Texto:
Carlos Yusti
Los
mecanismos que llevan a una persona a decidirse por la pintura,
la escritura o la fotografía nunca son nítidos del todo. Por ejemplo,
en mi caso personal decidí esto de la escritura gracias a un señor
cuya especialidad era la física y que ofreció una charla en mi liceo
cuando estaba a punto de concluir el bachillerato. Este físico habló
de todo eso que lo indujo a convertirse en científico. Contó que
escribía libros con títulos extravagantes, libros que leían tanto
sus otros colegas como la gente ordinaria. Escribía para desechar
toda esa jerga científica, para darle un sentido humano a ese mundo
extraordinario de números y formulas. Eso para mí fue una revelación,
pero entonces yo no me di cuenta en el momento. Con el tiempo me
descubrí escribiendo y los títulos de algunos de mis libros tratan
de ser inusuales.
El
fotógrafo Guayanés Jesús Carneiro, cuenta que a su abuelo lo apodaban
socarronamente el fantasma. Tenía fama de mujeriego. Era una amenaza
para las mujeres casadas y vivía visitando hogares ajenos de la
localidad donde residía. Lo extraño era que se las ingeniaba para
no ser visto por los vecinos, ni por los maridos celosos, los cuales
hacían de todo para atraparlo y darle su merecido. Jesús narra que
un día su abuelo salía de la casa de su amante del momento cuando
el marido por fin pudo verlo. El marido, como andaba armado con
una escopeta, por fin vio la oportunidad de lavar su honor lleno
de cuernos. Cuando ya lo tuvo a tiro, y con una distancia perfecta,
accionó el gatillo. El estruendo resonó en la noche, no obstante
el fantasma no estaba por ningún lado. A la mañana siguiente el
pobre marido buscó al fantasma, estaba seguro que por los menos
estaba herido. Lo revisó de pies a cabeza, pero el fantasma no presentaba
ni un rasguño.
Atrapar
las formas, los objetos, los cuerpos y el paisaje es un poco quitarle
su condición efímera, sus características etéreas. Quizá la historia
de su abuelo decidió a Jesús Carneiro por la fotografía. Para él
la fotografía cumple el rol de documento y el de una estética estrechamente
ligada al individuo.
El
trabajo fotográfico inicial de Carneiro, fotos en blanco y negro
de mediana formato, trataban de presentar el mundo desde una óptica
normal. Un paisaje, un desnudo eran captados sin subrayados estéticos
ni estridencias plásticas. Naturalidad y sobriedad era el sello
de un trabajo fotográfico que todavía buscaba su tono, su estilo.
En
su trabajo posterior la fotografía busca presentar lo social, cultural
y político desde lo sencillo. Esta vez el color se hace presente,
con sus contrastes y su fuerza. Su serie de fotos sobre el carnaval
del callao, trabajo fotográfico realizado en diferentes años a partir
de los 90, explora el lado descarnado, luminoso y festivo de una
fiesta tradicional realizada cada año en el pueblo minero de El
Callao, en el Estado Bolívar.
La
fiesta mezcla e integra a los personajes más disimiles. La máscara
en vez de ocultar la identidad se convierte en un objeto artístico,
en un elemento que deja al descubierto la pasión por el arte. Lo
estético constituye la columna vertebral de este carnaval. No posee
esa pomposidad ni esa fastuosidad del carnaval brasileño, pero centra
su atractivo en iconos ancestrales como las Madamas, con sus turbantes
rebosantes de colores y sus trajes de una elegancia majestuosa,
los Medio Pinto y las máscaras de diablos que adquieren dimensiones
monumentales. Carneiro intenta descubrir los entretelones de la
fiesta, sus personajes más destacados; va al encuentro de la confección
de las máscaras, de las señoras que personifican a las Madamas y
de todos esos personajes que hacen posible el carnaval (músicos,
juglares, poetas, bohemios, artesanos etc.) Sólo trata de fotografiar
la metáfora de la vida cuando explota la fiesta donde no existen
traumas ni prejuicios de ninguna naturaleza.
Otra
faceta importante en el trabajo de Carneiro es el desnudo. Sensualidad,
paisaje, erotismo y estética se conjugan para ofrecer el desnudo
femenino desde la óptica del mirón. Carneiro no trabaja el desnudo
con accesorios de estudio, no trabaja su periferia con tules ni
flores y mucho menos con luces especiales. No, él más bien va a
la playa de la piel desnuda sin otro instrumento que su ojo mecánico
descubriendo la belleza del cuerpo femenino sin tanta patraña erótica
o pornográfica. El sexo es tan vital para el ojo como el horizonte
y Carneiro no escamotea la desnudez en aras de la estética, sabe
a conciencia que la belleza no está en cuerpo tendido en una piedra
o interviniendo el paisaje, sino en la mirada del espectador que
según sus instintos más íntimos reacomodará el desnudo a su gusto.
En
la actualidad Jesús Carneiro prepara una exposición sobre el mundo
bohemio del Jazz y a la par imparte talleres de fotografía en escuelas
y universidades. Enseña a tomar fotos desde una rudimentaria cámara
confeccionada con pega y cartón.
La
historia singular de su abuelo ronda su trabajo. Muchas veces el
fotógrafo debe ser una presencia difusa que se encuentra en el momento
exacto para hacer la foto y convertir el mundo en un hecho inesperado
e irrepetible.