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PILARES DE NUESTRO TIEMPO
FRANCISCO FRANCO BAHAMONDE,
MAESTRO DE TIRANOS
Marcelo Olivares Keyer
olivareskeyer@gmail.com
LA BATALLA DEL SIGLO XX
Ciertamente, el devenir histórico es uno solo, y toda división de este en periodos es sobretodo un recurso didáctico que a su vez enmascara una versión tendenciosa de la realidad. Pero también es cierto que los flujos y reflujos de la Historia van imprimiendo al paisaje humano tonalidades discursivas y texturas políticas que diferencian radicalmente un conjunto de décadas de otro conjunto de décadas.
Aunque la mayoría de los libros de historia que nos hacen leer desde niños se empecinen en señalar otra cosa, la verdad es que la Segunda Guerra Mundial, así como otros hechos capitales para la historia del planeta, comenzó en España. Pero no aquella mañana de mediados de julio de 1936 en que un grupo de generales se sublevaron contra un gobierno constitucional que llevaba apenas cinco meses en el poder, sino a partir de los días y semanas siguientes, cuando las organizaciones de base exigieron y -lo fundamental- consiguieron armas para oponerse al golpe, dando así inicio a la conflagración que comenzaría a delinear nuestro tiempo.
Pero, volviendo a lo planteado en las líneas que encabezan estas digresiones, ¿cuándo comenzó nuestro tiempo? Ante esta pregunta se viene de cajón la pregunta previa ¿qué define a nuestro tiempo? A mi parecer son dos los rasgos que predominan en Occidente (y más allá) desde hace ya un cuarto de siglo: Un capitalismo ya no sólo triunfal sino descarado y avasallador, y una fragmentación hasta la atomización de toda clase de reivindicaciones, reclamos y cacareos. Cuadro muy distinto de lo que sucedía hace medio siglo, cuando la amplitud y disciplina de las organizaciones de base, el alto grado de conciencia política de buena parte del proletariado, la gran cantidad de leyes sociales conseguidas tras un siglo de marchas y huelgas, mezclados a una religiosa creencia en un final feliz y en un cinematográfico triunfo de los buenos (o ,cuando menos, de la mayoría), daban para vaticinar que las izquierdas ganarían por fin la cruel y agotadora batalla del siglo XX. Pero no fue así, y a continuación de ese tiempo de esperanzas fundadas en la acción, vino este tiempo, nuestro tiempo.
Si el umbral entre ambas épocas estuvo en los años setenta, cuando coexistieron la fe tozuda de unos con la despiadada reacción de otros, resultaría erróneo buscar el principio del fin de la era de la esperanza por esos mismos días, ya que todo elemento o fenómeno que habita el universo incuba en su seno la semilla de su propia destrucción. Entonces, hay que retroceder a esos casi tres años comprendidos entre julio del 36 y marzo del 39, cuando en los campos, pueblos y ciudades de España, esa península europea que no por casualidad apunta hacia América, convergieron -como convergen todas las bestias en un pantano aún húmedo al inicio de una gran sequía- las facetas que la condición humana podía mostrar en ese estadio del tiempo: El heroísmo autodestructivo, la ingenua fe en las instituciones, el frío y certero cálculo, la venganza, la locura, y todos los monstruos que dormían en el ático, y que la guerra, ese desmoronamiento de todos los pactos, soltó de nuevo en las calles, como se suelta una manada de toros desbocados en una fiesta desquiciada.
A no engañarse. No fue el triunfo de la extrema derecha lo que inauguró una nueva era. Comprobado está que de cada cien golpes de estado, en noventaynueve de estos las fuerzas armadas toman partido del lado de los que detentan el poder económico, obviamente. Lo que aconteció, o comenzó a cobrar forma cuando los últimos refugiados huían cruzando los Pirineos o embarcándose con lo puesto hacia América, fue un cambio de paradigma, vale decir un cuerpo de ideas nuevo surgía, el que comenzó a cobrar fuerza primero en los triunfadores, al ser pulido y optimizado en relación con la cambiante realidad que no paró de hervir durante las tres décadas siguientes. Y ese proceso de alquimia tuvo en el general Francisco Franco Bahamonde un eficaz artífice, o un guía inteligente, admitámoslo.
II "¡VIVA LA MUERTE!"
La escuela de Franco fue desde un principio la guerra, cuando España, después de dos siglos de derrotas ante ingleses y franceses, buscaba resarcirse consolidando su dominio sobre una porción de esa misma África ya repartida mayoritariamente entre aquellas dos potencias imperialistas. Pero la Guerra del Rif, en lo que hoy es parte de Marruecos, se estaba transformando en una pesadilla para España (parecido a lo que fue Vietnam después para los norteamericanos), absolutamente impopular, sin visos de terminar nunca, hasta que por allá apareció Francisco Paulino Hermenegildo Teódulo Franco Bahamonde, un muchacho gallego hijo de un militar parrandero y de una madre piadosa, y fue ahí en donde, además del título de Gentilhombre que le otorgó el Rey Alfonso XIII en 1922, se transformó, con treintaytrés años de edad, en el general más joven de Europa, por indiscutibles méritos de guerra en 1926. Su aura de guerrero victorioso y su ascendiente sobre la tropa serían elementos clave en el futuro del joven general. Él mismo diría "Sin África, yo apenas puedo explicarme a mí mismo".
Fue allá también en donde conoció de cerca a José Millán-Astray, fundador del Tercio de Extranjeros (Legión Extranjera en versión española) en 1920. La alocución de Millán-Astray recibiendo a los primeros voluntarios del Tercio no se iba por las ramas: "Os habéis levantado de entre los muertos, porque no olvidéis que vosotros ya estabais muertos, que vuestras vidas estaban terminadas. Habéis venido aquí a vivir una nueva vida por la cual tenéis que pagar con la muerte, habéis venido a morir."
Millán-Astray fue destituido a poco andar debido a sus excesos. Mutilado por todos lados tras mil batallas, pocos rastros de humanidad le restaban. Ya no era un hombre, era un concepto viviente que contribuyó decididamente en la actitud de los "Africanistas" y su desequilibrante labor en lo por venir.
Desde Marruecos Franco no sólo traería condecoraciones, títulos, grados, prestigio y contactos. Aunque en su equipaje parecía no pesar, en su alma ya despuntaban tanto la convicción de que la acción vale más que cualquier otro argumento, y también la sospecha de que quizás él, Franquito -quien por esos días acababa de casarse con Carmen Polo- sería el elegido para restablecer el orden sagrado.
III ESTO NO ES UN HOMENAJE
Como la mayoría de los golpes de estado, el de España comenzó a ser fraguado apenas se supo el resultado de la votación popular. Traicionar los legítimos poderes requiere de exhaustiva planificación, cientos de reuniones secretas, hipocresía plena, caradurismo total, las consabidas campañas del terror de que tanto gustan las organizaciones de derechas, y también un sostenido proceso de desestabilización para crear cierta atmósfera de caos que, al menos ante los menos lúcidos, justifique en algún grado la sedición. A todo esto fue invitado Franco ni bien se supo que Manuel Azaña sería el próximo presidente. Y es en ese momento cuando aparece una característica de este joven general que seguramente nadie había advertido hasta ahí: Franco era inmensamente astuto. Ya relegado en Canarias tras ser descubierta su cercanía con algunos golpistas, sus respuestas a los generales Emilio Mola y José Sanjurjo, verdaderos "padres" del golpe del 36, son una antología a la ambigüedad y la indefinición. Mola y Sanjurjo, exasperados, llegaron a bautizarlo con el mote de "Miss Canarias". Un resignado Sanjurjo tuvo que anunciar: "El golpe va, con Franquito o sin Franquito".
El estudiar minuciosamente las posibilidades para tener certeza de hacia dónde soplarán los vientos políticos, y así poder sumarse al bando que triunfará, fue una de las principales características de Franco. También lo fue el saber evaluar la realidad y no dejarse llevar jamás por entusiasmos delirantes. Cuando por fin decidió sumarse al golpe, y ante los precipitados brindis de rápido triunfo con que celebraban de antemano los artífices del levantamiento, Franco advirtió "Va a ser enormemente difícil y muy sangriento". A pesar de sus dudas, el sólo hecho de tener al héroe de África entre los rebeldes implicó la adhesión de un alto número de indecisos.
Para aniquilar la II República no bastaba con un puñado de generales ávidos de poder, y a la hora de sumar apoyos, Franco demostró contar con otra habilidad necesaria a la hora de trepar, esta es la capacidad de convocar y utilizar a diversos sectores sociales, y también saber desprenderse de estos desechándolos en el momento justo. La prensa vasalla de la oligarquía ciertamente había hecho lo suyo alimentando la paranoia con titulares cada vez más catastróficos, pero era necesario no sólo contar con la aquiescencia de las clases conservadoras, urgía más reclutar sangre fresca dispuesta a oponerse al clima revolucionario predominante a mediados del siglo pasado. Y aquí comienza otra manifestación del malabarismo típicamente franquista, al apoyarse incluso en grupos fascistas que buscaban la abolición del capitalismo, pero canalizando sus fuerzas justamente para la perpetuación de este. Obra maestra de habilidad política que sería una de las principales enseñanzas que el franquismo legaría a sus discípulos iberoamericanos cuando la Cruzada prendiese en las mentes militares de este lado del Atlántico.
IV "HARÉ FUSILAR A MEDIA ESPAÑA SI ES PRECISO”
Sabido es que tras el levantamiento militar y la rápida respuesta de las fuerzas populares, el territorio español quedó dividido de hecho en dos países. Así comenzó la guerra, con un empate técnico. Pero si la mayoría de la población estaba con la república, la mayoría de los militares estaban con los golpistas, y si el apoyo moral de casi todo el mundo occidental se inclinaba por el gobierno legítimo, los pocos aliados internacionales de los rebeldes no se quedaban en declaraciones y proclamas; rápidamente los gobiernos dictatoriales de Italia y Alemania hicieron llegar su ayuda concreta y abundante. Esta es una secuencia reiterada en la edad contemporánea, la de la izquierda perdiendo el tiempo en ceremonias y fraseología mientras la derecha prepara y lanza su zarpazo, y Franco supo muy hábilmente marear con indecisiones a los histriónicos caudillos del Eje, dejarlos inflarse y sucumbir, mientras él, un escueto general que comenzaba el día oyendo misa, rió último, gobernó a tres generaciones, y murió de viejo con las botas puestas sin soltar realmente el poder.
¿Cómo lo hizo? De la forma que hemos delineado más arriba, sin excluir la necesaria dosis de fortuna que hizo morir en sendos accidentes de aviación a los cabecillas del golpe en hora temprana. También se las arregló para ser fascista en la hora del fascismo, cuando proclamaba "Hay que sembrar el terror…hay que dejar la sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros"... lección esta aprendida y aplicada de memoria por los dictadorcillos iberoamericanos poco después. “Cruzado de Occidente”, “Príncipe de los Ejércitos”, “Mejor Estratega del Siglo”, fueron algunos de los títulos con que se adornó y fue adornado en esa etapa.
Sin duda soñó y proyectó su porción de mundo a principios de los años cuarenta, pero no debe haber creído nunca en el "Nacional Sindicalismo" preconizado por la Falange, como no creía nada que saliera de la boca de un intelectual, ya que Franco era ante todo un guerrero medieval cuya espada estaba al servicio de los dueños de los medios de producción, y la palabra revolución le provocaba nauseas sobretodo porque cuestionaba la esencia inmutable del ideario del "Caudillo", es decir la ciega creencia de que el orden capitalista es un orden sagrado, sancionado por Dios mismo, y bendecido por la jerarquía católica; esa jerarquía católica que redactó una carta pastoral a la medida declarando la Guerra Civil como "Guerra Santa".
V CIRUGÍA MAYOR
Pragmático y hermético, recién en los años cincuenta el franquismo reconoció su verdadera vocación, desplazando a los elementos abiertamente fascistas, y reemplazándolos por tecnócratas menos vociferantes pero mucho más eficaces a la hora de consolidar el credo capitalista-católico que hoy campea a sus anchas en buena parte de nuestro mundo. Muchos de estos maestros del poder fáctico militan en el Opus Dei, hoy por hoy una de las sectas de mayor crecimiento en América Latina, demostrando que la mano de Franco ahí está, sólida y vigente mientras no se articule otro poder de equiparable astucia y convicción.
Hay que decirlo, Franco ganó una guerra, una guerra de verdad: tanques contra tanques, aviones contra aviones, largas campañas enterrado en el fango, enfrentando a unas fuerzas republicanas que si bien nunca pudieron disciplinarse debidamente para enfrentar a ejércitos regulares, dieron muestras de un heroísmo y abnegación que quedaron grabados para siempre en el folklore y en la memoria no sólo de España y los países hispánicos, sino también en cada rincón del planeta del que salió un voluntario para ir a luchar por la II República. Algo que no pueden decir los generales que coordinaron la seguidilla de golpes de estado que transformó a casi toda América Latina en una larga y ancha dictadura militar. Los generales latinoamericanos- salvo los brasileiros que lucharon en Europa- sólo vieron la guerra en televisión, en el cine, en sus textos de estudio y en su afiebrada imaginación. Pero aprendieron muy bien las lecciones de papá Franco, sobretodo las más fáciles como aterrorizar al pueblo, fingir autonomía a pesar de su flagrante condición de guardianes de la clase dominante, sumisión psicológica ante los países de la O.T.A.N., y una falsa austeridad desmentida por el innegable enriquecimiento patrimonial y económico de la alta oficialidad en todo país que cayó en la trampa de una dictadura. Franco mismo multiplicó varias veces su fortuna durante su largo gobierno, y –el sueño de todo militar arribista- casó a su única hija con un marqués. Porque hay que admitir que las fuerzas armadas, asumidas como perros guardianes del castillo, cobraron –y caro- por sus servicios, llevándose senda tajada en propiedades, autoasignaciones, negocios turbios, y un anhelado reposicionamiento social levemente por sobre la clase media. Esta mezcla de arribismo y sentido feudal de la sociedad tuvo su corolario cuando Franco, resignándose al cambio de los tiempos y cuando la palabra totalitario ya no sonaba bien, sólo se dignó a traspasar el cetro al único ser humano que consideraba superior: el futuro Rey Juan Carlos de Borbón.
Para dimensionar debidamente la Guerra Civil Española bastaría con recordar que dio lugar a la última migración masiva de españoles hacia Hispanoamérica; sin embargo sus ecos van mucho más allá. La cirugía mayor operada por Franco y su entorno transformó tanto a los vencedores como a los vencidos. Entre los primeros, les devolvió a los poseedores del capital la sensación de que sus privilegios son indiscutibles, liberándolos de la sensación de Final-de-Era que a muchos hizo creer que realmente el socialismo había llegado y que más valía resignarse y colaborar. Con su aplanadora anti-disidencia, les dio tiempo a los leguleyos de la oligarquía para elaborar cuerpos jurídicos a la medida, permitiendo que el capitalismo actual resulte literalmente oleado y sacramentado. Admitido o no, todo dictador sueña con morir en el poder y terminar diciendo que sólo responderá “Ante Dios y la Historia”, y aunque su Nacional-Catolicismo ha debido aceptar la coexistencia con otras castas más briosas y menos contradictorias (como, por ejemplo, los evangélicos), sus imitadores en América, llámense videlas, stroessneres, médicis, pinochetes o bánzeres, han debido creerse pequeños franquitos en miniatura, ya que, al final de cuentas, el modelo franquista calzó mucho mejor en esta Latinoamérica feudal por idiosincrasia, y no en la España en que nació, ya que esta debió modernizarse sí o sí como condición para su acercamiento y ulterior ingreso a la Comunidad Europea.
Con respecto a los vencidos, basta con observar con objetividad para reconocer cómo el consumismo ha desplazado del corazón del pueblo toda prioridad comunitaria, así como el sentido de clase y la preocupación por el entorno. Ni hablar de los animales y el medio ambiente, que sólo quitan el sueño a unos cuantos excéntricos, locos u otros afortunados, mientras los temas del ámbito lúdico-evasivo (fútbol, realitys, astrología, farándula, ufología, misticismo instantáneo y otros) ganan continuamente espacios al grado de contaminar todo cuanto tocan.
Hoy, las pseudodemocracias paridas tras el terror hacen agua por todos lados. Los brotes de organización política que consiguen despuntar al margen de los partidos son sistemáticamente menospreciados, la delincuencia crece como parte constitutiva del engranaje consumista, mientras la clase política vive preocupada del ángulo de sus sonrisas, sus propios sueldos, sus capacitaciones turísticas, y de que sus corbatas hagan juego con sus camisas.
Si vivimos hoy en un mundo reaccionario, es en gran medida por lo sucedido tras el triunfo franquista hace ya varias décadas. El interregno entre el 39 y nuestro tiempo perfectamente pudo haber sido una ilusión.