Sebastián
Garrido, uno de los más excelsos fotógrafos venezolanos,
murió en un accidente de tránsito. Queda su obra.
Su estilo límpido y sin mojones esteticista. Su mirada
desprejuiciada, sin apremios por la gloria ni otra antigualla
narcisista que motiva a tanto fotógrafo venial.
Su trabajo
fotográfico enfocó la vida desde el rostro de la
gente del pueblo, desde un paisaje calcinado por luces y sombras,
desde esos pueblos bituminosos de nostalgia y tristeza. Su obra
fue un espejo fidedigno de un mundo acosado por el mito popular,
la alegría y tristeza pasajeras, de un mundo curtido por
el tiempo y el clima, de un universo forjado en el trabajo duro,
en la faena llena de magia y proverbial sabiduría.
Su obra fotográfica
conjugó con maestría la luz y la sombra. Nunca apartó
su mirada de lo humano. Estuvo presente en los momentos estelares
del país, en esos instantes cotidianos, bostezantes que
pasan como desapercibidos. Nunca tuvo ínfulas de artista
y sus fotos son el fiel reflejo de un artista preciosista y consumado,
de un estilista de la imagen que nos define, que es nuestro espejo
de agua donde bebemos para vernos tal cual somos, sin otros afeites
que la espontaneidad pincelada en un clic.
Como fotógrafo
la trayectoria de Garrido comprende varias etapas fructíferas.
Participó en muchas revistas y recorrió la geografía
venezolana tratando de encontrar la esencia de un país
en su cotidianidad, en su gente y su paisaje. Explotó con
creces en su estética fotográfica la lejanía,
el sueño nostálgico por el terruño, la sobriedad
de un paisaje nutrido de luces y sombras. Hizo la foto como una
tarea creativa y como un seguimiento fidedigno del entorno. Su
mirada tuvo la sensibilidad necesaria para llegar al hueso poético
de la imagen, sin escamotearla, retocarla, o someterla a un purismo,
en aras de la foto bien delineada, pero que sólo trasmite
técnica y pericia. Garrido trató de llegar al el
alma de los objetos, el paisaje, la gente y la arquitectura, trató
de penetrar la profunda piel de los motivos retratados para llegar
a esa foto que plantea una espiritualidad mundana, desolada y
gran fuerza poética.