Por: Celia
Bermejo
La poesía es espía del inconsciente de nuestros
ancestros. La poesía nace en el espíritu puro,
tal vez algo calloso, que habita en las yemas de los dedos pulgar
e índice. La poesía, dice un viejo tahúr,
me poseía el esqueleto: Subía, sorbiéndome
las nubes de la médula, hasta lo más santo del
limbo y en su descenso, a vertiginosa velocidad, hacía
polvo mis bajas pasiones para luego abochornarme entre doctos
y conspicuos varones de dilatada experiencia académica
o expertos en el arte del besamanos.
¿Qué es poesía?: Seis letras en un determinado
sentido. Un punto negro en un firmamento sin estrellas; la obra
de un plebeyo agitador de masas; la primera palabra del diccionario
de los neuróticos; nada; el final, en los sueños,
de los instintos reprimidos. Es la luz que mueve el mundo de
una hoguera resplandeciente en el verano de las minorías;
la espiral de un caracol; las pinzas que con nuestras manos
sujetan una realidad decadente; el barrilete amarillo del juego
de La Oca... Es un cadáver, exquisito, rodeado por rosales
de espino. Y es un ladrón de bostezos en una vaquería
abandonada.
La poesía baila tangos entre pintores sin ritmo y tiesos
cual palo de escoba en una playa nudista repleta de deshilachadas
medusas. Es el tren de cercanías que una tarde se escapó
a una mazmorra lejana y trajo, entre silbidos y ecos, a famélicos
deportados políticos que dijeron “si” aunque
tuvieron que fingir un “tal vez”. La poesía
es el molinillo de viento que recoge el instante, detenido,
de un espantapájaros.
...Nada es poesía en el mundo de las realidades: Un barquito
de papel que redime el aturdimiento de los pelícanos
tras varias mareas verdes es poesía. Y un estúpido
que se ría de sí mismo también es poesía.
La poesía es la línea inacabada de una cuartilla
y un mendigo que con dos dedos toca a Bach con una flauta travesera.
Todo eso es poesía aunque se demuestre lo contrario.