revista virtual de arte contemporáneo y nuevas tendencias
año 8
Número 85 - Julio 2006

 

PERLA
Autor: Juan Maal

Se despertó mas temprano de lo previsto, cansada, tampoco había podido dormir bien esa noche. "Saldría a trotar por el parque", pensó sentada en la cama con las rodillas abrasadas al cuerpo, tratando de despejar la mente y cargar las baterías para abandonar la cama. Era un proceso que últimamente se demoraba un poco mas de la cuenta.

Se dirigió al único baño del apartamento, se desnudó y luego de mirarse en el espejo desde todos los ángulos mientras se cepillaba minuciosamente los dientes, se sentó en la tasa con los codos sobre las rodillas a descargar la vejiga. "La mejor orinada del día" se dijo en voz alta, en medio de un placer casi orgásmico, mientras oía al grueso chorro alborotar la tranquila superficie del agua del sanitario. Regresó al espejo y se imaginó trotando desnuda vestida con solo los Nike y no pudo evitar una sonrisa, hubiera sido un bello espectáculo, pensó mientras se enfundaba en la gastada trusa de nylon.

Desechó el ascensor, bajó por la escalera los cuatro pisos, y sin detenerse salió por la puerta que daba al exterior del edificio y penetro la fría madrugada decembrina rauda como una flecha.

Era una rutina que la tonificaba y la ayudaba a superar la ansiedad y la tensión emocional, las endorfinas la mantendrían motivada el resto del día, y aunque el recado que había encontrado en su contestador el día anterior la había llenado de satisfacción, lo que de ello podía llegar a derivarse no dejaba de estresarla un poco.

La anciana nunca llamaba a nadie personalmente, lo hacía por intermedio de alguna de sus asistentes; tampoco "rogaba", ordenaba con la autoridad propia de quien lo ha hecho desde la cuna. Pero en esta ocasión, le había tratado con mucha deferencia, la quería en su despacho a las 10 AM.

Aunque la Agencia no era de las mayores, su propietaria la manejaba con mano de hierro y la hacía caminar con la precisión de un reloj Suizo; de hecho se podía dar el lujo de ofrecer las mejores condiciones económicas para su pequeño ejército de trabajadoras temporales.

Hacía solo dos días que había terminado un agotador contrato de varios meses en una gigantesca multinacional y pensaba salir de la ciudad, pero la llamada no admitía réplica, la necesitaba para algo "muy especial", fueron textualmente las palabras utilizadas.

Al llegar se sintió extraña, algo cohibida, muy pocas veces había sido citada en la Dirección General. Se notó que la esperaban, la guiaron de inmediato a la Presidencia. La severa anciana la esperaba de pie en el umbral de la puerta, se hizo a un lado y le señaló con un gesto una de las butacas de cuero que se encontraban al frente de su escritorio. La siguió con la vista hasta que tomó asiento y, como si la joven no existiese, con las manos entrelazadas a su espalda continuó su nervioso caminar de lado a lado de la suntuosa oficina; trataba por todos los medios de contener los efectos de un volcán de emociones que se gestaba en su interior.

La joven desde su silla la observaba impasible. Tenía que reconocer que había llegado hasta temerle, pero la imagen de derrota y sufrimiento que tenía ante si, era muy distinta a la de la temperamental mujer que siempre había logrado intimidarla.

Esperó pacientemente que dejara de caminar y la miró solícita cuando se sentó frente a ella al otro lado del escritorio. No quería apresurarla, y la conocía lo suficiente para saber que lo que iban a tratar no lo soltaría de sopetón, se tomaría el tiempo necesario en escoger las palabras adecuadas para decirle algo, de lo cual ella ya estaba muy bien informada.

-Lucrecia, musitó la anciana quedamente, mientras la miraba fijamente a los ojos, no quedaban rastros de su proverbial altivez. -No sabemos nada de Perla desde hace cinco días.

Perla y Lucrecia habían sido como hermanas y llegado a la Agencia casi desde su fundación, cuando todavía operaba desde un oscuro garaje en la entonces derruida mansión familiar de la Doña; pero con el correr del tiempo, Perla consiguió ganarse el corazón de la anciana, y ser elevada a la categoría de socia, ocupando los más altos cargos dentro de la jerarquía administrativa. Lucrecia en cambio no había sido tan afortunada, aunque había escalado posiciones dentro del equipo de temporales, siempre estuvo al margen a la hora de la toma de las decisiones importantes y por ende de los repartos de las jugosas ganancias que año tras año producía la Agencia.

No hizo preguntas inútiles, cruzó las piernas con afectación y se concentró en mirar la punta de su zapato mientras la quejumbrosa voz de la anciana le llegaba como un débil y lejano lamento, hasta que el penetrante zumbido del citófono, la sacó de sus pensamientos.

-Doña, el Capitán está en la recepción, le oyó decir a la asistente personal de la anciana.

-Que siga. Contestó con voz firme la anciana, levantándose a recibir al uniformado, como si esa momentánea muestra de debilidad, de la cual la joven había sido única testigo, jamás hubiese ocurrido.

La figura del uniformado copó casi la totalidad del área del vano de la puerta. La primera impresión que causó en la joven no fue la mas favorable; la de un hombre grande, vestido descuidadamente y pasado de peso. Tartamudeaba y durante la corta reunión que sostuvo con las dos mujeres fue incapaz de separar los ojos de las bien formadas piernas que exhibía la muchacha con generosidad. Su informe fue acorde con su falta de profesionalismo: La desaparecida había sido vista por última vez bien entrada la noche, saliendo medio ebria de una Disco de moda, en compañía de un individuo que hasta la fecha no había podido ser identificado. Lo que le aconteció a continuación continuaba siendo un misterio para los investigadores policíacos. Manuscrito en un papel les dejó consignada la dirección y el nombre de la Discoteca.

"Esa era Perla", pensó la joven al terminar de escuchar el escueto informe policial. La conocía como a la palma de su mano, culipronta, no podía tomarse un par de cervezas porque se empataba con el primero que se le atravesara.

La despedida del Policía fue rápida y menos ceremoniosa que su llegada; total, la poca información que había sido capaz de recopilar ya estaba en poder de la Agencia. El gesto de la anciana indicándole a Lucrecia que lo acompañara a la puerta, le puso fin abruptamente.

La chica permanecía imperturbable; solo arrugó un poco la nariz cuando le dio de pleno el intenso olor a magnolia que despedía el bordado pañuelo de lino con el que la anciana limpiaba sus antiparras. Cómo podía una persona vivir permanentemente envuelta en semejante aroma, pensó antes de concentrarse nuevamente en lo que la anciana le estaba diciendo.

-Lucrecia, no quiero que te ocupes de nada distinto. La escucho ordenar, ya anímicamente mas recuperada. -Están a tu disposición todos los recursos de la Agencia, para que, paralelamente a la investigación oficial, lideres una investigación privada, para descubrir el paradero de Perla.

La cháchara de la anciana se le fue alejando nuevamente. El desenlace había terminado siendo el más inesperado, pensó satisfecha. En su calidad de gestora del crimen eso era los mas favorable que hubiera podido haberle sucedido.

FIN.

 

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