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¡OH PATRIA! PÚLETE TIERRA, SACÚDETE PEDAZO DE COMARCA
Carlos Osorio
Y se perfila, como que se proyecta mejor dicho, más allá del deseo de ser estatua. Le interesa la infinita riqueza que heredará a la existencia y para dicho objetivo, incansable relee voluminosos libros de historia universal con un claro propósito; es justamente allí en donde se compara y se pretende un ideal. Estratégicamente adquiere posturas y dichos y una que otra tara según las láminas e ilustraciones que va rescatando de almanaques y revistas heroicas. Son distintos y hediondos emperadores, reyes y monarcas embalsamados en postales, incrustados en hojas de papel brillante y colorido satín los que, en definitiva, lo identifican, son su espejo sin más y, según su personal y soberbia pretensión, hasta en los rasgos se parece a ellos.
En más de alguna ocasión se distrae armando collages con su foto recortada, ensamblándola sobre algún corcel, posando de héroe patrio, de caudillo, de guerrero, de estadista, de prócer, de general, de presidente, de napoleón tercero o cuarto, no sabe, de cosaco, de gurka, de lo que venga, sin importarle mucho, menos avergonzarse siquiera, de la estatura moral o pequeñez valórica de aquellos ídolos con los que no se cansa de fantasear, además, no tiene demasiados referentes y son pocos los que logra rescatar, no hay ninguna rama genealógica de donde cortar, no hay muchos tomos para mayores referencias. Siempre concluye, es de los que finiquita rapidito, se trata de pesados y antipáticos troncos impuestos a la fuerza, en el transcurso de la débil historia de la humanidad.
Y el cochino éste se entusiasma, porque la estatua aquella que adorna su ilimitado patio de inacabable verde y que, a propósito, más parece una verdadera provincia, es una especie de reflejo que lo señala, porque proyecta la esencia que dice portar, incluidas las espinillas que parecieran terreno lunar. Y es aquel adonis chiquito apenas vestido con una mísera hoja de parra y que adorna la fuente, sosteniéndola además, el que en cierto modo se encarga de proyectar y desnudar su manceba altura de líder natural, y se marea emocionado, borracho de entusiasmo, imaginándose inmarcesible, de una sola pieza, un bloque pétreo y finísimo, en aras de darse el gusto. Modestamente aclara, es un preclaro al respecto, anhela convertirse en los ojos y luz que nutra (raro en todo caso) las esperanzas de la tierra que lo vio nacer, tan lleno de trancas y debilidades, y que próximamente, cuando se muera, lo tendrá de protagonista estelar.
Y es tal la fijación al esculpido pequeño monigote, que insiste que es el responsable mismo de insistir su lustroso llamado a ser, sencillamente porque contiene varias características particulares que lo hacen un sinónimo de lo que él quisiera, y si bien duda de si los rasgos retratan a un sajón, a un vikingo, a un griego, y si acaso no tiene muy claro su identidad, es tan sólo un detalle, no importa, construye rapidito un motivo, una excusa a sus tantas carencias, su familia, pese a todo, le ha enseñado a justificarse con decoro, por lo demás, dicho icono es un obsequio de aquel anticuado pero noble pariente y que no faltan, avecindado en Europa, quien rayaba con toda la tradición del viejo mundo y que soñó para un nuevo día ver estadistas y caudillos varios, reyes y monarcas, haciendo de las suyas por estas lejanas e inhóspitas tierras.
Se permite imaginar la estirpe y carismática pose que tendrá cuando sea un monumento, eso sí, más estiradito que aquellos vistos en los diversas revistas hojeadas y memoriales visitados, a esos los nota demasiado arrugados. Y mas vale que así sea, de un tiempo a la fecha le viene como cierta ansiedad, como que se re-viene y le rebotan las ganas de ser ya ungido, se percibe vestido de gala, coronado con la mejor ropa que existe para estos tan extraordinarios casos, sobretodo para que no digan, no faltan los envidiosos y mala leche que harán todo lo impensable por verlo... por no verlo más bien, junto a aquellos otros que, a estas horas, en algún suelo patrio, se desvelan por el mismo motivo, haciendo los mismos méritos para encaramarse, sino al mismo pedestal de los grandes, por lo menos aparecer como invitados de piedra, por último haciendo sombra en la rotonda de los pro hombres ilustres y pétreos, cual canallas que, con ansiedad, se suponen que la humanidad espera.
Y ya espera impulsar su escasa humanidad, parar más bien el recuerdo de ella, convertida en duro bronce, sobre algún monolito a la altura de las circunstancias, marmóreo si se puede, con una placa tan grande, si es que existiera alguna, que contenga todo el fundido metálico atesorado por la nación que lo elija (siempre existen fondos en reserva para estos efectos y naciones que se prestan sin demora), grabado con alguna incrustación de aleaciones extrañas, para que sea más único, para que sea vea más exclusivo y que a la letra diga todo lo que nunca se ha dicho respecto a los probos estatuarios que, a lo largo y ancho del planeta, posan eternos y se juran satisfechos.
Para ello, el hacer realidad tan soberbio sueño, miguelangelito es un ciudadano que desvela sus deseos, trasnocha sus ansias ensayando frases para el bronce, acomodando el acento en sus virtudes, que poniéndole tilde a sus encantos, que entrecomillando sus gustos, punteando su figura, interrogando al mundo. Más de alguna vez se le ha visto rondando mausoleos en aras de ir copiando algún epitafio extraordinario y así escribir... copiar más bien, los versos más lindos que se puedan imaginar para cuando llegue el momento preciso de encumbrarse por sobre las tradiciones, de empinarse, pese a su enana pequeñez, por sobre el común de los mortales y, si se puede, pasar a la historia como un representante fiel y guardián de lo que debiera ser el globo terráqueo después de su asunción al pináculo de los animales como es su caso.
Y sí que se las trae el pobre, su ansiedad por lograr tamañas metas, entre ellas ir acomodando el cuerpo a las necesidades de la nación, lo tienen casi vuelto loco, es tremendamente exigente en el desafío de subir las personales notas que lo hagan acreedor del sitial que todos quisieran y que pocos conquistan. Se esmera, porque su capacidad de abstraerse es tal, que fácilmente vislumbra, casi como si se tratase de un adivino pese a su joven e ilusoria edad, con las demasiadas proezas que lo llevarán a transformarse en broncíneo, en el esculpido hijo parabién que la tierra, en un vil acto de magia, requiere.
Se esfuerza en buscarle el perfil óptimo a su precoz y pretensiosa imagen, hasta libros de héroes lee últimamente, su favoritismo se intensifica en las epopeyas de cierto personaje, un tanto extraño, tan cortito como su ancho o su escaso largo, que terminó sus días en el paredón de la justicia popular y que gracias a un roquet bien disparado dejó de respirar para suerte de la humanidad entera. No revela el nombre ni las fotografías de tan tremenda bestia por miedo a que descubran sus simpatías y un cuanto hay de taras del escultórico y vil sujeto, él las llama aptitudes que, según esto, hacían más magnánimo y toda una leyenda al fusilado bellaco.
Es tanta la obsesión por su destino, para cuando sea proclamado, para el preciso momento de dar el salto, primero al molde de los auto proclamados y ya luego a la mole de piedra que sólo alcanza a los grandes, distribuida y cortada en bloques exactos, con la altura y peso suficiente para soportarlo, y para eso si que hay que ser un perfecto artesano de cuero duro, como de piedra, que ante tanta exigencia de heroica y patriota, se da tiempo de imaginar a la cuadrilla encargada de mantenerlo altivo, además que todo héroe de prosapia se jacta de escuderos, guardaespaldas, uno que otro merolico, fanáticos, aduladores, seguidores, lamebotas, lameculósculos, corneteros, principalmente de tremendos (por chicos) argumentos y fundamentos ideológicos, que harán del pétreo expuesto a sol infinitamente, un gozoso y eterno vacacionista del honor.
Y ya se ve sobre la piedra mirando para cualquier parte, hacia la latitud perfecta, cuidando la facha, la reacción de la gente allí aglomerada, acaso cuidando la ascendencia, los bienes y lo que sea, porque además es necesario que exista un contingente de santos, por cierto expeditos, custodiapiedras, salvapiletas, cuidaestatuas, preservebronces, aguantamonolitos, resguardamármoles, toda vez que serán básicos para blindar al montado, al encumbrado, al pujado, al arrimado, al elevado, al inmaculado y así cuidar que tremendo peñasco patrio no termine en simple posavasos, ni en güater público de escusadas mierdas y orines sin clase y, principalmente, que su estrado señero no corra con la suerte de otros elegidos, que terminaron sus días, pese a su porte de implacables, hediondos a caca de paloma, de vómitos y fecas que finalmente emborracharon su pose y terminar depositados en el olvido.
Ahí se la lleva, cuidando el detalle, si hasta piensa, para cuando sea el momento justo de su asunción al podium de la vanagloria, tener listo el testamento del trato a recibir, así le llama a esa especie de manual en varios tomos que, en vida, prometió hacerlo ley, que se encargue de cobijar cada una de las necesidades de quién se instale sobre el monolito, todos los cuidados y acciones necesarias para preservar la estirpe ante cualquier dificultad, ante cualquier enemigo que ose mandarlo cuesta abajo y dejar a la patria en ascuas, en desmedro, en la angustia de no saberse reflejada en el preclaro animal ya inscrito como prócer eterno.
Y arremete en su obsesión, sacándole brillo a sus regalonas y ya gastadas botas, buscando en su luc, la supuesta perfección y la pose exacta, imaginando la dicha de ser grande, de ser un imperdible de la naturaleza humana, un aclamado por la multitud y victorioso de la especie. Si hasta suele ir a mítines en homenaje a los caraduras que se yerguen en altura, sólo por saber qué se siente ser tan grande, tan mono, porque para él, todo busto expuesto, todo héroe o prócer, por más innecesario y villano, por más rigidez y soberbio mirar postulado, por más duro o blondo peinado que luzca, por más medallas y charreteras soportadas, quiérase o no, goza de tremenda popularidad.
... Esta parte es bonita; porque son tantas sus ganas de darse a conocer, de emancipar su talle dizque perfecto, y porque ciertos aspectos de su inacabada educación le entrega herramientas de percepción mayor, se ha transformado casi en un artista de su propio imaginario, de su propio destino sin más, es capaz de abstraerse imaginando su busto de prócer, analizando tardes enteras, con croquera y lápiz, como si se tratase del mismísimo Monet y su obsesión por la luz posada sobre la catedral de Ruán, recrea y traza una y otra vez las características de cada una de las sombras que recibirá su monumento, analizando cual ornitólogo, con libros y encuestas bajo su hedionda ala, casi como un verdadero intelectual al servicio de sus inquietudes, el tipo de palomas que algún día se posarán en su rocosa humanidad, y encuesta y pregunta a la gente que cruza las avenidas principales en aras de obsequiarse la estadística perfecta, o casi, que permitan llevar a cabo, a buen pie, su anhelado proyecto de transformarse en un tremendo héroe patrio.