Desde Panamá, Rolando Gabrielli
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A Silvia, en Colorado, que tanto impacto le ocasiona el verso: sucede que me canso de ser hombre .
¿Cuántas peluquerías y cines hay en Nueva York?
Seguramente incontables como pelos y ojos transitan por sus calles, de día y noche, sin reparar la contabilidad pública ni privada de sus actos. Una ciudad que se mira el ombligo, no vive, o que se sueña en la memoria, carece de futuro, por eso Nueva York se inventa cada día un nuevo día. Una manera real, dicen sus calles, es no apagar la luz. Perdidos en Nueva York, si el tiempo volara, y una esquina sumara un nuevo camino. Hazme la historia, conviérteme en santo peatón de tus calles New York. Los ojos son las vitrinas de tus mañanas, que te recorren, bajo los subterráneos, sobre mis pisadas. Súbditos de tus sueños, del acero, el Central Park, la imagen volada en el otoño, caballo sin dinero en tus calles. En el poema New York viaja en el Hudson, es ciudad blanca en enero.
Pablo Neruda, en su poema de Residencia en la Tierra (1931-1935), citado por Charles Simic de la Revista New York Review of Books, es quien afirma en sus memorables versos: Sucede que me canso de ser hombre./ Sucede que entro en las sastrerías y en los cines/ marchito, impenetrable como un cisne de fieltro/ navegando en un agua de origen y ceniza.
Simic, en el año del centenario de Neruda, echa recuerdo a una antología latinoamericana editada en Nueva York en 1959, desde donde rescata esos versos residenciarios existenciales, de agonía y que llevaron al suicidio a un joven estudiante chileno. Neruda años después se apartaría de esta poesía "dolorosa".
Simic, poeta norteamericano, remember la importancia para él de la aparición de esa antología, de sugerentes 666 páginas, en su vida hace más de cuatro décadas y la compara como haber leído por primera vez el extraordinario poema de T.S. Eliot: "Canción de amor de Alfred Prufrock".
Esa antología comprada en una librería de viejos en Nueva York, que tanto le impactó, incluía además de Neruda, poemas de Borges, el brasileño Drumond de Andrade, Huidobro, Nicolás Guillén, César Vallejo y muchos otros. Pero son los cuatro poemas de Neruda, en especial los que recoge: Walking Around, Sucede que me canso de mis pies y mis uñas/ y mi pelo y mi sombra/ Sucede que me canso de ser hombre./ Sin embargo sería delicioso/ asustar a un notario con un lirio cortado / o dar muerte a una monja con un golpe de oreja/ Sería bello/ ir por las calles con un cuchillo verde/ y dando gritos hasta morir de frío.
Para Simic, que comenta con blancos, grises y matices, una antología recientemente editada en Nueva York, bajo el título The Poetry of Pablo Neruda, (Editorial Farrar, Strauss and Giroux, New York 2003, 996 págs.) la más copiosa en inglés para un poeta extranjero, afirma que a pesar que conocía la poesía surrealista francesa, de haber leído antes a Lorca, Mayakovsky, Brecht, nunca se había topado con un poema como Walking Around. Le sorprendió, dice, las imágenes novedosas, "surrealismo natural", y cita la opinión de otro poeta norteamericano, David St. John, en un ensayo, agrega, sobre ese mismo poema.
Residencia en la tierra es un resonar de cosas desvencijadas, muertas, de copihues rotos sangrantes sobre el pecho del poeta que viaja en la monotonía, el vacío de las cosas, del minuto desamparado que lo envuelve en una costra, el caparazón herida, -su cuerpo-, de una visión real del sueño que vive en el límite. Lo cuelga en una percha cuando llega al cuarto vacío, dobla con él la esquina de una ciudad, rompe el estricto orden de las cosas. Le suena el pecho al joven Neruda, en Asia, como un rodamiento mal aceitado, pero ya venía del Sur de Chile con sus nostalgias, toda una carga sin destino ni puerto.
Amado Alonso dice en su ensayo Poesía y estilo de Pablo Neruda, que de la melancolía primitiva de Crepusculario, 20 Poemas, El Hondero entusiasta, en toda su poesía previa a las Residencias, el poeta nos habla de una "bella tristeza", la melancolía de lo que se pierde, pero es en su Residencias donde el dolor se hace infinito.
Razón tiene Simic cuando dice que los surrealistas se montan al caballo de la poesía (la metáfora es mía) desde el inconsciente, pero Neruda lo hace desde el "realismo mágico", que abriría las puertas a la narrativa latinoamericana, donde no existe, cito al poeta norteamericano, fronteras entre lo real e imaginario.
Cualquiera sea la explicación que demos a estas palabras, desde luego que no pueden ser cualquiera, tienen un hondo significado en cuanto a lo que pesó, caló en su momento y posteriormente la poesía nerudiana en Estados Unidos, él un confeso heredero de Baudelaire y Whitman, Quevedo, de la provincia sur, del paisaje austral, de la historia de su tiempo, la angustia del hombre común y corriente, de la materia, del sueño de la otra América.
Ignacio Valente, crítico literario chileno, considera que Neruda atravesó todos los "ismos" del siglo XX, modernismos al clasicismo, pasando por el surrealismo, sin ligarse a ninguno de ellos.
Simic, en su entusiasmo nerudiano llama la atención sobre el récord de antologías editadas en idioma inglés sobre el poeta de Isla Negra: 51 desde 1961 a la fecha, todo un Guiness, comenta. De su visita a Nueva York en 1966, nos queda en el recuerdo, un Neruda en mangas de camisa caminado por las calles de la Gran Manzana con su amigo el dramaturgo Arthur Miller.
Amplio en amores y libros, Neruda le cantó a América. " Al Oeste de Colorado River/ hay un sitio que amo./Acudo con todo lo que palpitando/ transcurre en mí, con todo/ lo que fui, lo que soy, lo que sostengo./ Hay unas altas piedras rojas, el aire/ salvaje de mil manos/ las hizo edificadas estructuras. Es Norte América. Eres hermosa y ancha Norte América/ vienes de humilde cuna como una lavandera/ junto a tus ríos, blanca. Y de Maniata , dice Neruda en su Canto General, la luna en el navío/ el canto de la máquina que hila/ la cuchara de hierro que come tierra/ la perforadora con su golpe de cóndor/ y cuanto corta, oprime, corre, cose: seres y ruedas repitiendo y naciendo.
Los primeros versos, como bien apunta el escritor chileno, especialista en Neruda y residenciado en Estados Unidos, Fernando Alegría, es una declaración de amor. " Al Oeste de Colorado River/hay un sitio que amo... "
Como siempre el poeta sureño nombra, describe cuanto ve, toca, sueña al paso de la naturaleza, el hombre y las cosas. Un viajero de sí mismo, y llama a Whitman innumerable como los cereales, Poe en su matemática tiniebla, Dreiser, Wolfe, frescas heridas de nuestra propia ausencia.
En sus visitas a Nueva York, Neruda autor también de casi cuatro mil páginas en verso, prosa, teatro (Fulgor y muerte de Joaquín Murieta), solía recitar y recordar al viejo Whitman, a quien en su Canto General le pide que le dé su voz y el peso de tu pecho enterrado/ y las graves raíces de tu rostro/ para cantar estas reconstrucciones.
Cuando Pablo Neruda, quien fuera senador de la república de Chile, en su calidad de embajador en Francia en 1971 le tocara negociar la deuda externa de Chile en ese período, con el Club de París, invocó a Whitman, y dijo que la única deuda que él tenía era con el bardo norteamericano.
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Neruda, como todo gran poeta es una Caja de Pandora, de sorpresas, registros, asociaciones, una poesía bajo una lluvia infinita de metáforas, imágenes sobre sus propios caminos y la esperanza, inundada de humanismo, amor, denuncias, cien por cien americana y universal, esencialmente telúrica, materialista, visitada por un niño, propio poeta, habitante de su isla.
Todos los pasos históricos de Neruda han sido ampliamente divulgados, desde sus viajes infantiles en el tren que su padre conducía en el sur de Chile, a sus días de estudiante de francés a la bohemia santiaguina de capa y espada, su juvenil partida diplomática a Rangún, la fama de los 20 Poemas de amor, y su presencia en España, que le cambiaría el curso de su vida cuando se casó con la argentina Delia del Carril, se adhirió a la república, posteriormente ingresó al Partido Comunista de Chile, llegó a Senador, marchó al exilio y se convirtió en un ícono de la intelectualidad de izquierda durante la Guerra Fría. Ya Neruda marchaba hacia el Olimpo, el Premio Nobel de Literatura en 1971.
Pero Neruda era el viajero inmóvil que bien describe el crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal, un pie en Isla Negra y otro en el mundo: Praga, Moscú, París, Nueva York, Buenos Aires, México, La Habana. No se detendría más hasta poco antes de su muerte, y aún así dejaría ocho libros sin editar. Ya estaba en marcha su plan de seguir viviéndose.
La obra de Neruda descansa en su Canto General, toda la poesía amorosa, las Residencias, los libros de las Odas, y a mí en lo personal me agradan además, Plenos Poderes y Cantos Ceremoniales.
Neruda se multiplica como los panes y eso no le agrada a diversos críticos, que "eliminan" de su obra total un treinta por ciento de sus textos, como opinan los poetas chilenos Enrique Lihn, Oscar Hahn, el crítico inglés J.C. Cohen y el autor de su reciente antología en Nueva York, el mexicano residente en Estados Unidos, profesor en el Amherst College, Ylan Stavans, quien dijo que cuando leyó a Neruda quedó hipnotizado. The Poetry of Pablo Neruda recogen versiones de casi todos los libros de Neruda, en manos de 37 traductores, y en la sección final del volumen ("Homenaje"), Stavans invita a varios poetas - algunos tan célebres como Paul Muldoon o Mark Strand- a realizar nuevas traducciones.
En una entrevista a El Mercurio de Chile, Stavans nos habla de dos descubrimientos nerudianos, etapas distintas, en su adolescencia y madurez. La primera, la del asombro, y la segunda, de un nuevo asombro en los 90 tras la petición de un estudiante que le leyera el poema de la Sonrisa durante su matrimonio. Ese es el encanto de Neruda, hacerse presente en distintas ocasiones y épocas, de manera cotidiana, espontánea y sencilla. Es difícil disputarle al poeta sureño su territorialidad terrenal telúrica material. Sus viajes profundos al ser de la madera.
No es fácil para un extranjero, en este caso alguien que no sea chileno, entender la "familiaridad" de Neruda con lo chileno, el pueblo con su poesía, las cosas, porque existió una comunión física entre el poeta y la gente, más allá de las palabras. No fue un poeta taciturno, ausente, alejado del mundanal ruido, porque estuvo, inclusive cuando las fronteras geográficas y políticas se le cerraron. Pensó y vivió en función de Chile. El más presente y ausente en el momentun Chile. Era notorio el doble estándar de su ausencia-presencia. A la hora de las hienas, no le fue perdonada su gran presencia de tortuga oceánica.
Nuestra adolescencia estuvo imantada por la voz y el mito nerudiano. Escuchamos el long play de los 20 Poemas de amor y una Canción desesperada, cuya cubierta nos muestra a un Neruda pensativo, delgado, de innegable aspecto de poeta. El joven Neftalí nos convocaba en la humildad de un cuarto en Santiago, con la magia de las palabras, en una extraña, monótona, posesiva musicalidad poética.
¿Es real la influencia de Neruda en los poetas norteamericanos?, y ¿era necesaria una selección como la del libro?, pregunta el periodista Patricio Tapia al antologuista, quien responde: "Real y necesaria... Son pocos - muy pocos- los escritores extranjeros que han tenido tal impacto en la poesía de los Estados Unidos. Neruda es el Whitman del sur y Whitman, el Neruda del norte. Puedo invocar varias docenas de poetas cuya obra muestra ecos nerudianos, audibles e inaudibles. Sólo un puñado de ellos está representado en The Poetry of Pablo Neruda. En las últimas décadas esos ecos son especialmente evidentes entre los así llamados 'poetas de color', i.e., negros, latinos etc.
Toda una revelación que refleja la vigencia nerudiana en la poética Norteamérica de finales del siglo XX y comienzo del XXI, en vísperas del centenario de su natalicio.
Neruda fue obscenamente prolífico. Leer su obra completa es dejarse llevar por el vértigo, advierte Stavans, un punto que Enrique Lihn plantea en sus críticas ácidas a Neruda, como diversos poetas e investigadores de su obra lo hicieron y hemos señalado en esta nota, algunos ensayos y conferencias anteriores en estos años, sobre un poeta que gravitó en el siglo XX, como ninguno quizás. Tuvo algo de Picasso, en su absorbente atmósfera y apetito por la vida, su misión pantagruélica de la poesía. No dejaba tema, devoraba la geografía, la gente y las cosas.
El conjunto de la obra nerudiana, en nuestra opinión, derrota a sus detractores y al tiempo hasta ahora. Lihn me dijo que la historia le acompañó, pero desde luego, Neruda se hizo presente, le arrebató el fuego a los dioses, a su manera, y este tira y afloja continuo sobre lo que hizo, dejó hacer, o no debió hacer, lo ubica siempre en un primerísimo primer plano de la discusión.
Para Stavans, su obra es uno de los mejores testimonios que tenemos de ese siglo despiadado. Un testimonio desigual, imperfecto, apasionado. Un testimonio increíblemente humano.
La poesía de Neruda es cuerpo de pueblo, una mala metáfora, pero real. De caderas anchas, sudada en el amor, recorrida en el río profundo de lo humano, artesana de su propio molde, tan terrenal como Eva, que abandonó apresurada el paraíso con Adán, para ir a hacer la vida en un pequeño cuarto en alguna ciudad del mundo. Su poesía fue construida con los materiales de la Casa- América, dijo en 1965 al periodista francés, Claude Couffon, quien lo califica de intérprete de la solidaridad humana. Neruda comenta al francés que ha dejado su palabra en la puerta de numerosos desconocidos, solitarios, prisioneros y perseguidos. Fue el "gran salto" hacia lo social de la poesía nerudiana marcado por al Guerra Civil española, aunque nunca abandonó la poesía íntima, amorosa, lo material y humano, las cosas, lo que forma su obra con todos los materiales de una construcción para ser habitada en la palabra. Neruda se reciclaba, es casi imposible no repetirse con tantas páginas, o dejar de tensionar el lenguaje, y de todo eso hay en su obra, que la escribía las 24 horas del día en Isla Negra, barcos, embajada, en sus viajes, donde estuviera presente, ahí el poema.
Escribió mucha poesía fuera de Chile, en sus estadías en Argentina, Uruguay, México, Italia, Francia, Hungría, Rusia. Se consideraba un poeta de "utilidad pública". Participaba efectivamente en actos sociales y contaminaba su posea con la gente sencilla, los oficios, las piedras de Chile por donde caminaba. No creo en los poetas nacionales, como se usan en Rusia, o en algún otro país, por tradición, no sé, pero Neruda llegó a ser uno de ellos. Poesía multiplicada por la voz del pueblo. Acumulada en la memoria, poesía algo misionera. Con esa fuerza lírica, redentora, con el entusiasmo no pocas veces, era un pariente directo de Walt Whitman, y nunca lo negó.
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Más allá de todo análisis, y seguramente se seguirán escribiendo libros sobre su obra, Neruda nunca dejó de ser el poeta del amor, como lo reconoció en la entrevista Couffon, y subrayara que los cambios de tema y forma eran frecuentes en su poesía. "Yo quiero agotar todas las formas y todos los estilos para cada tema". Sus libros juveniles, marcaron a hierro al poeta, y su melancolía, el amor primario, forman parte de la piel de su poesía, la que nunca abandonó. Una vez dijo que podría olvidar todos los números, teléfonos, pero nunca el de la calle Maruri 513, donde escribió Crepusculario. En una pensión humilde, próxima al río Mapocho, calles de una profunda melancolía, se sellaría definitivamente su camino de poeta. Puso a soñar el cuerpo y los sentimientos regis traban los atardeceres
Tan discutido en vida y aún más quizás después de muerto, curiosamente las principales capitales del mundo y muchas ciudades donde dejó alguna señal su poesía, se reúnen unánimemente para festejar su poesía, detenerse en un hombre de su siglo.
En Panamá, que no es París ni Nueva York, capital ferial del dólar latinoamericano, sitio visitado y arrasado por Sir Francis Drake y Sir Henry Morgan, Neruda dio un recital y escribió dos poemas sobre Panamá y el Canal interoceánico.
Su verso emblemático fue: una bandera sobre el Canal, profecía que se cumpliría décadas después.
El mar y las campanas son dos elementos nerudianos, de su vida y poesía, rodeado de mar en Isla Negra y unas campanas a la entrada de su mítica y visitada casa, el poeta fue fiel a sus motivaciones, amigos, país, cosas y casas. En uno de sus libros póstumos El mar y las campanas, dice, casi con la metáfora famosa que Rodríguez Monegal, le dedicara en un libro al propio Neruda: De un viaje vuelvo al mismo punto/ por qué? Por qué no vuelvo donde antes viví/calles, países, continentes, islas/ donde tuve y estuve? Por que será este sitio la frontera/que me eligió, qué tiene este recinto/sino un látigo de aire vertical / sobre mi rostro, y unas flores negras / que el largo i nvierno muerde y despedaza? Ay, que me señalan: éste es/ el perezoso, el señor oxidado/ de aquí no se movió/ de este duro recinto: se fue quedando inmóvil / asta que ya se endurecieron sus ojos/y le creció una yedra en la mirada.
Rodríguez Monegal, como se sabe, le llamó: El viajero inmóvil. No sin razón, Neruda iba por el mundo, pero su poesía arrastraba el largo pétalo de Chile, y nunca dejó de vivir en Chile.
Neruda es casi inagotable, infinito, cubrió el gran maratón de la poesía del siglo XX y lo hizo como los antiguos corredores griego, con todo el aliento. Amó la vida como pocos y le cantó con fervor, pasión, desde una orilla del mudo, el Sur de Chile.
Walking Around
Pablo Neruda
Sucede que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
Navegando en un agua de origen y ceniza.
El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,
sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,
ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.
Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre.
Sin Embargo seía delicioso
asustar a un notario con un lirio cortado
o dar muerte a una monja con un golpe de oreja.
Sería bello
ir por las calles con un cuchillo verde
y dando gritos hasta morir de frío
No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas,
vacilante, extendido, tiritando de sueño,
hacia abajo, en las tapias mojadas de la tierra,
absorbiendo y pensando, comiendo cada día.
No quiero para mí tantas desgracias.
No quiero continuar de raíz y de tumba,
de subterráneo solo, de bodega con muertos
ateridos, muriéndome de pena.
Por eso el día lunes arde como el petróleo
cuando me ve llegar con mi cara de cárcel,
y aúlla en su transcurso como una rueda herida,
y da pasos de sangre caliente hacia la noche.
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HACEN FIESTA CON NERUDA EN UNA PECERA
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Con su mirada lenta de tortuga gigante, Pablo Neruda nos observa desde Isla Negra. Se sigue viviendo, como lo vaticinara poco antes del último después, todavía. Un poeta es un poeta y donde hay cien, sigue siendo un poeta, pero Neruda es un mito, el fetiche nacional de la palabra más allá de la cordillera, más al sur del sur, el viento que cruza, el mar que no cesa de bramar, la lluvia con su jinete negro humedecido en el poema, áspero en el silencioso laberinto, Neruda, cabalga.
El poeta que amaba el mar torrentoso, ruidoso, lleno de olores, brumas, de Isla Negra, está en una pecera, pasen a verlo. Sus pequeños chispeantes ojos se ríen de los peces de colores donde sus compatriotas lo pusieron. Creen que estoy como ausente, nos dice desde sus páginas, las inmortales, las únicas que valen a la hora del recuento, cuando en algún lugar del corazón alguien las siente palpitar. Una, diez, cien, basta un verso, Sucede que me canso de ser hombre, para saber de Neruda.
La poesía es lo que siento que no se ha dormido en mis sentimientos, lo que me dice: aún, sin agenda al cruzar un mediodía, la noche secreta que tú tanto me has prometido, en el tendrás. La poesía es misterio, camino, encrucijada, paso, tránsito, una ruta.
Que la muerte se muera de asco en la mortandad del poema, nos dice Neruda, aunque se siga afilando sus uñas de Almirante en algún puerto, donde nos espera. Buque insigne de la vida y la muerte, la poesía es iceberg, es poema. Todo en mi fue naufragio, nos dijo al alba de su poesía, muelles de infinitas soledades en el Sur profundo.
Lo asombroso es que cualquiera hoy se sube al carrusel de Neruda, yerba buena, litre, estampita, rosario, escapulario, llavero, afiche, verso, la simbología popular y el poeta se sigue clonando en el verbo en el Metro de Santiago de Chile con sus preguntas, pero la noche está estrellada y titilan azules los astros a lo lejos, el verso cae como el pasto al rocío. Neruda cotidiano, universalmente en el amor desde la Cruz del Sur, desde la región boscosa, húmeda de la palabra, en el Chile fértil de la provincia señalada.
El hombre no fue perfecto. ¿Quién? Desde Stalin a nuestros días, pero mucho antes de Roma, pecado por pecado, pasando por la poesía política, sus viajes a la Unión Soviética, su Papado en la poesía, la vaca sagrada según Parra y Lihn, "la Catedral ha muerto", me dijo Nicanor después del 11 de septiembre, poeta gangoso, peligroso, pegajoso, demasiado nerudiano.
El poeta de las Residencias en la Tierra, es un Caldillo de congrio apetecido en su Oda más elemental, lo saborean, los del culto y los profanadores,
La única manera que tiene un poeta de defenderse en vida, y sobre todo, en muerte, es a través de la página en blanco, y todo lo demás es historia. Es a ella, a quien la historia le pasa la cuenta, sus detractores.
No fue un santo, ni devoto, indiscutiblemente, pero no se lleva todas las medallas de la perversidad, ni altares para la vergüenza humana. Se casó con una ideología, como lo hicieron otros en el otro extremo del río. Pero, lo hizo a la luz el día, y lo que al final del camino deja realmente un poeta, es su obra. El resto, es papel para envolver pan, si acaso. Nadie es intocable en un mundo libre, menos el otro, que cavó la gran fosa de Chile.
Y Neruda nos dejó no pocas señales, como René Char, solía repetir que era función vital del poeta.
A la Mistral la crucificaron en vida y muerte, en este ejercicio tan chileno como el mote con huesillo o las pantrucas. Un deporte inquisidor, pero muy timorato con el poder fáctico, son la Santa Inquisición de la palabra. Todo indica que la memoria es selectiva, arbitraria, caprichosa y cobarde. Los slogan sobre Neruda sugieren que no hay más poetas en Chile, cuando en el centenario podría potenciarse la poética nacional junto al vate y hacer renacer la lectura de la poesía. Chile, país de poetas, debiera ser el lema de este centenario nerudiano y estaríamos cumpliendo con Neruda, sin duda.
Neruda de blanco, oso de las montañas nevadas, alegre viajero de climas tropicales, eternamente lluvioso de amores, entre campanas, rodeado de mascarones, caminando por las Calles de Calcuta, visitante de Praga, parisino de corazón, instalado en Moscú, mandarín en Pekín, en el corazón de Madrid, Nueva, York, Barcelona, México, Buenos Aires, Bogotá, en tránsito por Panamá, en Flandes, ascendiendo Macchu Pichu, Roma con sus fuentes y Capri en el amor, el poeta no sabe de lugares, sólo de viajes,- Budapest, Bucarest, La Habana-, sin límites en la palabra. Saboreó el caviar y supo recorrer los pueblos polvosos, olvidados, desérticos, los lluviosos galpones de Chile. Brindó con alegría, la amistad, la vida, en Valparaíso se enamoró del mar rugiente, boscoso de olas. Poeta barroco del diario vivir, si empre chileno esencial, algo que lo distinguió con los pies en su tierra. Apostó al albatros, al largo pétalo, a la chilenidad.
Neruda es una curiosidad pública, me temo, un poeta de inventarios personales, íntimos, como él, en el mercado de las pulgas, objeto de colección y disección: los amores del poeta, sus enemigos, sus errores políticos, sus casas, su poesía panfletaria, su apetito voraz, sus viajes a la ex Unión Soviética, sus adhesiones al socialismo real, sus abandonos, y suma y sigue, porque siempre habrá alguien que se quiere subir sobre los hombros del poeta y mirar un poco más lejos de la cortina de humo que envuelve el mundo.
Objeto sacro, fetiche, oracular, pero profundamente manoseado por los buscadores de gemas con pus en la vida del poeta, y como toda figura pública, sujeta al vicio del morbo, a la originalidad del menos agraciado por la creatividad, el ausente en definitiva de la poesía, único altar real para un poeta.
Es posible que algún publicista, -señores de la "antipoesía", reyes de las vallas, avisos luminosos, de la pantalla chica, - sugieran a alguna autoridad de la cultura que instalen un espantapájaros a la entrada del aeropuerto con la imagen de Neruda, para que les dé la bienvenida a los turistas y los pájaros puedan seguir cantando sobre sus brazos, hombros, los ojos se le llenen de nubes, estrellas por las noches y que le flote la luna en la frente. Cuervos revoloteando, urracas escarvando. Los que deseen podrán sacarse una foto o llevar la postal del espantapájaros con el verso: Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Nicanor Parra a sus casi 90 años no se cansa de hablar de Pablito, recordar sus anécdotas, y reconocerlo un océano fecundador de la poesía chilena, él, un antipoeta francotirador ante su propio espejo, se pasea con la calavera de Hamlet en Las Cruces.
Es el centenario nerudiano, y seguirán ocurriendo eventos en torno al vate, de Sur a norte y viceversa, hechos de todos los tamaños, asomarán investigadores acuciosos de su vida y obra, quizás más sobre su persona que su poesía. Se estirará el mito como un chicle más largo que Chile. De carne y hueso está hecho el hombre, de un puñado de vanidades, mentiras, laberintos del alma crujiente, restos de ternura, el vicio del amor, la grandeza de la amistad y la solidaridad.
Un rosario negro y otro blanco, para la vida y obra de Neruda. Sus beatos están a la salida de las catedrales, untados en la fe negra y blanca, con sus frentes marcadas por una cruz, en santo óleo. Feligreses a tiempo completo, con la animita en sus manos. El poeta se ríe, él preparó la gran fiesta de la poesía y de la vida. Se disfrazaba en cada fiesta, con antifaces nuevos, amicales carnavalitos, en Isla Negra.
Santiago debiera ser una fiesta de la poesía, con colorido, declarar a Chile país de poetas, poner la poesía en el mercado, en los mall, aprovechar de alguna manera la infraestructura instalada para la idiotización y rescatarla para la poesía. Entre las flores y las frutas, los espárragos, las aceitunas, los congrios, en las lechugas y tomates, alegres y olorosas chirimoyas los versos de Chile, con la acidez del membrillo. Poesía made in Chile, Chile exporta poesía, Levante una piedra y saldrá un poeta. Oficio de alto riesgo dirán los magos y gurú del mercado, los hombres pesados de la balanza de pagos. La poesía es peso pluma en el Chile actual, no puede cruzar guantes ni con la Kenita ni el Ban Ban (Bang) Zamorano, pequeña institutriz de las Almas Muertas de Gogol.
Detrás de Neruda, la Mistral, Huidobro, De Rokha, Parra, Gonzalo Rojas, Lihn, Teillier y más atrás, Alonso de Ercilla y Zúñiga, el paje del Rey de España, Felipe II, está la historia primaria de nuestra poesía con Pesoa Véliz, y todo lo que viene por delante en pequeñas cascadas, con las orfandades septembrinas, los espantosos silencios, afonías, los desiertos y grandes desconocidos bosques, la piedra dura, manchada, gris, de la gran ciudad, el cemento de las voces perdidas, el hierro del brazo ortopédico de la city, la belleza de la mariposa, la negra vid de los sueños, la trampa imantada de dolor, el hueco áspero de la mano, la soledad a caballo, sin jinete, con el lirio nerudiano asustando a notarios y a funcionarios de la palabra, acicalándose las uñas en el jardín de las nomeolvides.
Los enigmáticos, solemnes, solitarios, poderosos académicos suecos, que por A, B, C, razones no le otorgaron oportunamente el Premio Nobel a Neruda, dieron en el clavo cuando dieron sus razones por qué finalmente lo laurearon: por ser tan discutida su poesía y él como personaje pro tanto tiempo en el mundo.
A 30 años lo sigue siendo, repito, la gracia de un clásico, con todas sus fallas humanas de hombre, militante político, poeta "desmesurado", gozador del verso carnal, Neruda rompió la medianía chilena, el espíritu provinciano, de una capitanía recogida en sus propias huérfanas sábanas del atardecer. (me cito.
Octavio Paz, lúcido crítico universal, no se reconocía en el lado político de Neruda, al final de sus días, dijo, lejos el mejor de su generación en Chile y América latina, por sobre Borges, Vallejo. Lihn, un brillante poeta chileno, no le perdonó nada al vate, y dijo que terminó cediendo la antorcha de la poesía a Parra. Hahn, que viene por los palos desde Iowa City, considera que escribió mucho. Gonzalo Rojas, que dijo que fue el que habló con el Hado, también censura que haya sido excesivamente prolífico. Ignacio Valente, cura y crítico literario, se ha detenido en su obra, y también estima que escribía sin parar ni revisar en los últimos tiempos, "como si todo fuera poesía". Pero Valente, ha ido más lejos, en un intento por poner las cosas en su lugar, si es que es posible en materia de poesía, de circunstancias, en la subjetividad de la vida.
Poeta, doctorado en literatura, crítico por décadas de El Mercurio, un sacerdote del oficio oficial del establishment de nuestra prensa, Valente, es quien hace un examen personal de la obra nerudiana. Él sabe que con La Tierra Baldía, T.S. Eliot, unos 400 versos, pasó a la historia de la poesía universal, bajo la mano protectora y podadora de Pound.
Los poetas clásicos pasan a la historia con unos cuantos versos sin duda. No todos escriben una obra extensa y densa, o casi nadie. No es fácil ponerse en los zapatos de quienes ejercen el oficio. T.S. Eliot dejó que la mano podadora de Pound desbrozara La Tierra Baldía, pero no sabemos cuanto de espontaneidad, rumor de rosas frescas, olor a tierra recién regada, eliminó il miglior fabbro. Mi amigo Gonzalo Millán, un destacado poeta chileno, un laboratorista de la palabra, me confesó que hacía hasta nueve versiones de sus breves poemas. Sobre una larga mesa lo vi en ocasiones con libros, diccionarios, construir sus textos, elaborarlos, partiendo de una idea. Nicanor Parra, con sus cuadernos y letra desparramada de físico en búsqueda de fórmulas, hacía girar una y otra vez la palabr a, como un moscardón que batía sus alas para despejar una x. Jorge Teillier, con quien me reunía, pretendía hacernos creer de su espontaneidad, pero borraba mucho más de lo que daba a entender y no leía, sino tragaba libros. La Mistral fue un ejemplo de borrar, borrrar, que algo queda. Lihn, Hahn, Manuel Silva Acevedo, Waldo Rojas, los que más recuerdo, han trabajado la palabra hasta la saciedad. No todos han tenido la mano de Neftalí Reyes, debemos reconocer, porque su poesía respira su propio aire y no todo fue pintar sobre el aire.
Para Valente, "la prosperidad ablandó a Neruda y a su poesía". Es de la opinión, al parecer, de la crucifixión del poeta en el rigor de la poesía. Vamos viendo, pero, dice, no es lo que Neruda interpretó que creía yo que hablaba de la tesis de los zapatos rotos (Neruda tuvo sífilis en su juventud), porque yo me refería al dolor creador que debe haber en toda creación auténtica.
La caída del ángel nerudiano, Valente la estima a partir del Canto General, para muchos el libro más totalizador de Neruda, debido, dice, a que se infla el yo del poeta hasta identificarse con la poesía de Chile, el pueblo, los pueblos del mundo. Algo como un Buda, quizás de la poesía popular, digo yo. En todas las montañas, ríos, selva, desiertos y lagos de Chile, quizás quiera decir Valente. Hay gran poesía en el Canto General, sin duda, y mucha, y otra de compromiso social, de ajuste de cuentas y que no está ala altura de esos momentos de excepción nerudianos.
El crítico mercurial, con Edwards el escritor, tanto miles de chilenos, se reconoce, nos reconocemos, en la voz del long play nerudiano. Éramos tan pobres, tan aburridos, tan nostálgicos, provincianos, carecíamos de televisión, nos iluminaban unas cuantas estrellas de nuestro pobre firmamento, como en un patio encerrado. "Titilan azules los astros a lo lejos". Valente revela y se reconoce en la voz de Neruda a través del viejo long play quee scuchaba en su juventud y que le marcó como poeta: Alturas de Macchu Pichu, un poema excepcional en la poética nerudiana contenido en Canto General.
Valente ha sido un crítico muy discutido por Enrique Lihn, especialmente, y el mismo Parra, a pesar de ser elogiado, la comidilla literaria de los setenta y antes. El religioso quería llevar a Parra a la cruz. Al agnóstico e inclasificable profesor de física, antipoeta, además, Valente le ofrecía la salvación de la cruz, se escuchaba a sotto vocce en los círculos literarios de mis tiempos en Santiago de Chile.
Fue un capítulo azaroso entre Lihn y Valente, durante años. Está registrado en El circo en llamas, recopilación de sus ensayos y críticas por Germán Marín. Lihn, autor de La Pieza Oscura, Poesía de Paso, A partir de Manhattan, La Musiquilla de las pobres esferas, entre otros libros, calificó a Valente de militante sacerdotal del Opus Dei "afecto a los gobiernos autoritarios", filosofía que influiría en él a la hora de tener un criterio independiente en materia literaria.
Valente en una reciente entrevista con El Mercurio, de donde entresacamos algunas de sus opiniones, se lamenta de no haber captado en un principio la poesía de Lihn y durante los primeros seis años, reiteró no estuvo ala altura de su obra. "Me redimí, explicó, al poner luego mi juicio a la altura de su excelente poesía".
En sus opiniones de la poesía chilena contemporánea, Valente dijo que le entusiasmó y primer y casi toda la obra de Jorge Teillier, un poeta lárico de Lautaro, al sur de Chile, una zona mapuche conocida como La Frontera.
Valente, interrogado sobre las diferencias entre Neruda y Parra (Poemas y antipoemas, Hojas de Parra, Versos de Salón, entre otros libros), sostuvo que Neruda es tan hipnótico que su mayor influencia consiste en que no escriban como él. Parra, en cambio, dijo, con sus innovaciones ha estimulado a casi todos los poetas chilenos posteriores a incorporar elementos de la antipoesía, de los que no se libra casi nadie. La originalidad, corre por cuenta del nuevo autor.
Parra y Neruda, o viceversa, son dos registros diferentes, y de eso se las arregló Nicanor con tiempo, porque en verdad Neruda estaba dominando absolutamente el campo del juego de la poética chilena y latinoamericana.
Las obras completas de Parra caben en uno solo de los treinta libros de Neruda. Eso tiene que ver con el mucho relleno que hay en Neruda, y al mismo tiempo con la formidable amplitud de su registro de temas, asuntos, formas, lenguajes, estilos; es casi un hombre del tamaño de su siglo, sentenció Valente en sus declaraciones a El Mercurio de Chile.
Parra - subrayó- "es poetry as speech, usando la expresión de Pound : la poesía como el habla, no necesariamente coloquial; el coloquialismo es algo mucho más fácil; yo me refiero a la poesía como habla viva. Neruda, en cambio, es la poesía como himno, como cántico".
Son dos poetas muy distintos, peces de una misma pecera, la poética chilena, pero en sus propias aguas. Igual que Lihn y Teillier. En otros registros igualmente importantes de la poesía chilena, Gabriela Mistral, Vicente Huidobro, Pablo de Rokha, Gonzalo Rojas, Rosamel del Valle, Eduardo Anguita, Díaz Casanueva, Armando Uribe Arce, Efraín Barquero, Alberto Rubio, Miguel Arteche, Oscar Hahn y los desaparecidos prematuramente, Carlos de Rokha y Omar Cáceres.
Este centenario, a tres décadas de su fallecimiento, queda demostrado que sigue siendo el poeta más discutido de Chile y del continente. Es imposible dejarlo ausente de alguna referencia. A su preocupación y dedicación política, han dicho algunos de manera reiterada, se debe su mala poesía final y en ciertas épocas. Valente sale al paso a estas acusaciones y lo califica de juicio político, anticomunista y no literario.
Durante toda su vida Neruda enfrentó ese juicio sobre su poesía, en Chile fue una verdadera cruzada dentro de los sectores ultraconservadores ignorantes, porque la derecha leída, culta, hizo las diferencias, se dio el lujo de apreciar al poeta en su dimensión más cotidiana. Algo tardíamente Valente reconoce que "Neruda debe algunos excelentes poemas a su militancia política. Viceversa, agrega el sacerdote, tiene problemas completamente apolíticos que son medianos. A Neruda, remacha Valente no sin arzón se le daba maravillosamente bien la sensibilidad inmediata y cruda, y no el romanticismo, sino la carne de la mujer, no la naturaleza de los románticos, sino las texturas físicas de los cuerpos. En política, lo mismo: el sentimiento social inmediato."
La fecha es importante para acercarse al hombre, al poeta y su poesía, de manera integral. No es fácil, Neruda fue un hombre muy público, tomó partido por una causa, y escribió lo que vio y respiró en su tiempo. Poeta de la materia, del amor, de la vida, clasificado y reclasificado en el insectario nerudiano. Neruda canonizado, Neruda censurado, calumniado, vilipendiado. Ni lo uno, ni lo otro, el poeta y el hombre en la medida de su obra. Este es el año Neruda en Nueva York, Praga, París, Barcelona, Calcuta, Santiago, México, Washington, Buenos Aires, Moscú, San Juan, Madrid, Parral, donde nació hace casi cien años, un 12 de julio de 1904.
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NERUDA ENTRE NOSOTROS
Escrita por Julio Cortázar en Ginebra en 1973, esta semblanza del Nobel chileno es precisa para un año en que se cumplen conmemoraciones de los dos.
Tan cercano como está en la vida y en la muerte, toda tentativa de fijarlo desde la escritura corre riesgo de cualquier fotografía, de cualquier testimonio unilateral: Neruda de perfil, Neruda poeta social, las aproximaciones usuales y casi siempre falibles. La historia, la arqueología, la biografía, coinciden en la misma terrible tarea: clavar la mariposa en el cartón. Y el único rescate que la justifica viene de la zona imaginaria de la inteligencia, de su capacidad para ver en pleno vuelo esas alas que ya son ceniza en cada pequeño ataúd de museo. Cuando entré por la última vez a su dormitorio de la Isla Negra, en febrero de este año, Pablo Neruda estaba en cama acaso ya definitivamente inmovilizado, y sin embargo sé que aquella tarde y aquella noche anduvimos juntos por playas y senderos, que llegamos aún más lejos que dos años antes, cuando él había venido a esperarme a la entrada de la casa y había querido mostrarme las tierras que pensaba donar para que a su muerte alzaran allí una residencia de escritores jóvenes.
Así, como paseando a su lado y escuchándolo, quisiera decir aquí mi palabra de latinoamericano ya viejo, porque muchas veces en el torbellino de la casi impensable aceleración histórica del siglo he sentido dolorosamente que la imagen universal de Pablo Neruda era para muchos una imagen maniquea, una estatua ya erigida que los ojos de las nuevas generaciones miraban con ese respeto mezclado de indiferencia que parece ser el destino de todo bronce en toda plaza. A esos jóvenes de cualquier país del mundo quisiera contarles, con la llaneza del que encuentra a sus amigos en el café, las razones de un amor que trasciende la poesía por sí misma, un amor que tiene otro sentido que mi amor por la poesía de John Keats o de César Vallejo o de Paul Eluard; hablarles de lo que sucedió en mis tierras latinoamericanas en esa primera mitad de un siglo que para ellos se confunde ya en la continuidad de un pasado que todo lo devora y confunde.
En el principio fue la mujer; para nosotros, Eva precedió a Adán en mi Buenos Aires de los años treinta. Éramos muy jóvenes, la poesía nos había llegado bajo el signo imperial del simbolismo y del modernismo, Mallarmé y Rubén Darío, Rimbaud y Rainer María Rilke: la poesía era gnosis, revelación, apertura órfica, desdén de la realidad convencional, aristocracia, rechazando el lirismo fatigado y rancio de tanto bardo sudamericano. Jóvenes pumas ansiosos de morder en lo más hondo de una vida profunda y secreta, de espaldas a nuestras tierras, a nuestras voces, traidores inocentes y apasionados, cerrándose en cónclaves de café y de pensiones bohemias: entonces entró Eva hablando español desde un librito de bolsillo nacido en Chile, Veinte poemas de amor y una canción desesperada . Muy pocos conocían a Neruda, a ese poeta que bruscamente nos devolvía a lo nuestro, nos arrancaba a la vaga teoría de las amadas y las musas europeas para echarnos en los brazos a una mujer inmediata y tangible, para enseñarnos que un amor de poeta latinoamericano podía darse y escribirse hic et nunc , con las simples palabras del día, con los olores de nuestras calles, con la simplicidad del que descubre la belleza sin el asentimiento de los grandes heliotropos y la divina proporción.
Pablo lo sabía, lo supo muy pronto: no opusimos resistencia a esa invasión que nos liberaba, a esa fulminante reconquista.
Por eso, cuando leímos Residencia en la tierra no éramos ya los mismos, los jóvenes pumas se lanzaban ya por su cuenta a la caza de presas tanto tiempo despreciadas. Después de Eva veíamos llegar al Demiurgo, resuelto a trastrocar un orden bíblico que no habíamos establecido los latinoamericanos; ahora íbamos a asistir a la creación verbal del continente, el pez iba a llamarse pez por boca americana, las cosas y los seres se proponían y se dibujaban desde la matriz original que nos había hecho a todos, sin la sanción tranquilizadora de los Linneo y los Cuvier y los Humboldt y los Darwin que nos habían legado paternalmente sus modelos y sus nomenclaturas. Me acuerdo, me acuerdo tanto: Rubén Darío se desplazó vertiginosamente en mi geografía poética, de la noche a la mañana pasó a ser un gran poeta lejano, como Quevedo o Shelley o Walt Whitman; en nuestra dilatada, desierta y salvaje tierra mental, que habíamos llenado de necesarias y vagorosas mitologías, Residencia se precipitó en la Argentina como antaño San Martín en Chile para liberarlo, como Bolívar picando sus águilas desde el norte; la poesía tiene su historia militar, sus conquistas y sus batallas, el verbo es legión y carga, y la vida de todo hombre sensible a la palabra guarda en su memoria incontables cicatrices de esos profundos, indecibles arreglos de cuentas entre el ayer y el hoy, entre lo artificial y lo auténtico; inútil murmurar que lo recíproco no existe, que Chile está hoy ahí para probar hasta qué punto la historia militar ignora la poesía, eso que en última instancia es lo humano en su exigencia más alta, allí donde la justicia se quita la venda que el sistema le ha puesto en los ojos y sonríe como una mujer que ve jugar a un niño.
Neruda no nos dio demasiado tiempo para recobrarnos, para tomar esa distancia que la inteligencia establece hasta con lo más amado puesto que su razón de ser está en un plus ultra incesante. Aceptar, asimilar Residencia en la tierra exigía acceder a una dimensión diferente de la lengua y, desde allí, ver americano como jamás se había visto hasta entonces. (Ya algunos de nosotros, movidos por el azar de librerías o amistades, entrábamos con el mismo asombro en una nueva faceta de esa inconcebible metamorfosis de nuestra palabra: Trilce , de César Vallejo, llegaba a Buenos Aires desde el norte, viajera secreta y temblorosa trayendo claves diferentes para un mismo reconocimiento americano). Pero Pablo no nos dio tiempo a mirar en torno, a hacer un primer balance de esa multiplicada explosión de la poesía. Vastos poemas que formarían luego parte de la tercera Residencia se sumaban tumultuosos a la primera gran cosmogonía para afinarla, especializarla, traerla cada vez más al presente y a la historia. Cuando la guerra civil española lo lleva a escribir España en el corazón , Neruda ha dado el paso final que lo desplaza del escenario a los actores, de la tierra a los hombres; su definición política, que tanto malentendido innoble haría surgir (y pudrir) en América Latina, tiene la necesidad y la llaneza del cumplimiento amoroso, de la posesión en la entrega última; y es fácil advertir que el signo ha cambiado, que a la lenta, apasionada enumeración de los frutos terrestres por boca de un hombre solitario y melancólico, sucede ahora la insistente llamada a recobrar esos frutos jamás gozados o injustamente perdidos, la proposición de una poesía de combate lentamente forjada desde la palabra y desde la acción.
En Buenos Aires, capital de la prescindencia histórica, este segundo y más terrible espolazo de Neruda bastó para hacer caer muchas máscaras; me tocó ver, testigo irónico, cómo nerudianos fanáticos repudiaban bruscamente su poesía, mientras oportunistas al viento de las reivindicaciones exaltaban una obra que les era palpablemente ininteligible salvo en sus significados más obvios. Quedaron los que lo merecían, comprometidos o no en el plano político (lo digo expresamente, puesto que a mí me faltaba aún la Revolución Cubana para despertarme), y para esos la obra de Neruda siguió siendo como un pulso, una vasta respiración americana frenética a las delicuescencias pasatistas y las fidelidades cada vez más ridículas a los cánones extranjeros.
Sé que le debo a Neruda el acceso a Vallejo, a Octavio Paz, a Lezama Lima, a Cardenal, poetas tan diferentes como unidos, tan individuales como fraternos. Pero lo repito, él no nos daba tregua, no nos dio nunca tregua; poema tras poema, libro tras libro, su imperiosa brújula exigía la revisión de nuestros rumbos, nos llamaba sin proponérselo, sin el menor paternalismo de poeta mayor, de abuelo Hugo latinoamericano; simplemente ponía otro libro sobre la mesa, y pálidos fantasmas corrían a esconderse. Cuando llegó el Canto general , el ciclo de creación entró en su último día necesario; luego seguirían muchos otros, memorables o de simple fiesta, vendrían los poemas bien ganados del que se sienta a recordar su vida con los amigos, como el entrañable Extravagario y tantos momentos del Memorial de Isla Negra ; Neruda envejecía sin renunciar a su sonrisa de muchacho travieso, entraba por la fuerza de las cosas en el ciclo de las solemnidades, los paseos utilizables, la más que innecesaria consagración del Premio Nobel, último manotazo del sistema para recuperar lo irrecuperable, el aire libre, el gato en el tejado jugando con la luna.
Mucho se ha escrito sobre el Canto general , pero su sentido más hondo escapa a la crítica textual, a toda reducción solo centrada en la expresión poética. Esa obra inmensa es una monstruosidad anacrónica (se lo dije un día a Pablo, que me contestó con una de sus lentas miradas de tiburón varado), y por ello una prueba de que América Latina no solamente está fuera del tiempo histórico europeo sino que tiene el perfecto derecho y, lo que es más, la penetrante obligación de estarlo. Como, en un terreno no demasiado diferente al fin y al cabo, Paradiso , de José Lezama Lima, el Canto general decide hacer tabla rasa y empezar de nuevo; por si fuera poco, lo hace. Porque apenas se piensa en esto, es casi obvio que la poesía contemporánea de Europa y de las Américas es una empresa definitivamente limitada, una provincia, un territorio, a la vez dentro del campo de expresión verbal y dentro de la circunstancia personal del poeta.
Quiero decir que la poesía contemporánea, incluso la de intención social como la de un Aragon, un Nazim Hikmet o un Nicolás Guillén, que me vienen los primeros a la memoria y están lejos de ser los únicos, se da circunscrita a determinadas situaciones e intenciones. Más perceptible es esto todavía en la poesía no comprometida, que en nuestros tiempos y en todos los tiempos tiende a concentrarse en lo elegíaco, lo erótico o lo costumbrista. Y en ese contexto, cuya infinita riqueza y hermosura no solo no niego sino que me ha ayudado a vivir, llega un día el Canto general como una especie de absurda, prodigiosa geogonía latinoamericana, quiero decir, una empresa poética de ramos generales, un gigantesco almacén de ultramarinos, una de esas ferreterías donde todo se da, desde un tractor hasta un tornillito; con la diferencia de que Neruda rechaza soberanamente lo prefabricado en el plano de la palabra, sus museos, galerías, catálogos y ficheros que de alguna manera nos venían proponiendo un conocimiento vicario de nuestras tierras físicas y mentales, deja de lado todo lo hecho por la cultura e incluso por la naturaleza, él es un ojo insaciable retrocediendo al caos original, una lengua que lame las piedras una a una para saber de su textura y sus sabores, un oído donde empiezan a entrar los pájaros, un olfato emborrachándose de arena, de salitre, del humo de las fábricas. No otra cosa había hecho Hesíodo para acabar los cielos mitológicos y las labores rurales; no otra cosa intentó Lucrecio, y por qué no Dante, cosmonauta de almas. Como algunos de los cronistas españoles de la conquista, como Humboldt, como los viajeros ingleses del Río de la Plata, pero en el límite de lo tolerable, negándose a describir lo ya existente, dando en cada verso la impresión de que antes no había nada, de que ese pájaro no tenía ese nombre y de que esa aldea no existía. Y cuando yo le hablé de eso, él me miraba con sorna y volvía a llenarme el vaso, señal inequívoca de que estabas bastante de acuerdo, hermano viejo.
Por cosas así pienso que la obra de Neruda ha sido para los latinoamericanos de mi tiempo algo que trasciende los parámetros usuales en que dialécticamente se mueven el hacedor y el lector de poesía. Cuando pienso en ella, la palabra obra tiene para mí una consistencia arquitectónica, un peso de mampostería, porque su acción en muchos de nosotros no solo se cumplió en ese plano general de enriquecimiento ontológico que da toda gran poesía, sino en el de una toma directa de contacto con materias, formas, espacios y tiempos de nuestra América. ¿Quién podrá llegar hasta el litoral chileno y asomarse al Pacífico implacable sin que los versos de la Barcarola vuelvan desde la ya remota Residencia en la tierra , quién subirá a Machu Picchu sin sentir que Pablo lo precede en la interminable teoría de peldaños y colmenas? Lo digo con riesgo, lo digo con dolor: cuánta poesía querida se me adelgazó entre las manos después de esa terrible precipitación mineral y celular. Y lo digo también con gratitud: porque ningún poeta mata a los demás poetas, simplemente los ordena de otra manera en la trémula biblioteca de la sensibilidad y la memoria. Habíamos vivido y leído de prestado, aunque los préstamos fueran tan hermosos; habíamos amado en la poesía algo como un privilegio diplomático, una extraterritorialidad, el nepente verbal de tanta torpe tiranía y tanta insolente expoliación de nuestras vidas civiles; sin soberbia, sin jamás reprocharnos nuestras delicadas prescindencias, Neruda nos abrió la más ancha de las puertas hacia esa toma de conciencia que algún día se llamará de versos libertad. Ahora podíamos seguir leyendo a Mallarmé y a Rilke, puestos en su órbita precisa, pero ahora no podíamos negar que éramos latinoamericanos; yo sé, lo sabe lo más exigente de mi ser, que nadie salió perdiendo en esa confrontación poética.
Por eso, a los que demasiado fácilmente olvidan, los invito a releer el Canto para que a la luz (no a la tiniebla) de lo que ocurre en Chile, en Uruguay, en Bolivia complete usted mismo la lista interminable, verifiquen la implacable profecía y la invencible esperanza de uno de los hombres más lúcidos de nuestro tiempo. Imposible abarcar ese horizonte, esa rosa de los vientos que se vuelve húmedo erizo para apuntar a sus multiplicados rumbos; solo aludiré al retrato de tanto dictador, de tanto tirano que Neruda nombró y describió sin vacilar en ese libro como si supiera que iba más allá de sus miserables personas, que su denuncia abarcaba un futuro donde habría de esperarlo otra vez la pesadilla. Los invito, para no citar más que uno, a releer el poema en que González Videla es acusado de traidor a su patria; y a sustituir su nombre por el de Pinochet, a quien Allende también habría de llamar traidor antes de caer asesinado; los invito a releer los versos en que Neruda transcribe cartas y testimonios de chilenos torturados, vejados y muertos por la dictadura; habría que estar ciego y sordo para no sentir que esas páginas del Canto general fueron escritas hace dos meses, hace quince días, anoche, ahora mismo, escritas por un poeta muerto, escritas para nuestra vergüenza y acaso, si alguna vez lo merecemos, para nuestra esperanza.
Conocí muy poco al hombre Neruda, porque entre mis defectos está el de no acercarme a los escritores, preferir egoístamente la obra a la persona. Dos testimonios había tenido de su afecto por mí: un par de libros dedicados que me hizo llegar a París, sin que jamás hubiera recibido nada mío, y una página que envió a alguna revista cuyo nombre no recuerdo, y en la que generosamente trataba de aplacar una falsa, absurda polémica entre Arguedas y yo a propósito de escritores "residentes" y escritores "exiliados". Cuando Allende asumió la presidencia en noviembre de 1970, quise estar en Santiago cerca de mis hermanos chilenos, asistir a algo que para mí era harto más que una ceremonia, la primera apertura hacia el socialismo en el sector austral del Continente. Alguien llamó a mi hotel, con una voz de lento río: "Me dicen que estás muy cansado, ven a Isla Negra y quédate unos días, ya sé que no te gusta ver gente, estaremos solos con Matilde y mi hermana, Jorge Edwards te traerá en auto, vendrán Matta y Teresa a almorzar, nadie más".
Fui, claro y Pablo me regaló un poncho de Temuco y me mostró la casa, el mar, los solitarios campos. Como si tuviera miedo de cansarme, me dejó andar por los salones vacíos, mirar despacio y a mi gusto la caverna de Aladino, su Xanadú de interminables maravillas. Casi inmediatamente comprendí esa correspondencia rigurosa entre la poesía y las cosas, entre el verbo y la materia. Pensé en Anna de Noailles preguntándole a una amiga el nombre de una flor entrevista en un paseo, y asombrándose: "Ah, pero si es la misma que tantas veces he nombrado en mis poemas", y sentí lo que iba de eso a un poeta que jamás nombró sin antes palpar, vivir lo nombrado. Cuánto resentido, cuánto envidioso ironizó en su día sobre los mascarones de proa, los atlas, los compases, los barcos en las botellas, las primeras ediciones, las estampas y los muñecos, sin comprender que esa casa, que todas las casas de Neruda eran también poemas, réplica y corroboración de las nomenclaturas de Residencia y del Canto , prueba de que nada, ninguna sustancia, ninguna flor había entrado en sus versos sin ser lentamente mirada y olida, sin darle y ganarse el derecho a vivir siempre en la memoria de los que recibirían en pleno pecho esa poesía de encarnación verbal, de contacto sin mediaciones.
Incluso la muerte de Neruda entre escombros y alimañas uniformadas, ¿no es un último poema de combate? Sabíamos que estaba condenado por el cáncer, que era una cuestión de tiempo y que acaso hubiera muerto el día en que murió aunque la ralea vencedora no le hubiera destrozado y saqueado la casa. Pero el destino habría de dibujarlo hasta el fin como lo que él había querido ser; voluntariamente o no, ya ajeno a lo circundante o mirando las ruinas de su casa con esos ojos de alcatraz a los que nada escapaba, su muerte es hoy su verso más terrible, el salivazo en plena cara del verdugo. Como en su día el Che Guevara, como Nguyen Van Troy, como tantos que mueren sin rendirse. Me acuerdo de la última vez que lo vi, en febrero de este año; cuando llegué a la Isla Negra me bastó ver la gran puerta cerrada para comprender, con algo que ya no eran las certidumbres de la ciencia médica, que Pablo me citaba para despedirse. Mi mujer había esperado grabar una charla con él para la radio francesa; nos miramos sin hablar, y el grabador quedó en el auto.
Matilde y la hermana de Pablo nos llevaron al dormitorio desde donde él confirmaba su diálogo con el océano, con esas olas en las que había visto los gigantescos párpados de la vida. Lúcido y esperanzado (eran las vísperas de las elecciones en las que la Unidad Popular afirmó su derecho a gobernar) nos dio su último libro. "Ya que no puedo ir a las manifestaciones ni hablarle al pueblo, quiero estar presente con estos versos que escribí en tres días". El título lo explicaba todo: Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena ; versos para gritar en las esquinas, para que los cantores populares les pusieran música, para que los obreros y los campesinos los leyeran en sus centros y en sus casas. Un televisor a los pies de la cama lo mantenía al tanto del proceso electoral; novelas policiales, que tanto le gustaban, eran mejor sedante que las inyecciones cada vez más necesarias. Hablamos de Francia, de su último cumpleaños en la casa de Normandía adonde los amigos habíamos llegado de todas partes para que Pablo sintiera un poco menos la geométrica soledad del diplomático famoso, y donde con gorros de papel, largos tragos y música lo despedimos (él lo sabía, y nosotros sabíamos que él lo sabía). Hablamos de Allende, que había venido a visitarlo en esos días sin previo aviso, sembrando la estupefacción con un helicóptero inconcebible en la Isla Negra, y por la noche, aunque insistíamos en irnos, en que descansara, Pablo nos obligó a mirar con él un horrendo folletín de vampiros en la televisión, fascinado y divertido al mismo tiempo, abandonándose a un presente de fantasmas más reales para él que un futuro que sabía cerrado. En mi primera visita, dos años atrás, me había abrazado con un hasta pronto que habría de cumplirse en Francia; ahora nos miró un momento, sus manos en las nuestras, y dijo: "Mejor no despedirse, ¿verdad?", los fatigados ojos ya distantes.
Era así, no había que despedirse; esto que he escrito es mi presencia junto a él y junto a Chile. Sé que un día volveremos a Isla Negra, que su pueblo entrará por esa puerta y encontrará en cada piedra, en cada hoja de árbol, en cada grito de pájaro marino, la poesía siempre viva de ese hombre que tanto lo amó.
Por Julio Cortázar
Rolando Gabrielli
es Periodista y Escritor chileno