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ENRIQUE SORO. DESDE EL PROFUNDO SUR AL MUNDO
Desde Chile, Muñozcoloma
Hoy no llueve, y no hay un atisbo de viento, pero como todos los días de julio, en esta casa, el frío es desolador. Por la ventana se ve un paisaje casi monocromático producto de la espesa niebla que lo cubre todo (como a mi alma) y a lo lejos las quejas de algunos pájaros rompen este silencio casi fantasmal.
Ya lo sé, la angustia de nuevo me persigue, así que intento buscar algo que me ayude a matar el tiempo y que a la vez me obligue a pensar en cualquier cosa. Comienzo a medir las distancias que tienen los cuadros colgados en las blancas paredes en relación al techo, y nada cuadra, ¡hay uno que tiene dos centímetros de diferencia!, así que comienzo a ajustarlos como debe ser. Continúo luego con los libros por orden alfabético, los discos por género, las cajas por tamaño, la flores por colores (según la teoría de Ostwald, hoy con Newton... nada). Considero que todo está desordenado, todo carece hasta del más precario sentido de coherencia. Incluso mis palabras no poseen la métrica necesaria, ni siquiera mis metáforas se apegan a la norma, no tengo nada que hacer y nada que decir, así que decido nunca más emitir palabra alguna, por el bien de todos (ese "nunca más" por lo general no me dura más de dos horas).