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CON EL QUIJOTE, MÀS UTOPÌAS Y MENOS REALISMO
Desde Costa Rica, Rodrigo Quesada Monge
Con permiso de los cervantistas, como decía nuestro querido Azorìn, Don Quijote sigue en nuestros corazones por su enorme potencia para la utopía. Hoy esto es más significativo todavía, debido, en gran parte, a que las personas han terminado siendo sustituidas por las mercancías. El Siglo XVII, el siglo de Cervantes, el Siglo de Oro español, llegó a ser una extraordinaria caja de herramientas para los historiadores interesados en el desarrollo y crecimiento del sistema capitalista, porque en él y con él se cumplían y entraban en la madurez un conjunto de conquistas que, como las llama Arciniegas, hacían que América completara el mundo.
Pero el siglo XVII, al mismo tiempo que tiene pendientes un conjunto importante de temas aún mal trabajados por los historiadores, debido, en gran medida, a la eficiente tarea de demolición realizada por los españoles en América, nos dejó entrever la posibilidad de que también aquí fuera posible la existencia de Sor Juana Inés de la Cruz. Ambas dimensiones de la ensoñación, la de Cervantes y la de Sor Juana, nos hacen recordar que, muy por encima del exceso de realismo y de racionalismo característicos del siglo, considerado por algunos como aquel en el que realmente nace la modernidad, están estrechamente ligadas por un lazo indisoluble que es el lenguaje.