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Por Enrique de Santiago
De la sonora eternidad del níquel
llega la vibración de mi silencio;
Stella Díaz Varín
La palabra es la clave que alienta al universo, la que surge a partir de las vocales y consonantes que se asocian, ésta en su forma de constructo para la poesía, es capaz de liberar aquellos impulsos ontológicos que afloran ante el asedio que ejercen los misterios sobre nuestra frágil existencia. De esta manera vamos dando forma a una nomenclatura que va expresando aquello emergido del alma y que se hace sonido en nuestro diapasón interno (una suerte de solmisación no-silábica) Y es entonces, cuando en su ejercicio surgen tales o cuales escritos - en este caso en particular, sonidos poéticos,- donde aparece una voz que se abre paso hacia nuestros sentidos profundos para así activar los oídos del espíritu, el paladar del ser, el tacto sensible de la piel etérica o la capacidad sensorial astral, esos sentidos que nos habitan transversalmente desde el primer día en que asomamos a este plano dimensional, este lugar donde nos sucede aquello llamado vida (1).
Es hasta aquellos receptores profundos, donde se estacionan estos “Sonidos errantes”, como errante también lo es en su sonora vida su autora: Daniela Sol, quien en estos últimos años deambula entre su vernácula latitud austral llamada Talca y aquella otra del mediodía geográfico: Ciudad de México, lugar que la acoge desde hace unos años (desde 2008). Dos urbes ubicadas a miles de kilómetros de distancia, pero ambas atravesadas por la sanguínea arteria del indigenismo latinoamericano y el mestizaje, dos regiones que en su historia pasada fueron escenario del violento encuentro de dos culturas, dos zonas del globo de similitud telúrica, ambas hijas de diosas volcánicas y sísmicas, regiones de esperanza, amor y sueños. La primera exaltada en versos por nuestro poeta Enrique Gómez Correa, fundador del grupo Mandrágora, la otra, situada como capital de la vasta nación mexicana, querida por Paalen, Péret, Matta, Leonora Carrington y otros tantos migrantes como también lo es para Daniela. Escritora que entre sus desplazamientos, ha construido este breve, pero formidable poemario, que viene a atestiguar por sí mismo, su entrada con propiedad al mundo literario de habla hispana.
La poesía es la exhalación del alma que viaja hasta otras almas, y la palabra de Daniela cumple con ese propósito, pues pareciese que antes de asomarse como poesía, la voz meridional de ésta, fue forjada en el crisol del caos primordial (lugar común y origen de todo lo fenomenológico) para luego ser extendida en alguna partitura proveniente de las esferas místicas, donde quizás por algún tiempo insondable, ésta además hubiese tenido un tiempo de estancia en las hespérides del misterio, así lo describiría si tuviese que aventurar una hipótesis que de alguna pista sobre la procedencia de estos sonidos, estos mismos que a su vez resuenan independientemente de la voz emitida y la voz percibida, es decir, cobran vida propia en un espacio de silencio-sonoro entre emisor y receptor, el que por alguna alquimia prodigiosa, baña con su acción complementaria el sonido errante de lo emitido, enriqueciendo la percepción del destinatario, para tornarlo en un eikon más voluminoso y potenciado. Esa es pues la magia de la poesía y el milagro de la palabra que como saeta de ancha resonancia, se diseña para que la distancia pueda cautelar sus contornos, una suerte de prevención hacia su hermenéutica que evite un fallo sensorial en el destinatario.
Daniela, posee, en su palabra escrita, el calibre necesario para conmovernos y no dejarnos indiferentes ante su escritura, su alta y baja marea en sentido figurado, nos inquieta y nos conmueve, no nos deja indiferentes, así es como ella va del amor al desamor, de la alegría a la voz melancólica o de la calma al desasosiego. A pesar de estos contrastes, ella va manteniendo en la construcción de su verso un estilo que la identifica y distingue como voz singular y trascendente, donde podemos notar versos como estos:
Cielo rojo, sangre que quisiera
Ser mayéutica
Pero que es agonía de la flor
Sometida a la eutanasia.
¿Y qué cosa es el poema? No es acaso un acto de parir lo inconmensurable, aquello que se expele en una búsqueda infatigable, al igual que su creadora, que busca las respuestas a la vida y la muerte, es en este tránsito de preguntas, en que la poeta sabe la respuesta última, donde la corruptibilidad de la carne es cosa cierta, más no sabemos qué será de la suerte del espíritu, y ante esto, sólo queda la certeza de la vida eterna del verso.
Yo no quiero depositar el cadáver blanco de tus ojos llorosos,
Ni tus manos de barro por los aullidos del tiempo.
En este acto, Daniela Sol, conjura con su palabra cualquier asomo de necrosis en el tejido de la memoria, lo salva con su influjo vital – el verso – y lo hace inmune contra toda muerte próxima o futura. Así su acción da vida eterna al imprimir su poesía en los muros celulósicos del cosmos eterno y circular.
La poeta, sabedora de las letras y su dominio - por sus profusos estudios – ha sido bañada con el oro alquímico de los que la antecedieron, y posee una base de conocimientos, que aunque en parte dejan su influencia en sus escritos (todos somos epígonos y nada es original en su totalidad) no le impide dejarnos su propia impronta personal, que la ubica con un brillo prometedor que le permita ser parte del panteón literario latinoamericano. Notamos una carga de simbolismo en versos como: “Caleidoscopios celestiales de sabores tricolores” o una brisa romántica en este otro: “en aquel lugar donde crepitamos de dulzura”, ambas corrientes,quepor cierto, han sido alfaguara de donde bebieron los poetas surrealistas, pues Daniela Sol, es una poeta que podría situarse circunscrita a este movimiento, o al menos en las fronteras de esta forma de sentir y vivir el mundo, pues se repiten ciertos patrones de surrealidad en sus poemas, ya sea en leves fermentos o tempestuosas erupciones. Y eso hace particular su escritura, donde sus núcleos arsico-téticos literarios, se componen de diversos ritmos provenientes de diversos afluentes sonoros.
Una de estos influjos, ha sido Ludwig Zeller, el gran poeta surrealista, con quien ha tenido una enriquecedora cercanía y amistad, dado que la tesis que ella elabora para acceder a su doctorado, se basa en la poética de este insigne creador (quien es también un hacedor de magníficos collages) Pero Daniela, no ha tomado el estilo literario de Zeller, para a partir de este generar el suyo, tampoco se ha influenciado con sus ritmos en la composición del verso o su métrica. Ella por su parte, ha rescatado de este poeta otros elementos valiosos que la inspiran, como lo es uso de la metáfora como elemento que potencia y hace audible lo maravilloso, o la pasión como medio para encontrar la esencia poética y por último, los más relevante, dar con el conocimiento de los tres pilares surrealistas, los cuales son claves para el despliegue de la creación, los cuales son: el amor, la libertad y la vida en poesía. Precisamente es a él, a quien le dedica este poema en el que revisamos dos fragmentos:
Existe una realidad paralela de piedras turquesa
una surrealidad visible en tus cejas abismales
en los ojos de agua que alimentan el oasis.
Una no realidad en tus vocales profundasnegrasincandescentes
En estos versos, fluye una apología y un acercamiento al modo constructivo surrealista, esa forma en metáfora, ascendente, que en su cenit visita las costas del delirio, extensión de lo que transgrede en forma y fondo, lo que es a todas luces una inmersión en algún piélago de la surrealidad. Pero más adelante, al avanzar en el poema, la poeta se detiene en un claro de realidad para describir un acto que posee mayor cuota de consciencia y para también formular preguntas que requieren una respuesta desde la razón. Es aquí donde Daniela, conjuga y confronta - como en otros pasajes de su poemario - la realidad y el delirio, la surrealidad opuesta a una mirada lúcida, el sueño y la vigilia.
Te miro sin que lo notes
y me pregunto ¿Cuánto de tus andares llevo yo?
Intento apropiarme de tu nombre, lúdico, lúcido
y comienzo a quedarme con tus versos luminosos.
Este libro es, en la extensión de todas sus páginas un viaje placentero, pues al transitar dentro de sus sonidos, estos nos atraen de principio a fin dejándonos con un grato gusto ante sus poemas, y allí están sus versos que son diversos en lo sonoro, los que aportan al interés del lector, el cual se acrecienta conforme se avanza en el libro, diversidad que no claudica, y que no molesta, sino todo lo contrario, ya que le confieren una riqueza métrica y una constante sorpresa que cautiva. Paisajes que en un momento de la lectura nos sumergen en sendas abisales y sombrías, para luego llevarnos a un paseo soleado de superficie. Así es como también nos hemos convertidos en “errantes” contagiados por Daniela Sol en su paso migratorio, y de quien se debe decir que sabe llevar sobre sus hombros ésta poesía, con sus sonidos suaves, firmes, ásperos o tersos, cotidianos como una calle o maravillosos y sorpresivos, como cuando desde una de sus esquinas “Los cuerpos caen con una celeste lentitud”.
(1) Ciertamente estos sentidos no físicos vienen de nuestra existencia anterior al estado embrionario, es decir, los portamos desde nuestra vida o estado original.