Callejas, publicada en formato digital en http://www.bookrix.com/_ebook-jesus-i-yo-bipolar/
Fecha de Publicación: 01-21-2013
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Email sibaritamito@gmail.com
Jesús I. Callejas (La Habana,Cuba, 1956) Estudiante de múltiples disciplinas -entre ellas historia universal, historia del arte, literatura, teatro, cine, música-, afortunadamente graduándose en ninguna al comprobar las deleznables manipulaciones del sistema educativo que le tocó sortear. Por ende: No bagaje académico. Autodidacta enfebrecido, y enfurecido; lector de neurótica disciplina; agnóstico aunque caiga dicho término en cómodo desuso; más joven a medida que envejece (y envejece rápido), no alineado con ideologías que no se basen en el humanismo. Fervoroso creyente en la aristocracia del espíritu, jamás en las que se compran con bolsillos sedientos de botín. Ha publicado, por su cuenta, ya que desconfía paranoico de los consorcios editoriales, los siguientes libros de relatos: Diario de un sibarita (1999), Los dos mil ríos de la cerveza y otras historias (2000), Cuentos de Callejas (2002), Cuentos bastardos (2005), Cuentos lluviosos (2009). Además, Proyecto Arcadia (Poesía, 2003) y Mituario (Prosemas, 2007). La novela Memorias amorosas de un afligido (2004) y las noveletas Crónicas del Olimpo (2008) y Fabulación de Beatriz (2011). Reseñó cine para revistas impresas, entre ellas Lea y La casa del hada, y publicaciones digitales. Recientemente ha publicado los trabajos virtuales Yo bipolar (2012) (novela); Desapuntes de un cinéfilo (2012-2013), que incluye, en cinco volúmenes, historia y reseñas sobre cine; Arenas residuales y demás partículas adversas (2014) y Los mosaicos del arbusto (2015), ambos de relatos, así como el primer volumen de la novela Los míos y los suyos (2015).