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LOBO MARINO QUE ESCONDE SUS COLMILLOS, SIRVE PARA OTRO COMBATE
Carlos Osorio
Más de un mapamundi, hoja de ruta o brújula habrá que obsequiarle para que corrija, de una vez por todas, tanto rumbo incierto. Aunque ya se maneja a sus anchas con el lenguaje del mar, cada detalle de sus pericias va a parar a la bitácora de marinero que con pluma verde escribe, asemejándose al poeta, exclama profundo. Leguas y leguas de borradores, en donde la goma ejerce su potestad de obsequiarle olvido a intensos parajes de su vida, que no son muchos, pero, para todo llamado a ser, agobian.
Espera publicar algún día inéditos pasajes de su travesía en el barco asignado por su amada institución, desde ya, dejarlos a la mano como si se tratase de un testamento para quienes le sobrevivan; que tenga como fin el principio mismo de su heroicidad, que otras generaciones sepan de su buena ventura, de su capacidad de carismático líder acuático, de quedar inscrito en los anales mismos del aguado y navegado periplo patrio, de humedecer con su apresto los ojos de la ciudadanía que, seguramente, lo llegará a querer como corresponde.
¡Ah! Si ya chapotea de lo lindo de sólo imaginarse tanta dicha. Es un hombre al agua, una marmota en celo que domina a sus anchas la bahía. Ver gotitas lo aplaca, ver gaviotas lo entusiasma. Al final, son parvadas las que visitarán su monolito y son éstas las que hoy no dejan de posarse sobre cubierta. Y las siente cercanas, como la brisa misma, hasta piensa es posible que aquel vuelo raso que acostumbran sea una importante labor de reconocimiento, un estudio a su obra, de vigilar su actuar, quizás se trate de mensajeras para darle la bienvenida, probablemente sean las emisarias o embajadoras que todo líder carismático y con prestancia requiere para involucrarse y encumbrarse a otras alturas más idóneas, necesariamente menos siniestras para la vida misma. Inclusive su mano derecha da de comer a cada una de ellas, ya tiene su regalona, Paloma la Niña le llama, se la imagina en su hombro perpetua, mejor dicho eternamente presa de su lomo, bañadita de bronce, bien pulida y bien encajada, como si se tratase de un lorito dócil y tierno, con obligaciones por cierto; será la encargada de mirar lo que su reojo no alcance, su prótesis ocular exacta para observar, como un repaso, el horizonte y sus límites. La niña de sus ojos pues, que sirva para vislumbrar y cuchichearle más de cerca el futuro. Y se imagina y hasta se cree pirata, cojea en la dicha de sentirse un símil de francis drake, un corsario cualquiera, pese al rasurado tremendamente institucional que porta.
Luce mejorado, ya ni se marea en cubierta, bastante tuvo con aquella vez que dejó una tremenda estela de flemas en aguas atlánticas que más parecía mancha petrolera. Era su viaje inaugural, su primer apronte náutico, allí sus tripas descargaron la furia nauseabunda y retazos de bilis acumulada, expulsó hasta la filigrana, fue como un lavado de la especie, el desagüe definitivo de los suyos, y eso lo consuela a pesar de tanto jadeo y esfuerzo, su estómago fue incapaz de controlarse, demasiada comida previa, mariscales a destajo afectaron su ser ante la embestida de olas en ráfaga, ni el ancla pudo solidarizar siquiera, se hizo pedazos, hasta el intestino tenía mareado el pobre.
Entre el ir y venir por cubierta, es un decir porque parecía mono de goma, y sin tener de donde sujetar su humanidad, tuvo la fantástica idea de bautizar a este ojo de huracán con el nombre de Margot, le recordaba a su primera concubina, aquella que sin decir agua va no cesó en darle cabida a los furiosos deseos de poseerlo, en darle al para arriba y al para abajo, que ahora de lado, que de frente, que arremétale, que póngale con todo, que arrase con lo que venga, que ya, que no se me maree, que agárrese fuerte de la vela, que menéese, que no se me suelte, que déjese ir, no, que no se vaya, que aguante como los valientes, que tuérzame el remo hasta que duela.
Dos días, y sus noches, fueron suficientes para que dicho tropical tropel de agua, de viento y marea, dejara a la estoica tripulación entre exhausta y vacía, la limpia estomacal fue tal, que varias jornadas anduvieron suavecitos, se trató de una verdadera terapia a pesar del desastre, lo único rescatable fue haber estimulado la ascendencia y el respeto hacia los superiores, miguelangelito incluido que, pese a los vómitos y carreritas para el baño, tuvo su minuto de gloria, jugando un rol destacado, ordenando sin cesar, ejerciendo el mando, llevando el timón, repitiendo y repitiendo estrategias, entre ellas su propio plan daisi, aquel que tanto esfuerzo y complicaciones le significó en sus primeros años de vida; nunca lo entendió fehacientemente, para la ocasión, se notaba en su esmero, las labores de salvataje eran las que siempre había anhelado, que primero los niños y las señoras, que ahora los ancianos, que yo me quedo a toda costa, que nadie me contradiga, ni me sigan, que aquí me juego mi futuro y juicio de héroe, que si es necesario morir, procurándome el honor, aquí me muero, me ahogo sin más, exhalando con creces mi valentía.
Nada de lo anterior fue posible, la veintena de clases, que por lo demás eran los únicos pasajeros, entre risitas contenidas, procuraban, pese al instante de locura de su capitán de fragata, el buen funcionamiento de la paupérrima embarcación, a estas alturas, bien mojada, guasqueada y a punto de la zozobra. Aún con hipo y después de la refriega e incontinencia, del sarcasmo y burla colectiva, hace oídos sordos, como que la húmeda cerilla le prende la dignidad. Y sigue, se alegra de la confianza adquirida, de aquello que solía carecer y que a toda costa intentó revertir sin éxito en cuanto sitio le había tocado, como que aquí se siente a la deriva pero a la altura de las circunstancias, y es que la tierra erosionaba su humor, como que le encallaba su razón de ser, no así el mar que lo entusiasma y mantiene a flote cuanta dicha. ¡Ya era hora!, se ufana, hoy pasea sus grados con holgura, hasta con desfachatez inclusive, su ancestral clase y su prestancia exigen que así sea, en el fondo (del mar inclusive) considera que su paso debe notarse, que suene a ritmo de sus rancios pies antepasados (de moda) y que no queden dudas que se trata de un caudillo con cara de cacique o tiburón con aroma a prócer, conquistador de los océanos.