Santiago de Chile.
Revista Virtual. 

Año 5
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 56
Noviembre de 2003


LA PASIÓN DE

TINA MODOTTI


Por: Rúbila Araya

Se enamoró de México y puso la fotografía al servicio de los desamparados, luchó por una causa y se olvidó de sí misma. su obra nos testimonia la gran entrega de su vida

Murió en las mismas condiciones en que nació. La carencia protagonizó sus días de infancia desde que vino al mundo en Udine, al norte de Italia, en el seno de una familia humilde de pensamiento socialista. Cuarenta y seis años después, un ataque al corazón la sorprendió en un taxi, el conductor se percató de su deceso cuando ella no respondió a sus preguntas.

En primera instancia, su cuerpo descansó en la sección más pobre del Panteón de los Dolores, en Cuidad de México. Allí, entre malezas y tumbas semidestruidas, adornaron su sencilla lápida un perfil grabado por Leopoldo Méndez y las estrofas de un poema escrito por Pablo Neruda: “Tina Modotti, hermana, no duermes, no, no duermes. / Tal vez tu corazón oye crecer la última rosa / De ayer, la última rosa de ayer, la nueva rosa. / Descansa dulcemente, hermana.”

Seguramente, si hubiese tenido la oportunidad de decidir, el lujo y la opulencia no habrían sido su elección. Y es que Tina Modotti fue consecuente con su pensamiento. Siempre se la vio vestida sencillamente: chaqueta, falda, zapatos negros y una camisa blanca, sin otra alhaja que su belleza natural. Incluso, hasta para referirse a su talento no sucumbió a esa soberbia que suele invadir a los artistas, sostenía que era "sólo una fotógrafa".  

Quienes la conocieron, o los que han leído sobre su vida, entenderán que no pudo haber sido de otra forma. La necesidad y la injusticia humana la conmovieron a tal punto, que se entregó por completo a la causa de los más desfavorecidos, minimizando las vanidades propias de su género y abandonándose a sí misma en una actitud de entrega que incluso la llevó a alejarse de la fotografía. 

La agitada existencia de Assunta Adelaide Luigia, su nombre original, comenzó cuando la familia Modotti viajó a Estados Unidos en busca de oportunidades económicas. En San Francisco, Tina trabajó como modista y su agraciado físico la convirtió en una cotizada actriz de teatro italoamericano y de cine mudo en Hollywood. Fue entonces cuando conoció al encantador joven de origen aristocrático Roubaix de l'Abri Richey, con quien se casó a los veinte años y, aunque no tenía un peso, la acercó a lo mejor de la bohemia intelectual de la ciudad. La muerte de su marido a causa de una viruela le dio a Tina la libertad para emprender junto a Edward Weston, fotógrafo de quien era modelo, un viaje por México que determinaría su vida y la adentraría en los rincones inexplorados de su genio artístico.

Modotti era desenfadada, moderna, sin limitaciones, por eso no tuvo reparos al emprender aquella gran aventura junto a su amante. En el país azteca, su atractivo, naturalidad y aire cosmopolita la hizo popular en un ambiente que le abrió los brazos y la acercó a los personajes más influyentes del momento: pintores, poetas, escritores y científicos cayeron rendidos ante su seductora personalidad. Fue la fotografía la expresión artística que unió en esta primera etapa a Tina y Weston, mientras la primera capturaba con su máquina la arquitectura y naturaleza mexicana, el segundo la retrataba desnuda en una azotea, escandalizando a todos. Tina Modotti estaba enamorada de la gente, las costumbres y los paisajes de México, y cuando irrumpió en su vida el grabador y dibujante comunista Xavier Guerrero encontró la forma de agradecer todo lo que este país le había entregado. Las ideas socialistas de su nueva pareja la acercaron aún más al pueblo azteca, su fotografía se alejó de las pretensiones puramente estéticas y se embarcó en la misión de ser un testimonio al servicio de los seres olvidados de la sociedad.

Obreros, campesinos, niños callejeros y madres amamantando forman parte de una colección de imágenes poseedoras de un realismo conmovedor que evidencia la desolación, la tristeza y la lucha de los pobres. En su compromiso, la fotógrafa traspasó las herramientas de su arte y sacrificó su espíritu inquieto a la labor burocrática de atender a las personas que llegaban al periódico comunista El Machete para pedir ayuda. La vida de Tina estuvo atravesada por varias relaciones, los hombres que pasaron por su vida constituyeron entes importantes en el rumbo a seguir, pero fue el apuesto cubano Julio Antonio Mella su gran amor. Ella le profesó su inalterable sentimiento hasta el final, en cada lugar al que iba colgaba en la pared su imagen y entre las pertenencias que llevaba al fallecer había una pequeña foto de él. Quizás lo efímero e intenso de la relación la hizo idolatrarlo, apenas tres meses estuvieron juntos y la muerte lo arrebató de su lado. El dictador Gerardo Machado lo tenía entre cejas y un diez de enero de 1929, mientras caminaban de la mano por la calle, fue asesinado ante sus ojos.

 

El sufrimiento se acrecentó cuando la intentaron inculpar en los hechos, pero gracias a la ayuda de Diego Rivera salió libre de las acusaciones. Entonces, Modotti se dedicó a colaborar con el Socorro Rojo, rama del Partido Comunista, y continuó con su fotografía al servicio de la misión socialista. Ese mismo año montó su primera exposición, la cual fue alabada por la crítica gracias a su técnica y temática humana.

Pero su estadía en México estaba llegando a su fin, todavía no terminaba 1929 y otro acontecimiento la estremeció. Un intento de asesinato al presidente electo Pascual Ortiz Rubio, en el cual la involucraron, le valió el exilio en 1930. 

En Alemania y luego Rusia acrecentó su visión crítica de la sociedad, su soledad encontró compañía en su amigo italiano Vittorio Vidali, a quien se unió sentimentalmente en una apagada y fría relación. Él pertenecía al Partido y ella se convirtió en agente secreto del Socorro Rojo Internacional.

Luego del triunfo de Franco, Tina y Vittorio huyeron a Francia y, posteriormente, intentaron entrar en Estados Unidos, pero no fue posible: el destino la quería de vuelta en México. Transcurrida una década regresaba al país de su adoración.

Por luchar, se había olvidado de sí misma, su aspecto y sus sueños estaban en segundo plano y el entusiasmo por la fotografía ya no existía. Su pasión de antes se extinguía.

No volvió a encontrarse con sus viejos amigos y su marido no pasaba en casa. La depresión le acercó la muerte que la rondaba desde hace tanto tiempo y que la hizo suya aquel cinco de enero de 1942, cuando viajaba en un taxi.




Si quiere comunicarse con Rúbila Araya puede hacerlo a: rubila@vtr.net

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