CONVENTILLO
CONVENTILLO
Raúl Hernández
El conventillo existe desde la aproximación de diversas familias que, con realidades muchas veces similares, se confunden y entrelazan en un patio o pasaje que sirve de encuentro inevitable entre personas obreras y cesantes. Aparece en la literatura chilena a partir de escritores como Nicomedes Guzmán, José Santos González Vera o Alberto Romero. Se vincula a una visión, una manera de mirar, hacia estos sitios carentes de todo protagonismo en la sociedad. De este acercamiento, de esta observación, aparece una propuesta teatral del Movimiento Artístico Del Fin del Mundo llamada: “Conventillo, la Cueca del Oprimido” que fue presentada durante el mes de septiembre en el Centro Cultural Matucana 100.
Por que sabemos que hablar de la pobreza con un cariz de formas únicas es complejo, más allá del destello de un placer de callejones. El conventillo retratado aquí se puede encontrar en barrios antiguos de Santiago (Yungay, Matta, Franklin, República, Club Hípico, Recoleta, Independencia, Quinta Normal, entre otros) y existe, en esta representación escénica, acercamientos valiosos a la estética reconocible de estos lugares. Los “palos” cruzados con alambres para colgar ropa, la llave para obtener agua, el volantín arriba del árbol. Es destacable la “artesa” para lavar ropa que en un devenir de situaciones queda transformada en ataúd en uno de los momentos mas notables de la obra. Porque ahí están las señoras “dueñas de casa”, el marido, los niños, el zapatero, y un sinfín de personajes que logran adquirir característica. El borracho, sin duda, con su canto, conduce hacia esos recuerdos.
Ahora bien, existe otro aporte que sin duda es fundamental y es la utilización de máscaras por parte de todos los integrantes de este movimiento artístico. Si se logra afinar el ojo de espectador, se logrará percibir ese gran trabajo detrás de toda esta puesta en escena, no sólo de investigación literaria y social, de predisposición en el espacio escénico (las graderías en los costados, que logra transmitir al público una sensación de complicidad, como si estuviera “acompañando” toda la historia), la danza como aparición fortuita y certera llena de magia y fundamentada relevancia, los músicos de acordeón, guitarra y violín. De este modo, las máscaras representan todo un trasfondo simbólico que existe y se huele en toda la historia entramada. ¿Quiénes son estos personajes sacados de fotografías color sepia? ¿Hemos visto alguna vez historias similares? Sí, son todos y nadie a la vez, son anónimos personajes y personas identificables. Cotidianeidad y oculto tránsito, escondida trashumancia, como toda pobreza, como toda carencia.
Logra conmover todo el trabajo de “Conventillo”. Demarca identidades que están ahí, volando, como un espectro huérfano que sólo está en retinas añejas difícilmente rescatadas en trabajos de dramaturgia actual. Si hay patrimonio en esta obra, es porque ha sabido funcionar como un prisma, que ilumina hacia todos lados lo aprendido. El conventillo en donde aparece una cueca de fondo, como en “Los hombres obscuros” de Nicomedes Guzmán, en donde se pregona a lo lejos, en el conventillo aquél: “dicen que las penan matan, yo digo no matan na, que si las penas mataran, yo me habría muerto ya”.