VALDIVIA, CIUDAD DEL SUR DE CHILE Y LA HISTORIA DE SU PRIMERA
FÁBRICA
DE CERVEZA
Adriana
Monsalve
¡
Qué bueno fue llegar a Valdivia!
Como
casi la mayoría de mis vacaciones, tomé los pasajes a
último
momento. En verdad, la agencia de viajes lo consiguió
para
mi como atención especial - eso me dijeron al menos-.
Como
haya sido, partí de mi casa en el tiempo preciso antes de
empezar
a morder todo el aire que me rodea y me rodeaba.
Valdivia
es una bellísima ciudad fluvial al Sur de mi país. En su
costanera,
invitan a navegar lanchas sencilla y otras de dos o
tres
cubiertas.
Muy
antigua, fundada en la segunda mitad de los años 1500,
le
dieron ese nombre en homenaje a don Pedro de Valdivia,
conquistador
de Chile.
Ciudad
a orillas del agua, es bañada por el río Cale Calle, que
en
lenguaje mapuche, sus habitantes nativos a llegada de los
hispanos,
significa : río, río, o bien río muy grande y de
abundante
agua. Valdivia esta rodeado de islas, algunas de
ellas
unidas al continente por puentes como el Cruces que une
la
ciudad con la isla Tejas.
Para
no seguir describiendo el paisaje en forma aburrida, sólo
les
contaré que en tiempo de los españoles fue una ciudad muy
codiciada
por los piratas ingleses, lo que obligó a fortificarla.
Estos
fuertes aún permanecen: algunos completamente
originales,
otros reconstruidos. Les aseguro que es
impresionante
visitarlos : imaginar la dura vida llevada por los
soldados
. Todos los fuerte tienen su cárcel correspondiente.
Los
piratas jamás pudieron entrar en la ciudad defendida por
el
triángulo formado por los fuertes Niebla, Mancera y Corral.
Llegué
con mi grupo al hotel El Castillo en la localidad de
Niebla.
El hotel es una acogedora casa estilo alemán - Valdivia
recibió
a colonos alemanes acogidos por el gobierno de Chile
en
el siglo IXX - , y la ciudad es construcción de ellos en gran
parte,
y aunque recuerda su pasado español, la influencia
germana
es grande. Ya les contaré más adelante la historia de
su
fábrica de cerveza.
llegamos
de noche y al día siguiente me sorprendí el ser
despertada
por un sol esplendoroso que desmentía el nombre
del
lugar, Niebla. Supimos entonces que Niebla había sido uno
de
los oficiales de don Pedro de Valdivia y no el clima del
entorno.
Esto nos provocó un equívoco: cercano a Niebla está
Corral
y una localidad llamada Amargo, y al frente, la isla
Mancera.
Corral y Mancera, también recuerdan el apellido de
algún
personaje, pero cuando preguntamos quién había sido
Amargo,
la cosa cambiaba. Nunca hubo un señor Amargo, pero
sí
unos arboles cuyo fruto lo eran; las madres cuando sus hijos
les
pedían - deben tener un aspecto exquisito - ,
invariablemente
les contestaban: ¡ No! Amargo. Y la palabra
prevaleció
como nombre.
El
río Calle Calle, haciendo honor a su significado mapuche, es
tan
grande que le han dado tres nombres: Valdivia, Cruces y
Calle
Calle. Todo él es navegable, y créanme que dejé mi neura
en
esas aguas gozando del sol en las proas o popas de las
lanchas.
Algunos pasajeros viajaban en la cubierta interior
completamente
techada y cerrada con vidrios. Los compadecí
por
no aprovechar tanta belleza que se nos brindaba.
Durante
el terremoto de 1960, con caracteres de cataclismo, el
mar
entró hasta Niebla y ahí se quedó, por lo tanto entre la gran
variedad
de fauna acuática y alada, se pueden ver lobos
marinos
pidiendo su alimento en los embarcaderos pesqueros,
o
nadando en medio de cisnes de cuello negro en tanto por el
aire
van las bandadas de bandurrias, gaviotas y pelícanos
dedicados
a la pesca. En el agua se ven los restos de un barco
hundido
en esa ocasión, que no ha sido removido, quedando
como
atractivo turístico y recuerdo de aquel horror.
En
algunas partes de zonas cercanas es tanta la cantidad de
gaviotas,
que el nombre del lago Cau Cau, siguiendo la
gramática
de los antiguos pobladores indígenas, significa :
gaviota,
gaviota o abundancia de gaviotas.
Nuestro
itinerario de viaje fue apretado: nos despertaban a las
seis
de la mañana para iniciar los paseos del día, muchos de
los
cuales no volveré a tomar en una segunda visita. Son
lugares
muy lejanos, y para acceder a ellos se deben hacer
demasiadas
horas en bus.
Chile
es muy largo, y la belleza se encuentra a la vuelta de la
esquina.
No tiene sentido viajar kilómetros y kilómetros con el
afán
de conocerlo todo en un día cuando se puede hacer en
ocasiones
diferentes.
Valdivia
es fluvial y allí está su belleza: visitar en lancha sus
alrededores
inmediatos, - declarados santuario de la naturaleza
-,
para empaparse de ella. Además está lo histórico, mantenido
cuidadosamente
en pie. Algo fue desbastado por el cataclismo,
pero
los torreones españoles en el centro mismo de la ciudad y
los
fuertes, fueron respetados por el violento sismo y maremoto.
La
fábrica de cerveza valdiviana
Situada
en el centro de la ciudad, es fábrica, sala de ventas y
museo.
Actualmente es la Cervecera Kaunstman, pero en sus
primeros
tiempos fue Adwanter.
Su
vida empieza al poco tiempo de la llegada de los colonos
alemanes
a la zona, - quienes fueron invitados a Valdivia por el
gobierno
chileno a secar y plantar pantanos selváticos -, y que
de
paso fabricaron cerveza. Mejor dicho Carlos Adwanter se vio
urgido
a hacerlo por la amenaza de su esposa: " og me haces
elg
cergvezo, og me degvuelvo a lag Alemania". Así fue que para
complacer
a su media naranja en sus ansias de libar su néctar
favorito,
- y que también debe haber sido el suyo -, empezó con
sus
tímidas plantaciones de cebada, y al tiempo ponía frente a
su
Frida, las primeras, riquísimas y rubias cervezas.
A
más de un amigo debe haber invitado a beberlas en las
tertulias
familiares de esas tardes de lluvias interminables,
porque
de a poco aumentaron los toneles fabricados, viéndose
en
la necesidad de vender parte de las cosechas por la
incapacidad
de volumen de su cónyuge y amigos para beberla
toda.
La
fábrica se iniciaba así en forma comercial, y fue tanto el éxito
de
ventas que tuvo entre los alemanes y los pocos chilenos
residentes,
ansiosos de libar, que pronto se empezó a
murmurar
que Carlos Adwanter tenía pacto con el demonio.
El
alemán, después de haber lanzada una de sus germánicas
y
roncas carcajadas, decidió seguir el juego de sus vecinos, y
en
la etiqueta de la siguiente partida de la poco alcohólica
bebida,
pintó disimuladamente la cara de don Sata, haciéndola
ver
casi desapercibida. Luego, en las siguientes producciones
se
fue envalentonando con la figurita, y la aumento de tamaño
en
forma progresiva, hasta que en una de las últimas, aparece
el
diablo, con enormes cuernos, su cola característica y típica
apariencia
de chivo, sentado a horcajadas en un barril,
guardando
entre sus peludas piernas el delirante contenido. En
otras,
el placentero demonio, se recuesta en el barril.
Todas
estas figuras se exciben el museo de la fábrica, en una
hermosa
serie de grabados.
Creció
la población de la ciudad y la cervecería debió hacerse
más
grande, por lo que se produjo la sociedad con su
compatriota
Kaunstman, cuyo nombre aparece en los actuales
envases.
LA
TERCERA VEZ
Sebastián
La
vi por primera vez tarde en la noche, entreverada entre un heterogéneo
grupo de vendedores de flores, aguacates y limosneros de distintos
pelambres, en la esquina de la Lincoln con Sarazota.
Mientras esperaba la luz verde del semáforo se me acercó al
carro para que la llevara a dar una vuelta, esa era la tarjeta de
presentación, al notar mi falta de interés me pidió que le regalara
cinco pesos y se los di pero tomando precauciones;
el vidrio lo bajé solo lo suficiente para que pasara la moneda
evitando así cualquier posibilidad de contacto físico.
Al
rememorar el conjunto de sucesos tuve que aceptar que nunca la vi como a un
semejante, siempre como una degradada mutación con rango equivalente
al de cucaracha o lagartija.
Blanca, de corto y áspero pelo negro y facciones ordinarias, joven y con buen cuerpo,
pero aunque sonreía, en sus
ojos no había brillo, se notaban apagados por el peso del denso cansancio
de una cotidianidad colmada de excesos
y desventuras.
No
se veía limpia, vestía una franela blanca y un ajado pantalón de un
indefinible color oscuro; las
gastadas y descoloridas sandalias de cuero dejaban al descubiertos
unos anchos y descuidados pies, y
en el instante que se tomó en agarrar la moneda aprecié
unas manos de uñas sucias y partidas y gruesos brazos con pequeñas marcas y cicatrices de arañazos y quemaduras;
fruto de la violencia del medio en que se desenvolvía.
Solo Dios sabría con cuantos hombres había estado hasta esa hora de
la noche.
Varios
meses después me la encontré nuevamente; estaba sentado en el MacDonal´s
de la misma esquina, mas o menos a la misma hora;
salía presurosa del
baño del restaurante; tenía
la misma vestimenta, la misma franela, el mismo pantalón y las mismas
sandalias, el aspecto era el mismo, salvo que un poco
mas agotada y sin brassier debajo de la franela, se le marcaban claramente
un par de redondas toronjas coronadas por sendos oscuros pezones,
pensaba que exhibir la mercancía le aumentaría la clientela. Podría
haber estado lavándose o bebiendo la impotable agua de Sto. Domingo,
en todo caso la cara y las manos las llevaba húmedas todavía.
Se asomó cuidadosamente antes de salir por la puerta que daba
a la Sarasota; afuera estaba casi
el mismo heterogéneo grupo; lo
único destacado era la extraña elegancia del cojo, un limosnero de
una sola pierna que a esa hora de la noche se paseaba muy erguido
como un extraño canguro. Vestía
saco y corbata, cual maestro de ceremonias y la bota que le sobraba
al pantalón la lucía doblada
y engrapada al cinturón a un lado de la cadera.
Me
cambié de mesa para poder observar mejor desde el lado interno de
uno de los amplios ventanales de vidrio que daban a ese lado de la
esquina, tenía curiosidad en ver como trabajaba, pero la cotidiana
y trágica comedia comenzó a ser protagonizada por un nuevo personaje;
desde la bomba de gasolina ubicada en la esquina del frente,
un policía mediante una autoritaria seña le exigía a la muchacha que
se le acercara; al instante un instintivo pero sincronizado
movimiento de autoprotección de
los demás desechables, la dejó sola y expuesta en la mitad de la avenida; miró en dirección de la otra esquina, la de
la Plaza Universitaria, buscando inútilmente la mas mínima posibilidad
de escapar, pero para los como ella, nunca habían milagros disponibles,
en la caseta que hacía de parada de autobuses, estratégicamente ubicado
un segundo policía con su mano derecha sobre la culata del arma de
dotación, le cerraba esa última oportunidad.
Optó
por la vía del diálogo, arriesgarse a un eventual acto de rebeldía
podía representarle una paliza con resultados impredecible, un brazo
fracturado o en el mejor de los casos contusiones que la dejarían
en cama por varios días.
Altivamente
se dirigió casi trotando al Policía que la esperaba en la bomba de
gasolina, con quien se enfrascó en un dialogo lleno de exagerados
gestos y espavientos, el hombre exigía y la chica
lloraba, pero nadie intervenía; la inflexibilidad de la ley
a ese nivel era absoluta, no admitía disculpas ni atenuantes y prontamente el peso de la fuerza inclinó la
balanza a favor del opresor; con
la mano que le quedaba libre, la otra se encontrada presa del policía, sacó unos arrugados billetes del bolsillo
trasero de su pantalón y sin contarlos se los tiró a los pies.
No
habían pasado ni dos minutos cuando apresuradamente la vi entrar nuevamente
en dirección al baño y salir con un inusual gesto de satisfacción
en su rostro mientras se guardaba en el bolsillo trasero un pequeño
fajo de billetes.
No
la volví a ver sino hasta la semana pasada, esta vez en horas de la
tarde, en la misma esquina de Lincoln con Sarazota;
solo disminuí un poco la marcha de mi automóvil, pero la reconocí
al instante, la misma franela blanca, el mismo pantalón oscuro, calzaba
una sola de las gastadas sandalias de cuero; la otra se encontraba
abandonada a un lado del caído y ensangrentado cuerpo.
FIN.
SEUDONIMO:
SEBASTIAN
jmaalb@hotmail.com