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Esta exposición de OMAR GATICA es la primera individual en el Museo Nacional de Bellas Artes. Representa la madurez de un cuerpo de obra, resultante de una persistente y esforzada interrogación sobre la pintura. Persistente y esforzada porque ha tenido que hacer frente a múltiples vicisitudes de su existencia que, a cualquier otro, lo habrían llevado a abandonar su práctica. Su amor por ella, como forma de vida, como valor espiritual han modelado su estar – en – la pintura. Cuando escribió su tesis de Licenciatura en la Facultad de Artes de la Universidad de Chile la tituló “Yo, pintor” ¡Es su intransable marca de identidad artística! Nunca quedó atrapado en las redes de los nuevos medios, soportes o especulaciones conceptuales que han derivado en una escena artística de horizontes ilimitados, aunque a veces de limitados resultados. Por cierto que estas estrategias no las condenó, sino que no estaban en sintonía con su decidido compromiso con la pintura, hasta el punto de recuperar el hilo conductor de su historia en las citas a Van Gogh, Morandi, Burchard o Couve. Todos ellos intensamente vinculados a su ejercicio. La exposición que hoy presentamos marca una etapa que pone de manifiesto otra mirada sobre la propia pintura. Surge una relación mucho más íntima entre vida y arte, incorporando con intensidad sus propios afectos y emociones, como así también sus vínculos más personales con su entorno familiar, conmocionado además por la muerte de su madre y las circunstancias impensables – aunque en Chile todo es posible – propias de una pesadilla en la gestión funeraria. En este sentido, la obra que presenta Omar Gatica es autobiográfica; se desplaza desde la recuperación del sentido de familia hasta las situaciones límites que le depara la vida, acentuado por el gesto violento e incontrolable; es la náusea que le provoca la pérdida de la ética en el comportamiento humano. En el proceso de elaboración de sus pinturas pareciera disiparse cualquier distancia entre el cuerpo del artista y el soporte sobre el cual pinta. Es un registro testimonial de un trabajo de arte en profundidad, donde pareciera jugarse la vida en cada trazo, gesto, mancha o grafía sobre la tela. No son suficientes para él los instrumentos y materiales clásicos de la pintura, sino que recurre a la espátula, rodillos, plantillas, estampados, guantes de goma, para dar cuenta de su irrefrenable impulso por lo que hace. Decíamos al comienzo que lo que presenta es la madurez de un cuerpo de obra en el que se dan cita el conocimiento de la historia de la pintura y sus continuas remodelaciones; su introspección biográfica que aflora como nunca antes, su acercamiento a lo sagrado desde lo mundano, que lo llevan a revisar la inmanencia del sentido de la vida para adentrarse en una reflexión mental y visual sobre la pareja humana, el recuerdo maternal, el duelo, la muerte. La pintura es su segundo cuerpo desde donde mostrar y mostrarse. MILAN IVELIC Director Museo Nacional De Bellas Artes Santiago, Abril 2009 |
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