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LA BIBLIOTECA COMO PARAISO
Desde Venezuela, Carlos Yusti
Con el fluir de los días los libros se adueñan de nuestros espacios íntimos. Con pasmosa morosidad suelen desalojarnos de nuestros territorios domésticos, dejándonos a la intemperie. Sin previo aviso se ramifican como una hidra en rincones, en improvisados anaqueles y en esos otros sitios menos hospitalarios para el papel v la tinta, como el baño o debajo del fregadero. Cuando uno se percata es demasiado tarde y no hay remedio posible. De esa forma un número significativo de ejemplares se convierten en huéspedes cercanos e inseparables y que aparecen de improviso en el tarro del café, en la lavadora, en la gaveta de las medias, en la nevera o en el sitio donde van los zapatos.
En mi casa de Valencia los libros se adueñaron de un cuarto completo. No hay cama ni otro adminículo para la existencia y la comodidad, apenas una mesa convertida también en soporte de libros. A pesar de que mi capacidad de lectura ha disminuido, los libros no cesan de llegar, no dejan de acompañarme en cualquier empresa de vida que inicie.
Una pregunta que siempre suelen hacerme estudiantes, profesores, amigos o sobrinos es: ¿Por qué sigo leyendo libros?. Mi respuesta es por lo general esquiva y se adecua según la circunstancia: "Sigo leyendo tratando de ser mejor persona", “para combatir todas las pasiones analfabetas (el machismo, la intolerancia, el racismo, la xenofobia y todos los fundamentalismos políticos o religiosos) que nos circundan", "para conocer personajes increíbles como Don Quijote, Sherlock Holmes o Aureliano Buendía".