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ENTRE EL SILENCIO Y LAS SIRENAS
Desde Venezuela, Carlos Yusti
En una etapa de mi vida me refugié en el silencio. Estaba convencido que mi terreno no era la escritura. Todavía hoy no estoy convencido del todo. Pero en esa etapa juvenil de mi existencia estaba frustrado. El horizonte de la literatura para mí no era una línea, sino una gran mancha informe. Comprobé, en el abismo de mis dieciséis años, que escribiendo no obtendría jamás oficio ni beneficio. Además aquella frase de Quevedo me agujereaba de manera risueña el animo: “El que escribe para comer, ni come ni escribe”.
Por esos días ya había publicado varios artículos y uno que otro cuento en algún periódico. También participaba con otros come flores en un grupo literario y ya habíamos editado el primer número de nuestra revista. Un buen día, ante el acoso familiar y ante la burla descarnada de parientes o amigos, decidí guardar mi máquina portátil. Dejar de lado la vagancia y la bohemia literaria. Hice mutis. Busqué un trabajo infame y durante tres años me entregue al silencio de las sirenas, por aquello que escribió Kafka: “Sin embargo, las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio. No sucedió en realidad, pero es probable que alguien se hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio. Ningún sentimiento terreno puede equipararse a la vanidad de haberlas vencido mediante las propias fuerzas. En efecto, las terribles seductoras no cantaron cuando pasó Ulises; tal vez porque el espectáculo de felicidad en el rostro de Ulises, quién sólo pensaba en ceras y cadenas les hizo olvidar toda canción.