En el año 1908 un fraude con diamantes se convirtió en la comidilla predilecta de los parisinos. Las anécdotas y chistes proliferaban como moscas irredentas en salones y tertulias. El fraude involucraba como protagonistas a Sir Julius Werner, director general de la De Beer's, una sociedad financiera dedicada a la explotación de minas de diamantes, y al técnico electricista Lemoine. Según se cuenta Werner y el técnico coincidieron en Londres. Lemoine le aseguró a Sir Julios que había descubierto un método para fabricar diamantes y el cual apenas requería solo de un horno, un crisol, carbón y algo de capital. Lemoine le hizo una demostración al crédulo Werner. Este introdujo un carbón en un horno, le agregó una sustancia, movió un interruptor y al momento tenía un pequeño diamante genuino. A Werner le brillaron los ojos de codicia y de allí a entregarle dinero al técnico hubo un solo paso. Sir Julius fue entregando pequeñas sumas de dinero hasta completar la cifra de sesenta y cuatro mil libras esterlinas de la época. Lemoine, para hacer creíble su timo, mostraba nuevos diamantes a su incauta víctima, pero se cuidaba de no revelar su técnica. Entonces, Sir Julius decidió apelar a los tribunales. Lemoine fue interpelado en presencia de abogados. Su abogado defensor fue nada menos que el mismo que asistió en su defensa a Richard Dreyfus. El asunto de los diamantes Lemoine encontró eco a nivel mundial. El plan de Lemoine era enrevesado y audaz: consistía en hacer público su método, comprar el mayor número de acciones de la sociedad de De Beer's cuando se produjera la gran baja que dicho anuncio provocaría. Luego vendería de nuevo las acciones tan pronto el mercado retornara a la normalidad. La investigación comprobó que los famosos diamantes fabricados en verdad fueron adquiridos por la esposa de Lemoine en algunas joyerías de París. La prensa se divirtió durante meses con el caso. Proust siguió con atención el caso hasta que pudo verle el lado cómico y enseguida comprendió que aquel escándalo financiero parecía calcado de una novela de Balzac, de Flaubert o de cualquier otro autor en boga para el momento. Cuando la estafa de los diamantes se hizo pública la parodia literaria como moda cultural vivía su mejor momento en diarios y revistas. Incluso Charles Müller y Paul Reboux habían publicado un sazonado libro de imitaciones cómicas de escritores titulado "A la Manière de.", que fue un éxito editorial. Con estos antecedentes Proust, quiso "retratar este trivial caso jurídico", como lo denominó en una de sus cartas, a través del estilo de otros escritores. Un caso tan absurdo requería un tratamiento similar. El primer grupo de autores incluidos fue Balzac, Emile Faguet, Michelet y Edmond de Goncourt. Las parodias se publicaron en el suplemento cultural de Le Figaro. El segundo grupo de imitados estaba conformado por Flaubert, Saint-Beuve y Renan, con el cual disfrutó tanto que el texto se ramificó más de lo esperado. Las parodias de Proust se distinguen por la profundidad con la cual se mete en la piel del estilo de los otros escritores. Los giros estilísticos, el lenguaje utilizado, la manera como aborda el tema y como determinado autor lo hubiese desarrollado y más que parodias parecen textos fidedignos de los autores seleccinados. Proust rebasa los parámetros de la parodia literaria hasta llegara escribir pequeñas obras maestras con un diestro y bien distribuido sentido humorístico. Mi preferido es la parodia a Michelet, autor al que Roland Barthes le dedicara un estupendo libro, debido a su gran nivel de virtuosismo. Proust, aparte de imitar esos ramalazos eruditos a los que acostumbraba Michelet, hace malabares con su modo rebuscado y poético para encarar los temas. Vale la pena el inicio del texto: "El diamante puede extraerse a profundidades singulares (1.300 metros). Para conseguir la piedra, tan brillante, que es la única que puede desafiar el fuego de una mirada de mujer (en Afganistán, el diamante se llama "ojo de llama") sin fin, habrá que descender al reino de la sombras". Para justifica sus parodias Proust argumentaba: "En el caso de los escritores gravemente intoxicados por Flaubert, jamás recomendaré con el suficiente encarecimiento la purgante y saludable virtud de la parodia; es preciso que hagamos una parodia a plena conciencia, para evitar malgastar el resto de nuestras vidas escribiendo parodias involuntarias". Proust se atrincheró en la parodia para relajarse un poco ante las tensiones que sin duda le producía la monumental novela que ocupó buena parte de su susceptible existencia. Algunos escritores llegan a la parodia sin saberlo. Así por ejemplo Laura Esquivel con su novela Como agua para chocolate parodia a Isak Dinesen y la escritora chilena Isabel Allende hace lo propio con el estilo de García Márquez. La parodia premeditada y alevosa sirve para deshuesar el estilo de mis amigos, o de esos autores que uno tiene acomodados en la estatería del alma, para liberar la tensión del propio estilo que muchas veces se anquilosa, se agota hasta llegar a lo aburrido y convencional. Cuando se escribe con regularidad para la prensa la tensión por escoger un tema a veces paraliza al columnista y encoña todas las tentativas. Escribir es a veces una agradable zozobra. La parodia es el inigualable divertimento de ese trabajo creador que se llama escritura.
Si desea escribir a Carlos Yusti puede hacerlo a: carlosyusti@cantv.net
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