Conceptualización inicial. Vamos a entender por movimiento estudiantil al conjunto de organizaciones, estrategias y acciones que conducen al bienestar de los estudiantes, en cualquiera de sus niveles educativos, y que prefiguran un ejercicio independiente del poder en su beneficio. Puede verse que esta es una definición articulada en torno a dos grandes preocupaciones: Si las organizaciones y las acciones estudiantiles posibilitan el ejercicio del poder, cuando no es posible un apoyo directo del estado. Si las estrategias y el movimiento estudiantil conducen al pleno desarrollo de las personas y de los colectivos que las integran, en todos los terrenos posibles: humano, académico, en la salud, en los aspectos financieros y materiales que hagan del estudio un disfrute y no un sufrimiento cotidiano. En estas condiciones, el sistema capitalista y la civilización burguesa, desde sus momentos más álgidos de crecimiento y expansión han probado ser totalmente incapaces de satisfacer esas dos condiciones esenciales a que hacíamos referencia arriba. Sin embargo, a pesar de tan serias limitaciones, los estudiantes, en alianza revolucionaria con las modestas organizaciones obreras de la época, y los gremios de profesionales libres fueron capaces de lanzarse a las calles del Paris de 1848, 1851 y 1871 para dar inicio a un proceso histórico independiente, en el que han jugado un papel central así como en el desarrollo de los movimientos populares de la modernidad. Aquellos estudiantes demandaban mejores condiciones de vida para ellos, los obreros, los campesinos y la pequeña burguesía francesa marginada por una vuelta atrás de carácter monárquico. Es decir que los estudiantes siempre han mirado hacia delante. El movimiento estudiantil, entonces, no puede definirse únicamente desde una perspectiva puramente reivindicativa. No puede agotarse en demandas coyunturales y pasajeras, puesto que, si así fuera, su horizonte no iría más allá de la simple y plana cotidianidad de las aulas. Pero, junto a las exigencias de una mejoría en esa cotidianidad, la agenda de los movimientos estudiantiles más desarrollados en el mundo, ha estado cargada hacia la imaginación y el pensamiento de una utopía social en el que no solo los estudiantes, sino también todos los otros grupos sociales oprimidos y marginados, puedan participar. En este pequeño trabajo, entonces, buscamos reflexionar un poco sobre el futuro del movimiento estudiantil, concibiéndolo como una fuerza dirigida hacia el logro de más calidad humana, social, política y cultural hasta donde nos lo permite la civilización contemporánea. Y, si es posible, ¿por qué no?, aún si no nos lo permitiera.
El trazo histórico. Decíamos atrás que algunas de las primeras manifestaciones organizativas y organizadas del movimiento estudiantil, se pueden encontrar en la Francia revolucionaria del período que media entre los años de 1848 y 1871. La literatura artística de la época, y aquella otra cargada de contenido político, testimonian la proliferación de organizaciones estudiantiles, y de liderazgos cargados de aspiraciones hacia la imaginación de una sociedad más justa, libre y realizada. La revolución industrial y los alcances parciales de la revolución francesa no permitieron, como diría Kropotkin, y desde otro punto de vista totalmente diferente el mismo Carlyle, que el declive del feudalismo abriera las compuertas para dar paso a la llegada de la verdadera civilización como se decía entonces. Las trincheras y los enfrentamientos callejeros de toda la Europa central y noratlántica, por esta época, están repletos de estudiantes participando activamente, junto con los obreros, los campesinos, la pequeña burguesía y los soldados desmovilizados, tratando de arrancarle a la gran burguesía algunas conquistas que, en su alianza con la vieja aristocracia derrotada y amargada, le negaban fanáticamente a los sectores más desposeídos de la sociedad francesa. En la Rusia zarista, en la Inglaterra victoriana, en la Italia y la Alemania desunificadas todavía, el movimiento estudiantil estuvo al frente de las luchas más justas y sostenidas del proceso revolucionario en esas naciones. En los países jóvenes como los Estados Unidos y los de América Latina, la migración europea realizó una tarea esencial en la difusión de estrategias, tácticas, propuestas y objetivos vinculados con un movimiento estudiantil incipiente e inmaduro. En los Estados Unidos posterior a la guerra civil (1861-1865), el vigoroso desarrollo del movimiento sindical y el crecimiento notable de la industrialización, facilitaron un enriquecimiento de las posibilidades que ofrecía el acercamiento entre los trabajadores y los estudiantes que la explosión universitaria estaba provocando en ese país. No se pueden olvidar tampoco, las luchas estudiantiles que tuvieran lugar en la España ocupada por Napoleón, y la enorme importancia de sus estrategias para la guerra de guerrillas posterior. Para la América Latina , en países como México, Argentina, Brasil y Chile, el movimiento estudiantil experimentó un empuje considerable en su capacidad de lucha, de lucidez y organizativa, que lo conduciría inevitablemente hacia la Reforma de Córdoba de 1918. Gran parte de tal empuje venía provocado por una migración muy radicalizada cuyas aspiraciones en el nuevo mundo estaban sustentadas en el ideario socialista, anarquista y revolucionario en general.
La Reforma de Córdoba (1918) y su herencia en Costa Rica. En la mitología y la memoria de los movimientos sociales más importantes y decisivos de América Latina, las acciones de los estudiantes argentinos que condujeron a las transformaciones universitarias de 1918, tiene un papel destacadísimo la Reforma Universitaria en Córdoba. Es en este momento, precisamente, cuando nos percatamos con claridad de un movimiento estudiantil que forma parte del amplio abanico de los movimientos populares de carácter urbano. La agenda de propuestas y demandas establecidas por los estudiantes en esa ocasión, han pasado a formar parte de ese fondo inagotable de logros y proyectos que aún están por realizarse plenamente. La autonomía universitaria, la libertad de cátedra (una antigua aspiración con la que lidiaron durante siglos los europeos desde 1664), la independencia financiera y la representatividad de los estudiantes en los órganos del poder nacional y universitario propiamente dicho, el derecho a las residencias estudiantiles, la descentralización de las bibliotecas y, por encima de todo, el avance sostenido de la capacitación profesional de los profesores universitarios fueron algunos de los alcances premonitorios de aquella reforma. El salto se había dado, de una institución universitaria con características de torre de marfil, elitista y al servicio únicamente de los sectores más poderosos, a un instrumento de cambio, de reflexión, de creación artística y científica. La Universidad de Costa Rica, fundada en 1940, vino al mundo con mucho inspirada en las lecciones de la Reforma de Córdoba, y más aún cuando al Rector Rodrigo Facio Brenes, en 1957, se le ocurrió impulsar una transformación irreversible de la educación universitaria, siguiendo muy de cerca lo que había sucedido con el mismo tema en Costa Rica, desde los años treinta y cuarenta. No olvidemos los nobles antecedentes que representan la Normal Superior y los sueños de García Monge a favor de lo que él llamaba la Universidad Obrera. Todo esto supuso un fortalecimiento considerable de los derechos de los estudiantes, quienes, al fin y al cabo, configuraban la población decisiva de la institución universitaria. Pero también el estudiantado pasó a formar parte, por su mayor nivel educativo y por sus posibilidades de acceso a la cultura en general, de aquellos sectores sociales y políticos más críticos de las sociedades latinoamericanas, y en otras partes del planeta. Está todavía por dilucidarse el verdadero contenido de clase de los movimientos populares urbanos, y entre ellos el del movimiento estudiantil, por su carácter disperso y de amplio espectro ideológico. Recordemos que Julio Antonio Mella, uno de los más serios fundadores del movimiento estudiantil en Cuba, sentaba las bases analíticas para que tuviéramos una mejor comprensión de la dinámica y objetivos de dicho movimiento. Indiscutiblemente, la revolución cubana y la gesta del Che Guevara clarificarían de forma considerable algunas de las dudas teóricas y metodológicas de dicha discusión, puesto que estaban en juego las alianzas posibles del movimiento estudiantil con otros sectores de la sociedad.
El hito de 1968 En el marco de la Guerra Fría , la Guerra de Viet-Nam polarizó considerablemente al mundo, y les dio a los estudiantes un motivo más para tomar conciencia de la tremenda brutalidad y violencia de la sociedad burguesa. Las revueltas en Kent y Los Ángeles, California así lo evidenciaban. Pero en México, en Tlatelolco, los estudiantes eran masacrados, por un estado que quería volver el reloj más atrás de lo que tuvo lugar en Córdoba en 1918. Eran cincuenta años exactos en los cuales los estudiantes latinoamericanos se percataron de que muchas de las luchas que se habían dado en aquel entonces, en Córdoba, estaban pendientes. El gobierno mexicano les cobró muy caro a sus estudiantes la memoria histórica. Tanto así que, muchos de los crímenes que se cometieron aquella noche aún no han sido esclarecidos. Pero el 68, en París particularmente, nos enseñó algo más. Nos hizo ver que eran posibles alianzas vigorosas y sostenidas con los otros movimientos sociales urbanos, de una gran ciudad como la capital francesa. No era posible imaginar al movimiento universitario y secundario francés, de aquel entones, sin sus ligámenes políticos, ideológicos y estratégicos, con el resto del movimiento obrero. Una agenda de luchas compartidas y de objetivos muy concretos los acercaban para articular un conjunto de demandas, que ya no beneficiarían solamente a la sociedad y a la educación francesas, sino a toda la humanidad: como eran sus exigencias para que Francia abandonara de una vez por todas su pasado colonialista. Los límites a los que llegaría la guerra de Argelia así lo pondrían en evidencia. En esta coyuntura el movimiento estudiantil demostró una extraordinaria madurez y profundidad, cuando sus pretensiones salieron de las aulas universitarias y se plantearon en las calles, frente a frente contra el ejército y todos los aparatos represivos del estado francés. La calle probaba así, como lo había hecho miles de veces en el pasado, que era el mejor escenario para que los funcionarios sordos del estado escucharan. En la lucha contra la globalización, contra la explotación y humillación de las minorías, en cualquiera de sus expresiones, contra el fanatismo y la intolerancia, los estudiantes han probado que pueden ser capaces de dar las mejores luchas. Hoy así lo está probando, indiscutiblemente, el movimiento estudiantil en Chile. Un ejemplo para todo el continente de iniciativa, imaginación y capacidad de lucha. Y en Costa Rica tampoco estuvimos exentos de esa influencia noble del movimiento estudiantil sobre el resto de los movimientos sociales. Con las protestas de ALCOA en 1970, los estudiantes costarricenses alcanzaron a demostrar que podían ser una de las fuerzas más concientes y representativas de los anhelos de aquellos que disienten y piensan distinto. La década de los años ochenta, por ejemplo, estuvo repleta de demostraciones, debates, discusiones y enfrentamientos que ponían a los estudiantes al frente de las mejores causas. Cuando las otras universidades estatales del país se fundaron, durante los años setenta, fue posible contar con un cuerpo de pensadores, científicos y artistas plenamente capacitados para hacerle frente a las necesidades más perentorias de Costa Rica. Hoy, cuando se nos dice que el TLC traerá más empleo y personal entrenado para atender las limitaciones de nuestro país, deberíamos recordar la cantidad de graduados que producen las universidades estatales (sin mencionar las privadas) deseosos de poner en práctica sus aprendizajes en industrias, profesiones y actividades creadas y sostenidas por costarricenses. La agenda sigue abierta. Al finalizar el siglo XX y al iniciarse el siglo XXI, los estudiantes siguen demostrando con su juventud, iniciativa y lucidez, la enorme importancia que tienen su protagonismo y sus exigencias en el desarrollo del movimiento social costarricense. Su participación en las luchas urbanas, contra el combo del ICE por ejemplo, o al lado de las organizaciones vecinales son una prueba más de que las instituciones de enseñanza en Costa Rica, han dejado de ser simplemente torres de marfil donde ir a refugiarse. Ahora bien, frente a un estado oligárquico pobremente equipado ideológicamente para hacerle frente a las críticas del resto de la sociedad civil, sobre todo de aquellos sectores más conscientes, como los estudiantes, es importante tomar conciencia de que muchas de las aspiraciones del movimiento estudiantil siguen vigentes. No está claro si el TLC es el techo que tocará el estado burgués costarricense con relación a su inveterada capacidad de entreguismo, pero sí es evidente que serán las organizaciones estudiantiles, por ejemplo, las que deberán sentar el ejemplo, con el estudio crítico y responsable, sobre las consecuencias sociales, políticas, económicas, jurídicas y culturales de un tratado como ese. En 1934, uno de los pensadores antiimperialistas más eminentes de Costa Rica, Octavio Jiménez Alpízar (1895-1979), decía con una capacidad visionaria sobrecogedora, que la firma de estos tratados era de curso corriente para los Estados Unidos, puesto que siempre los negociaba desde posiciones de fuerza. La historia del TLC actual le ha dado, desgraciadamente, toda la razón. De igual forma, él nos señalaba que siempre había costarricenses sin decoro y sin dignidad, dispuestos a regalar el país por unos cuantos centavos. Otra vez, desdichadamente, la historia le ha vuelto a dar la razón. Es con estas coyunturas, en el momento cuando la imaginación de los políticos, obnubilada por unos cuantos dólares se vuelve la meretriz más generosa del imperialismo, cuando las voces más limpias y desinteresadas deben abrirse paso. Los estudiantes, en alianza con todos los sectores críticos y reflexivos del país, aquellos que no tienen compromisos penosos con el imperio, deben aportar su fuerza de juventud, su vigor innovador, y su capacidad analítica para que no nos vendan el país. En la situación actual de Costa Rica es ineludible tomarle el pulso a lo que nos espera en los próximos días. El estado costarricense, que ha perdido su contorno y se ha vuelto una maquinaria productora de impuestos al servicio de los intereses más espurios del imperialismo norteamericano y de las elites ridículamente pseudos aristocráticas en Costa Rica, está decidido a cualquier costo a entregar el país, aún al precio de una confrontación social de grandes proporciones. Progresivamente ha ido desmantelando el movimiento sindical, ha ido arrinconando a los trabajadores del sector público, y se ha fortalecido militarmente para enfrentar a los que no están de acuerdo con sus esfuerzos por regalar las riquezas humanas y materiales de Costa Rica. Todos, entonces, en este 12 de octubre de 2006 deberíamos aquilatar lo que nos espera: un país secuestrado por las mafias extranjeras, por las multinacionales, y, lo que es peor aún, por una banda de políticos frustrados y amargados porque el ego no les cabe en el pellejo. Las aspiraciones de todos los potenciales y reales dictadorcillos que hay en Costa Rica, deben ser combatidas en la calle, donde, la historia lo ha probado así, está el escenario natural de los que no estamos de acuerdo con que nos arrebaten lo único noble y decente que nos queda: la esperanza de una Costa Rica para todos, más justa, solidaria y humanista.
1 Historiador costarricense (1952), colaborador permanente de esta revista.
Si usted desea comunicarse con Rodrigo Quesada Monge puede hacerlo a: histuna@sol.racsa.co.cr
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