Por: Maria
Magela Demarco
Terminó
de lavar los cacharros del almuerzo y fue a poner la pava en
el fuego. Tomaría unos mates.
Estaba muy preocupado. Habían pasado ya cinco días desde aquella
tarde cuando en la misa, él se había negado a darle la paz a
un joven deficiente mental "porque no era el momento". ¡Qué
tonto, qué obtuso había sido, más aún, qué poco cristiano! El,
que adonde iba, predicaba la palabra de Dios, se había negado
a darle el beso de la paz a ese chico porque no era el momento
litúrgico adecuado.
¡Qué poco humano había sido. mientras todas las señoras mayores
de las primeras y segundas filas sí lo habían hecho, él se había
negado.
Pero aquel día, apenas había cometido ese acto atroz, apenas
había terminado de mover la cabeza de lado a lado unas dos o
tres veces, apenas el chico se había dado la vuelta acongojado
y triste para volver a su asiento, ya en ese momento él se había
arrepentido. Pero ¿qué hacer? Era tarde para arrepentirse.
Después, terminada la misa, también cumplió con los ritos litúrgicos
y cuando salió para ver si lo encontraba dentro, o por los alrededores
de la iglesia, era tarde.el chico se había ido.
De aquel penoso hecho habían pasado cinco días, él mismo los
iba contando, y durante ese tiempo, en la iglesia, había mirado
banco por banco, persona por persona, para ver si el chico aparecía
entre la gente, para ver si lo veía y así poder remendar su
grave error, su terrible falta.pero no, el chico no estaba,
el chico no aparecía.
Era esta la séptima misa después de aquel terrible acontecimiento
que le remordía la conciencia. Como todos los días había mirado
banco por banco, persona por persona para ver si lo veía y nada.
Se sentía tan desahuciado que ya estaba terminando por pensar
que aquella mala acción que había tenido para con el muchacho
le remordería la conciencia durante toda su vida. Para colmo
él nunca antes había visto al chico en la iglesia. Seguramente
no sería del barrio. Tal vez había pasado por ahí, había visto
la parroquia y entrado buscando ayuda y se había encontrado
con eso, con un 'reverendo hijo de puta' así era como él se
sentía.
De repente se le cruzó por la cabeza que esa había sido una
prueba que Dios le había puesto en el camino para ver qué tan
merecedor era él del reino de los cielos. Y todo esto lo pensaba
durante la misa. Estaba disperso, angustiado, no se podía concentrar.
Faltaba poco para que llegara el momento litúrgico de darse
la paz, momento que desde aquel día sentía como un martirio,
cuando ve aparecer desde el fondo al chico. Sintió que volvía
a vivir, que su corazón volvía a ocupar toda la extensión que
ocupaba antes en su pecho.
Después de que el muchacho se sentó en el primer banco, él
lo miró y le dedicó su mejor sonrisa.
"Que la paz del señor esté con ustedes", dijo.
"Y con tu espíritu", respondió la multitud.
Bajó
del altar, se acercó hasta la primera fila donde estaba el
chico y lo besó.