Santiago de Chile.
Revista Virtual.
Año 8

Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 83
Mayo 2006



LOS BEMOLES DEL TLC EN COSTA RICA
Desde Costa Rica, Rodrigo Quesada Monge

Las discusiones, reflexiones, críticas y contra críticas, los chismes y los traumas que ha producido la posible aprobación, o desaprobación del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos en Costa Rica, han abierto un boquete insuperable en la democracia convencional que se practica en este país centroamericano. Considerada por mucho tiempo una de las repúblicas latinoamericanas con mayor trayectoria democrática, el TLC y las recientes elecciones presidenciales, ganadas por el premio Nobel de la Paz Oscar Arias Sánchez, Costa Rica se ha visto enfrentada, casi de repente, con una de las decisiones económicas, sociales, políticas y humanas más trascendentales de sus últimos cincuenta años de historia.

Aparte de que Arias Sánchez llega al poder por segunda vez mediante un malabarismo anti constitucional de lo más obsceno que nadie pueda imaginar, el TLC y su conjuro ponen en evidencia la gigantesca ingenuidad (que no ignorancia) de que hacen gala nuestros pueblos, cuando de tomar decisiones vitales se trata. En Costa Rica, el resultado de las pasadas elecciones fue una forma de llamar la atención de nuestros políticos, respecto a que las tareas y compromisos históricos no siempre coinciden con los gestos, el divismo y la parafernalia del oportunismo electoral en que nos sumen cada cuatro años. Nuestros pueblos han aprendido a despejar la diferencia que existe entre la estupidez consciente y la inconsciencia del estupor.

La discusión del TLC, que aún no se da con la profundidad requerida, exigiría un nivel de participación para el cual la democracia burguesa costarricense no está preparada. No cuenta con las instituciones requeridas, ni con los instrumentos indicados para hacerlo exitosamente, porque la obsesión de sus políticos, ideólogos y defensores a sueldo solo alcanza para justificar una defensa irracional y malograda de lo que es la idea del estado. A los defensores viscerales del TLC solo les preocupa la forma en que impactará su aprobación o desaprobación la institucionalidad burguesa. No les preocupa que se discuta, se reflexione y se piense sobre la gravitación que tendrá un tratado como éste en la vida cotidiana de las personas. Los técnicos de que se ha hecho rodear el presidente electo en Costa Rica, solo ven una cuestión: cómo fortalecer institucionalmente un estado, un estilo de estado, que ya hizo aguas desde hace unos treinta años. El estado social de derecho que se construyó entre los años 1940 y 1980 sigue vigente en el funcionamiento de algunas instituciones, pero la aspiración humanitaria y solidaria, éticamente sustentada en el buen tino del servicio ofrecido oportunamente, ha desaparecido por completo. Ciertas de nuestras instituciones más queridas han sido vaciadas y saqueadas de una forma insolente e irresponsable. El despojo y cierre del Banco Anglo Costarricense, una venerable pieza estatal fundada en 1863, y que vino al mundo como emblema del exitoso y productivo mundo cafetalero en Costa Rica, es un ejemplo de lo que espera al Instituto Costarricense de Electricidad (ICE), al Instituto Nacional de Seguros (INS) y a la ya maltrecha y humillada Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS).

Con el TLC y con los delirios por recuperar el vetusto e inopinado estado benefactor, algunos técnicos del gobierno recién electo pretenden exponernos a la triste experiencia de ver agonizar progresivamente instituciones que fueron creadas para servir a nuestro pueblo, ahora distorsionadas en virtud de llenar los huecos que se han abierto en la democracia costarricense. Este pueblo consiguió darles cristalización histórica y social a estas instituciones después de un largo y doloroso proceso que, hoy, con el TLC se pretende despachar de un plumazo.

El TLC es algo más que un simple conjunto de instrumentos técnicos para acabar con la independencia estatal, tecnológica y cultural de nuestros pueblos, es también una forma muy efectiva de hacer democracia burguesa neoliberal de la buena, cuando se aprueba en países donde la guerra ha dejado hiatos inconmensurables como en El Salvador, Guatemala y Colombia. Estos tratados de libre comercio, vienen a ser diseñados y perfilados con el criterio de que el tráfico internacional de mercancías hacen más ricos a los pueblos que antes carecieron de todo. Pero resulta que en países donde prácticamente sus mercados internos han sido destruidos por las guerras, los únicos que pueden comprar son aquellos que se han enriquecido con las miserias y las carencias que tales guerras han generado en los más pobres. Un TLC concebido en esos términos tiene mucho de insulto y de una verdadera bofetada para los necesitados.

En países como Costa Rica o Panamá donde el TLC todavía no se aprueba o ha sido obstaculizada su aprobación veleidosa a golpe y porrazo, la democracia burguesa convencional necesita demostrarle al mundo que sus instituciones funcionan, aunque ello signifique darle cabida a la megalomanía de algunos dirigentes que se saltan todos los procedimientos de esa misma democracia burguesa para hacernos creer que la historia les pertenece. La vieja tragedia de estos pueblos, la presencia, existencia y curso corriente de dictadores, dictadorcillos y nigromantes de toda ralea, fieros creyentes en su infalible iluminación por parte de una Providencia que solo golpea a los más pobres, sigue predominando en la historia de América Latina, de América Central y de la obediente, sumisa y circunspecta Costa Rica.

Con la aprobación o desaprobación del TLC, se nos hará más que evidente cuáles son los límites de aquella sumisión. En nuestro país puede confundirse fácilmente sumisión con estupidez, una cosa que las pasadas elecciones probaron que no existe. Le corresponde al dirigente, social cristiano, social demócrata, liberal o neoliberal, darse cuenta que sus aspavientos academicistas, su exhibicionismo de burdel y su modestia chaplinesca, lo pueden rebasar en cualquier momento y los pueblos cobran esta voracidad con mucho encono.

Por ello no le deseamos buena suerte al gobierno recientemente electo en Costa Rica, solo le pedimos decencia, modestia y respeto por un pueblo que ya está harto de que lo consideren estúpido por elegante y paciente, crédulo por confiado, domesticado por respetuoso. En la capacidad que tengan los dirigentes de un pueblo de detectar, fijar y reproducir sus valores, como los mencionados para el pueblo costarricense, se puede medir también el grado de ubicación y de realismo histórico de que sean portadores. Porque si los mismos se quedan paralizados viéndose el ombligo nuestra democracia los arrasará y les cobrará con creces. Las denuncias de corrupción que se hicieran en Costa Rica recientemente, contra varios ex presidentes han representado perfectamente esta clase de juicio histórico. Eso no significa que la democracia burguesa haya sido capaz de diseñar los mecanismos para otear sus propias falencias. Es que los pueblos se han servido de esos mismos instrumentos democráticos para usarlos en la dirección correcta, aunque no siempre tengan claridad sobre el origen histórico que los hizo posibles. La prensa no debe atribuirse entonces tales logros, solo fue capaz de recoger lo que ya existía en la conciencia y el corazón de los pueblos. La información existía mucho antes de que el periodista hiciera la labor del muñeco del ventrílocuo. Una labor que muchas veces realiza con todo gusto. Con el TLC así lo han hecho muchos de ellos. Mala hora para la democracia costarricense entonces.

 


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