Santiago de Chile. Revista Virtual. 
Año 4
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 41
Julio de 2002

EL COLECCIONISTA DE CREPÚSCULOS

Texto: Carlos Yusti

No aparentaba ser un vejestorio digno de asilo. Ni un carcamal abandonado por la familia. Mucho menos un viejoverde con un par de viagras entre pecho y espalda. Era sí pulcro. Estaba recién afeitado y tenía el desaliño propio de esos seres que más que importarle la ropa se preocupan por tener acicalada el alma y esto se le notaba por esa manera sabia de guardar la luz en su mirada.

José Saramago asegura que "al menos una vez en la vida, cualquier cronista o literato que no acaba de dar con un tema hace su glosa personal de la puesta de sol". Y en eso andaba yo por el malecón de San Félix. No tenía tema. O si tenía, pero como en estos días tengo el corazón bastante difícil, de tanto mierdeo político, estaba algo seco para articular palabras en la pantalla de la computadora. Bueno, pues sí que andaba descolocado ante mis perplejidades más íntimas y paseando en las tardes trataba de encontrarme para volver al cotilleo literario.

El Orinoco con las primeras escaramuzas de lluvia tenía aspecto de espejo vivo y vibrante. Detesto la naturaleza quizá por aquello escrito por Platón: "Ni los árboles, ni las piedras me han enseñado nada, todo lo he aprendido de los hombres". No obstante esto de mirar el paisaje tiene efectos terapéuticos y ayuda a peinar los nervios desmelenados por estos días acuñados de sombras y verborrea oficial. El paisaje me permite apartarme de los hombres de quienes a veces se aprenden las peores lecciones como la intolerancia, la violencia y la frialdad de las emociones que pisotea los jardines o maltrata a los niños.

Sentado frente al río pensaba que la cursilería no tenía parangón cuando de hombre y paisaje se trata. Giré a la izquierda y vi avanzar una figura que parecía hablar con el río, el aire y los árboles. A medida que avanzaba pude comprobar que pertenecía al club de la tercera edad. Se sentó algo cerca. Suspiró con una emoción nítida. Como soy poco dado a darle charla a los desconocidos seguí diluyendo mis pensamientos en el paisaje fluvial. A ratos trataba yo de concentrarme en un libro de Steiner y olvidarme un poco del viejo e incluso del paisaje que devoraba el sol a lo lejos.

Por fin el hombre me habla directamente a mí y no al paisaje. Me hago el sordo y trato de meterme en el libro. El hombre masculla algo entre dientes. Estoy a punto de marcharme, pero el hombre habla de nuevo: "No hay nada como todo esto. Cuando se es joven sólo hay un afán de vivir, tener, soñar, de atesorar lujos, experiencia, bienes materiales. Al final el sol se apaga en nosotros y hemos desperdiciado toda esta tranquilidad. La literatura se encuentra aquí. Es necesario leer las hojas, las piedras, el canto del pájaro, el sonido del agua. Hay que leer las nubes, la luz a lo lejos. Hay una gran necesidad de leer este abecedario para aprender algo. A esta altura de mi vida ya no tengo afán, no atesoro nada y sólo trato de coleccionar crepúsculos. Siempre vengo por aquí y le puedo decir que los atardeceres y las puestas de sol siempre son distintas cada día. Yo prefiero el crepúsculo y mi colección es bastante extensa y la disfruto cada día". Pero  yo estaba ya lejos, cansado de tanta bisutería de nueva era al peor estilo de Paulo Coelho.

Soy un animal más literario que político. Más novelesco que ecologista. Voy leyendo la vida y la naturaleza luego que me he leído varios volúmenes. Hago como el Quijote. Voy a la realidad a verificar lo leído, a comprender en el áspero barro del devenir cotidiano que aparte de palabras y sueños, estamos hechos de una realidad que no obedece a ningún discurso y que más bien parece responder a las pasiones humanas más dispares.

Uno trata de leer libros para no descuadernarse en posiciones analfabetas como la intolerancia y el racismo, uno trata de blindarse de imaginación novelesca para distinguir que es un gigante y que es un molino de viento.

Creo que la mejor etapa de mi vida fue cuando pasaba horas tumbado en el sofá de la sala leyendo. Era un adolescente que se salvó del barrio(donde vivía) y de la adolescencia gracias a la lectura. Sobreviví a todo por culpa de los libros. Luego he tratado de vivir(y de beber por supuesto) al ritmo de las palabras que sigo leyendo y que en algunas oportunidades también voy pergeñando aquí y allá. Además  la literatura me ha permitido ser un especialista de nada. O sea un experto de los sueños y de lo que se imagina, o se piensa, convertido en palabras.

Sólo atesoro frases. Metáforas atrapadas al vuelo en la calle, en los bares y en los lugares más insólitos. He dilapidado mi vida tratando de verme en el espejo del lenguaje y como la Alicia de Lewis Carrol, algunas veces atravieso ese espejo y no hay paisaje natural, ni realidad, que valga. No obstante el coleccionista de crepúsculos me regaló una enseñanza incomparable: la vida es también un paisaje que nos espera para que sólo lo guardemos en una mirada.

Saramago ha escrito: "Uno sale confortado de una puesta de sol, resignado y, en cierto modo, humilde". La humildad ante la metáfora de un sol que se yergue, o que declina, puede ser un hecho literario sin tanta literatura. Una puesta de sol hay que vivirla. Un crepúsculo hay que pescarlo con el anzuelo de los ojos. Es igual que los sueños a los cuales es necesario darles carne, poesía y realidad para que nos salven un poco. 

Sin duda que aquel coleccionista de crepúsculos posee un conocimiento vital de la luz, quizás aprendió que el mundo está construido con instantes de luz; de breves momentos donde la luz es también un elocuente alfabeto que muchos no se dignan en leer. Los analfabetos de la luz acechan por todas partes, pero siempre hay un soñador dispuesto a coleccionar crepúsculos, a leer esas palabras silenciosas escritas en el cuaderno de la luz. Los soles también se inventan, o se sueñan, en la noche insondable del alma.

POBREZA INTELECTUAL

Rafael Rattia*

Existe una pobreza más espantosa y vergonzante que la pobreza material, esa que se deriva de la precariedad económica; del ingreso per capita  o condición socio-económica que representa el poder adquisitivo de la familia venezolana. Se trata, obviamente, de esa "otra pobreza" que degrada al ser humano y lo sitúa en los límites del espanto, de la pena ajena. No es otra que la pobreza del espíritu, la menesterosidad del alma, en fin la pobreza intelectual. Desde que se "decretó", burocráticamente desde arriba, el esperpento de esa entelequia olímpicamente llamada "Revolución Cultural Bolivariana" el venezolano es cada vez más ignaro, más marginal, lo que equivale a decir más fanático, dogmático e intolerante. Todo ello junto valga decirlo de una buena vez.

Vamos a entendernos desde el principio: ser pobre, intelectualmente hablando se entiende, significa ostentar una "racionalidad" chata y hostil a cualquier donaire del interaccionalismo dialógico-comunicativo. Ser pobre intelectual no es lo mismo que ser "un intelectual pobre". La pobreza intelectual se revela en toda su espléndida aura mediocritas cuando el remedo de "intelectual" se refugia en un asqueroso nicho de palabras petrificadas y unidimensionalizadas de tanto ser masticadas, mas nunca correcta y sensatamente digeridas por el logos de la razón teórica y práctica ni sometidas al imprescindible cedazo del discernimiento político de la analítica reflexiva.

La pobreza intelectual no es simétricamente proporcional a la cantidad de vocabulario que pueda exhibir el individuo que presume tal condición. Se es más pobre intelectualmente tanto como dogmas y altares edifique uno en torno a una idea-fuerza que opera cual fetiche sacralizado e inexpugnable. Se es ostensiblemente más pobre -psíquicamente- cuando el sujeto se desautonomiza y pierde su necesaria independencia criteriológica por no hacerse merecedor de un adjetivo como disidente. Indudablemente, la pobreza intelectual está en extrema filía con la "vocación de rebaño" (Nietzsche). Porque es obvio que el comportamiento borreguil no tiene nada que ver con la independencia del intelecto ni con la autodeterminación psicológica o racional del sujeto que piensa y discierne por sí mismo al margen de presiones externas de cualquier índole. La pobreza intelectual conlleva implícitamente una variante psicopatológica de enajenación que raya en lo que Edgar Morin llama el "homo loquens-tremens-demens". La ecuación no tarda en advertirse; pobreza intelectual es sinónimo de desvarío. Variante atenuada del razonamiento prelógico. También es rigurosamente cierto que "el pobre intelectual" sigue, de manera ciega y obtusa, consignas partidistas y bambalinas retóricas. No problematiza ideas, no confronta perspectivas analíticas ni procesa cosmovisiones ni trasiega doxas; únicamente acata y cumple disciplinadamente lo que otros conciben intelectualmente.

*Historiador.


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