Murió Copello, lo leo en la prensa. Por lo menos aparece en la prensa. Hay una muerte corporal, sobre todo de cuerpo. Mucho se podría decir de su trayectoria en el body-art y en la performance. Es de esperar que muchas líneas se llenen a partir de su historia. Murió Copello, lo leo en la prensa.
En el año 2001 vi a Francisco Copello en el MNBA lanzando un libro ("Fotografía de Performance", Ocho Libros Editores), hablando con los asistentes, comentando un documental que se mostraba (que mostraba) a "los Copellos", las imágenes, los rostros. Telas, pinturas, grabados, estética muscular, travestismo kitsh, poética de la pasión. Ubicaba a este muchacho que salió disparado de Chile atravesando el paso de cebra de la década de los sesenta. Lo vimos (no lo vimos) trabajar en Nueva York con Andy Warhol, explorar nuevas armas en la danza, merodear las posibilidades del arte corporal. Y cómo hacía de esto un leit motiv, un teatro del monólogo visual, desde una felicidad de tiza nueva, hasta la tristeza fútil del televisor en llamas. Iba trasladando la sutileza acuosa de la sonrisa atroz hasta balancearla en un carro del supermercado de las muecas.
Él y su otro yo. Tiempo después, recuerdo haber asistido a una de sus últimas performances en un encuentro llamado "Deformes". Una casa antigua del Barrio Brasil recibiría una avalancha de propuestas escénicas. De pronto, toda la multitud se apoderaría de los espacios para ver a Copello apropiarse del flameo de una bandera chilena que actuaba como si quisiera ser la estrella, pero ni siquiera la estrella de la bandera intentó tal osadía. La estrella simplemente era Copello con sus desgarradores gritos hacia adentro, sus pantomímicas poses, las variadas formas musculares de sus extremidades. Era la transformación de las sombras cadavéricas, la sonoridad muda hecha trizas, los colores multiplicados para hacerse invisible. Una ferocidad gestual de auténtico felino.
Ahora, luego de enterarme de su muerte, releo su libro en el cual registra lo más puntual de su historial artístico. Un personaje que nació entregando la naturaleza de los animales feroces, la seriedad del grito escalofriante. Y me pregunto si el cuerpo como lenguaje puede asistir a esta escena diaria de temporalidades, adaptadas a un terror nocturno de simples caricaturas hermosas. Me pregunto si los saludos desde las ventanas son un hecho concreto de ese lenguaje gestual cotidiano, esa prepotencia de lo tierno, la espesura sutil que contenía el virus asesino de Francisco Copello, artista de excepción en el país de las egolatrías, que en paz descansa.
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