La verdadera recreación de un paisaje no se da solo cuando realizamos una copia exacta de figuras y contextos. Lo fundamental es plasmar el ambiente, la atmósfera que rodea al acto costumbrista de reflejar una simple imagen con formas y colores. Es sin duda una cualidad especial de la que un artista esta dotado, si puede desarrollar esta especial sutileza o sensibilidad.
En este sentido podemos sin duda destacar la obra de la autora cordobesa (España) Inmaculada Ortiz de Galisteo, un trabajo serio, armónico, sensible, puro, una sutil representación de espacios y figuraciones que muestran cierta parte de la realidad , una realidad reflejo de lo cotidiano. Cuando hablo de "reflejo" me ciño a su significación exacta, ya que Inmaculada capta la esencia de lo que pinta, le da movimiento y la disipa, como si de bruma de mar se tratara. Expectantes, las figuras permanecen inertes en un espacio delicadamente estructurado, sinuosamente tratado al detalle; un detalle no ornamental y recargado sino básico y uniforme, compendio de sentimientos y contemplación.
Parece como si la autora utilizara los cinco sentidos en su creación, en la asimilación y plasmación de paisajes, bodegones.... El entorno se engrandece por la cuidada utilización tonal que dota a la obra de un singular atractivo, haciéndola merecedora de una calidad constatable.
Claro-oscuros, sombreados, tonalidades preferentemente marcadas por ocres y azulados....todo ello en un definido y acompasado ritmo que acompaña la representación en su conjunto. Un ambiente puro y natural invade al espectador cautivándolo , transportándolo a un medio imaginativo, a un submundo de exaltación de la belleza y optimismo, aunque con su justo grado de añoranza, de lo que podría ser y casi nunca es. En resumen, una obra cuidada, delicada y cálidamente apacible.
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