" Todo lo que diga, lo diré con los ojos "
Andrés Olivares
Nazco mirando temprano en la mañana el libro ese del epígrafe justo que ante noche apareció (como un muerto en el lago) súbitamente, subrayado para el uso a posteriori del poema.
El poema epigrafiado, buscado a la perfección o a la usanza mágica del gemelo adivino (el otro gemelo también adivina que.) ha llegado para acarrear el texto que se le apropia. No se merecen forzados.
Se buscan en el oficio de una hoja de papel, se encuentran taciturnos, malhumorados, incipientes en ocaso, sumamente perdidos. Se besan, aman de apoco, se besan.
Y en la estantería, el autor epigrafiado (el poema epigrafiado) no sabe esto de la extirpación. Y el autor epigrafista busca, recuerda, añora, advierte esa frase pequeña, justa para el remecer.
Ha llegado la hora de la intersección absoluta, el poema saluda a su epígrafe y el epígrafe, cegado, no sabe de estos quehaceres. El retazo collage ha sido cocido con tinta y esta noche dormirá en otra pieza oscura, se unirá la melancolía con el misterio, y no nos daremos cuenta, nosotros, lectores ingenuos, del escándalo.
El poema llevará otro brazo, que mastica, engullendo tus ojos y los míos, epigrafeando el lado tibio del libro, gritando a un costado del silencio.