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RÉQUIEM POR CAZUZA
Marcelo Olivares Keyer
olivareskeyer@gmail.com
I GENEALOGÍAS, IDENTIDAD Y OTRAS MACANAS
El desarrollo del mercado discográfico en cualquier sociedad es un arma de múltiples filos. Si por una parte viene muy bien a los creadores la instalación de una maquinaria eficiente de registro y difusión, más aún cuando esta difusión adquiere dimensiones de industria y la música de esta sociedad comienza a recorrer el mundo y captar adeptos en cada rincón del planeta, no es menos cierto que esta misma maquinaria, una vez globalizada y entregada a los mecanismos del mercado, comienza a repetirse. Es decir, aquello que prendió en el gusto masivo más allá de las fronteras nacionales, por la lógica de la ganancia económica termina siendo lo único que las compañías grabadoras se atreven a exportar, ignorando olímpicamente la amplia gama cultural de que se compone toda sociedad. Conceptos majaderos y relativos, del tipo “identidad” o “lo que la gente quiere”, terminan por anquilosar la oferta, transformando la original intensión de difusión en una mera fábrica de ladrillos. Es el precio inevitable, se podría decir, como inevitable parece ser también la instalación de grupos que, de diversas formas, unas justas y otras no, acaparan la representatividad del folklore (otra palabra complicada) local. Así, odiosas dinastías artísticas fundadas por talentos genuinos, al cabo de una o dos generaciones dan paso a insufribles y ubicuos descendientes, esgrimidores permanentes del apellido del abuelo o la abuela genia.
Brasil no es la excepción, desde que a mediados del siglo pasado la bossa nova y –ligado a la imaginería turística- el samba (tan famoso como incomprendido) se grabasen con tinta indeleble en el mural latinoamericano. A partir de aquel periodo fundacional, los apellidos de los próceres no dejaron de secretar hijos, nietos y bisnietos intrascendentes, y, lo realmente lamentable, las ciclópeas compuertas que debieron abrir paso al torrente del vastísimo acervo musical brasileiro, se cerraron al parecer para siempre.
Sin embargo, la realidad es siempre más grande que cualquier camisa de fuerza con que se la pretenda caricaturizar.
II EN LA ENCRUCIJADA DE LOS TIEMPOS
Latinoamérica se encontraba a principios de los ochenta, en muchos aspectos, en la encrucijada de los tiempos. Limitándonos a la música popular, y más específicamente al rock-pop, todavía campeaban aires clásicos, aunque los riffs bluseros, los cabellos largos y la explosión a lo Deep Purple tenían sus días contados. Sin embargo, en un barrio de clase media de Rio de Janeiro, cuatro chicos sólo querían rocanrolear, hacer ruido, tomar cerveza, en fin, pasarlo bien. Pero había un problema: ninguno cantaba, y por más que probaban posibles vocalistas ninguno los convencía.
Pero detengámonos un poco en esta parte de la historia. Estamos hablando de Rio de Janeiro, la ciudad, la metrópolis, la megalópolis. Simplemente, Rio. Tal vez la más potente y completa de la larga lista de grandes ciudades de nuestro continente. Rio lo tiene todo. Ciudad de rascacielos que brotaron en un entorno paradisíaco de cerros verdes cuyas cimas apuntan en todas direcciones, ciudad de profunda y señorial cultura lusitana, foco de inmigración multicultural, la más ostentosa riqueza junto al más patético desamparo. Un caldo urbano de infinitas ramificaciones que en los años cincuenta había dado al mundo ese samba en voz baja llamado bossa-nova, cuyas letras hablaban de bares a la orilla de la playa, de tranquilas noches a la luz de la luna, de belleza, disfrute y ensoñaciones, en fin, otros tiempos.
A principios de los ochenta esa poética estaba rotundamente caduca, los bares se habían transformado en nidos de soplones, la noche había amparado al terrorismo de Estado, y el mar había devenido en improvisado mausoleo en el que arrojar prisioneros y ejecutados políticos. Así, la bossa nova, desprovista de contexto, ya nada podía aportar.
Sin embargo toda época se las arregla para dar vida a un alma que, envuelta en un cuerpo, leerá acertadamente los tiempos y conseguirá dar con la forma para cantar la nueva realidad. Un alma y un cuerpo que filtrará la ciudad hasta destilar su más letal pócima. Lo que se dice, un poeta.
Y bueno, volviendo a los chicos de clase media que intentaban rockear, un día apareció por casa un nuevo candidato a vocalista. Era un tanto mayor que los integrantes de la banda, lo suficiente como para admirar a Janis Joplin, y aunque su voz no era nada del otro mundo, el tipo irradiaba una energía y una seguridad que no dejaron lugar a dudas, la banda ya estaba lista. El nuevo integrante se llamaba Agenor de Miranda Araujo Neto, pero le decían Cazuza.
Agenor de Miranda "Cazuza"
III EL GAROTO DE IPANEMA
Desde adolescente, Agenor vivía pegado a la máquina de escribir, pero, claro, la inevitable búsqueda de todo artista en ciernes lo había paseado por otras disciplinas, incluyendo la disciplina de los excesos; además, un cierto ascenso social de sus padres –unido a su condición de hijo único- le había permitido hacer lo que se le viniera en gana, sobretodo explorar cada bar y cada azotea de ese suburbio de Rio conocido mundialmente como Ipanema, en cuyas playas de Leblón y Arpoador, el poeta sería revelado, literalmente iluminado por el resplandor del océano Atlántico reflejado en los amplios ventanales.
La banda que resultó de la unión del indomable hijo único con los cuatro mozalbetes se llamó Barao Vermelho (“Barón Rojo”), “Barón por elegante, y rojo por socialista” bromearía en serio años después Cazuza. No fue una súper banda ni nada por el estilo, cultivaron eso sí un híbrido a medias rocanrolero, a medias livianamente pop, con pasajes que a veces –sobretodo por su entrega- hacen recordar, salvando todas las distancias, a los New York Dolls (aquel grupo bisagra entre el rock clásico y el punk-rock). La hibridez de Barao Vermelho incluía también, por supuesto, cierto dejo New Wave, e impregnado con esta nueva sonoridad fue que lograron meter en las radioemisoras su primer hit: Todo Amor Que Houver Nessa Vida. Corría 1982 y salía a la venta el primero de los tres álbumes que Barao alcanzaría a dar a luz entre 1982 y 1984, antes de la necesaria separación. A partir de ahí, Barao Vermelho seguiría por un lado, y -lo realmente importante- Cazuza por otro.
IV EL VERDADERO FOLKLORE
Han pasado exactamente veinte años desde que en 1990 falleció Cazuza en medio del más morboso revuelo mediático, y eso que había irrumpido en el ruedo de la fama tan sólo unos pocos años antes. Sus canciones, al par que representar a su (nuestra) generación, fueron rápidamente grabadas por los dinosaurios de la canción brasileira, rendidos a los pies de este aparecido que apenas alcanzó a sobrepasar los treinta años de edad. En sus versos respira Rio de Janeiro, pero al mismo tiempo respira toda ciudad con su decadencia y su brillo. En sus estrofas está la calle, con sus latas de cerveza vacías rodando sobre el asfalto, y está el alma humana, con su vacío eternamente llenándose y vaciándose. Porque Cazuza es el más carioca de los músicos pop y viceversa, al cantar tanto la noche como la resaca, y al soportar sobre los hombros de su creatividad todo el peso de la megalópolis. Con sus frases rotundas ilustró al sujeto y su circunstancia en testamentos de tres minutos de duración. A pesar de haber habitado la noche, en su poesía no hay nada sombrío; parece como si las mortecinas luces de la gran ciudad le hubiesen bastado para pintar en pocos trazos el retrato hiperrealista de su Rio de Janeiro querido sin caer en fantasmagorías de adolescente, ni en la anodina por estandarizada crítica social. Cazuza fue un médium a través del que se manifestó el más verdadero folklore, el folklore vivo del presente, sin efemérides ni tenida oficial, el folklore de la megalópolis cuyos rascacielos atraviesan las nubes y cuyas catacumbas no sabemos muy bien hasta donde pueden llegar. Callejeó en aquellos extraños días de finales de dictadura (¿se acuerdan?), esos días en que la palabra futuro perdió su razón de ser mientras los artífices del poder sellaban su pacto secreto a espaldas de los pueblos.
Cazuza en Vivo, 1988
V ADIOS CAZUZA
Cazuza explotó, y quizás no quedará nada de él, pero antes fue capaz de, en medio de la derrota, señalarnos el pequeño gran triunfo aun posible: el triunfo de la experiencia personal, el triunfo de la vida vivida y bebida hasta la agonía, señalando de paso el camino a otros cantautores que, como Miguel Abuelo o Charly García, también cantaron y cantan a la vida sin adornos.
Era un letrista empedernido, vaciando versos a pedido sobre melodías ya hechas, o entregando poemas a sus amigos para que estos los musicalizasen. Todo el mundo quería estar cerca de él al final, parecía un gurú (un gurú con SIDA), y él seguía escribiendo y grabando, ya hecho un esqueleto viviente y con la voz ya casi apagada. ¿Qué queda de Cazuza? Muy poco. No hubiese calzado en estos tiempos de glamorosas protestas on line, en estos tiempos cagones. Cruzó a toda velocidad de un lado a otro de la agonía casi sin darnos tiempo para comprenderlo. No era un compositor de himnos ni letras engrupidoras, y sus frases lapidarias no se prestan para el ensueño juvenil. Más allá de sus geniales e intraducibles juegos de palabras, escribió con frase rápida, espontánea, canciones que van directo al hueso, para que todo quede bien claro, canciones que rayan la cancha, sin tiempo para la larga reflexión. Y lo hacía parecer fácil, como si las vivencias, o más bien su traducción en versos, llevasen en su génesis el propósito de quedar grabadas. Creía en el presente, en la noche, en las veredas, en los jeans gastados, en las drogas. Ya lo dijo una vez: “Mis héroes murieron de sobredosis, mis enemigos están en el poder”.
El Quisco, Provincia de San Antonio, julio 2010.
DISCOGRAFÍA:
Con Barao Vermelho:
1982: Barao Vermelho
1983: Dois
1984: Maior abandonado
Solista:
1985: Cazuza
1987: Só se for a dois
1988: Ideologia
1989: Burguesia
Imagen encabezado: Carátula álbum IDEOLOGIA, 1988.
Fotos: Libro Cazuza.