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Murua y Mistral bajo los cielos de Elqui
Enrique de Santiago
Mario Murua vuelve a Chile a presentar un trabajo íntimo y sincero, en el cual ha trabajado durante años. Labor que demuestra su pasión y respeto por nuestra laureada poeta Gabriela Mistral. La muestra titulada “Lucilamente enamorado” refleja los años tempranos de la escritora, fundamentalmente los que acontecen en Montegrande su pueblo natal y la ciudad de Vicuña. Su interés por la Mistral se ha manifestado anteriormente en dos exposiciones tanto en Europa como en Estados Unidos como en “Bistro Lucila” en Boca Raton Museum, en USA, o en “Cartas de Amor” basada en una carta póstuma de Enrique Lihn a la Mistral.
La presentación en Chile de estos óleos de gran formato de Murua forma parte de la iniciativa de Fundación Itaú para “homenajear artistas nacionales de larga trayectoria, en especial aquellos que no han tenido en nuestro país la plataforma y el reconocimiento que su obra amerita”, según confirma Jaime Uribe. En esta misma línea se presentó el año pasado la retrospectiva “Ximena Cristi por Ximena Cristi”, exposición presentado por Fundación Itaú en conjunto con el Museo de Arte Contemporáneo, que acaba de ganar el premio Altazor 2011 en la categoría Artes Visuales – Pintura.
Mario Murua nace en Valparaíso en 1952. Parte de su infancia la vive recorriendo la selva Paraguaya, donde tiene contacto con los indios Guaraníes, de quienes recibe lecciones de como capturar en viajes chamánicos al”Pora”, un ser mitológico de la cosmovisión ancestral indigena. Su juventud es marcada por el paisaje del norte de Chile y al igual que Gabriela Mistral se le develan los misterios de las montañas y el eco de las raíces de los pueblos originarios.
En 1977 llega a Paris luego de un largo viaje por América. Su talento, rebeldía y veracidad en su obra le ganan el reconocimiento y amistad de Matta, Wifredo Lam y de otros consagrados surrealistas. Desde entonces es portavoz del imaginario “sudaca”.
Mario Murúa funda en París junto a Heriberto Cogollo, Saúl Kaminer, Aresti y otros artistas latinoamericanos, el colectivo Magia-imagen y es así como se convierte en uno de los artistas latinoamericanos más influyentes en el arte del viejo continente. Posee decenas de exhibiciones individuales y colectivas, entre las cuales se cuenta el haber participado en la muestra de Arte Latinoamericano en el Grand Palais en París. Y en Alemania en 2 importantes exposiciones como la muestra en Kassel y “Latinoamérica y el Surrealismo” en Bochum. Viaja constantemente a Chile compartiendo gran parte de su quehacer plástico y poético con esta parte del mundo, así mismo forma talleres de pintura para jóvenes iniciados, dando forma en Chile a un nuevo quehacer llamado Canimagen (caníbal de la imagen). Desde los años 90 en adelante Murúa realiza variadas exhibiciones en galerías y museos Chile y al igual que Matta su residencia en París no lo desarraiga de sus orígenes y mantiene fuertes lazos sobre todo con su ciudad de nacimiento, Valparaíso.
El pintor y poeta chileno Mario Murua no tiene problemas para asumir que tiene un severo enamoramiento con Gabriela Mistral, tanto así que es justamente la poetisa el tema central de la nueva exposición que trae al artista chileno de vuelta a nuestro país y que se presentará desde el 10 de junio hasta el 22 de julio en Espacio ArteAbierto de Fundación Itaú, en Apoquindo 3457, Las Condes. Los horarios de apertura son de lunes a viernes, 9:00 a 14:00hrs, la entrada es liberada.
Versos irisados bajo el sol de Elqui
El alma ha dejado el cuerpo y se ha convertido en estrella
Cosmovisión diaguita
Mario Murua ha retornado una vez más a Chile y para decirlo de manera certera, se ha vuelto, de manera nominal hacia su origen y pertenencia, una fuerza vernácular que no ha cesado en su quehacer pictórico. Aunque reconociblemente a Murua le queda mejor el talle de la amplitud del suelo latinoamericano, pues él es también un viajero incansable de estos suelos continentales, que al igual que Lucila ha dejado huella profunda hasta los márgenes cartográficos de esta América morena. Es quizás por esta similitud de búsqueda y exploración de las raíces amplias, que Murua encuentra en Lucila una referencia de vida y consecuencia, pues en ambos lo que se lleva en espíritu no encuentra posibilidad alguna de ser transado. En ambos se manifiesta la mneme (memoria) de manera poderosa y clara, pues esta representa según el mito griego aquello que no se pierde como conocimiento y se lleva para siempre como gesto reparador en pro del no olvido (lethe). Es la memoria que se lleva consigo la que implica no olvidarse de quien se es, ni de los orígenes como ser primordial de la misma manera que se lleva el ser histórico. Murua entonces viaja y fomenta las escuelas de arte en su tierra de origen, aquellas que están en relación inmediata con los jóvenes carentes de recursos para acceder a los beneficios de la instrucción. Así mismo que Gabriela Mistral y su extensa labor educacional, este pintor porteño de nacimiento brega por dotar a todos por igual de un acceso a la educación y la cultura. En este sentido, él se funde con el pensamiento mistraliano, la de aquella Gabriela que innegablemente surge producto de una vida como Lucila, esa experiencia inicial y lejana allá en su infancia de Montegrande, lugar donde es discriminada por ser sensible e inteligente, aspectos que mas tarde la llevarían a tener un pensamiento adelantado para su época, una falta que además se agrava por su condición de genero, pues ser una mujer de ideas y librepensadora conlleva evidentemente a la condena moral y cultural por parte de aquella sociedad.
Las obras aquí expuestas en el espacio de la Fundación Itaú, nos transmiten con vigor la discontinuidad de nuestra existencia como seres pertenecientes a una geografía y una cultura que nos ha costado aceptar como propia, en ese sentido Murua y Mistral han demostrado que la memoria es de una ritualidad diaria que la actualiza para no dejarla solo como una iconografía decorativa, pues Murua fue también un niño, un adolescente viviendo una vida que le era hostil, ya sea en el puerto o en la selva amazónica paraguaya. Así de la misma manera que Lucila fuese antes que la Mistral, las pupilas del pequeño Mario recolectaron las imágenes de la vida primera para que de esta forma después los pinceles de Murua hablasen sin olvidar, al igual como lo hicieron los ojos de Lucila que vieron a favor de Gabriela. A esto yo le llamo defensa de la esencialidad, conservación del fuego primordial y tabla de salvación para el espíritu, una suerte de “Balsa de la Medusa” ontológicamente hablando.
Murua ha citado a los huemules en sus lienzos al igual que lo hiciera Gabriela en los versos de los cerros de Elqui, así cada uno conserva el paisaje y lo propio de sus entornos que los identifica, lugares comunes donde también han sumado su paisaje interior que es del mismo origen, el de la poesía, ese órfico vehículo de los encantamientos que les abre el paso entre la amnesia circundante, en una sociedad que se ofrenda al logos racional por encima de la metáfora que explora lo aparentemente insondable, es el misterio que se abre con las palabras que Lucila guardó para la Mistral.
Murua ve la imaginería verbal de Lucila y la transmuta en sus formalidades y colores, allí es donde surge irisada la palabra sin olvidos, la stigmata de la niña que se ve violentada pero también acariciada por los floridos valles de su infancia, esa vida contrastada entre el regocijo y la pena, con los trazos de una dialéctica diaria que posibilita el surgimiento de la poetisa.
Murua comulga con el verso pronunciado y lo exalta, pues él es un heredero del ocultismo del barroco hispanoamericano y en sus obras se visualiza el sincretismo de lo chamánico con una suerte de lenguaje de los medios - es allí donde erosiona con su mirada al desierto y sus montañas para rescatar desde las medulas terráqueas ese color diaguita de la memoria.
Pienso que estas vinculaciones anteriores y sus asomos rizomáticos, dan cuenta del fenómeno manifestado de la poderosa presencia sincretista de la cultura latinoamericana en su obra, estas son perfectamente perceptibles a lo largo de su vida pictórica que podríamos calificarla de ejercicio de lo originario dentro de los márgenes de una cultura globalizada. En ese sentido la imagen de Murúa es una imagen surrealista que surge del inconsciente de lo latinoamericano, de aquello que le pertenece como descripción de su mundo interno y de lo que se forma de la inmediatez del entorno, del suyo propio y la de sus ancestros. Es por esto que este artista va más allá de una determinada demarcación histórica y se mantiene en un nivel constante de verificación plástica demostrando una inacabada actualidad. Una importante parte su trabajo en general asimila el ejercicio de lo maravilloso en términos de permanencia renovable reiterando su no-caducidad, aunque esto resulte incomprensible para las leyes de la estética clásica, al no saber esta desentrañar su verdadero contenido y porque no es asimilable canónicamente. Frente a este estado de cosas la tesis del artista es su impronta cromática, su línea ancestralmente moderna y novedosa y su verbalidad oculta inquietante y de gozo. Es así que Murua adiciona a esta vertiente sus propios códices extraídos desde la experiencia de la búsqueda fenomenológica, en una constante adscripción a la suma de lo invisible que surge desde lo terráqueo y lo que acontece en latitudes que proponen un permanente einfülung (sentir profundo) del “ojo en estado salvaje”, el ojo caníbal.
Existe en la obra de Murua una experiencia que además demuestra la vigencia de lo hermético en la pintura, él, al igual que numerosos artistas en distintos continentes organizan exposiciones, editan revistas, libros y mantienen una adhesión total a los principios de la búsqueda permanente, en pos de aquella profunda y audaz noción de los principios primordiales ordenadores de la vida toda, así continuando con muchos de los recursos propuestos por esta intemporal actitud, la cual es a su vez la gran articulación entre literatura, plástica y lo que también está presente en la obra de Murua: La contrastación entre lo verificable, lo real y lo enigmático e invisible, elementos que se perciben en sus libros y lienzos como la develación de coexistencias y de una alteridad hermética, la transferencia de contenidos inconscientes y ocultos.
Así, en estos trabajos referidos a Lucila, los personajes de este artista se suspenden para ser impregnados del color lírico del cosmos que baña al Elqui, esto lo podemos apreciar en la obra “Viaje a Vicuña” o en “Escribir recados” donde se determina un instante sin tiempo, un encuentro de lo perceptible con lo transmutado, la imagen cordillerana que amarra enfrentada con el amor más allá del cuerpo gravitatorio, ¡Cordillera de los Andes, Madre yacente y Madre que anda,/que de niños nos enloquece/y hace morir cuando nos falta;(1) La imagen se congela y captura la esencialidad del sentir de la poetisa siendo joven, aquello que aún no se ha escrito y que surgiría en años posteriores a través de su poesía. En la pintura sentimos la poesía en estado larvario, los ojos son la primera persona en este relato plástico, son la mirada que nos mira en el centro de la composición, pero que a su vez miran su entorno, incluso la imagen cadavérica nos mira en el lienzo de los “sonetos a la muerte”, así también como nos observan las criaturas del Hades, pero esta macabra figura se mira a si misma sintiéndose despojada de todo reposo, pues la poeta lo ha sentenciado diciéndole: ¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna bajará a disputarme tu puñado de huesos! (2)
En las diversas obras de esta serie nos encontramos con la constante iconográfica del ojo (semánticamente denominada “la mirada”) donde Lucila busca nuestra complicidad y nos pide que observemos atentos, primeramente sus ojos, para luego remitirnos a su espacio circundante, su espíritu, su iniciación plagada de estímulos profundos, el amor de familia, el sol, los cerros, el río, la naturaleza prodigada bajo la claridad del cielo de Elqui, la cual se contrasta con el abandono de su padre Jerónimo Godoy (ella tenía 3 años en ese entonces) la agresión, la humillación, el falso testimonio y el desamor, pero ella a pesar de las hostilidades que encontró en su tiempo, aún cree en el ser humano y en especial en los niños.
Así como ha obrado en el resto de América, ella en su retorno a Chile coloca todo el énfasis en los que se están formando, en los educandos. A nosotros como adultos nos dice que sepamos distinguir en que es lo que debemos tomar de referencia para educar a estos niños a partir de nuestras raíces y cultura, tal como se lee en sus bellos versos del texto titulado “Recados para América”que dice así: Divulga la América, su Bello, su Sarmiento, su Lastarria, su Martí. No seas un ebrio de Europa, un embriagado de lo lejano, por lejano extraño, y además caduco, de hermosa caduquez fatal (3)
Si seguimos observando las pinturas, los ojos y las miradas siguen siendo protagónicos en esta serie de obras a Lucila, no en vano la poesía es la conjugación de la mirada interior y la de la observación hacia afuera, ante las variadas imágenes que surgen del verso, es la pintura la que entonces entra en escena y ofrece una figuración ascendiendo a su propia abstracción, así es posible expandir la vista hacia el contorno como en la pintura “Diaguita del Elqui” donde los ríos atraviesan la mirada, y el ojo captura el agua para saber mas del agua, entonces se logra absorber su secreto con su más intima sonoridad y sustancia, apresando sus saberes para ver la forma del río que ha capturado al río, que a la vez ya era conocido por la memoria que es bañada por el torrente de susurros venidos de su historia alborea. El cerro no es un cerro, es un demiurgo dormido que despierta en la caída del río más abajo y le transmite sus propios versos agharticos a Lucila, es la llave del saber que traen los ríos a los seres humanos, el mensaje de las Ondinas……Es canturía de mi sangre/ o bien un ritmo que me dieron.(4) Hay en este cuadro un enigma que se transmite a la joven-niña Lucila, ella es iluminada por la fuerza de los invisible que se mueve entre la materia y esa condición solo se representa a través de la poesía o la pintura (que también en muchos casos contiene poesía al igual que la música) Lucila sabe que la fuerza primordial y su secreto están en los cerros del Elqui pues con ellos dialoga, con ellos crece, con sus piedras, árboles y cada criatura que mora en las cumbres y sus faldeos, conoce los ríos “Claro” y “Turbio” que a su vez alimentan al río “Elqui” que serpentea el valle de su niñez. Tanto fue el amor de Lucila por su paisaje de niña, que siendo Gabriela, al serle propuesto un monumento en su honor en 1947 después de haber recibido el Premio Nobel lo rechaza diciendo: “den mejor el dinero a una escuela de niños pobres, si quieren homenajearme colóquenle mi nombre a un cerro” (Hecho que ocurriría décadas más tarde gracias a la iniciativa del escritor José Chapochnik) (5). El cerro entonces para ella vive y transmite, y quien lo escucha puede aprender además del anciano secreto del lenguaje de los pájaros como versa una frase perdida hace muchos años en algún tiempo mítico.
Entonces Murua un empecinado nauta de los cerros sabe de este lenguaje, él es un hallador de voces diaguitas dejadas en los dobleces del canto de las aves y en las piedras del río, él sabe de la cuna liquida en la cúspide que besa el vientre celeste, sabe que estas piedras cantan la entonación de las voces olvidadas pero sagradas y que nos hacen verificable las siguientes palabras alquímicas escritas hace siglos: “De cavernis metallorum occultus est, qui lapis est venerabilis, colore splendidus, mens sublimis, et mare patens” (En la parte oculta sacada de la caverna de los metales, que es una piedra venerable de brillante color, un espíritu suspendido en el aire y un mar accesible) (6)
(1) Extracto de poema Cordillera Tala (1938) América
(2)Extracto de poema Sonetos a la muerte. Desolación (1922) Dolor
(3)Extracto de “El Grito”. Recados para América. Textos de Gabriela Mistral.(1922)
(4) Extracto de poema cosas. Tala (1938) Saudade
(5) El escritor y empresario José Chapochnik D. al ver que en el año 1989 aún no se había cumplido el deseo de Gabriela Mistral, el cual era poner su nombre a un cerro, organiza una enorme cruzada para conseguir este propósito, encontrándose con serias dificultades para lograrlo. Luego de mover literalmente “cielo y cerros” y una enorme campaña mundial, se logra bautizar un día 7 de abril de 1991, con el nombre de la poetisa, el cerro conocido como “El Fraile” (que no estaba bautizado oficialmente a esa fecha) y que coincidentemente era el favorito de Lucila. Esta historia está relatada en el libro “Gabriela Mistral en Elqui”, José Chapochnik, Edición chilena.2002.
(6) Extracto de “Carta a los verdaderos discípulos de Hermes” de Dives Sicut Ardens (Sanctus Desiderius) 1699