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MONTRUOS Y OTROS ENTUSIASMOS
Carlos Yusti
Lo extraño, lo anormal (y todo aquello que choca con ese mundo que confeccionamos a diario con idílicos paraísos) despierta siempre una morbosa fascinación, una curiosidad retorcida.
La película Freaks ("La parada de los monstruos" es el título en castellano) de Tod Browning forma parte de mi pinacoteca personal de lo extraño. La película utiliza a fenómenos de circo reales (enanos, hombre esqueleto, siamesas, mujer barbuda, seres deformes sin brazos o piernas o que son sólo torso, etc.) lo que ya le prefigura como una película maldita que muestra el rostro muy bien guardado del maquillado vivir americano.
La cinta narra, basado en el relato "Spurs" de Tod Robins, la historia de Hans, un enano que trabaja en el circo de Madame Tetrallini en Francia, comprometido con Frida, otra enana y artista circense. No obstante el pequeño Hans está enamorado de Cleopatra, una bella y sensual trapecista quien sólo se desternilla de risa ante las pretensiones de su diminuto galán, pero luego de enterarse que Hans heredará una fortuna urde un plan con Hércules, el hombre fuerte del circo, para casarse con el enano y luego envenenarlo para heredar así el dinero. En la cinta se muestra el lado siniestro de estos fenómenos que conforman una especie de cofadría espeluznante, con sus propios códigos de moralidad y convivencia.
Cuando la cinta se estrenó en 1932 la crítica la consideró de mal gusto y de un amarillismo asqueante, sin mencionar la censura que la prohibió en muchos otros países. La película fue retirada y guardada con mucho sigilo. Para que regresara a las salas de proyección pasó una larga odisea. Hoy es una película de culto, una extravagante joya de la monstruosidad existente no tanto en las personas con algún defecto congénito, sino en las personas normales capaces de los peores actos.
Diane Arbus, una fotógrafa hija de papá, comenzó a recorrer las peores calles de Nueva York. Sus incursiones, sobre todo a altas horas de la noche, eran ya una experiencia que la marcaría para el resto de sus días. Quería descubrir ese mundo oculto que excluye la belleza. Su método fue sencillo: ir al encuentro de lo grotesco, de lo bellamente horrible. Su segundo paso fue entablar conversación con la fauna nocturna, con los reventados de la vida, con los personajes más excéntricos que pululaban por bares de mala muerte y basureros. Diane Arbus conversaba largas horas con prostitutas, chulos, mendigos. Les explicaba su pasión por la fotografía y luego los convencía para que dejaran tomar una foto. Poco a poco fue conformando una galería de tipos, de seres que más que personajes de la noche eran alegorías de nuestras pesadillas. Un inigualable museo de hombres, mujeres y niños dejados al margen del gran "sueño americano".
Sus modelos eran vagos, borrachines, fenómenos de circo, nudistas, prostitutas, travestidos, parejas de barriadas pobres, retardados, niños especiales, gemelos, enanos, gigantes, locos e incluso había personajes de alcurnia como un hombre de Oklahoma que se autoproclamaba como heredero supremo del trono del Imperio Bizantino. Diane Arbus explica en una entrevista un poco su relación con estos personajes: "Los monstruos eran una cuestión que fotografié mucho. Fue una de los primeros motivos que fotografié y para mí poseía un tipo de excitación terrorífica. Comencé como a quererlos. Todavía hoy aprecio y quiero a mucho de ellos. En realidad no quiero aseverar que ellos son en si mis amigos, sino más bien que ellos me permitieron sentir una mezcla de vergí¼enza y temor. Hay una cantidad de leyenda sobre los monstruos. Todo para ellos sucede como en un cuento de hadas. Los monstruos nacieron con su trauma. Ellos ya han pasado su prueba en la vida. Ellos son aristócratas del dolor".
La película de Tod Browning, Freaks, fue importante en su trabajo. Patricia Bosworth escribe: "Dee llevó a Diane a ver Freaks, la película de Tod Browning, de 1932; Dan Talbot la había reestrenado en el New Yorker Theatre, del Upper West Side, que era de su propiedad. La película cautivó a Diane, porque los monstruos no eran imaginarios sino reales, y esos seres -enanos, idiotas, contrahechos- siempre habían sido para ella motivo de atracción, de reto y de terror, porque constituían un desafío a muchas convenciones. A veces, Diane pensaba que su terror estaba vinculado a algo que yacía en lo más profundo de su subconsciente. Cuando contemplaba el esqueleto humano o la mujer barbuda pensaba en un ser oscuro y antinatural que llevaba oculto dentro de sí misma.
Hoy todavía veo la película, o me quedo absorto mirando las fotos hechas por Diane Arbus, y desduzco que la monstruosidad espiritual es más peligrosa que la física. El espejo nos devuelve la mentira de ese entusismo que somos, de esa normalidad aparente mientras adentro un monstruo toma cuerpo y metáfora oscureciendo todo reflejo. Un aforismo de Antonio Porchia podría servir: "En plena luz no somos ni una sombra".