Santiago de Chile.
Revista Virtual.

Año 5
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 53
Agosto de 2003

 

VINE TARDE, PERO VOY llegando


e-mail a ROBERTO BOLAÑO


Desde Panamá, Rolando Gabrielli

Las cenizas van al Mar Mediterráneo,
que es el vivir. R.G.

La Diáspora es un lugar bien berraco en el ninguneo, donde se nace y muere, pero se crece como en un saco roto sin fondo ni punta, el vacío pesa y la voz se siente en off. Extranjero, dijiste, siempre, en realidad se sale una sola vez del vientre y no se vuelve más que otra vez, pero en forma definitiva, sin regreso, más bien para adentrarse más y más al fondo de lo inminentemente oscuro, otra matriz sin duda, que no será necesario abandonar. (Si Chile suena, es porque piedras trae).

Es como la reversa y te vas despidiendo en el adiós final, sin pañuelo, sólo con tu epitafio preferido y a pudrirse en el mañana con el polvo de las estrellas.

No es el momento ni en lugar, este paréntesis, para meter el dedo en el tintero y untárselo en el guardapolvo al mejor alumno de la clase, más bien rascarse la cabeza frente al ordenador, y no explicarse tu partida, aunque a este país de tránsito, no nos llegaran más que tus puteadas e ironías bien pulsadas, respecto de otros colegas latinoamericanos, y en especial los chilenos. Ácido hasta el final, un camino que es un túnel, al que se entra para no salir. Es un motor en marcha, difícil de apagar.

Más autobiográfico de lo deseado por él mismo, referencial, y con su bombo personal, como debe ser. Pero supo agregarle dientes y muela a la literatura chilena, para que tuviera donde agarrarse. El trapecista de Hamelín que la literatura chilena esperaba con su flauta, que algunos ratones tocaban airosos en la fiesta del marketing, con ese oficio triunfal de pasarela, una estudiada manera de sorprender a la audiencia a la hora del crepúsculo nerudiano.

Así son los días también, como una neblina en la espesa cotidiana realidad. Me sorprenden, en momentos en que duermo en mi cama con dos docenas de libros, producto de un ataque de comejenes furibundos, al techo de mi casa, sobre la hilera de la repisa del librero, reducto de una sagrada intimidad vulnerada por los amos despiadados de la tierra y los cielorrasos. Devoradores insaciables de madera y papeles, malos lectores, comejenes del demonio, me digo, y aquí están sobre el lecho tibio, casi impreso, entre otros libros, hace una par de semanas, el cubano Eliseo Diego, Martín Fierro, Rayuela, El Quijote con dibujos de Doré (casi dos mil páginas), Las Mil y Una Noches, Borges, Lihn (Diario de Muerte) Poeta en Nueva York Piglia, Carpentier, Mutis, Rulfo, Rosamel del Valle, T.S. Eliot, diccionarios, en fin, y Los Detectives Salvajes.

Los Detectives Salvajes, entraron al Istmo, como una especie de contrabando literario a un muy buen precio: más de seiscientas buenas páginas por 7 dólares. Yo me matriculé con un ejemplar, que tuve que hacer bajar del sitio más alto del drugstore. Ya medio leído, porque el primer requisito de un escritor es escribir, y después viene el placer de la lectura por añadidura, sobre todo cuando ya pasaste los 50 años.

Esto de ser inédito eternamente es un doble trabajo (mérito además), un oficio secreto, especie de borrón en el aire, sin comienzo ni fin. Estas son vainas (palabra caribeña fuera de contexto quizás) personales que te cuento, para que sepas que no todo es gloriola como dijo Huidobro, y también se deja de existir cuando los libros no son impresos y no llegan al lector. Estoy pensando que alguien me borra de noche las páginas que escribo de día, porque esto de la escritura es un cuento de nunca acabar, largo como un río que se devuelve en las madrugadas para volver a empezar o nacer.

Siempre estuve de acuerdo con echarle más leña al fuego de la literatura pacata, coja y bizca, y ese tábano tuyo, Roberto, te estoy tuteando desde el principio, algo que me cuesta, pero aquí si cabe en el aprecio y la verdadera distancia, picó fuerte, tan necesario en algunas nalgas rosadas, pudorosas, fruncidas, afrancesadas, llenas de naftalina, simplemente señoriales.

Es que si no, una marcha castrense tiene más sentido literario que algunos textos, verdaderas cubiertas de mármol, lisas, planas tipografías erráticas, de plagiadores del insomnio. Borges fue un ejemplo de burlarse de lo propio y ajeno, de regalarle sus ojos al mundo. Eso fue el colmo de las ganas de que otros vieran su mismo paisaje porteño y universal.

Bolaño, le pusiste chispa a la narrativa chilena y una luz roja a los que manejan pedaleando al revés, con calcetines prestados, una escritura tan acostumbrada a cierta vinagreta, aburrimiento, por eso unos gramos menos de solemnidad no le van mal a nadie, y menos al cartón piedra que utilizan algunos prosistas.

Orden y patria en literatura, conforman un himno decadente, artificioso, un libreto previamente aprendido y que después de entonado desafinadamente habrá sonado en el vacío.

Hombre, Bolaño, es digno de mención, no sólo el haber escrito unos cuantos buenos libros, sino también poner atención como rompiste las roscas, camarillas, los círculos viciosos de la mediocridad, las sociedades secretas del amiguismo. Difícil cuadratura del círculo, pero realizable, y necesaria, sobre todo, en el Circo de las Águilas Humanas.

Arar sólo en el desierto es un ejercicio más que meritorio, sobre todo cuando existe la recompensa del reconocimiento en vida real, más allá de los premios y la pasarela editorial. Bolaño, eres un escritor de raza como pocos en Chile, en materia de narrativa. Afortunadamente fuiste reconocido en vida como un escritor original, audaz, que rasgó el velo de la abulia y el compromiso con la monotonía en las novelas y el lenguaje. Tengo la impresión que sabías que eras un escritor de futuro. Y te despediste con un libro de cuentos, antes de entrar al hospital, en un maravilloso gesto y compromiso con el porvenir, la literatura que nunca acaba. Un libro nuevo es siempre un relevo. Una buena señal para partir en paz.

Rara especie esta la de Bolaño, por eso habitó poco el país del smog, donde todo es humo, volatilidad, se empañan los vidrios, caen las persianas llenas de hollín y se trancan las puertas, el freno de mano no sirve, y te tiran la chaqueta desde la punta de un hilo hasta dejarte desnudo en el tejado. Es como si te plantaran un tarro de pintura amarilla en la cara y después te dijeran que eres un payaso desempleado, con derecho a permanecer taciturno ocho veces a la semana.

Sé que me estás entendiendo, es difícil vivir con un cadáver de Arica a Magallanes, especie de zopilote negro, carroñero, sobre el espinazo, picoteándote la oreja, alternándose con la nuca y susurrándote Lili Marlen. Por eso tus sacudidas permanentes, para espantar gallotes, malos augurios, aves agoreras, brujas de escobas sin vuelo.

Te comento, se han escrito buenos titulares, en medio de tu partida, que es un hasta luego, porque nos dejaste la imaginación escrita en palabra y eso si no pasa. "Maestro de la generación post boom". No es un mal calificativo y socarroncillo a la vez, como dicho frente a tu espejo. En la onda dirías, el gusano que te corroe, pero con gusto.

Oye, por momentos me recuerdas Woody Allen, a veces un fraile franciscano con sus sandalias mistralianas o el Quijote, que frisaba los 50 cuando partió definitivamente cuerdo, pero venía de una Castilla cardiaca, infestada por caballeros andantes de muy mal paso, a juicio de Cervantes.

"El último piel roja", te llamó un diario español monárquico, y pienso que tiene algo de razón, le arrancaste la cabellera a la narrativa chilena.

Te imagino muerto de la risa leyendo los titulares: "Murió Roberto Bolaño, escritor chileno de carácter insobornable" Estás frente a una copa de vino, sonriente, aplaudiendo, y un anuncio: casi abandonabas el panfleto y el libelo, dos disciplinas menores, a tu juicio, pero muy atractivas, sal y pimienta de tus días, que llegaban a espantar moscas en el Chile disciplinado, aterrado, convicto de su pasado, y momia de su propio alcanfor. ¿Tanta democracia vigilada, para qué Benemérito?

Te acuerdas que vendías santitos en las calles del D. F., no eran tiempos de santurronerías, sino de sobre vivencia, para un hijo del exilio que se transformaría en protagonista de lo más universal de la Diáspora.

Perdona un paréntesis, pero es importante, me acabo de enterar que tu hijo lanzará tus cenizas al mar Mediterráneo. Qué buena idea, que hermoso lugar de evocaciones has escogido para vivir para siempre, la dieta mediterránea te asentará de maravillas. Yo ya había titulado este e-mail antes que lanzaran tus cenizas al Mediterráneo, lo dejaré tal cual por una cuestión de cábala, y respeto al autor, a quien me manda escribir esto, ya sabes son compromisos editoriales con el alma, los más permanentes, porque son invisibles a simple vista del comején publicitario, antropófago del verbo.

IL enfant terrible de la prosa chilena, me parece un calificativo al pelo para ti, te peina la mirada de Wooddy Allen, te quita un poco la expresión franciscana, aunque Rimbaud, fuera un místico empedernido en el fondo de la palabra mierda. Te están llamando inclasificable ahora. Eso me huele a incomodidad. Esperemos mejor que los lectores digan su última palabra a través del tiempo, más poderoso que la muerte, que es una puta caliente, como dice el verso de nuestro Hamlet de Las Cruces, refugiado en el poético mundo de la Antipoesía.

Lo que sucede es que Bolaño Belano, es el Parra de la narrativa chilena, se puso a vendimiar la prosa a su manera y se instaló con su propia cosecha en la carpa del Mediterráneo, porque en el circo chileno había muerto la risa, roto la carcajada y asumido el control la solemne payasada.

Oye, algo aparte, pero importante, qué nombre de agallas le pusiste a tu hijo, Lautaro. De sus manos el Mediterráneo está recibiendo tus cenizas. Roberto, coño, que vaina el fantasma de Chile, pero es real.

Continúo, debo aprovechar que los e-mail son gratis y circulan, y espero que este te llegue directo al Mediterráneo, en el caliente verano europeo. Dicen más los titulares en Barcelona: "Una obra llamada a perdurar y muere en plenitud creativa" Dos afirmaciones justas, pero te encargaste de desmentirlas, porque dejaste todo arreglado con el duende y saldrán en serie tus últimos libros inéditos.

El más audaz de los narradores chilenos a partir de los ochenta. Literatura y oralidad, una sola expresión en Bolaño, sin pelos en la lengua, en nuestra opinión. Supo conjugar humor y razón, divertimento en el espíritu y en la forma. Se dejó querer y odiar, en el verbo escrito y en la lengua hablada. Es que, hacerle concesiones a la realidad, es como otorgarle legitimidad a un Bando Militar. Por ahí leí algunas declaraciones de sus pares, que no han leído sus libros, absolutamente descafeinadas, palabras de institutrices de una precocidad feroz en el marketing orquestal.

Entre tus influencias citas a dos poetas, el mexicano Efraín Huerta y a Enrique Lihn, a quien no conociste. Yo tuve la suerte de conocer a Lihn, leer su poesía, ver como tocaba su Musiquilla de las pobres esferas en el Horroroso Chile. En los días finales de mi partida de Chile, fui testigo de una conversación en una pieza oscura entre él y Parra, en el departamento heredado de calle Bustamante, del poeta brasileño, amigo de Lihn, Thiago Di Melo. Lo único que puedo decir, es que se paseaban de un lado para otro en el ring freudiano de la poesía, y se fueron lejos en las reflexiones, donde sale un duende azul y te hace pasar para tomar un té denso con propiedades alucinantes. Es como un boleto sin regreso. Ya Neruda le había dado vuelta al reloj de arena, pero aún no regresaba a Isla Negra, sino estaba en el nicho helado, donde la dictadura permitió que lo pusieran. La República Asesinada, cuesta a bajo, anunciada por Pablo De Rokha. No sé si Teillier ya estaba en Nueva York 11, en la cábala del futuro. Braulio Arenas le rondaba la oreja al Premio Nacional. Y todo lo demás permanecía intacto. Nos encontramos en las inmediaciones de la casa de un joven poeta, ese día, y en el naufragio de la noche recalamos en ese pequeño apartamento que dividía Santiago en dos. Es decir, en la nada. Nada se escurre, es el título de su primer poemario, que Lihn detestaba. Un pecado de juventud, es el más original de todos.

Voy a ir a un punto incómodo para ti, que no comparto, y que voy a adelantar, por una cuestión de orden. Se te fue la mano cuando dijiste que Neruda había escrito sólo dos libros y no mencionaste ninguno. Sólo con las Residencias en la Tierra, cualquier poeta tendría para más que suficiente, y Neruda fue poeta de varias residencias y unas cuantas estaciones. El Canto General, Las Odas Elementales (muy aplaudidas en silencio por Parra), El Hondero Entusiasta, Canto Ceremonial, Plenos Poderes, y numerosos poemas de amor, algunos de Versos del Capitán, otros en Cien Sonetos y esparcidos por sus libros. Pero sus poemarios escritos en su prima juventud, 19 y 20 años, los emblemáticos 20 poemas de Amor y una Canción desesperada y Crepusculario, siguen vigentes en el corazón de la gente.

Mariposa de Otoño de Crepusculario, escrito hace 80 años, " LA MARIPOSA volotea/ y arde-con el sol-a veces. Mancha volante y llamarada, /a hora se queda parada/ sobre una hoja que la mece. Me decían no tienes nada/ No estás enfermo. Te parece. Dice más adelante el verso neftaliniano, ya camino a las Residencias, Hoy una mano de congoja/ llena de Otoño el horizonte./Y hasta de mi alma caen hojas. Lo cierto es que en 1962, Parra publica sus famosos Versos de Salón, que traen una Mariposa, pero parriana, aunque también vuela con alas neftalinianas a la manera parriana. Nicanor, como sabes, ha sido uno de los principales demoledores del establishment nerudiano, con su poesía. Algo bueno para la poesía, Chile, el castellano, la literatura, y para Neruda, referente obligado, no sólo de los antinerudianos, sino de la poesía misma.

"Me pregunto quién escribirá ese libro que Parra tenía pensado y que nunca escribió: una historia de la segunda guerra mundial contada o cantada batalla tras batalla, campo de concentración tras campo de concentración, exhaustivamente, un poema que de alguna forma se convertía en el reverso instantáneo del "Canto general" de Neruda y del que Parra sólo conserva un texto, el "Manifiesto", en donde expone su ideario poético." Son tus comillas Roberto Bolaño Belano, y el referente está enterrado en Isla Negra.

Parra ha tenido treinta años extras para poner en orden la casa de la Antipoesía, digamos con franqueza.

El hombre confesó, no sólo que había vivido, sino, que se seguiría viviendo, y pienso que tu sigues sus pasos, con méritos propios. Cada uno en su mar, Roberto, tú en el Mediterráneo, y Pablo, en el Pacífico de Isla Negra, viviéndose a su manera.

Lo interesante son tus coincidencias con Neruda, Bolaño. Y me digo, no podía ser de otra manera, dos chilenos verdaderamente grandes, auténticos, no, no, no estoy entrando al himno nacional, ni voy para Chile, ni me enloquecí en su geografía, ni por la Razón (que perdimos por tantos años) ni por la Fuerza, todo lo contrario, sólo que el Sur tú sabes puede estar para mí en el Norte y no dejará de seguir siendo Sur. Perro del Amor, dice el verso nerudiano, Perro Romántico, el de Bolaño. Dos axilas para un mismo cuerpo. El Vate dejó unos ocho libros antes de morir y tú dejaste lo tuyo, tu monumental obra, dicen, el 2666, desglosada en cinco partes autónomas.

Bolaño es el 666 de la narrativa chilena, en mi opinión Le hacía falta un verdadero demonio. Un duende que le hiciera cosquillas al ombligo del largo cuerpo de Chile. Que le encontrara las cinco patas al gato. Es que no estamos para tantos homenajes. País de sietemesinos. Te salvaste de las recomendaciones para premios, anarco, iconoclasta, trotskista, aventurero de corazón, trasgresor, echaremos de menos tu lanza en ristre de viejo caballero manchego, hombre del Mediterráneo.

Belano, perdona, Bolaño, ya me confundo. Te acaban de despedir en el cementerio del barrio barcelonés Les Corts. Un centenar de amigos y parientes, estoy leyendo el mensaje en Internet, y alguien te recordó como un trapecista sin red. Te intrigaba y apasionaba la Argentina, dijo Fresán. Bueno, ya somos dos. La mujer más importante, decisiva de Neruda, fue la argentina Delia del Carril. Huidobro lanzó su Manifiesto sobre el Creacionismo en Argentina. La Mistral editó Tala, uno de sus libros de mayor registro, en Buenos Aires. Neruda escribió buena parte de sus Odas Elementales en Argentina. Nos regalaron a Manuel Rojas, uno de los más grandes prosistas chilenos. Si hasta Borges dijo que era argentino. Si supieras mis deudas con Argentina, y están comenzando. Me gustó lo que dijo Fresán, que eras un libro inmenso. Cada vez que tome un libro, diré, Hola Bolaño.

P.D.

"No sé cómo hay escritores que todavía creen en la inmortalidad literaria. Me dan ganas de abofetearlos para que reaccionen y salven su vida".

Roberto Bolaño.

Epílogo, no sé si esta figura está permitida después de la Posdata, pero amerita. Voy a conservar el título, aunque sé que estás en el Mediterráneo. Déjame decirte, que eres uno de los buenos productos chilenos de exportación. Estás en el lugar correcto. Me acaba de llegar un correo sorprendente desde Panamá, donde suelo vivir. De un joven librero, hoy periodista, que trabajaba en la librería El Hombre de la Mancha. ¿Qué casualidad con el título y tus quijotadas? Hace un mes o más, le hablé de ti. No había un solo libro ahí tuyo. Y me acaba de decir que leyó mis artículos sobre tu despedida. Ahí yo digo, que de a vaina encontré Los Detectives Salvajes en un drugstore y de los nazis, tiempo ha. Me dice el joven Guillermo Ávila Nieves, "que con respecto a la carencia de la literatura del gran Roberto Bolaño, en este submundo bananero, estamos de acuerdo, pero además de Los Detectives Salvajes, hay un ejemplar de "Putas Asesinas". Y después de hacerme una pormenorizada descripción donde queda la librería, se recuerda que estuvimos conversando en ella. Después del olvido, Ávila concluye en una buena prosa de periodista que es,"aprovecho la ocasión para saludarlo y desearle lo mejor en medio de esta algo inhóspita jungla del barbarismo primitivo, pero también cálida en oportunidades, y a veces, afecto, llamada Panamá."

"Sólo una cosa no hay. Es el olvido. / Dios, que salva el metal, salva la escoria / Y cifra en Su profética memoria / Las lunas que serán y las que han sido", Borges.

Se nos adelantó Roberto

Pérdida irreparable para Chile.
Pérdida irreparable para mí.
Pérdida irreparable para todos.

The rest is silence
Now cracks a noble heart.
Good night sweet prince,
And flights of angels sing thee to thy rest!

Lo demás es silencio

Ahora un noble corazón se rompe

Buenas noches dulcísimo príncipe

Y que coros de ángeles salgan a recibirte.

Nicanor Parra.

Versos de Parra y Hamlet.

Epílogo dos

Ya no sé si es pertinente o no esta separación, pero es necesaria. Pero las noticias sobre tu partida Belano no cesan. ¿La inmortalidad es una cosa que amerita un muerto?. No sabemos. Nocturno de Chile será lanzado en Estados Unidos, por Susan Sontag. Ya estaba bueno que la narrativa chilena llegara hasta California. Estás abriendo un sendero, Bolaño, gracias de antemano. Las traducciones de tus libros, llueven como si Babel hubiera estallado en una calle de Bagdad. Alguien dijo que eras un perdedor. La literatura, digo, es una resta del cero al cuadrado, cuando es verdadera.

Un adelanto, es el final de cualquier comienzo que no lo tiene. Este es un párrafo al azar de la novela 2666, de nuestro inefable 666.

"Belano llega a Chile con un turbante azul. Lo están esperando en el aeropuerto "Pablo Neruda", un representante del Orfeón de Carabineros y del Grupo Móvil, uno de la DINA, otro del CNI, un Sargento vestido de las cuatro armas, un miembro del Ejército de Salvación, un delegado de los Canutos de Chile, un representante de la Sociedad 4 Jinetes del Apocalipsis, un delegado semioficial de Los Amigos del Tata, un lector aventajado de Nocturno de Chile, un miembro honorario de la Fundación Neruda, una joven escritora asidua a la SECH, el agregado cultural de México y España (países de exilio), un redactor de El Mercurio, un secretario de la Academia Panameña de la Lengua, una oficial de turno del Ministerio de Educación, un Subsecretario de La Moneda, un detective civilizado, un representante por los Senadores Vitalicios, un representante por cada Campo de Concentración de Pisagua a la Isla Dawson, el último Edecán del Paciente Inglés, un miembro de la Diáspora escogido de a dedo, un vocero de la Colonia Dignidad, un dignatario del Opus Dei, (en una cajita las mancuernas de uno de los desaparecidos), tres mil pancartas con fotos de los que aún no se encuentran, Gracias a la Vida de Violeta Parra llena de recuerdos el aeropuerto, (Belano va sobre el aire de su propio impulso), alguien grita viva Neruda, país de poetas, una monjita llega con un retrato de Allende, varios Parlamentarios alzan un carteloncito con la leyenda siguiente: "La Concertación es una realidad", una delegación de los nietos del Tony Caluga, trae su consigna: "Chileno no te sientes, Chile está de pie", Belano sigue avanzando y firmando de memoria, ya sólo deja la B en las primeras páginas (un cargador de maletas que tiene su ejemplar auto biografiado interpreta la segunda letra del abecedario: " bueno, bonito, barato," al fondo se divisa por sus alas lo conoceréis, el angelorum de Parra,

Y lo declaran, al entregarle las Llaves de la Ciudad, Belano Ilustre hijo Trotskista, Iconoclasta, Trasgresor Supremo de la Literatura Chilena, con asiento en Santiago del Nuevo Extremo. Belano comienza a firmar los últimos autógrafos con la mirada, y de pronto al prusiano ritmo de Lili Marlen, se anuncia la muerte del Inmortal Capitán General, y todo Chile comienza a bailar Regué.


VINE TARDE, PERO VOY llegando

Desde Panamá, Rolando Gabrielli

El secreto de esta novela quizás se encuentre en la libido que he puesto en sus páginas. El vienés estaría asintiendo con su cabeza detrás del diván de la palabra, muy probablemente, en una orilla del Danubio azul, donde los fluidos y las carnes corren por parejo. Paraíso perdido es todo lo que tengo para ti, amigo lector, uno más, yo, como tú, en las blandas miradas moluscas del amor, en el claustro de la memoria, época de homenajes, ciudades que te pisan los talones al alba y sueñan contigo, escombros, tránsito, no es bolero, pero como se le parece la vida a un sacristán que no te toma en cuenta en su rosario, pero sí te pasa la bolsa de la limosna con su sonrisa hereje, la que a veces está detrás de la palabra. Verdugos claveteando el cielo y la tierra, porque ninguna atmósfera es buena, cuando falta la libertad. Dejen pasar el ataúd, que todo lo demás, le pertenece a la poesía.

No seamos incautos, se escribe con la yema de los dedos para tocar el corazón.

Sigo escribiendo esta narración desde las ruinas de la palabra y convicciones, como todo lo nuevo que se distrae en el oficio, el gozo, el dolor, la mixtura de lo invocado e inefable, y que vulnera un andamio invisible que no lo sostiene. Nada más ciega que la escritura real, el espejo que la atrae y recrea, pero también deforma e ignora., cuando no somete.

Los despojos suelen ser tan físicamente deseables, más auténticos, absolutamente apropiados para inventariar un futuro, que el presente que cree estar evangelizando desde la miseria. Un abecedario plural, con pesadas vocales, sin compromiso con la a ni la z, menos los paréntesis atrofiados de deseos incumplidos, o los veloces, impávidos relojes de arena por el silencio y la muda huella que dejan en sus intervalos. Hay dientes sobre una piel delicada, que sabe resistir para el goce, y encontrar en el filo del hacha, la madera de su propia embarcación o tumba. Toda partida tiene un regreso, tarde o temprano, como la palabra que te dejo amigo lector, y sólo a ti se te devolverá por placer o propia imprudencia tuya, al decodificarla a tus riesgos y entero arbitrio, como yo te aconsejaría si estuviera en tu lugar. Revisa, rastrea, da vueltas, olfatea, busca el gato y la liebre, sepáralos, y digiérelos por parte, porque no puede sobrarte un ojo.

El secreto no está en la oreja, ni en la velocidad, tampoco en el sabor, tejado o bosque dirás, pero no: en las siete vidas que debiera tener una novela, como el poema, resistir además el desprecio de los escaparates, del bastardo, oportunista marketing, que asolea las nalgas y enseña el cuero cabelludo de alguna trama truculenta, de andamiaje prefabricado, construcción ligera para el viento.

No pocas cerraduras han sido violadas, y no puede ser de otra manera. Como pulsar sin sentir la pequeña vibración, la morada final, donde yace el placer y el dolor. Es difícil restar una coma o querer dificultar los sentidos al lector, cuando éste ganará la partida en solitario haciendo su propia historia. Intento, sin mucha esperanza, convertirme en su cómplice hasta donde pueda, o él me lo permita, tribunal supremo de estas páginas finales, desprendidas de lo que todo nos ficciona.

La novela tiene una costura, pero es también un vaso lleno de viento, de agua comunicante, desfondada, que escurre y se estanca, una atmósfera polvorosa, la fertilidad árida, secreta del desierto, una construcción relativamente transparente que se traspasa así misma.

Miro hacia, busco en un horizonte cuadrado, y algo siempre queda fuera del paisaje cuando el lenguaje no se ajusta a sus propósitos, deslindarse de y toda responsabilidad carnal, física, aunque la novela no pone oído a ninguna otra música que no sean los compases de su propio acordeón, lo que lleva dentro, le pertenece, la sostiene, y la sobrevive al río que le impone su cauce interior, como si ella no llevara suficiente agua bajo el puente del lenguaje.

En todo quehacer existen clásicos, y en buena hora, modelos, recetas, y es básico ponerle atención para no tropezarse en la piedra del error grueso, y avanzar en el camino ya andado, aunque con pasos propios en un terreno igualmente desconocido, pero a sabiendas que se encontrará con liebres, urracas, zorros, hienas, culebras, torcazas, luciérnagas instructoras, uno que otro tigre, búhos que no miran a los ojos, todos parte del paisaje, pero también con la señal de los perros de Sancho.

Se cabalga a veces de noche, de día, pero sólo la palabra supera el silencio, y es bestia de su propia carga.

La novela ha sido escrita, hasta lo que en fecha va, desde un cuarto manchego, árido, lleno de libros, plagado de páginas ajenas hábilmente selladas para un crimen personal sobre la página en blanco, la cama, las paredes, letras húmedas, visitado por largos aguaceros tropicales que arrastran con el pudor, las decencias y los olvidos, los miro pasar por la ventana como si no lloviera, una novela sin tiempo, como un río, detenida en el eco provincial que las aguas propician, porque siento que la ciudad fue ejecutada hace 500 años atrás. Todo es tránsito en el país del tránsito.

La cabeza del conquistador sigue rodando hace siglos y yo veo pasar la mía, que me hace señas, alegre, muy divertida.

Dejo que la espalda oriente mis sueños y volteo cuando siento que el viento Norte y el viento Sur están jugando una partida de ajedrez para entretener a Este y Oeste, cruzados de brazos esperando resultados muy largos de esperar, con cara de tablas, porque es más saludable un empate entre el Norte y el Sur, que una guerra entre abismos que no se conocen. Silbar juntos es un gran adelanto, además un ejercicio de equilibrio, que genera buen humor, y da pie para un buen mate.

La narración es un ejercicio largo, tan espontáneo como calculado, lleno de pequeños resortes, página que el lector toma, es para dar unos pequeños brincos, sentirse inquieto, saber que la cosa no es como parece o uno quisiera, y es mucho mejor el tal vez, que la certeza equivocada, en el camino de bruces, donde está esperándonos la misma piedra del camino, con un precipicio distinto.

El juego consiste en tropezar y seguir, hasta la próxima piedra, que no rodará hasta tu pie, sino tú la buscarás para tropezar, como si no la vieras. Efectivamente no la vez, y vendrán otras, como en la novela, el texto, los personajes, las esquinas a doblar sin nada en la bolsa, un camino sólo largo, bifurcado, seguirás, después convertido en lector, tus piedras, rutas, tendrás las tuyas, te lo aseguro. Toda buena intención está empedrada de piedras, camino al infierno, donde la palabra arderá en sus propias llamas.

La prosa, como la vida, a la que se debe, aunque no sea su intención, está contaminada, y hay vidas que además hacen la excepción, se convierten en su propio relato, y de sus contaminaciones florece una historia, paisajes íntimos desflorados en la palabra, porque ambas están para lo mismo, florecer y marchitarse.

Que sean otros, no tú, lee, los que digan, locas o locos, que la novela es un saco vacío que tocó fondo, porque no somos más que un puñado de historias a punto de ser contadas, y llevamos como partida de nacimiento...Érase una vez.

La novela es un espacio infinito, el límite lo tiene el lector, que puede concluir en la primeras diez páginas o al término de la obra, y más allá en el tiempo.

No todos son Cervantes en la novela, como la clásica que salió de las manos del Manco de Lepanto para ser impresa desde un inició infinitamente, el Harry Potter de hace 400 años, pero en el clásico sentido de la supervivencia en la memoria del lector y los siglos, porque Quijotes y Sanchos, somos todos. Potter, es la infancia de la imaginación, esa que se mide en la pantalla chica.

Lo imperdonable, fue el tahúr Blas Robles, editor de Cervantes, que lo esquilmó, como si hubiese leído y entendido la obra antes de salir a la luz pública, una y otra vez, no sólo en España, con sus primeras seis o siete ediciones, sino por Europa.

No todos pueden escribir con la mano del Manco de Lepanto, y en una reciente Feria Centroamericana del Libro en Panamá, pude comprobarlo, cuando me detuve a escuchar una entrevista de Gabriel García Márquez, nuestro clásico latinoamericano moderno, donde cuenta la historia de Cien Años de Soledad, que había leído impresa. Su construcción, es la historia de toda gran obra surgida desde el fondo de la miseria económica, y desde luego, del talento y la magia, porque no es suficiente ser pobre para escribir.

Mil 500 dólares, dicen, vale hoy la primera edición argentina de Cien años de soledad, porque salió con un error de portada. La tuve entre mis manos, de mi propiedad, ya no sé si la perdí o la regalé

García Márquez empeñó todo para escribir ese gran sueño de Macondo, menos la imaginación. Cuando la dejó en el correo, enviada por etapas a Buenos Aires, su mujer, Mercedes, puso la lápida verbal que requiere toda obra y acto demencial: "lo único que falta es que sea una mala novela". Con esa mágica bendición, llena de ansiedad y fracaso anticipado, Macondo partió hacia un naufragio feliz y real por los tiempos hasta nuestros días.

Cada texto, pareciera, tiene su propio horóscopo, corre, en suma su suerte, la que estaba escrita, no por la mano del autor, sino por quien dicta de antemano la historia. Yo, para entrar en materia personal, dejé que la protagonista co-escribiera, a veces la plagio descaradamente, le pido, le exijo finalmente cuando demora en dar sus respuestas, y quizás no debiera ser tan infidente y revelar mi principal fuente, pero una novela debe arreglárselas por su cuenta, corregirse asimisma, saber donde pisa, y nunca salir a la calle sin antes haber peinado cada hebra de su contenido, palabra por palabra.

Reconozco un abuso deliberado en apropiarse, sobre todo, compartir la historia con un protagonista de la novela, someterla a su espejo, hacerla cómplice, revelarle su yo si es necesario, compartir el dolor y el gozo, atravesarse con ella en un mar de paréntesis, bajo el paragua dorado del silencio, porque no hay mayor abandono que el silencio compartido, pero en complicidad.

Hay novelas, historias, que sólo son un gran deseo, las escribes, para que se cumplan los sueños y las realidades al mismo tiempo. La realidad sigue siendo insuperable ficcionadora de todas las ficciones, suéñala, y verás, como llega a realizarse. Un espacio inmenso, la novela para licuar, ganarle una partida ala realidad posible y al futuro, es un doble riesgo, como caminar al revés frente a un precipicio en buenas cuentas, pero con la idea de transformar todo en una triple victoria, si el autor llega a saber que alguien se subió al espejo y echo a volar entre las ramas de un árbol y regresó sin novedad a su nido.

El ejercicio de la novela te enseña a disputarle un poco de tiempo al tiempo, a sabiendas de lo inútil, pero forma parte de la complicidad, y de su pérdida aceptada de antemano, y el libro no es más que un relevo dentro de los millones de corredores de fondo. Ya no recuerdo quien me pasó a mí La Odisea, La Divina Comedia, Hamlet, El Quijote, Cien años de Soledad, Rayuela, Ficciones, Pedro Paramo, Residencia en La Tierra, y quien fue el último que los recibió de mis manos.

Tantos corredores como palabras, senderos que se bifurcan, público a ambos lados, la palabra puede sudar, no se agota, persevera, tiene todos los recursos de la imaginación y los pone al servicio del escritor, como si su vida fuera un saco sin fondo, subsidiado el futuro por palabras que turnan el fracaso con la esperanza, que asimilan confesiones rutinarias, incandescentes eslabones perdidos, gruesos leños que no dejan ver el bosque, y aún así, el fuego es posible, porque lo purifica todo desde las entrañas.

Tomar un libro en las manos es jugar con fuego, el primer paso para quemarse. Si eso no ocurriera, es que el libro o la historia, se hicieron polvo, antes de ser ceniza. Polvo enamorado, es otra cosa poeta, no me sonetee la vida, ni la prosa de esa manera. Una mano clavetea el otro cajón en una sucesión de ataúdes, así como en el poema, un cuerpo asoma, la prosa, también se revive en el cadáver exquisito que van dejando otros, en este inútil campo de batalla donde siempre gana la muerte.

Nos deja, a veces, el ripio de las palabras, la contaminación, la epidemia de una semilla nueva, la más difícil de erradicar, crece desértica, inaugural, con el desdén de la presencia real, física, de lo que ya esta allí.

Sin el impulso devastador del deseo, tiempo mágico de una sola cuerda, no hay novela, por más carrusel que sintamos rondarnos, o el duende de Federico. Esto tiene duende, decían de los cantaores en Andalucía, expresión que según García Lorca, viene de los pies a la cabeza, de manera inexplicable, el espíritu de la tierra, que es muy diferente, en opinión suya del demonio teológico de la duda, ni con el diablo católico, destructor y poco inteligente. El duende del que hablo, enfatiza el genial andaluz, oscuro, estremecido, es descendiente de aquel alegrísimo demonio de Sócrates, mármol y sal, que lo arañó indignado el día que bebió la cicuta, y del otro melancólico demonillo de Descartes, pequeño como almendra verde.

No hay huella frente al muro, sino lo traspasamos con nuestras palabras. Si el duende gitano lorquiano, flamenco, nos acompaña, las ciudades que nos habiten serán algo más que paisajes, columnas, los personajes que pugnen por aclarar sus vidas, contarlas a su manera, las dirán con una mayor magia, que credibilidad y serán rescatados por el lector, Hasta la infamia, tiene oportunidades en la vida, al menos de ser escuchada.

Cuando escribo la palabra muro, pienso en silencio, no sé, pero más bien en Juan Rulfo, quien tan quedamente escribió con visión poética desde la violencia regional del México profundo hacia lo universal. Y hoy, tanto bestseller para nada, o más bien, para el instante, que mañana es olvido.

El texto es algo privado mientras está en nuestras manos, aunque la materia prima se haya obtenido de la memoria, de los fuegos artificiales de una Nación, del horror, del mal olor de unos sueños podridos, perros de un mundo canne, que termina mordiéndose su propia cola tal y como la historia registra una y otra vez, para compasión del dolor y puesta en vitrina de la ignominia, ese salto triple al infierno.

Esta novela, cuyo nombre no puedo acordarme, a veces se coagula en la página cuando se adentra en el Reino de Chile, fértil dolorosa memoria de horrores y espantos, abecedario de una sola bellaca L, de difícil superación de retenes y bandos en la nocturnidad del Estado de Sitio, donde el mudo zorzal, gorrión cabizbajo de alas se golpea en las paredes del atardecer y se cuela sangrante por el agujero del pecho de todo un pueblo.

Se untó de tinta negra la ciudad, paredes, el cielo, (no era smog), el asfalto sólo enmarcaba lo ya retratado en el paisaje, y se llenó de alfileres como en un mal sueño el porvenir, porque el presente era pisoteado cada día

La atmósfera previa del desencanto, el vacío, la nada, imposible de olvidar, Santiago del Nuevo Extremo, o de extremo en extremo, el último extremo, o estremecido de punta a cabo, de Arica a Magallanes, extremo de fin de mundo, doble extremo. Quien se extrema, a sus extremos se atiene, y la historia, tarde o temprano, recoge los escombros, aunque algunos hayan mandado a poner frente a su casa circular el cadáver de su enemigo. Santiago es esa bocanada de humo en la penumbra, autónoma en el terror, la ciudad con una sola cabeza, circular, en el propio veneno que produce, la cola que se muerde.

Pitón sin paraíso, nuestra generación, al borde del Mapocho, busca la libertad en los picnic de los parques y cumpleaños, se arrancan los ojos los muchachos frente a los grandes cristales de la petite histoire, la ciudad se colgó de un gancho de carnicería, y el matarife en su turno al turno de todos los ofendidos, rasgando vestiduras grises y pasando por la parrilla a medio mundo.

La ciudad, la historia, la vida cotidiana, el horror, no puede pasar por la ventana sin que nadie se espante y tome alguna nota. Cuando la memoria llega a ser un estorbo, ya sabemos que clase de personas y país tenemos, y por qué la solidaridad, ética, los valores, derechos humanos, y sobre todo, la justicia, el puntal democrático más injusto, terminan extraviados en el limbo de la injusticia real. Una novela es también memoria de su tiempo, testimonio, registro, homenaje a lo que ve y recrea, regar el bosque sin complejo, pero no de dejar ver el árbol.

Una novela, vicio mayor de la expresión verbal escrita, -me convenció la propia escritura-, puede llevar de todo, hasta un puñado de paréntesis bien dichos o mejor escritos. Me declaro absolutamente neófito de esta manera de escritura prolongada, ociosa, espaciosa, morona, totalizadora, absorbente, clasificable en el tipo ascensor, que sube y baja, hasta encontrar el piso. La novela tiene la gracia que no le preocupa la originalidad, como género, hoy en manos de sastres, farmacéuticos y villanos, verdaderos, algunos Jack Destripadores de las partes del texto.

Un ejercicio diario, sin tiempo, para ganarle al tiempo.

La novela somos nosotros mismos. No hay regla. Quizás marketing más que oficio y temas. Después de Rayuela, Cien Años de soledad, La vida Breve, Pedro Páramo, Los Pasos Perdidos, Paradiso, El Siglo de las luces, Los cahorros, Ficciones, Borges, Borges, Jorge Amado y el paraguayo Augusto Roa Bastos, muy poco bajo los puentes de la narrativa, más bien pirotecnia de escaparate. No es fácil, desde luego, hacer una verónica entre estos mancos de América latina. El demonio de la velocidad, la inmediatez, la ficción de la imagen, pervierte casi todo. Lo más rescatable, Ricardo Piglia, un argentino que escribe sin concesiones, como debe ser. La chatarra aunque se vista de seda, mona se queda, como la palabra vitrina.

Yo, debo terminar este proyecto, que ya suma 8.300 líneas, un ejercicio personal, iniciado el 15 de agosto del 2002, pero quienes no vivimos de la literatura, cabalgamos en las distintas aguas de la sobrevivencia, para vivir, y no todo es literatura, y menos ficción. La novela tiene un tiempo, y es su tiempo, y no otro, ni el de la impaciencia, de quienes me dicen cuándo, cuándo, como si soplar botellas no requiere también de un pulso. No soy novelista, pero mis impacientes posibles lectores, me piden soplar botella con la boca cerrada. Momento les digo, estoy trabajando. No hay otra alternativa, con duende, con todo. Hecho mano a lo que encuentro a mano, contra vía, apelo desde el dinosaurio a la mariposa, para llenar un saco roto.

¿Qué otra alternativa queda, me pregunto, para arrancarle unos cuantos sueños a la realidad? Se cuenta, en ocasiones, con un pobre libreto, muy inferior a la realidad, y a veces, se tiene suerte, y la historia viene amarrada a un sueño mayor que a la realidad, a una ficción que es su propia realidad, o a un juego entre ambas, como suele ocurrir cuando la literatura busca su verdadero cauce. Son varias las escaleras las que conducen a Babel, y aún así quedamos a mitad de camino. Un Arca ya no es suficiente para enfrentar el diluvio y salvar la literatura, la poesía, especialmente, la prosa que no se deja manosear por la prisa. He llegado tarde, pero voy llegando.

Rolando Gabrielli



 
Rolando Gabrielli
es Periodista y Escritor chileno

Si desea escribirle puede hacerlo a:
panaglobal@hotmail.com

Actualmente vive en
El Dorado, Panamá

 


Esperamos Su Opinión.  
¿No está suscrito? Suscribase aquí. 

 

[Volver a la Portada] - [Visita la Comunidad Escáner Cultural]


Las opiniones vertidas en Escáner Cultural son responsabilidad de quien las emite, no representando necesariamente el pensar de la revista.