Por: Celia
Bermejo
Rocky
Lyons, el hijo de Jets Lyons, defensor izquierdo de los New
York Lackers, tenía cinco años cuando viajaba en automóvil por
los campos de Alabama con su madre, Kelly. Dormía en el asiento
delantero de la camioneta, con los pies apoyados en su falda.
La madre sorteaba las curvas con cuidado, por un sinuoso camino
de dos carriles con matorrales en los arcenes. De pronto se
topó con un puente angosto. Al intentar entrar en el viaducto
con una marcha larga, la camioneta chocó contra un poste, se
deslizó fuera del camino y la rueda delantera derecha quedó
atascada en un surco de tierra. Temiendo que el pequeño camión
volcara, Kelly trató de volverla hacia el camino apretando con
fuerza el pedal del acelerador y girando el volante a la izquierda.
Pero el pie izquierdo de Rocky quedó atrapado entre su pierna,
y el volante, y perdió el control de la camioneta.
Ésta se deslizó por un barranco de seis metros.
Al llegar abajo, Rocky se despertó. ¿Qué pasó, mamá? ¡¡Nuestras
ruedas apuntan al cielo!! Kelly estaba cegada por la sangre.
La palanca de cambios se había incrustado en su cara (de la
madre), partiéndola el labio superior hasta la oreja. Las encías
chorreaban sangre, desgarradas; un hombro muy dolorido; no sentía
las piernas... Un hueso le salía de la axila y se empotraba
contra el salpicadero del coche, donde suelen ir las fotos de
"No corras, papá". Milagrosamente Rocky no estaba herido. -Yo
te sacaré-, dijo a su madre. -Déjame dormir-, le sugirió ella.
Parece que perdía la conciencia. Rocky, muy al final (no entraré
en esos detalles que sólo gustan a los viajeros de metro que
se releen hasta tres veces "Los pilares de la Tierra"), rescató
a Kelly sacándola de la camioneta, apoyando una espalda contra
su espalda. Y luego, trajo ayuda desde el pueblo que estaba
a 12 kilómetros.
Rocky alentaba a su madre con palabras de
ánimo no contenido... pues recordaba que también la empujó el
pompis cuando habían estado en Salamanca y el niño se había
empeñado en subir por la escalera más angosta de la torre más
alta de la catedral, durante aquel calurosísimo verano.
Luego, la trasladaron a un hospital cercano
entre Rocky y un camionero rudo que se detuvo ante ellos. Fueron
necesarias nueve horas de operación quirúrgica y más de cuatrocientos
puntos y lazadas. Ahora Kelly tiene la nariz larga, los labios
finos, los pómulos altos, está recuperada de las heridas y un
canal de televisión por cable la ha brindado la posibilidad
de presentar un juego que se llama El Norteamericamillón.
Además, una revista ha ofrecido un cuarto de millón de dólares
a Kelly para pagar su operación estética de estrías grasosas
lumbares, elevación de senos y por la extracción de una costilla
flotante, pues todo ello, luego, aparecerá en un desplegable
general en toda la cadena divulgativa del emporio periodístico,
así como en la web del medio.
Rocky se convirtió en héroe por un par de semanas.
Salió en los telediarios del mediodía, hizo el saque de honor
en el partido número cincuenta de la liga de rugby... Y en un
programa de entrevistas en la medianoche estuvo sentado entre
un transexual y una estripter que se quedó en coretas dos veces
entre el relato y los suspiros ansiosos del pequeñín. Y su madre,
con voz en off, añade en todos los programas de la tele a los
que va este héroe: "Si no hubiese sido por Rocky me habría desangrado...
y además vi una luz potente que me llamaba...".
Llegado
a este punto del relato me encuentro compungida y desarmada
ante el mundo, pues supongamos que esta historia que acabo de
escribir ya se hubiera inventado. Me encuentro, digamos, como
cuando Cristóbal Colón dijo que se iba a Zipango por el oeste,
después de haber comprado a una alcahueta mora un arcón indio
de madera de teca, donde apareció un pergamino con dibujitos
cartográficos a plumilla desdibujada, con la firma de un tal
Piri Reis en un esquinazo.
Y como yo
no soy experta en los mapamundis de las Etimologías de San Isidoro
de Sevilla, ni en los mapas de beatos de Liébana y alrededores,
ni en historias americanas, digamos que me encuentro desamparada
ante la ley y dudo y noto que dudar no es un placer.
Breve
bibliografía de la autora
Celia
Bermejo (León-España, 1971) Pedagoga. Profesora
en la UNED. Ha publicado: El canto del amor (2002).
Directora de la Editorial CELYA. Escribe sobre temas culturales
y viajes en revistas especializadas. Cuenta con diferentes libros
de relatos aún inéditos.