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Carlos Yusti
El homenaje oficial que preparaba el gobierno francés por el cincuenta aniversario de la muerte de Louis-Ferdinand Céline, fallecido el 1 de julio de 1961, fue suspendido abruptamente. El titular de cultura, Frédéric Mitterrand, lo comunicó a los medios y enseguida la polémica se avivó.
Céline era un gran escritor que rozó de alguna manera el genio, pero esto no lo eximió de ser un redomado y virulento antisemita. Céline estaba en la lista de personalidades y eventos para ser homenajeados este año 2011. Su novela «Viaje al fin de la noche», todo un clásico sobre el absurdo deshumanizante que es la guerra y que le permitió no sólo ser reconocido como escritor, sino como uno de los grandes de las letras francesas.
Los libros de Céline bucean en profundo sobre las miserias humanas. Son libros incómodos y escritos con una buena dosis de veneno, rabia y locura. Lo decapita todo con una escritura eléctrica que no le permite respiro al lector. A la par de esto su odio visceral contra los judíos queda estampado en algunos panfletos como Bagatales para una masacre. Céline llevó su antisemitismo a la práctica. Después que los aliados desembarcaron él con rapidez se unió a varios dignatarios pronazis del gobierno francés. En el año 1945 con un salvoconducto alemán escapa y logra llegar a Dinamarca. Por fin es puesto tras las rejas acusado de traidor y colaborador nazi. En el año 1951 recibió la amnistía y se le concedió permiso para regresar a Francia. Murió en la soledad más aparatosa y con el aditivo del desprecio general. Nunca se retractó ni de lo escrito ni de su conducta, jamás admitió haber cometido error alguno.
Una de las características en la obras de Céline es el desbordante torrente de palabras. Existe una traducción venezolana de su monumental novela Muerte a crédito, en la cual la historia que narra queda sepultada por un vigoroso y agresivo caudal de palabras; montañas de palabras que son un monumento estilísticos en sí mismas. En Céline la palabras adquieren un ritmo frenético no sin razón Steiner escribió que la logorrea es la condición misma de sus logros como escritor, pero al mismo tiempo de sus limitaciones, fue un gran dominador de las palabras, para las palabras también ejercieron un dominio férreo en su escritura.
En los libros de Céline no hay imaginación, sólo experiencia, vivencias convertidas en avalanchas de palabras. Steiner acota: “Vale la pena recordar que en los verdaderos herederos de Céline—Grass, Burroughs, Kerouac— predomina una locuacidad frenética semejante. Frecuentemente, el lenguaje de esos autores está repleto de energías que sobrepasan la novedad o la inteligencia de lo que se dice”.
El alcalde de París, el socialista Bertrand Delanoë lo dijo sin tanta literatura: "Céline es un excelente escritor, pero un perfecto cabrón". Esta visión que no permite que la obra de un escritor por un lado y lo que piensa (o los bandos que elige) por otro ha enterrado en el olvido a muchos escritores, aunque en algunos casos la obra a regañadientes se abre espacio y ondea a pesar de los deslices antihumanista de sus autores. Recuérdese a Borges cuyas opiniones (o la condecoración que recibió por parte de Pinochet) le tacharon de lista para obtener el Nobel, sin mencionar que Neruda le hizo una oda Stalin y también lo recibió.
Con homenaje o sin homenaje la obra de Céline está allí como también lo está su conducta abyecta. Lo escrito por el filósofo Bernard-Henri Lévy ofrece otra óptica un tanto salomónica: "Aunque la conmemoración sirviesesolo para eso (...) para empezar a entender la oscura y monstruosa relación que ha podido existir, en el caso de Céline al igual que en otras personalidades, entre el genio y la infamia, habría sido no solo legítima, sino útil y necesaria". Los demonios se exorcizan no ocultándolos en el closet, sino exponiéndolos a luz de la crítica, tanto a favor como en contra.
Darth Vader, ese un personaje ficticio de la saga de ciencia ficción de George Lucas, Star Wars, siempre tuvo clara su militancia en el lado oscuro. Muchos artistas y escritores también han tenido conciencia sobre ese bandooscuro elegido y Céline no sólo lo tuvo centrado a cuanto esto, sino que jamás ofreció signos de arrepentimiento ni otra acto de contrición parecido. Asumió la literatura como un perro rabioso, estuvo consciente de su miseria humana sin culpa alguna, vino con un mazo de palabras a dar golpes bajo y a veces a la cabeza como cuando escribió: “Para que el cerebro de un idiota se ponga en movimiento, tienen que ocurrirle muchas cosas y muy crueles. Durante los funerales pomposos, la gente está muy triste también, pero no por ello dejan de pensar en la herencia, en las próximas vacaciones, en la viuda, que es muy mona y tiene temperamento, según dicen.¡Al paredón los salsifíes sin habla! ¡Los limones sin jugo! ¡Los lectores inocentes!”.