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Eliseo Reclus y la geografía subversiva1
Capítulo III
Rodrigo Quesada Monge2
La anarquía es la máxima expresión del orden
Eliseo Reclus
Una geografía subversiva
La ecología social que lograron vislumbrar hombres y mujeres como Kropotkin, Reclus y Emma Goldman, atribuía a la noción de espacio una dosis de potencial explicativo sobre el origen de aquellos conflictos arriba mencionados, que lograba poner en primer lugar al espacio urbano, tal y como lo harían luego Lewis Mumford (1895-1990)3y David Harvey, en tanto que escenario indefectible de luchas sociales, económicas, políticas y culturales; pero también le devolvía al espacio rural su deteriorado carácter agrario, en el cual las revueltas campesinas, cada cierto tiempo, redefinían su agenda socio-política. En regiones como América Latina, este espacio rural recuperó también su poderoso contenido étnico y lingüístico, en el que la revuelta agraria adquiere una dimensión simbólica totalmente inédita.
Ese equilibrio armonioso, racional y valorativo al que aspiraba Eliseo Reclus, entre naturaleza y sociedad, entre la construcción de espacios productivos y potencialmente creativos de nuevos espacios, según el buen decir de Mumford, requisito de toda civilización racional y éticamente sustentada, tenía que lidiar, constantemente, con una fragilidad imprevisible, en la esfera de los conflictos humanos, a los cuales Reclus llamaba lucha de clases.
Historiar la forma en que una determinada civilización construye sus espacios de cultura, sorteando los conflictos sociales y con la naturaleza, es uno de los postulados centrales de la geografía histórica imaginada por Eliseo Reclus. No es posible la producción de civilización sin imaginar los espacios correspondientes; y al revés, no es posible, metodológicamente hablando, imaginar la noción de espacio, desprovista de contenidos de civilización. Esta idea la llevaría hasta sus últimas consecuencias nada menos que el gran historiador inglés Arnold Toynbee (1889-1975)4. Las resonancias liberales de las tesis de Eliseo Reclus adquieren aquí, en la obra de este historiador, sus contornos más refinados, por los cuales resulta poco menos que imprecisa la afirmación de que Reclus había estado “enterrado” durante mucho tiempo, hasta su más reciente redescubrimiento por una ecología social subversiva y transformativa. Sin decirlo, expresamente, la historiografía liberal ya lo había recuperado hacía mucho rato.
Tal cosa no es extraña, ni sorprende, pues la totalidad de la obra de Reclus reposa sobre una concepción heroica del individuo en la que las gestiones del héroe, buscan asimilar los resultados de la lucha social (como hemos dicho, de fuerte contenido darwinista), con las transformaciones operadas en la naturaleza a consecuencia de la agresiva participación de individuos y de grupos humanos organizados. La trilogía geográfica “reclusiana”, si cabe el término, es decir, sus tres grandes obras geográficas, La Terre, La Nouvelle Geographie, L´Homme et La Terre, son obras que fueron diseñadas con el criterio metodológico liberal de que las acciones históricas de los seres humanos solo pueden ser comprendidas en su justa medida, contra el telón de fondo de su impacto sobre la naturaleza, entendida ésta, no solamente como un escenario natural, que cambia y se modifica por sí mismo, sino también como el conjunto de fuerzas que ejercen una tremenda presión sobre los resultados de aquellas acciones humanas y sociales.
En razón del método descubierto por Eliseo Reclus, tal y como lo hemos resumido arriba, y sobre el cual se ha dicho muy poco, pues se le ha atribuido a otros científicos y escuelas geográficas, en virtud de que Reclus no era un académico universitario, y además se le ocurrió participar en la Comuna de París, es posible sostener que la geografía social de nuestros días, así como la ecología social, han logrado articular y reafirmar sus ámbitos de investigación, de la misma forma que sus agendas temáticas y preocupaciones teóricas. Rara vez tal cosa se menciona, en vista de que las pretensiones ideológicas de la burguesía reconocen y premian las acciones heroicas, pero ignoran al héroe, lo vuelven anónimo, lo ningunean, lo tornan invisible. Es heroico el quehacer académico de Eliseo Reclus, pero el héroe, en este caso, debe ser obnubilado, oculto tras las brumas del tiempo y la indiferencia de los gabinetes científicos, pues el perfil de sus acciones políticas y revolucionarias es peligroso para quienes continúan cultivando el prejuicio de que la ciencia no tiene sustrato social, económico, político e ideológico.
La lidia constante de Eliseo Reclus con su editor Hachette por más de cuarenta años, para que el primero no dejara traslucir su ideario político en sus obras geográficas, las cuales, según el buen criterio de los positivistas “comtianos” del momento, no deberían permitir que las veleidades ideológicas de los autores dieran al traste con la supuesta ciencia dura que se encontraría detrás de cada una de ellas, es el fiel reflejo de esta incómoda tirantez entre ciencia e ideología, entre heroísmo y héroe, entre anarquía y autoridad, entre individuo y sociedad que penetró la totalidad de la obra escrita de Eliseo Reclus, incluso de su correspondencia y de su labor periodística y divulgativa5. Las obsesiones de Eliseo Reclus por justificar y legitimar su individualidad, que se notan en su correspondencia y en sus artículos para la prensa, no constituyen una precisa y razonable defensa de sus presuntas ideas anarquistas. Eliseo Reclus creía, como buen académico liberal, republicano y cristiano, que las sociedades evolucionan, y que las gestas revolucionarias son los bemoles irresueltos de aquella evolución6.
Durante los años sesenta del siglo diecinueve, los hermanos Reclus, Eliseo y Elías, vivieron eventos y situaciones que aguzaron su ideario anarquista, pero también sus contradicciones políticas, sociales y doctrinarias. Algunos autores apuntan a que el primer anarquismo de Eliseo Reclus, hacia 1851, está todavía bajo la impronta del cristianismo ortodoxo y radical de su padre; pero que su ingreso militante, aunque discreto y desteñido en la Primera Internacional de los Trabajadores, fundada en 1864, impulsa hacia delante un conjunto todavía desarticulado de ideas, sentimientos e impresiones, recogidos sobre todo de sus vivencias geográficas y antropológicas en países como Estados Unidos y Colombia. Sería, sin embargo, la derrota de la Comuna de París en 1871, la que fijaría los postulados esenciales del comunismo anarquista de Eliseo Reclus.
Esa década de los años sesenta fue decisiva en muchos aspectos, pues la militancia errática, excesivamente prudente y distante de los hermanos Reclus reforzó, por otro lado, sus intereses científicos y fortaleció indiscutiblemente la vocación como geógrafo de Eliseo y la de etnólogo de Elías. En el verano de 1869, por ejemplo, el primero conoció a Marx y, junto con Mosses Hess, intentó ponerse de acuerdo con el revolucionario alemán para iniciar la traducción al francés del primer volumen de El Capital, el único que aquel alcanzaría a publicar en 1867. Pero en vista de que los traductores pretendían resumirlo, y no se estableció ningún acuerdo razonable sobre los emolumentos que cobrarían, la tarea tuvo que postergarse. Marx y Engels empezarían a emitir criterios sesgados sobre Eliseo Reclus en 1876, cuando argumentaban que los dos hermanos eran discípulos de Bakunin, por quien no tenían ningún respeto académico en cuanto a cuestiones económicas, y que los dos habían demostrado ampliamente su impotencia política durante la Comuna de París7.
El mismo Bakunin, según Marie Fleming, puede haber tenido serios desacuerdos con los hermanos Reclus8; sobre todo con Elías, a quien acusaba de cortejar a la prensa de la “burguesía radical”, cuando planteaba sus dudas y reconvenciones sobre el problema electoral, y acerca de las supuestas bondades de las medidas liberales impulsadas por Napoleón III, con relación a materia sindical y laboral. Ese coqueteo con la política electoral y parlamentaria, así como con las deformaciones racionalistas de los masones, y de los librepensadores de la Francia del Segundo Imperio, conducía a contradicciones que no parecían perturbar la buena conciencia de los hermanos Reclus, pero que incomodaban a revolucionarios anarquistas del calibre de Bakunin, para quien la estrategia conspirativa y su obsesión por fundar sociedades clandestinas, buscaban fomentar una mayor agresividad organizativa de parte de los trabajadores y de los campesinos, en contra de monarquías adocenadas y de burguesías oportunistas aterrorizadas con la sola idea de la revolución proletaria.
Cuando Eliseo Reclus rechazó de plano, el encargo de Bakunin de convertirse en su agente de prensa y de agitación política, durante las jornadas revolucionarias liberales en la España de 1868, la amistad de ambos hombres pudiera haberse enfriado por un momento, aunque al final de cuentas, Bakunin le pidió a Eliseo Reclus terminar siendo algo así como su albacea testamentario con relación a su legado político e ideológico. Los prejuicios de Bakunin contra el parlamentarismo y el liberalismo de Elías Reclus cristalizaron cuando éste se hiciera cargo de la misión frustrada que su hermano Eliseo hubiera rechazado. Las deformaciones mutualistas y cooperativistas de Elías Reclus, de acuerdo con Bakunin, solo podían evocar un sentido de la revolución en aquel, que no iba más allá de las posibles concesiones que se le pudieran arrancar a la burguesía, en un momento revolucionario determinado, como lo había probado el liberalismo postizo del Segundo Imperio, presa del pánico de que una segunda oleada revolucionaria, como la de 1848, sacudiera a Francia nuevamente.
Después de la derrota de la Comuna de París, el movimiento socialista, el pensamiento radical revolucionario y, por supuesto, el desarrollo y crecimiento organizativo del movimiento obrero sufrieron un desplome realmente significativo. Esa derrota de la Comuna puso en evidencia que había mucho por hacer. Todo lo relacionado con la prensa, las acciones revolucionarias, las organizaciones, los liderazgos y las consecuencias políticas de los mismos fueron sometidos a un escrutinio sin precedentes, tal vez solo comparable con lo que hubiera sucedido en la etapa final de la revolución burguesa en Francia, en 1789 y 1848, así como lo que vendría con la revolución bolchevique, luego de la muerte de Lenin en 1924.
Se trataba de impulsar una revisión de las teorías, del contenido y los resultados de las acciones políticas, de los periódicos, de las revistas y de la educación revolucionaria en general. Todo esto iba dirigido a reacomodar los peones en el tablero que pudieran hacerle frente a la nueva oleada represiva que se barruntaba. Porque las burguesías europeas se preparaban, poco a poco, ante la conflagración que se avecinaba con la Primera Guerra Mundial (1914-1915). Pero, antes, entre 1870 y 1914, la belle époque auguraba un período de prosperidad, crisis, expansión imperialista, crueldad y genocidio, aplicados contra los pueblos colonizados, y contra los movimientos populares nacionales, de tal magnitud que haría de las burguesías europeas, sobre todo de la inglesa, la francesa y la alemana, los puntales de la guerra que terminaría por devastar al mundo, y replantearía totalmente el significado de la lucha social, fortaleciendo al mismo tiempo el perfil ideológico del sistema económico.
No cabe duda que lo sucedido con la Comuna de París fue una lección inolvidable. Pero sus enseñanzas, junto a la leyenda construida en torno a ellas, residen más bien en lo que pudo haber sido y no fue; contrario a lo que realmente sucedió en dicho momento. A partir de ese instante, los hermanos Reclus, perdieron por completo su fe en los partidos políticos de la burguesía liberal y republicana radical, así como en el socialismo autoritario de inspiración marxista. De acuerdo con algunos escritores, el pensamiento y el quehacer socialistas, de ahí en adelante, se fragmentan en tres direcciones. Por un lado tenemos al socialismo autoritario, por otro lado al socialismo parlamentario y democrático, y, finalmente, por otro, a los anarquistas, quienes serán vistos como una rara e intolerable excrecencia de todo lo sucedido con la Comuna de París.
Si los hermanos Reclus, Eliseo, Elías y Paul, se comprometieron en los eventos iniciales de la guerra contra la invasión alemana y el sitio de París por las tropas de Bismarck, en julio de 1870, cuando la guardia nacional francesa se negó a entregar las armas, en marzo de 1871, y se integró el Comité Central Provisional de la Comuna de París, para enfrentar ahora a las tropas de Thiers, apoyadas por los alemanes, fue porque sus convicciones nacionales, republicanas y parlamentarias, todavía eran muy fuertes. Eliseo creyó hasta la derrota final que era posible obtener resultados legislativos y judiciales, mediante un juego de pesos y contra pesos que hicieran del Estado burgués una maquinaria maleable e influenciable. Incluso creyó que presentar su nombre en dos ocasiones para las elecciones municipales de febrero de 1871, haría posible el ejercicio de cierto grado de influencia en los bien engrasados mecanismos del Estado burgués.
Pero este último reveló su verdadera naturaleza cuando Thiers le pidió apoyo a Bismarck para sacar a la chusma parisina de sus guaridas comuneras y de sus trincheras callejeras. Los hermanos Reclus, de esta forma, pudieron presenciar, ante sus propios ojos, el verdadero carácter de clase del Estado burgués, dispuesto a todo, por impedir que los trabajadores y la clase media radicalizada, aglutinados en torno a la Guardia Nacional, se hicieran con el poder. A partir de ese acontecimiento, la suerte de París estaba echada. Entre el 18 de marzo y el 26 de mayo de 1871, los comuneros se organizaron para impedir que las tropas de Versalles recuperaran París y la pusieran en manos de los alemanes como el trofeo que estaban anhelando, después de una guerra en la que se apropiaron no sólo de Alsacia y Lorena, sino también de la dignidad nacional burguesa de Francia, la cual tendría que reconstruir a partir de sus aspiraciones imperialistas y colonialistas.
La derrota de Francia ante los alemanes en 1870, no sólo aceleró la formación de una ideología colonialista más agresiva, sino que también, al surgir la III República, los socialistas y los radicales de todos los pelajes en Europa tomaron consciencia de que la revolución en Francia había retrocedido considerablemente. Tal cosa la percibieron los hermanos Reclus con mucha claridad. Estaba visto que la recuperación del movimiento popular tendría que operarse de forma irregular y desigual, pues los primeros congresos que empezaron a realizarse, a partir de 1876, reflejaban la desintegración ideológica y estratégica que la derrota de la Comuna había generado. No es casual que ese último año mencionado apareciera en la prensa anarquista por primera vez el concepto de “comunismo anarquista”. Se había alcanzado el punto de una profunda decantación estratégica, ideológica, política y militar si se quiere, del movimiento popular en la Europa industrializada de fines del siglo XIX. La aparente desesperación y desarticulación transitoria en la que entrara el movimiento popular por esos años, pudieran haber contribuido notablemente a un empuje de la violencia revolucionaria, pues los atentados y las “expropiaciones” que tuvieron lugar en 1878, 1892 y 1894, marcaron la pauta para una forma de concebir la lucha de clases en la que había mucho de artesanal, de improvisación e irracionalidad.
Es un hecho que los años vividos por Eliseo Reclus en Suiza, aquellos que median entre 1872 y 1894, aceleraron su ubicación como científico y como revolucionario, y le brindaron un conjunto de herramientas sociales y políticas que le permitieron precisar con rigurosidad algunos de elementos más conspicuos de su teoría del “comunismo anarquista”, la cual no es creación suya únicamente, sino también de varios otros de aquellos luchadores que lo acompañaron al exilio después de la derrota de la Comuna. Las reuniones, los congresos, las conferencias, las charlas y, sobre todo, el periodismo, fueron instrumentos generosos en ideas, discusiones y movimientos para facilitar el diseño de una estrategia revolucionaria que remontaba los convencionalismos del viejo socialismo utópico de gente como Fourier, pero también del supuesto “socialismo científico” de Marx y Engels. Para los años noventa, la cantidad de periódicos (unos diecisiete), dedicados a los debates, los desmenuzamientos y la promoción del pensamiento revolucionario y de sus estrategias correspondientes, era un indicador connotado de lo que estaba sucediendo en el medio socialista organizado.
Como su anti-estatismo se ha tejido en una lucha feroz por despojarse de sus últimos vestigios de republicanismo y de parlamentarismo, una lucha interna, contra sí mismo y contra los que quisieron convencerlo de lo contrario, su amor por la humanidad no está desprovisto de ingredientes violentos, de fuerza, que buscan explicar la necesidad de que los anarquistas se organicen para que la revolución no sea simplemente caos, desorden y, de acuerdo con Eliseo Reclus, violencia llana y brutal, con la cual algunos buscan derribar al sistema capitalista, con bombas en las escaleras y los ascensores.
Esta clase de violencia nunca fue de su agrado. Era muy importante precisar el objetivo revolucionario, establecer las posibilidades de éxito y de fracaso, pues ya la Comuna de París les había enseñado bastante, a muchos como él, el verdadero sentido de estas reflexiones. Reclus era de los anarquistas que defendían la tesis de que el fin justifica los medios, en situaciones revolucionarias críticas. La evocación de la ética jesuita, que se asoma aquí, pareciera proceder de la vieja influencia de su padre. Para Eliseo Reclus, fue la ausencia de esta claridad teórica y práctica la que provocó la derrota de la Comuna. Muchos de sus colegas y correligionarios, debido a ello, lo acusaban de estar olvidando el ideario “tolstoiano”, el ideario cristiano de que una bofetada en la mejilla izquierda, debía ser compensada con otra bofetada en la derecha. Pero Eliseo Reclus sostenía que había dejado de ser cristiano hacía mucho rato, y que nunca había creído en la tibieza y abyección presentes en el supuesto ideario promovido por el gran escritor ruso, León Tolstoi, por el cual sentía un gran respeto intelectual y artístico, pero nada más.
Para Eliseo Reclus, particularmente, pues no está muy claro que sus hermanos Elías y Paul hayan pensado lo mismo (aunque sus biógrafos más prestigiosos han establecido que su sobrino Paul, el hijo de Elías lo acompañó en varias empresas editoriales), el sistema capitalista era en realidad una máquina de moler carne. La mentalidad revolucionaria, profundamente anti-capitalista de Eliseo Reclus fue más allá del simple gesto, o de la pose intelectual y académica. Conoció y asumió con todo lo que ello implicaba, los grandes descubrimientos hechos por Marx, en torno al funcionamiento del sistema económico (ya hemos visto que estuvo a punto de traducir el primer volumen de su obra magna, El Capital), y, además, siempre se mantuvo en contacto con dirigentes obreros, como los célebres relojeros suizos del valle del Jura, con la prensa obrera, y las organizaciones clasistas, aunque, en muchas ocasiones los debates y las discusiones, sobre temas estratégicos y tácticos, lo dejaban por fuera, agotado por su intento de que la gente comprendiera, que la única primacía en el sistema económico debería tenerla el bienestar de la gente, y no la ganancia.
Cuando la ganancia hacía su aparición, y aquí reside el meollo de toda su “geografía subversiva”, las relaciones entre los hombres y de éstos con la naturaleza entraba en un conflicto insalvable, el cual solo hacia las lamentaciones y la amargura podía conducir. La geografía social, la geografía humana de Eliseo Reclus, reposan sobre una vasta investigación y comprensión de que las relaciones entre los seres humanos y la naturaleza deben provocar el nacimiento de lo que él llamaba “la fraternidad universal”. Este último concepto, surgido de su vieja idea de la “república social”, iba más allá de las limitaciones impuestas por los estados nacionales, las fronteras, las etnias y las lenguas en que se fragmentaba la civilización burguesa. Por ello, con mucha anticipación, proponía la “rebeldía permanente”, la “revolución permanente” contra los abusos sociales, naturales, políticos y humanos que el sistema económico le propinaba a las personas.
El legado revolucionario
Estos últimos dos conceptos mencionados, no los podemos dejar pasar inadvertidos, pues tienen demasiado contenido histórico e ideológico, al menos en lo que concierne a la labor de agitación y publicidad del ideario anarquista en el que creían los hermanos Reclus. La rebeldía permanente no resumía solo una actitud existencial o vital con relación a la vida cotidiana y al quehacer revolucionario del anarquista auténtico. Tampoco se reducía, como han pensado algunos, al hecho de que una dieta vegetariana te vuelve revolucionario de la noche a la mañana, por la cantidad de algas, de hongos o de quesos feta que consumas diariamente. El vegetarianismo en el caso de Eliseo Reclus era una cuestión de salud simple y llana; y una forma también de conjurar sus demonios infantiles, cuando presenció, en más de una ocasión, las tareas infames que se realizaban en las carnicerías y mataderos de Sainte-Foy-La grande, su pueblo natal.
Pero además, la rebeldía permanente implicaba un compromiso cotidiano con la labor intelectual, denunciadora y creativa de quien creía, a pie juntillas, que había un vínculo estrecho entre la moral con que se asumían los hechos de la vida cotidiana (levantarse temprano, no hacerle ascos al trabajo, estar siempre dispuesto a conversar y compartir con los amigos, la familia y la gente que te busca simplemente para preguntarte sobre algo que la inquieta), y un proyecto revolucionario de largo alcance, aquel comprometido con los constantes señalamientos, críticas, reflexiones y denuncias que se hicieran contra un sistema económico, especialmente diseñado para aplastar a las personas, metidas en una jornada laboral pensada para enriquecer cada vez más a una minoría, y despojar y someter a la gran mayoría.
En este proyecto revolucionario que, para Eliseo Reclus tenía una textura histórica incuestionable, es decir portaba un futuro asegurado, aunque las reverberaciones teleologistas de su creencia no lo arredraban para sostener que el fin justifica los medios, la labor académica y científica era ineludible, pues constituía el sustrato del cual se nutrían las muchas rebeliones que podían componer una condición revolucionaria. Esto hacía que su tratamiento de la rebelión tuviera una naturaleza muy distinta a la elaborada por los bolcheviques, los leninistas y los marxistas autoritarios.
Para Reclus, varias evoluciones podían componer una revolución, la cual a su vez podía dar lugar a nuevas evoluciones, y así sucesivamente, sin que una pared totalitaria, al fin del camino, impidiera el avance hacia esa sociedad armoniosa y justa con la que soñaba. Si para los socialistas autoritarios muchas rebeliones podían integrar una situación revolucionaria, esta última, una vez que hubiera cristalizado, se paralizaba y detenía su avance. Como puede verse, el asunto estaba perfectamente articulado al problema de la percepción de clase que tuvieran los revolucionarios. La rebeldía y la revolución eran el privilegio de los inconformes, de los desajustados, de todos aquellos que por su ubicación de clase en la estructura productiva del sistema económico, solo podían recibir migajas, discriminación y maltrato. Con la dictadura del proletariado, decían los anarquistas como los hermanos Reclus, la rebelión entraba en un nuevo proceso autoritario de cristalización clasista que, a ellos, les resultaba inaceptable, desde la perspectiva histórica y ética.
Por otro lado, mucho antes de que a Parvus o a Trotsky se les ocurriera hablar de revolución permanente, a los hermanos Reclus el concepto les pareció oportuno, sin explicitarlo abiertamente, para saldar cuentas con el parlamentarismo pequeñoburgués, y todos los mecanismos establecidos por las clases dominantes en el sistema capitalista, conducentes hacia la democracia representativa, a los juegos electorales y a las jerarquías estructuradas sobre bases autoritarias9. Si se ha de entender a la revolución permanente como ese largo y complejo proceso revolucionario de profunda esencia clasista, que conduciría a los trabajadores al poder, sin tener que pasar por los estadios definidos por los estalinistas como el requisito indispensable para darle sentido a la revolución, el concepto ya se encuentra bien avanzado en su definición intuitiva en muchos de los trabajos, ensayos, conferencias y cartas de los hermanos Eliseo y Elías Reclus. Con la gran diferencia de que para estos últimos, sobre todo para el primero, la revolución no tenía por qué sujetarse a un proceso etapistacondicionado por la racionalidad cartesiana, y el autoritarismo burgués de inspiración hegeliana, que encuentra en el fortalecimiento de las instituciones del estado, el legítimo sustrato de la dominación burguesa y capitalista.
Los comunistas libertarios, como los hermanos Reclus, Bakunin, Kropotkin, Emma Goldman, Alexander Berkman, Errico Malatesta y otros entendían que la revolución permanente, no era únicamente el producto de varias rebeliones y evoluciones orientadas a provocar la condición revolucionaria, explosiva, espontánea y ampliamente participativa, que se agotaría de un chispazo en las trincheras, las manifestaciones callejeras y el enfrentamiento con la policía. Su percepción de la revolución iba más allá de la idea obsesiva por desmantelar la estructura jerárquica y autoritaria del poder, y de la destrucción del aparato burocrático-militar del Estado burgués. Para los comunistas libertarios era más importante la gente, organizada en múltiples maneras diferentes, con el afán de defender y proteger sus derechos, sus necesidades y sus esperanzas.
Porque, recordemos, mientras Kropotkin y Marx estaban preocupados sobre cómo dividir la jornada laboral diaria entre trabajo mental y físico, Eliseo Reclus lo estaba más por darle a la gente la posibilidad de escoger qué clase de día de trabajo quería realizar. Para Reclus, fundamentalmente, la anarquía era la perfecta tolerancia, el absoluto reconocimiento de que los otros tienen libertad de escoger, y de darles la posibilidad de hacerlo. Eso incluía, por supuesto, ofrecerles a las personas la alternativa, la esperanza de optar por jornadas laborales en las que la explotación, la humillación y el maltrato no fueran posibles, como sucedía en el sistema capitalista.
Eliseo Reclus, tal vez en mayor medida que Kropotkin, creía que era posible construir una sociedad socialista en la que la cooperación fuera el componente vertebral; una sociedad anarquista comunista, diferente de la sociedad mutualista con la que soñaba Proudhon, el cual no pretendía destruir al mercado, sino solamente al gobierno; y más bien ampliar la propiedad privada, antes que destruirla por completo. Eliseo Reclus aspiraba a la aniquilación del sistema socio-económico, lo cual vuelve ridícula cualquier afirmación de que era un republicano o un liberal disfrazado, porque en realidad sus aspiraciones políticas eran de orden colectivista10. Cada vez que se le acusa de republicano o liberal agazapado, tal acusación reposa sobre una pobre, o tal vez muy tibia, apreciación de los cambios que introdujo la experiencia de la Comuna de París, en la conciencia política y social de los hermanos Reclus. Es curioso, pero, a pesar del gran respeto y apreciación que Bakunin tenía por ellos, es a él a quien debe atribuirse el sambenito de que los hermanos Reclus no eran más que intelectuales pequeñoburgueses agazapados detrás de los intereses y de los afanes de la gran burguesía europea.
Los intelectuales anarquistas siempre buscaron identificarse como el partido de los rebeldes, sobre todo después de 1879, cuando fundaron Le Revolté, que vendría a sustituir otros dos periódicos, Le Travailleur y L´Avant Garde concebidos para propagar la idea de la acción por los hechos, tanto así como para que el último fuera cerrado por las autoridades suizas, arguyendo que sus reportajes y análisis eran demasiado radicales. La acción por los hechos, giraba en torno a un conjunto de ideas propuesto por Reclus: 1-toda revuelta contra la opresión es en sí misma progresista; 2-el paso de toda revuelta espontánea contra la injusticia, en una revuelta consciente significa un avance considerable; 3-la decisión de realizar cierta clase de actos de rebeldía debe reposar en la voluntad popular. Esto fortaleció el argumento de que el fin justifica los medios. Los actos de violencia se propagaron y aunque algunos de sus compañeros retrocedieron, ante la evidencia de que la violencia no conducía sino a más violencia, Reclus siguió manteniendo una posición ambigua sobre esta clase de propaganda.
La situación se volvió crítica entre 1878 y 1890. Por ejemplo, en febrero de 1878, Vera Zazúlich asesinó al jefe de policía de San Petersburgo, Petrov, por el trato brutal y represivo que les había dado a los del movimiento radical conocido como Ir al pueblo. En mayo y junio de ese mismo año, dos atentados tuvieron lugar para asesinar al Emperador alemán. En octubre se intentó lo mismo con Alfonso XIII, el Rey de España; y en noviembre el rey Umberto de Italia fue también víctima de un atentado terrorista. Todos estos eventos fueron atribuidos a los anarquistas. Pero el asesinato más sonado fue el del Zar ruso Alejandro II en 1881, por Sophie Perovskaya, del grupo Narodnaya Volya (la Voluntad del Pueblo), un atentado que fue concebido por algunos anarquistas como algo ejemplar y digno de emulación; tanto así que recibió las positivas consideraciones de Kropotkin y de varios liberales occidentales11.
Hacia los años noventa del siglo XIX, Reclus se volcó más hacia su trabajo académico, pero no olvidó por completo sus intereses políticos reales. En ese momento el movimiento socialista organizado desarrolló una inclinación sugestiva y sostenida hacia el anarco-sindicalismo, sobre el cual Reclus tenía grandes simpatías, pero no compartía sus estrategias de lucha. De la misma forma, Reclus rechazó el ingreso de los anarquistas en la Segunda Internacional, fundada en 1889, pues ésta proclamó abiertamente sus simpatías hacia los procedimientos parlamentarios, para avanzar progresivamente hacia la sociedad socialista, algo en lo que Reclus jamás creyó, menos aún cuando los anarquistas fueron expulsados primero en 1893 y definitivamente en 1896 de aquella organización.
El camino anarquista hacia el socialismo tiene que evitar el aventurerismo parlamentario, la tragedia del despotismo burgués, y la frustrante oferta hecha por el socialismo marxista de una dictadura del proletariado, sostenía Eliseo Reclus. Estamos acostumbrados a fijar la disputa entre marxistas y anarquistas desde la Primera Internacional, cuando Marx y Bakunin se enfrentaron por el dominio y control de la misma12. En realidad esa separación se dio con todas sus implicaciones durante la Segunda Internacional, pues fue aquí donde adquirió toda su potencia teórica y estratégica. El predominio y auge del marxismo, no sólo desde la perspectiva ideológica, sino también política y organizativa, dentro de las filas de aquella organización, hicieron que algunos activistas e intelectuales anarquistas se replegaran hacia las labores académicas, como le sucedería a los hermanos Reclus, sino también hacia la ejecución de acciones individualizadas, que algunos consideraban de naturaleza terrorista, y que les granjeó una importante dosis de aislamiento, sobre todo en los países latinos y eslavos.
Después de los años noventa del siglo diecinueve, el anarquismo pasó a ser una especie de orden clandestina, más propicia para una visión del mundo sustentada en un radicalismo anti-clerical, anti-capitalista y anti-estatal, propios de académicos y políticos rebeldes, desencajados del orden natural de las cosas, es decir burgués. Es en este momento, cuando nace la leyenda del anarquista como alguien siniestro, enloquecido y tenebroso, atormentado por sus contradicciones éticas y su neurosis social, torturado por policías anónimos, siempre perseguido por culpas y remordimientos insondables, como les sucedería a muchos de los personajes de las novelas de Fedor Dostoievsky (1821-1881) y de Joseph Conrad (1857-1924)13.
Para Elieo Reclus la única forma de establecer una sociedad anarquista era mediante un proceso revolucionario en el cual predominara la conciencia, antes que el instinto o la buena voluntad. Su percepción del anarquismo se iluminaba con un acercamiento riguroso e instrumental a la realidad, que solo el método científico podía facilitar. Esto hacía que su proceso de indagación, recolección de pruebas, indicios, apuntes, pruebas y errores, fuera diferente al de Kropotkin, quien siempre creyó en la posibilidad teórica y metodológica de crear un nuevo sistema de ideas cerrado sobre sí mismo, algo contra lo que él, Reclus, estaba en contra, pues detestaba toda clase de sistemas que tuvieran el poder de dar respuestas a todas las preguntas planteadas en su propio interior, como le sucedía al marxismo. La crítica posterior haría suyas estas observaciones, pues las inculpaciones anti-metodológicas no iban contra el pensamiento sistemático, sino contra los dogmas científicos, todavía contaminados por los mitos de la alquimia medieval14. Por eso nunca creyó en la posibilidad de que el anarquismo pudiera convertirse en un proyecto social realizable a través de la democracia parlamentaria, del anarco-sindicalismo, del terrorismo o de la dictadura del proletariado, todos ingredientes de una quiromancia social portadora de un fuerte tufillo a despotismo15.
Conclusión
Eliseo Reclus murió un año después que su hermano mayor, Elías. Había vivido una temporada productiva, reflexiva y muy acompañada en Bélgica. Durante una época sintió con fuerza la extrañeza de no estar autorizado para practicar la docencia, él, que era un gran conversador, un hombre inclinado a las amistades auténticas y duraderas. Sus distintas casas, en los diferentes lugares y países donde buscó refugio por razones políticas o científicas, permanecían llenas de gente, de acompañantes y amigos que lo visitaban constantemente; algunos con el afán de compartir compromisos, otros con la esperanza de encontrar respuestas a las grandes preguntas que los acongojaban.
Hasta el final de sus días, Eliseo Reclus creyó en la necesidad de que sus trabajos científicos y políticos se conocieran y se divulgaran, con el uso del mejor medio posible, la pedagogía. Si hay algo que agradecerle a Eliseo Reclus, es habernos descubierto la posibilidad real de que los hallazgos geográficos fueran patrimonio de toda la humanidad, y no de unos cuantos privilegiados. A todo lo largo de sus relaciones con Hachette, la editorial que le publicó prácticamente toda su obra, siempre mantuvo viva la llama de que su trabajo científico llegara a la mayor cantidad de gente posible. De hecho, su gran obra L´Nouvelle Geographie, se publicó inicialmente en pequeños cuadernos cuyo costo era de unos cuantos centavos. Charles Dickens, el gran novelista inglés, hizo lo mismo en su momento, con gran parte de sus novelas más emblemáticas. Pero, este afán de divulgación, de penetrantes aspiraciones pedagógicas, buscaba no sólo acercar a la gente a la cultura, sino mover, sacudir sus consciencias. Reclus y Dickens, no en vano, coincidieron plenamente con la pretensión más elaborada del siglo XIX, industrial y deshumanizado, la enseñanza, el quehacer pedagógico. Sin embargo, en el caso del primero la frustración es revolucionaria por pedagógica. En el caso del segundo, la pedagogía, la revelación, como diría Octavio Paz16, no condujo a la revolución, sino a una resignación rabiosa.
Eliseo Reclus, al final de sus días, pudo fundar la Universidad Nueva de Bruselas, pero en este centro de investigaciones y divulgación cultural y política, mayormente financiada por el mismo Reclus, no se concretó una de sus mayores aspiraciones: la pedagogía de las ciencias geográficas, sino que se concentró en la promoción de nuevos investigadores. Había cristalizado, se quiera o no, la quimera autoritaria de la mayor parte de los gobiernos europeos que le dieron refugio al geógrafo eminente: su enseñanza universitaria no tendría el aval oficial de la academia reconocida. Es decir, la pedagogía geográfica “reclusiana” impulsaba una ética, no tanto una técnica. Y para la mayor parte del mundillo académico de entonces, contaminado por los rituales y los diplomas, quien no tuviera formación universitaria no sería autorizado a ingresar en él, con el respeto y el reconocimiento debido.
No obstante, con la sabia ironía de la realidad, el principio de que la geografía “reclusiana” promovía una ética y no tanto una técnica, se llegó a convertir en un verdadero procedimiento teórico y metodológico para los geógrafos del futuro. De Reclus en adelante, como bien lo señala uno de sus mayores discípulos, Yves Lacoste17, la enseñanza de la geografía no podría reducirse al manejo hábil y eficiente de buenas técnicas y procedimientos de indagación espacial, sobre todo en el mundo urbano, donde Reclus hizo tantas y valiosas sugerencias, sino que el estudio de las distintas formas en que las civilizaciones construyen el espacio, urbano, rural o ecológico, debe ir estrechamente relacionado con la noción de convivencia, de ayuda mutua, sin el cual, anotaba de nuevo Reclus, es imposible comprender el crecimiento y desarrollo de aquellas civilizaciones. Los seis volúmenes de L´Homme et la Terre están orientados por este procedimiento el cual, a la larga, es su mayor legado a las ciencias geográficas.
Último capítulo del ensayo en 3 capítulos de Rodrigo Quesada Monge.
Capítulo I: http://revista.escaner.cl/node/7232
Capítulo II: http://revista.escaner.cl/node/7296
La imagen es la primera página del libre "El Hombre y La Tierra", tomo sexto de Eliseo Reclus, en su edición en castellano por la editorial Escuela Moderna de Barcelona, España, del archivo: www.todocoleccion.net
1 Este ensayo es el primer capítulo de una obra compuesta por seis, y que lleva el mismo título. La noción de “geografía subversiva” es de John P. Clark. Elisée Reclus. Natura e Societá. Scritti di Geografia sovversiva (Milano: Eléuthera. 1999).
2 Historiador (1952), escritor y catedrático costarricense jubilado de la UNA-Costa Rica. Premio (1998) de la Academia de Geografía e Historia de su país. Su obra más reciente es La fuga de Kropotkin (Santiago de Chile: Editorial Eleuterio. 2013).
3 Los grandes ensayos de Mumford sobre los orígenes y formación de las ciudades llevan la impronta de sus reflexiones sobre la construcción del espacio urbano y la ecología social.
4 Toynbee dedicó una gran parte de sus trabajos sobre la formación de las civilizaciones a la construcción del espacio urbano como expresión de la cultura y de la ideología.
5Elisée Reclus. Correspondance. Tome III. 1889-1905 (Paris: Alfred Costes Editeur. 1925. Edición de Paul Reclus).
6Elisée Reclus. L´´evolution, la révolution et l´ idéal anarchique (Paris: P.V. Stock Editeur. 1902). Capítulo 2.
7Marx y Engels. Fredrich Engels. Collected Works. 1892-1895 (New York & London: International Publishers. 2004) Volumen 50.
8 Marie Fleming (1988) Op. Cit. Capítulo 3.
9A este respecto se pueden consultar las obras de Bill Dunn and Hugo Radice (Editors) 100 Years of Permanent Revolution. Results and Prospects (London: Pluto Press. 2006) y de George Novack. Understanding History. Marxist Essays (London and New York: Pathfinder Press. 8a. reimpresión. 2009). Por supuesto que no se pueden olvidar los brillantes trabajos de León Trotsky.
10Marie Fleming. The Anarchist Way to Socialism. Elisée Reclus and Nineteenth-Century European Anarchism (Rowman and Littelfield, USA. 1979) Pp. 194-195.
11 Ibídem. P. 205.
12 K.J. Kenafick. Michael Bakunin & Karl Marx (Australia, Melbourne: A. Maller, Excelsior Printing Works. 1948). Capítulo 1, p. 205.
13 Estos dos escritores, uno ruso y el otro ingés de origen polaco, escribieron varias de sus novelas tratando el problema del anarquismo y del terrorismo en el siglo XIX, como si se tratara de figuras conceptuales similares.
14Véase de Paul Feyerabend. Against Method (London: Verso Books.2010. Translated from the French by Ian Hacking).
15 Marie Fleming (1979). Pp. 228-229.
16 Octavio Paz. Prólogo. La casa de la presencia. En Obras Completas (Barcelona: Galaxia Gutenberg-Circulo de Lectores. 1999) Vol. 1. P. 19.
17 Yves Lacoste. Élisée Réclus, une trés large conception de la géographicité et une bienveillante géopolitique. Hérodote. Revue de Géographie et de Géopolitique No. 117. Pp. 39-52.