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UN MUNDO SIN CÓDIGOS, DA VINCI
Desde Panamá, Rolando Gabrielli ©2006
Me hago ECO, de Umberto
La mujer pasó delante de mi mesa de trabajo envuelta en planos y yo en mis textos sobre arquitectura, la silueta de la ciudad. ¿Quién se inscribe para ver en estreno El Código Da Vinci? No levanté la cabeza, pero sentí como anotaba algunos nombres y los repetía en voz alta. El verbo corría por la sala de los arquitectos, sobre sus mesas, bajo las lámparas de luz blanca. No creo que alguien se haya negado al llamado del filme mediático, a la historia del inefable Dan Brown y su señora Blythe, la investigadora que descifró la historia del best seller en el libro El Enigma Sagrado de Michael Baigent y Richard Leigh. La mujer dijo OK, ya están apuntados para el viernes, y sentí el viento de la puerta detrás de mis hombros. Yo había leído hace unas horas la crítica en el Festival de Cine de Cannes, donde se estrenó el libro. Los críticos pusieron una lápida sobre el filme, su director y la estrella principal y su acompañante. No fue por eso que no me inscribí con la manada, sino por esa costumbre que tiene la gente de usar celulares, comer, mascar, reír y sobre todo hablar durante la presentación. Desde luego en Cannes, la risa, el silencio y el chismorreo no faltó. Pero, me dije, después de Cannes, a otro perro con ese hueso de Dan Brown. Iré otro día. De la novela me enteré cuando recién salió editada opor una rusa, que me llamó muy exitada con sus hallazgos y mil preguntas que me hizo. Ella, nacida en los Urales, ingeniera, agnóstica, se devoraba El Código Da Vinci y toda la historia que podía sobre el cristianismo.