CLAUDIO GIACONI, ETC
Por Raúl Hernández Olivares
Recuerdo que fue en el Cité Jofré, en donde se lanzó el libro Etc. (La Calabaza del Diablo, 2006) en donde conocí, o más bien estuve en presencia de Claudio Giaconi. En este lugar el autor se presentó ya bastante deteriorado de salud y mi primera impresión fue la de estar frente a un escritor de culto e invisible, que venía a presentar un libro totalmente visible, lleno de fotografías de poses naturales y otras no tanto, pero que dejaban entrever el talante de quién conoce de cerca las máquinas de escribir. Se sabía fotogénico, de ahí la precisión. Y bueno, yo sólo conocía La difícil juventud, que luego obtuve en una edición de coleccionistas (Editorial Orbe, impresa en Talleres Gráficos de Encuadernadora Hispano-Suiza, Ltda., 1958), a un precio módico, en la feria de antigí¼edades de la calle Estado.
Ese día, en el Cité Jofré, me enteraría de que había fallecido el poeta Gonzalo Millán, lamentable noticia que vino a frenar mi vista, posándola en un asiento, en silencio. Y es ahora que también leo de la muerte de Giaconi cuando recuerdo todo esto. Temo y observo con extrañez zoológica mi cercanía a las elegías, pero sé también que estoy hablando de un autor que, por esquivo y lejano, diseñó su obra con literatura pura y sustancial, sin arreboles de manidas formas y contexto. Si bien su obra más conocida es un conjunto de cuentos, en su último libro y regalo para los lectores, Etc., nos encontramos con 10 poemas (sólo 10 poemas) que, intercalados con las fotos antes mencionadas, nos hablan de instancias frescas, poemas directos, sin vericuetos, la verdad misma, la mentira misma. Es elegante el mencionar en sus poemas.
Aquel día, ya provisto de un ejemplar de Etc., me acerqué a él en actitud "groupie" y le pedí que firmara mi ejemplar. Giaconi, con un movimiento lento, que para mí fue un siglo, en donde cada vuelta, cada paso detallado del movimiento de cabeza hasta llegar a mi persona, fueron días, meses, años de espera, de viajes, de historias, de múltiples coincidencias y azares. Giaconi me miró y preguntó como me llamaba. Al decirle mi nombre, con delicadeza y dificultad anciana escribió una frase en aquel libro: "Para Raúl Hernández, etc. Claudio Giaconi".
Ese "etc." es la continuidad lóbrega de quien ahora, en este minuto, pasa al claro destino de la posteridad. La muerte de Claudio Giaconi es ahora un nuevo etcétera de obras trascendentales en el catastro literario chileno. La difícil juventud ya se ha ido. Los grandes escritores ocultos, los invisibles, sólo viven una segunda desaparición.
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