VALPARAISO ESCRITO. CINCO CUENTOS DE PIERA PALLAVICINI.
En Valparaíso en algun cerro, en alguna bajada o subida de calle o ascensor se gestaron estos cuentos que hoy nos cuenta Piera....
Calle Porteña
La calle Errázuriz reposaba fría esa noche. El invierno porteño ahuyentaba a los bohemios que brillaban por su ausencia y opacaban los llamativos bares. En la cuadra sólo caminaban dos sombras, que despistadamente chocaron sus cuerpos. La cabeza del muchacho estrelló el estómago de ella, quien no pudo equilibrarse por culpa de sus estrafalarios tacos. La mujer lo recriminó por ir mirando hacia abajo, él le reprochó el no esquivarlo. ¿Ya te vas?- Preguntó ella. "No, todavía no puedo volver a la casa, me faltan mil quinientos pesos, si no…no puedo entrar". Estamos en la misma- reclamó la mujer. "Me falta encontrar un par de clientes, si no…tampoco puedo volver". Suerte- dijo él. Igual- contestó resignada, mientras le acariciaba la cabeza. Hacia un lado siguió ella con su mini y escote en busca de alguno, hacia el otro siguió él para hacerle "dele, dele…" a un auto que se estacionaba en la Piedra Feliz.
"Destiempo"
(Nuestra casa era un nido, donde las aves solían no encontrarse)
Ella siempre me ha querido, lo sé. A veces le costaba demostrarlo y creía que con una buena comida yo me percataría. Por las mañanas yo leía el periódico en la terraza y ella aparecía radiante, con un café cargado y alguna que otra vez con un pastelito de acompañante. A media mañana, a eso de las doce, a mi me daban ganas de conversarle. Los temas me daban igual, aunque porqué negar que siempre he querido contarle mis sueños de la noche anterior o simplemente comentar un reportaje que haya visto en el discovery channel. Sin embargo, justo a esa hora ella no podía saber de mí. Presidía una reunión de actividades solidarias todas las mañanas, y las realizaban en casa, por lo que debía transformarse en la brillante anfitriona que es. A veces yo le hacía "hola" con una seña como ésta. O le guiñaba un ojo aún sabiendo que lo ignoraría. Entonces, resignado, me iba a leer.
A la hora de almuerzo ella aparecía con una rica comida que, aunque era preparada por la criada, ponía sobre la mesa con cara de "mira lo que hice para ti". Pero como yo no podía ver las noticias en otro horario, justo a la hora de almuerzo debía chequear si habían novedades, mi mujer comprendía que era mi trabajo y por ende, mi obligación. Entonces ella cuchareaba la sopa con desgano y me miraba (lo sabía porque a veces la miraba de reojo). Cuando terminaba el noticiero, yo me volteaba velozmente ya que la extrañaba tanto. Pero me encontraba con la silla vacía y un café helado. Ella dormía placidamente la siesta cuando yo me iba al canal catorce a trabajar. Después no se que planes desarrollaba (no tenía mucho tiempo para preguntárselo).
Al volver a casa a eso de las nueve, me tenía una rica cena en el microondas en el cual pegaba una nota que decía "lo hice para ti". Y mi rostro esbozaba una sonrisa aún sabiendo que era mentira. Entonces, comprendía que debía haberse ido a la casa de su hermana a cuidar al pobre Pepe que está tan enfermo. Yo la admiraba por eso y aceptaba el porqué de sus siestas.
¡Qué desgracia que después del postre a mi me daban unas ganas desesperantes de conversarle! Entonces hablaba solo o llamaba a algún amigo y le contaba mis anécdotas del día y lo que tenía planeado para el siguiente.
Cuando me ponía mi pijama yo siempre pensaba en ella, quizá por eso nunca me ponía el color café (simplemente lo odiaba). En la televisión encontraba siempre una película. A veces me entretenía viendo unos films de acción pero me decía a mi mismo "¿que te diría Laura si estuviera aquí?". Entonces, comprensivo, cambiaba el canal y dejaba alguna película romántica o un programa de esos que te ríes de lo poco graciosos que son. Cuando mis ojos comenzaban a resbalar de sueño, ponía su canal preferido. "Así cuando llegue va a estar contenta" le acomodaba bien su almohada, doblaba las frazadas, encendía la lamparita de su velador y le dejaba un vaso grande de agua.
En la mañana yo despertaba y ansioso me volteaba para saludarla, pero ella ya no estaba. La televisión en el canal de deportes ¡Qué bien! Entonces me duchaba y me iba a la terraza a leer el diario. En eso aparecía ella…radiante, con un café cargado y una que otra vez con un pastelito acompañante. Ella entendía que yo debía leer las noticias, por eso se retiraba discreta esperando que a media mañana me dieran ganas de conversarle y le fuera a guiñar el ojo por la ventana.
Rosas
Ese día te llevé rosas. Hacía tiempo que tenía una de sus espinas clavada en mi pecho ya que siempre quise regalarte flores. Ese día pude arrancar la espina de mi corazón y liberar mi deseo ¿Y porqué no? ¿O sólo los hombres puedan hacerlo? No considero que sea un derecho. Además nunca lo hacías, por más que yo quisiera o que lo esperase. No, no eras así, no eras uno de esos- solías decir. Es por lo mismo que nunca supe porqué un día llegaste con un ramo de rosas blancas. Las dejaste encima de mi cama junto a una nota: "no soy lo que esperas, no te amo". ¿Cómo sonreír por las rosas? ¿Cómo pensar que por fin eras lo que soñaba, si leía esas líneas tormentosas? ¿Será una burla? ¿Será una broma? Fueron días sin saber de ti, no contestabas. Me llamó tu madre y me explicó todo. Por eso ahora te dejo estas rosas, porque ya no sirve reprimir lo que se quiere dar. Porque aunque te escapes de esta vida, el aroma penetra fuerte y no se va.
La caída
Volaba de acá para allá, zigzagueando. Se meneaba como una danzarina.
Se veía tan ligera al compás del viento, que daban ganas de frenar su inminente caída.
Poco a poco se fue desplomando. Parecía mirar a sus compañeras que de arriba comenzaban a vivir su inaplazable destino. Llegó el momento fatal. Se golpeó en los hombros con la calle del centro. Sus manitas intentaron afirmarse, pero no hubo caso, cayó como un plomo. Fue la primera en ceder.
El otoño había comenzado.
Para usted, Maestro
Las teclas se hundían y los melodiosos acordes desbordaban la habitación. Lo recuerdo tan bien, con una nitidez que espanta. Tus dedos largos, no se cansaban en el ejercicio agotador de la sublimación. Y yo ahí, mirándote. Sólo mirándote. ¿Qué más podía hacer? ¿Cómo hacerte sombra? ¿Cómo desviar la atención? Brillabas, resplandecías, destrozabas el aire, creabas el viento, movías la tierra. Todo era a tu manera, según lo quisieses, según lo ordenases, según lo sintieras. Yo no me movía, estaba absorta en tu armonía. Cerraba los ojos y podía hasta olvidar mi nombre, pero nunca el tuyo. Lo conocía más que a nada, te conocía más que a nadie. De pronto en un segundo te frenaste y con ese silencio murió la magia. Quedó el cruel sonido de la nada, quedaron tus dedos secos, tus manos acicaladas. Y ahora escuchaba el aire, esos trombones rocinantes. Y el ruido rompía mis oídos, las calles acababan con mis sueños. De pronto una ilusión ¿vendrías a mí? ¿dejarías tus tonos tenues, por una poco cuerda como yo? Estaba indecisa, no quería estropearlo todo, no quería desafinar la armonía de la noche, sólo quería mirarte y escucharte. Me tomaste ferozmente, tus manos se sintieron frías, tus dedos se volvieron cortos y me recorrieron furiosos. Yo gritaba algunas notas y no sabía bien qué hacía…hasta que me entregué. Tengo ese momento en blanco, no recuerdo lo que hicimos. El silencio del vacío, el vacío del silencio. Algo alcancé a escuchar antes de mirarte y por fin comprendí lo que hacías ¡no habías matado la noche! ¡no era el silencio de la nada! Era un cambio de ritmo, era una parte del todo, la melodía continuaba. Ahora grité con ganas, dejé que resonara todo en mí. Cerré los ojos nuevamente para escucharte, ahora que había entendido, quería disfrutarte. El grandioso momento fue corto, pues volviste a él. Y esas teclas tenues me volvían a estremecer. Me dejaste en otro lado, ya no te alcanzaba a ver. Escuchaba pasmada cómo tocabas su blanca piel. De pronto, un ruido desastroso, lo más grotesco que he escuchado. Te he escuchado llamarle "teléfono" yo sólo se que no tiene acordes afinados. Ese asqueroso aparato hizo que te pararas de ahí. Tomaste una chaqueta, saliste corriendo y cerraste la pesada puerta dejando un do mayor retumbando, desapareciste. Quedamos solos, pero lo peor, callados. El piano me miró, teníamos tantas ganas de ser tocados. ¡Malditos!- Queríamos gritar, pero la voz no nos sale sin ti, sin ti no servimos para nada. Sin ti, no hay música y sin música no hay nada. Te esperamos callados e inmóviles, vuelve pronto para revivir…atentamente, tu piano y tu guitarra.
Piera Pallavicini cursa el quinto año de Psicología en la PUCV (Valparaíso, Chile). Comienza a escribir poemas y canciones a temprana edad. A los 18 años ingresa a un taller literario, iniciando así, su incursión en la narrativa. Sus trabajos se encuentran inéditos, sin embargo algunas obras han sido publicadas en diversos medios electrónicos, en periódicos de la región y en el programa de Radio Agricultura "Cuentos y otras letras". Además de la literatura y la psicología, su otra gran afición es la música. Ejecuta guitarra desde los 13 años, formando parte de grupos musicales, componiendo canciones y estudiando con diversos profesores.
www.pierapallavicini.cl
Este espacio de revista Escáner Cultural es para los escritores, para las escritoras que deseen ampliar su cobertura de posibles lectoras, lectores posibles puede haber en esta malla que gravita. Para quien quiera eso es, saludos del noheditor, manden relatos breves a clnito@lycos.es y si envian imágenes que sean livianas y en formato jpg, nunca junto al texto.
Agradezco de todo corazón a los creadores de "palabra".
Ricardo Castro.
Piukewerken.
Revista virtual de arte contemporáneo y nuevas tendencias
año 9 - Número 92 - Abril 2007