ANGUSTIA… MAS
Estuve leyendo sobre el neo-paganismo y sus diversas sectas, dejándome impresionado la cantidad de gente que actualmente busca alternativas en ese renglón incómodo para “nuestro” muladar intelectual. No, no. Soy alérgico a proselitismos; y siempre aparecen vivales controladores con ínfulas de pontífices. Que vayan a buscar borregos a otro sitio. Pandilla de esnobistas quedando bien con dios y con el diablo. No eres tan inédito como pretendes. ¿Quién te ha dicho que lo procuro? Agradecería me dejaras tranquilo por el resto de la noche. Colocado frente al espejo antes de abordar la biblioteca pública: me sienta bien esta camisa roja. En eso, a mi lado la voz de un sujeto idéntico a mí, susurra no sé desde dónde, ya que dice provenir de un sitio ignoto y labios aeroplanos, cerrados: credenciales de ventrílocuo: No te queda bien.
Un tercer individuo dictamina: No le hagas caso a este imbécil; te va estupenda, y su extensa atención se traslada de uno a otro. Voces fuera de mi cabeza, bocinas deformantes. Ahora mueven bocas, pero los sonidos, sin nunca desaparecer, languidecen. Sudorosa frente de cobre, sienes palpitando delatan combustible traidor: corazones estallantes; las manos revolotean intentando atravesar lo evaporado, cuando el hombre frente al espejo se multiplica en cincuenta, más de cien de ellos metidos en camisas rojas, abarrotando la habitación y provocándome un vahído tras otro entre murmullos, masticando en acompasado coro: ¡No te quites la camisa! ¡Es chillona! ¡Ponte la azul! ¡El rojo realza tu apariencia! ¡No atiendas a estos cretinos! ¡Linda prenda! ¡Pareces un espectro! Docenas de lenguas prestadas se derriten sobre mí; tulipanes gigantes vociferando sin parar. ¡Fuera de aquí! ¡A los abismos infernales con ustedes, mastuerzos finiseculares! ¿Es un ejército de ellos o soy yo quinientas veces? Sí, parece digno de un esquizofrénico, pero su colocación de inoperancia intertextual establece prioridades.
El departamento se hace pocilga y la camisa roja es sucesivamente bandera de club, red, hamaca, y mantel que me impulsa hacia la aguja nacional con la longitud de un mandarín. A mi ruinosa memoria llega la antigua canción pirata que le endilgaron a El corsario negro en una modesta versión de TV en blanco y negro (como mi infancia), cuando las escenografías de cartón piedra se movían hasta de un gentil codazo por descuido de los actores. Televisión en vivo, ¿no? Ah, la canción de marras: ¡Quince hombres van en el cofre del muerto! ¡Ay, ay, ay, la botella de ron! ... (Fifteen men on a dead man's chest/Yo-ho-ho and a bottle of rum/) ... ¿Cómo seguía? Sí: Drink and the devil had done for the rest/Yo-ho-ho and a bottle of rum. Miraba embelesada dando cauce a la inquietud. A la mía, claro. ¿Sucede algo? Tengo que hablar contigo. Tiene que hablar conmigo. Raro; jamás hemos intercambiado demasiadas frases. Adelante. Mejor salgamos a la terraza; ven. Dicen que rojo es el color de los dementes. Aparecen ante mis párpados rendidos aquellos ingenuos programas musicales de la primera mitad de los 60, en especial -sí, la memoria es acto ingobernable-, con sus tríos femeninos cantando baladas pop, que, por recónditos motivos me hacía añorar el aire acondicionado cuando tanto verano tropical en playas simultáneas nos despojaba de trincheras. Enfundadas en vestidos de una pieza, satinados costales de papas a ritmo de twist, portando sobre sus cabezas altos moños parecidos a bombillos o conos de helados tan sugerentes mujeres no abandonan mis ¿ensueños? ¡Condenada pesadilla! Ahí están las Kessler de nuevo con sus pelucones -el mantecado, o vainilla francesa, se imponía- y bocas de frambuesa. Haydn (hay que escucharlo honradamente para apreciar cuánto le debe Mozart) y la narcotizadora cítara -si bien mareante- de Ravi Shankar me tranquilizan, pero la ópera en vivo es difícil de soportar por la repugnante acústica de la voz humana, y el aglomerado público: gallinas empollando escombros. Opera, mejor en discos y televisión.
La música popular me abruma, con excepción de algún jazz y bossa nova. He hurgado a través de las ventanas y del agujero de la puerta más de veinticinco veces en la tarde. Ignoro si el de afuera es un vecino o un enfermero. ¿Qué puerta es? ¡Me veo del otro lado acechando el agujero y escudriñando desde el techo en pose de bruja! Ni que me hubiera atiborrado de mezcalina. Paradójicamente, el sonido estruendoso del acto natural me calma; disfruto aguaceros, rayos y truenos. Soy un pagano distorsionado. Las paredes engordan recetadas por cónclaves de plomo. Ya ni siquiera soporto conversaciones en elevado tono. Al decir Naturaleza, se impone la mayúscula. El colmo que me digas cómo rayos debo expresarme, bellaco. ¡Lárgate, imbécil! Me voy, me voy, pero regresaré; no tienes escape. Ni tan siquiera el mérito de evadir la trampa te pertenece. Hay hermosura en el panteísmo… Provoca cierto alivio… Me extasío a través de los ventanales. Rechazo los chismes pero desconfío de cada muñeco alrededor. Vi hombres verdes brillando con resplandor niquelado; descendían en formas de sombrillas, modelando sobre el giratorio anillo de Saturno. Apenas se juntan varios supuestos humanos y comienza su origen una conspiración.
Los veo: La vecina de la derecha caga con un ojo y escucha con el otro; como que tiene el culo en reparación; avanza implacable abarcando pasillo, mirando en toda dirección. Esa vieja pudo haber sido prostituta en su juventud; se la nota experta en el terreno de las insinuaciones deliberadamente fingidas: hay en ella un inocultable descaro, algo libertino y soez flotándole en la cara. La abanican libertos invisibles. Fue atractiva, debo admitirlo. Idónea materia de pajeros. Y, especialmente, la clase de hembra que Carlos, perfectamente sudoroso, se cogería de pie contra una pilastra de concreto mientras el relampagueante metro atruena por encima estremeciendo la ciudad de pelambre acordonada. Ojos de culos internacionales se erigen en monumental ojo de pavorreal con ínfulas de faisán. Insano protagonismo. Descubro que ese ojo del culo universal es el lente de la cámara. ¿Cuál? ¿Una o varias cámaras? Cuidado no se caguen aquí. ¿Desaforado plano secuencia o montaje? ¿Nos filman desde diferentes ángulos? Camarógrafos bribones; se han tomado en serio lo de la ilusión… Ojos de culos apuntando al ahora objeto permiten estruendosa variedad. La página es oleaje perfumado. Ah, conque el regreso a la divinidad. Título del cuadro: Culo con bastón peor que enfisema desterrado. Me quedé dormido leyendo... Desperté asustado cubierto por un ejército de gotas sudorosas. ¡Me van a matar de un infarto!
El vecino de la izquierda mete un ruido insoportable con el bastón haciendo retumbar los muros en vía crucis hacia el ascensor. Alteran los chirriantes sonidos de puertas cerradas con brusquedad. Vivo en un entorno de salvajes; esto parece un potrero. Que somos parte de la Unidad, del Todo. Por favor, respetable señor; explíquelo mejor porque nada entiendo. Soy un ignorante; lo debe haber percibido desde el comienzo, ¿verdad? ¿Todo que se dispersa incorporando gente o reciclando la misma? Sí, porque si existe lo infinito metafísico, tal cual se me autoriza a decir, tal vez no hay que regresar a sitio alguno y el balance sería innecesario. La finalidad, el mayor de los sofismas. Le tengo pavor a lo centralizado; lo asocio con monolítico y por ende, no sé por qué, con inmovilidad corpórea. Necesitamos un sistema de interdependencia. ¿Cree obtener así autonomía? Propongo una desbordada letrina cósmica. Fabuloso: ¡expansión y caos! La mayor parte de mi vida sólo tres cosas me interesaron: leer, el cine y recorrer museos. Lo demás carecía de valor; incluso, los sentimientos. De hecho, cualquier manifestación de afecto exagerado aún (o más que antes) me provoca incomodidad. Era y soy un proscrito menos contemplativo de lo deseado. Nunca me incliné a las fuertes ataduras afectivas con mis padres y hermanos. Nunca me he enamorado o, tal vez, me han faltado agallas para reconocerlo. Solté a María Eugenia, al medio año, por tener ella un hijo pequeño contra el que me fue imposible medirme en los perímetros de su cariño… A veces he deseado mucho tener prole, pero un frenético rechazo a los agobios del crecimiento e inserción en la disparatada sociedad (la que sea), me ha prevenido. Suena ridículo, pero define lo que deseo expresar tal y como lo deseo. El colmo de la inmadurez, dijeron, aunque nada me importase.
Con la segunda, y última, por ahora, Raiza, duré casi dos años, siendo la causa de nuestra separación mi aburrimiento, ni más ni menos. El sexo, aun con cariño, no basta para retenerme. Sí, me comporté como una bola de mierda con Raiza. Buena mujer; y me gustaba… Las elucubraciones sobre el futuro me aterran. Ah, el amor requiere de un ingrediente imprescindible: capacidad de sacrificio, y, según marchan las cosas por aquí, no soy propenso al sacrificio. Ello me impide amar a cabalidad. ¿Mis amistades? Nubes en borrasca; estaban ahí, pero podían -de hecho, lo hicieron- desaparecer en cualquier momento: el momento. Desleales ellos… y yo. Voy poco al cine, mejor días entre semana y durante la matiné, cuando están casi vacíos. Grande alivio divisar par de ancianitas por allá con el tanque de palomitas de maíz; acullá, un señor limpiar reverencioso sus lentes. Entonces puedo lanzar la retahíla de pedos sin tener que esperar por tiroteos o explosiones en la pantalla para disimular, y soy feliz... por un rato. ¿Qué esperabas? No comiences a joder. Sin embargo, imagino que algún desquiciado oculto en la sala obscura pudiera caer armado sobre mí.
El respaldar de la butaca se nota diferente, granulado. ¿Chicle pegado, torcedura en la madera? Terrorífico cuento de Graham Greene acerca del tipo en un cine, junto a quien se sienta un criminal cubierto de sangre… Esta semana he repetido casi doscientas películas japonesas -no, no soy adicto a Mizoguchi, Ozu y Kurosawa- entre los 50 y los 60, entre ellas, especialmente, las de: Kaneto Shindo (Los niños de Hiroshima, La isla desnuda, Onibaba, Kuroneko); Kon Ichikawa (El harpa de Birmania (hizo otra versión-, Fuego en la planicie, Extraña obsesión, La olimpiada de Tokio, La familia Inugami–igualmente, la original- (¿Por qué se le ocurrió a este hombre rehacer dos cintas impecables? El ego acarrea sus consecuencias…), Las hermanas Makioka); Masaki Kobayashi (Río negro, la monumental trilogía La condición humana, Harakiri, Kwaidan, El samurái rebelde); Yasuzo Masumura (El ángel rojo, La bestia ciega, Doble suicidio -diferente concepto de la gnoseológicamente ejecutada por Masahiro Shinoda-); Hideo Gosha (Goyokin, Tenchu!, Los lobos, Calles violentas, Cazador en las sombras). Pensé que esta vez sí enloquecía, pero conservo exacta memoria de lo acaecido en cada filme… Los viejitos organizaron un intento de orgía, siendo el resultado una apoplejía y dos marcapasos; el psicópata finalizó tendido a balazos por la policía, como Dillinger al abandonar la sala de cine; sus ojos extraviados en el charco terciopelo sobre la multitud de abismos. ¿Ven lo peligroso de las películas? Floto: Recurrencia onírica.
Continuará en el próximo número de esta revista
Capítulo I en: http://revista.escaner.cl/node/7153
Capítulo I en: http://revista.escaner.cl/node/7174
Capítulo III en: http://revista.escaner.cl/node/7231
Capítulo IV en: http://revista.escaner.cl/node/7294
Capítulo V en: http://revista.escaner.cl/node/7314
Capítulo VI en: http://revista.escaner.cl/node/7356
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Jesús I. Callejas (La Habana,Cuba, 1956) ha publicado los siguientes libros de relatos: Diario de un sibarita (1999), Los dos mil ríos de la cerveza y otras historias (2000), Cuentos de Callejas (2002), Cuentos bastardos (2005), Cuentos lluviosos (2009). Además, Proyecto Arcadia (Poesía, 2003) y Mituario (Prosemas, 2007). La novela Memorias amorosas de un afligido (2004) y las noveletas Crónicas del Olimpo (2008) y Fabulación de Beatriz (2011). También ha reseñado cine para varias revistas locales como Lea y La casa del hada, así como para otras publicaciones. Recientemente ha publicado los trabajos virtuales Yo bipolar (novela) y Desapuntes de un cinéfilo (2012), que consta de reseñas y elementos de la historia del cine. Callejas es descendiente de Manuel Curros Enríquez, junto a Rosalía de Castro, el mejor poeta de lengua gallega.
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