Santiago de Chile. Revista Virtual. 
Año 4
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 43
Septiembre de 2002

EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA

Por: Maria Magela Demarco

Como todos los primeros viernes de cada mes Armando había ido a rezar a la iglesia.

Se sentó en uno de los últimos bancos, como lo hacía siempre, para que nadie lo molestara y poder conversar tranquilo con Dios.

 Por esa misma razón había dejado de ir los domingos: "Mucha gente.", pensaba para sí, mientras recordaba la última vez que había ido en esa fecha: no había terminado de salir el cura y su comitiva por la puerta de la iglesia, para despedir a sus feligreses, que la muchedumbre ya se encontraba abarrotada en aquella abertura, empujando para salir, como si en vez de estar en una iglesia se encontraran en una cancha, saliendo de algún recital. Aquella vez, después de pelearse con una anciana, quien estaba a los codazos limpios, sólo para lograr salir dos segundos antes que él y algunos otros que estaban a su alrededor, Armando había decidido que los días domingos no eran para él.

Miró hacia lo alto, en donde un Jesús de madera pendía crucificado. Cerró los ojos y en voz baja comenzó su oración:

"Te doy las gracias por todo lo que nos das a mí, a mi familia y a mis seres queridos, porque mi hija al fin parece haber encontrado un buen muchacho, porque los dolores en la espalda que tenía mi mujer, ya casi desaparecieron, porque el vago de Martincito aprobó las dos materias que le quedaban y, porque a Ernesto el jefe no lo echó. Te pido por la paz del mundo, que no haya más guerras, que dejen de matarse entre sí y empiecen a tratarse como hermanos. Te pido por el hambre del mundo., porque toques los corazones de los que más tienen y los sensibilices. Por los que no tienen a nadie que los quiera, por los que están en las cárceles, por los que tienen SIDA, por los que se drogan, que puedan salir. Te pido por la salud física y mental de mi madre. Por mi suegro, que se le dé ese negocio que tanto necesita. Por Marta, que la tienen que operar, para que salga todo bien y."

Se quedó callado por unos segundos, esa era la parte que más le dolía, la frase que siempre le costaba decir.

"Y que no me falte el trabajo"

Rezó sus oraciones y, luego de finalizadas éstas, se persignó. Se puso de pie y con el paso tranquilo salió caminando de la iglesia. Eran las siete de la tarde, hora en la cual ya debía encender las luces de afuera de su oficina: "Funeraria Rawson", decía el letrero.

LA PIEDRA

Por: Maria Magela Demarco

Terminó de lavar los cacharros del almuerzo y fue a poner la pava en el fuego. Tomaría unos mates.

Estaba muy preocupado. Habían pasado ya cinco días desde aquella tarde cuando en la misa, él se había negado a darle la paz a un joven deficiente mental "porque no era el momento". ¡Qué tonto, qué obtuso había sido, más aún, qué poco cristiano! El, que adonde iba, predicaba la palabra de Dios, se había negado a darle el beso de la paz a ese chico porque no era el momento litúrgico adecuado.

¡Qué poco humano había sido. mientras todas las señoras mayores de las primeras y segundas filas sí lo habían hecho, él se había negado.

Pero aquel día, apenas había cometido ese acto atroz, apenas había terminado de mover la cabeza de lado a lado unas dos o tres veces, apenas el chico se había dado la vuelta acongojado y triste para volver a su asiento, ya en ese momento él se había arrepentido. Pero ¿qué hacer? Era tarde para arrepentirse.

Después, terminada la misa, también cumplió con los ritos litúrgicos y cuando salió para ver si lo encontraba dentro, o por los alrededores de la iglesia, era tarde.el chico se había ido.

De aquel penoso hecho habían pasado cinco días, él mismo los iba contando, y durante ese tiempo, en la iglesia, había mirado banco por banco, persona por persona, para ver si el chico aparecía entre la gente, para ver si lo veía y así poder remendar su grave error, su terrible falta.pero no, el chico no estaba, el chico no aparecía.

Era esta la séptima misa después de aquel terrible acontecimiento que le remordía la conciencia. Como todos los días había mirado banco por banco, persona por persona para ver si lo veía y nada. Se sentía tan desahuciado que ya estaba terminando por pensar que aquella mala acción que había tenido para con el muchacho le remordería la conciencia durante toda su vida. Para colmo él nunca antes había visto al chico en la iglesia. Seguramente no sería del barrio. Tal vez había pasado por ahí, había visto la parroquia y entrado buscando ayuda y se había encontrado con eso, con un 'reverendo hijo de puta' así era como él se sentía.

De repente se le cruzó por la cabeza que esa había sido una prueba que Dios le había puesto en el camino para ver qué tan merecedor era él del reino de los cielos. Y todo esto lo pensaba durante la misa. Estaba disperso, angustiado, no se podía concentrar. Faltaba poco para que llegara el momento litúrgico de darse la paz, momento que desde aquel día sentía como un martirio, cuando ve aparecer desde el fondo al chico. Sintió que volvía a vivir, que su corazón volvía a ocupar toda la extensión que ocupaba antes en su pecho.

Después de que el muchacho se sentó en el primer banco, él lo miró y le dedicó su mejor sonrisa.

"Que la paz del señor esté con ustedes", dijo.

"Y con tu espíritu", respondió la multitud.

Bajó del altar, se acercó hasta la primera fila donde estaba el  chico y lo besó.

 

Si quiere comunicarse con Maria Magela Demarco puede hacerlo a: magelademarco@yahoo.com.ar

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