Santiago de Chile.
Revista Virtual.
Año 7

Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 74
Julio 2005

 

Columna a cargo de Ricardo Castro

VEREDAS


Por: Juan Ondas, Monclova, Coahuila, México

Bajaban de la serranía serpenteando lentamente, sinuosas, acariciando con sus bordes el matorral seco, asado por el sol; lechuguilla, gobernadora, candelilla, gatuños y nopales y de vez en cuando la sombra de mezquites y huizaches confortaban al viajero a la vera del camino; en su largo peregrinar transitaban entre chozas aisladas y pequeños caseríos que daban la nota alegre al paisaje inhóspito, desértico, donde la albarda y la palma de chocha sobresalían con sus largas y esqueléticas figuras que cansadas de arañar al cielo se torcían sumisas a sus costados.

Pareciera que la vida huyó a refugiarse a otros lugares, donde la habrían llevado sin duda a estas y otras tantas veredas que se entreveraban tercamente, una y otra vez, a lo largo y ancho del monte agreste y desolado. Sí, definitivamente debió haber emigrado junto a cientos y aún miles de campesinos hasta allá donde las angostas y polvorientas veredas se ampliaban, convirtiéndose en caminos anchos que llevaban a los suburbios de la ciudad, allá donde habitaban los exiliados del campo que bregaban a diario para conseguir trabajo en alguna fábrica en construcción que reclamaba mano de obra barata, que aguantara los inclementes rayos del sol, y la poca paga, que sin embargo, comparada con la exigua ganancia que dejaba el rudo trabajo en el campo, semejaba para el campesino proletarizado un capital respetable que le permitía satisfacer sus incipientes necesidades citadinas, y además un pequeño remanente que era devorado religiosamente semana a semana por el tendero y el cantinero de la cuadra.

En estos barrios, el camino ancho se achicaba paseándose entre humildes CASAS-CHOZAS muy parecidas a los jacales paternos enclavados en el monte abandonado en aras de la eterna búsqueda de una mejor vida; así, estas VEREDAS-CAMINOS-CALLES , se llenaban de la vida que huyó de sus raíces, poblándose de niños descalzos y perros famélicos que ponían la pincelada alegre en el nuevo hábitat del recién llegado. Pero no todo era igual, había otras calles (estas sí más anchas, pavimentadas y limpias) que llevaban a las fábricas y al centro de la ciudad; no era casual que así sucediera; los patrones exigían todo tipo de prebendas, exenciones de pago de impuestos de todo tipo, obreros controlados por dirigentes "domesticados" y calles amplias que permitieran a sus camiones trasladar rápidamente y con el menor costo posible a los obreros del arrabal, que vendrían a engrosar con sangre, sudor y lágrimas sus ya de por si abultadas cuentas bancarias; a todas estas exigencias los patrones le llamaban pomposamente "condiciones para invertir" o "necesidades para el progreso" .

Pero los grandes volúmenes de producción industrial requerían de otro tipo de caminos para trasladarse a otras ciudades que los solicitaban, naciendo así las grandes carreteras que al contrario de las terregosas veredas rurales, tejían su telaraña de asfalto a lo largo y ancho del territorio nacional, mismas que en sus fronteras se conectaban con los países limítrofes; todo este enorme intercambio de mercancías hacía posible ver transitar incansablemente día y noche por estas supercarreteras a grandes tráileres, que semejaban a antiguos dinosaurios, cargaban en su lomo el trabajo no pagado a miles y aún millones de trabajadores de la ciudad y el campo, que habían transformado sus anhelos de una mejor vida, en simple mercancía que aumentaba el capital del patrón y que en la mayoría de los casos estaba fuera del alcance de sus bolsillos por la poca paga recibida.

Parecía increíble que por aquella enorme telaraña vial transportaban todos los satisfactores necesarios para que los obreros que los produjeron lograran la tan ansiada mejor vida, aunque estos llegaron a sus casas hasta años después, cuando los habitantes de las superpotencias los desecharan por obsoletos y se hicieran de ello al adquirirlos en las segundas que pululaban por todos los barrios de la ciudad.

Definitivamente a pesar de la enorme semejanza con el sistema circulatorio de los seres vivos, no podían compararse; por una transitaban la sangre, la sabia misma de la vida que vigorizaba todo el organismo y por otra la riqueza que concentraba el capital en unas cuantas manos que empobrecía a millones, una alimentaba el organismo sano y vigoroso y la otra a una sociedad que enfermaba día a día por la desigualdad imperante y condenaba irremediablemente a la muerte a aquellos lugares a los que no llegaban ni las mercancías de segunda mano, porque el matorral había invadido las pequeñas veredas por la que ha tiempo huyó la vida a la ciudad, volviéndolas intransitables.

 

De estas y otras muchas veredas seguiremos comentando...

 

 

juan_ondas@hotmail.com

 

 

 
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