ZAPATA
Carlos Yusti
La línea retorcida hasta el ingenio pleno, el garabato amasado en creatividad y crítica al poder en todos sus estamentos. El dibujo en ejercicio pleno de libertad y protesta; en ese equilibrio constante de humor y tragedia, de ironía cruda y causticidad cocida en el fuego lento de la inventiva, de la inteligencia que corta con gran sutileza los problemas de nuestro devenir para esquivar la censura de arriba, abajo y de los lados.
Con la muerte de Zapata a este país se la ha muerto la mitad del cerebro y un gran territorio del corazón. Zapata aparte de PINTOR, en mayúscula claro, fue un artífice en ese complejo arte de la caricatura, un humorista/humanista de esa ironía inteligente que nunca te abandona jamás. Todavía recuerdo ese retrato-de-a-minuto que hizo de ese ser horripiodioso que fue Margaret Hilda Thatcher. Una caricatura sencilla, pero devastante como todo lo suyo y cuya leyenda decía: “La dama es de hierro, pero la pata es de palo”.
Zapata no fue un caricaturista más, era el caricaturista por excelencia. Con sus caricaturas no sólo desnudó al político escueto y rastacuero que todos llevamos dentro y que otros exhiben con la impunidad del caso, sino que fue colocando/dibujando toda la situación nacional en perspectiva y señalando las taras, los bochornos y las pifias de una jerarquía política inescrupulosa, en ocasiones pavosa, desaforada por obtener riquezas y de una comicidad rampante. Clasificó en sus caricaturas a todo ese zoológico político que somos/padecemos. Por ejemplo el camaleón con su larga cola cínica adaptándose y cambiando de colores para medrar del estado y seguir sobreviviendo, a los militares (y a ciertos militantes rojo rojitos) como sapos con sus charreteras dejando al descubierto su fanfarronería ignorante: “Todavía no he aprendido a escribir, ¡Pero ya estoy reescribiendo la historia!”. A lo jerarcas castrenses siempre con su uniforme, pero sin cabeza: “De las 3 erres, la más mejor es la erre de testaferro”. Al venezolano de a pie lo dibujaba como un Juan Bimba icónico (descalzo, con sombrero y en vestimenta lamentable, quizá en homenaje al gran Leoncio Martínez, Leo): “En los fuegos olímpicos merecemos una medalla de oro”. La alta burguesía de Zapata era pintada con sus joyas, sus collares, el smoking impecable y sus ideas dignas del vertedero de basura: “Dicen que el crimen no paga, pero aquí la corrupción si paga porque tiene impunidad” o este otro comentario de una señorona respingada: “¡Al que me impute lo mato!”. Las viejas beatas no podían faltar y Coromotico que es la belleza límpida y fresca, esa metáfora de la pureza por encima de todo el mierdeo político. La beatas de Zapata aconsejan a Coromotico: “Ten cuidado Coromotico, el CNE es el mayor violador de la comarca”. Por supuesto los muertos, a través de las calaveras, también opinaban y demostraban su paso por México y ese abierto homenaje a otro gran artista como José Guadalupe Posada. En una caricatura una calavera en primer plano: “La democracia no está al borde del abismo, porque se murió en el camino”.
Todos eran dibujados por Zapata: médicos, curas, obispos, los hambrientos, políticos vivos y muertos, las grandes obras del arte, etc. El país dibujado en ese trazo inconfundible del artista, de ese escritor de lo fugaz, de ese poeta de la precisión metafórica, del artista-orquesta consustanciado con su tiempo. Pedro León Zapata fue un pintor que necesitaba también de la escritura para darle cauce a su ingenio, a su humor de aguda gravedad; para darle rienda suelta a su visión política algo extraña, pero punzantemente nítida y puntual. Su caricatura fue un retablo del país. Nuestra historia del día a día en pocos trazos y con un aforismo impecable/implacable a la altura de Georg Christoph Lichtenberg. Aparte de humor sus caricaturas destilaban una filosofía excelsa que hilaba con poética exactitud sobre los grandes y mínimos problemas existenciales.
Con Zapata, en lo personal, aprendí/entendí que el arte existe para enardecer a la administración del poder. Que importa el bando. El poder va a lo suyo: a sojuzgar y a convertir el abuso en norma, en cotidianidad flagrante. El artista también va a lo suyo: resistirse, esquivar la censura y abrirse un espacio para que la lengua quede absuelta de toda culpa. Estuvo en una oportunidad en Ciudad Guayana animando un día del trabajador el que se ufanaba de ser un vago a tiempo completo.
Nunca los capitostes del poder (o de los poderes) le perdonaron su humor inteligente y con agallas, su humor de alta dosis intelectual. No le disculparon su genio como pintor, su ética estética años luz de etiquetas y gastados eslóganes partidistas.
Con respecto a los humoristas asesinados de la revista Charlie Hebdo, su caricatura/zapatazo fue precisa y reveladora: El dibujo representa una mano con un lápiz dibujando y la leyenda acota: "Pierde su tiempo el fanatismo: puede matar humoristas, pero el humor es inmortal". En las caricaturas siempre hubo esa luz, ese brillo infaltable de la lucidez, de la vocación humanista haciendo añicos todos los preceptos trogloditas del fanatismo, de esa fanfarronería de los poderosos, de esa monstruosidad fétida del poder que convierte el horror en una iconografía de opereta y luego no quieren que los humoristas hagan humor con todo ese tinglado de sangre y oraciones.
Lo escrito por Aquiles Nazoa en un artículo sobre el humorismo gráfico(publicado en el año 1973) es puntual: “Para que hoy lo acreditemos como una figura testera del humorismo contemporáneo de Hispanoamérica, y como la primera del país, no sólo cuentan en el arte de Zapata la fuerza y maestría incomparable de su dibujo, ni sólo su imaginación maravillosa, que es a la vez la de un alto poeta, la de un gran novelista y la de un político temible; sino cuentan igualmente los alcances universales de sus realizaciones. Magnificando en términos de totalidad continental su visión de la pequeñísima parcela de mundo en que vive, ha logrado Zapata el milagro de conjugar en su arte lo que el dibujante humorístico debe tener de costumbrista, con lo que ha de mostrar como crítico social y como historiador”.
Zapata nos dibujó como nadie y esto le redime, le salva de sus enemigos y opositores que también los tuvo a montones. Cada artista se forja en la hojalata de sus sueños, cada quien busca que su arte sea la huella en esa levedad de arena que es la vida. Zapata hizo lo propio y sus logros, a pesar de los vaivenes del poder tan azarosos como los vaivenes de la vida, son de largo alcance. Siempre me gustó aquella vez en la que Carlos Andrés Pérez (presidente del país en esa oportunidad) fue a condecorarlo y este tan bocazas y ufano le dijo: “Quién iba a decirlo que yo te iba a condecorar Zapata” y el artista enseguida le contestó: “Presidente, la vergüenza es para los dos”.
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