Este vistazo crítico será consagrado este mes en Revelado, a uno de los más importantes fotografos contemporáneos: el suizo Beat Streuli. Conocí su obra hace unos años en el Palais de Tokyo en París. Ese día iva a ver una exposición, ahora no recuerdo cuál y, luego de salir de la estation del metro Iena, no muy lejos del site de creación me encuentro con unos personajes en colores que parecían observar por las inmensas ventanas del Palais. Sin saber de quién se trataba los observé: eran rostros comunes y corrientes como esos que a diario uno cruzaba en las calles de Haussman. Esos rostros que conforman la multitud, son la esencia del trabajo fotográfico de Streuli. Cada vez que él va realizar una instalación, él se apropia de las imágenes de esos caminantes anónimos urbanos, y luego las expone al mejor estilo publicitario, en grandes vayas o en las ventanas del centro cultural, museo o galeria que le acoge. Al magnificar esos retratos de personajes anónimos, el fotografo muestra esos rostros de la cotidianidad, donde la soledad, la indiferencia o simplemente el spleen del que hablaba Baudelaire, se devuelven al caminante desprevenido. ¿Quién es aquél que me observa? Quizá se preguntan los transeúntes al reconocerse en esos inmensos retratos. No son para nada los rostros lisos fotoshopiados que la publicidad exhibe a diario de una manera intrusiva o de aquellos personajes célebres protagonistas de una película, de la política o del deporte, que terminan eliminándo todo accidente de la carne. Por el contrario son los rostros de la calle, que cobran importancia, que entran (¿o salen?) en el museo, y que se exhiben como obras de arte no sin cuestionar el mismo estatus de la obra de arte. Pues esas obras terminarán deteriorándose con el tiempo y la intemperie, descolorándose quizá por los efectos del sol. Las instalaciones fotográficas de Streuli tienen la particularidad de aprovechar la arquitectura, en particular las ventanas para hacer de la transparencia un verdadero lugar de reflexión, donde los rostros de la calle, nos observan pasar, mientras nosotros mismos nos vemos reflejados en ellos y, nuestra imagen a su vez se amalgama con el entorno. Las instalaciones del fotografo suizo nos permiten mirar de otra manera a aquél a quién no nos atrevemos a mirar, porque simplemente no hay tiempo para ello. "El hombre de la multitud" de Poe, que tanto sedujo a Baudelaire, es ahora participe del mundo imaginado e imaginal de la gran ciudad, gracias a la mirada maquinal del fotógrafo. Las fachadas de la modernidad y las transparencias de la soledad en la multitud, se hablandan con esos rostros que nos hablan de su ir y venir desprevenido, mientras alguien les ha robado su imagen. Cada ciudad que el fotografo recorre, se convierte en el escenario ideal para que él a la mejor manera de un paparraci , tome las imágenes de cientos de personas que no saben que son fotografiadas. Ese robo se ve sublimado por el retorno de esas imágenes a la esfera de lo público, donde la privacidad en el anónimato se ve magnificada gracias a la fotografía y lo público comienza de nuevo a tener sentido. El cazador de imágenes, ha logrado su comentido. Resta tan sólo dejarse atrapar por esa mirada de esos rostros de la calles que no nos atrevemos a mirar a los ojos, simplemente porque no tenemos tiempo, o porque el otro realmente no tiene importancia en esas grandes cidudades donde el individuo no es sino un número más y donde la masa cada vez más pretende anular toda singularidad.
Ricardo Arcos-Palma
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